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El remo como una forma de resistencia

Un grupo de vecinos del sur de Buenos Aires resiste en pie de lucha ante los embates gentrificadores y la polución mientras navega por una de las cuencas hídricas más contaminadas del planeta.
Teresa Angelucci, socia del C.R.A.B.
Teresa Angelucci, socia del C.R.A.B.

Este artículo fue publicado por VICE ARGENTINA

El Club de Regatas Almirante Brown se creó el 25 de mayo de 1925 en homenaje al prócer que fundó la Armada Argentina. Así como el fútbol se fue esparciendo a lo largo y ancho del país con el avance del ferrocarril, el remo como deporte acompañó la bullante actividad de los puertos.

El de las regatas portuarias era generalmente un remo ateniense, que extrae su denominación de aquella tecnología ideada por los griegos basada en un cojín engrasado que permitía a los tripulantes desplazarse en posición sentada dentro del bote con el fin de alargar la braceada. En los tiempos modernos, los ingleses reemplazaron el mecanismo por un riel y un carrito con ruedas que cumplen la misma función. En 1920 surge el Club de Regatas América en el puerto de Dock Sud. Este club fue expulsado de su muelle en 1925, ya que en el mismo predio se instaló un enorme frigorífico. A raíz de esto, la mayoría de los socios se mudaron a la zona de Tigre para continuar con sus actividades, pero los que no quisieron marcharse fundaron el Club de Regatas Almirante Brown (C.R.A.B).

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Este hecho marcará la identidad del club hasta el día de hoy, ya que como dice Roberto Naone, su actual capitán, “nuestra historia es la historia de la resistencia, siempre nos echan y siempre volvemos”. El C.R.A.B. desde su nacimiento se plantea como una agrupación que se resiste a capitular. Es el vivo ejemplo de la “desterritorialización y reterritorialización”, proceso descrito por Deleuze para caracterizar fenómenos culturales al interior de sociedades atravesadas por la economía capitalista: mientras el comercio global avanza y crece, las personas, la información y las mercancías se desterritorializan, fluyen literalmente de un lugar a otro con sus pasaportes y certificados de ingreso. A su vez, esto provoca cambios en las infraestructuras tecnológicas de las ciudades que deben adaptarse para resistir este flujo, aunque simultáneamente algunos grupos sienten la necesidad creciente de afirmar su pertenencia a un territorio, y de ahí la fundación de clubes sociales y deportivos con marcado acervo barrial, los cuales cumplen la función de anclar la identidad en medio de una vorágine de relaciones cada vez más aceleradas y transnacionales.

Club de Regatas Almirante Brown compitiendo en Río Santiago. Fuente: Archivo General de la Nación.

¿Cómo me enteré de la existencia de esta agrupación? Creo que fue leyendo en Internet artículos sobre la desconexión que existe en el presente entre la comunidad porteña y el borde ribereño. Así encontré la página del club y comencé a seguirlos en las redes sociales. Como todo lo que tiene que ver con la cara oculta de los asuntos cotidianos me atrajo, un día me acerqué a ver cómo era eso de remar en una zona que habitualmente solo podía contemplar apoyado en la baranda del paseo peatonal del Riachuelo. Puede que ahí radique el mayor valor de organizaciones como el C.R.A.B. ya que se adentran en ese cuadro de paisajes lejanos y hacen suyo el horizonte. Nunca creí que fuera posible dar un paseo y contemplar de cerca aquella plataforma compuesta por barcos mercantes, dársenas, escolleras, arroyos entubados, astilleros, cementerios de embarcaciones oxidadas, pilares de autopistas, islas anexadas cubiertas de yerba, grúas estibadoras, silos y tanques petroquímicos, conteiners y boyas que flotan como parte de una escenografía artificial. Es en estos bellos y extraños parajes por donde navegan plácidamente los botes del C.R.A.B.

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Vista de Isla Maciel desde las aguas del Riachuelo.

Mi motivación fue la curiosidad pura, como la de un investigador diletante. Los remeros del club, en cambio, asumen su membresía con sentido ético y compromiso social: allí se entremezclan la militancia barrial, el ejercicio de la soberanía, el desarrollo comunitario y el cultivo de la camaradería. Muchos de los que hoy en día forman parte del club son también vecinos boquenses, al igual que su capitán. Roberto es un líder afable y carismático, dirige al grupo, establece un protocolo de seguridad, da órdenes y hace bromas. Es bueno para conversar, y permanentemente ayuda a generar un relato en torno a lo que está aconteciendo en el medio acuático. Actualmente se encuentra jubilado y se dedica cien por ciento a su pasión deportiva y dirigencial. En mis dos primeros paseos en bote también conocí a Teresa Angelucci, a María del Carmen Camberos, a Esteban Salama y a Luis Déscole, presidente de la agrupación. A todos ellos los une el amor al club, la afición por el remo y la tozuda determinación a quedarse en ese lugar del cual los han querido echar muchas veces en casi un siglo de existencia.

Foto grupal de socios e invitados.

Entonces, retomando. En 1925 se fundó el C.R.A.B., pero la institución no consiguió sede ni muelle en ningún lugar del Riachuelo. Finalmente encontraron un terreno en Dock Sud en medio de las quintas. Allí el club contaba con 6,000 metros cuadrados que fueron comprados por los socios en una época anterior a la construcción de la autopista y donde solo había pequeños puentes que unían al “Docke” con la ciudad de Buenos Aires. Luego, cuando esos puentes se hicieron insuficientes para soportar el tráfico vehicular, los expropiaron. En 1962 el club firmó un convenio con Vialidad Nacional, compró un pequeño terreno en la misma zona y la entidad estatal se comprometió a mantener la vía náutica de acceso al Riachuelo, específicamente un arroyo angosto y no muy largo que conectaba a la sede del club con las aguas de la desembocadura.

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Este trato no fue respetado porque en el arroyo fueron instaladas varias tuberías que dificultaban la navegación, pero aun así la actividad siguió desarrollándose con normalidad. En años previos el C.R.A.B. ya había sido portada de El Gráfico, clásica revista deportiva argentina, en dos ocasiones por sus logros en competiciones deportivas. En la década del 50 se realizó una importante compra de botes a un club de Pompeya. Para el año 70 la institución contabilizaba 105 victorias en regatas que podían realizarse en el Tigre, la Plata, Zárate o el Paraná, muchas de ellas con presencia de equipos internacionales. Todo iba viento en popa y se vivía una suerte de época dorada.

La crisis se cierne sobre el Brown cuando un puente que pasaba por encima del arroyo se derrumbó, obstruyendo el acceso al Riachuelo. Este hecho coincidió con el cierre de varias fábricas en la Isla Maciel, incluido el Frigorífico Anglo, que daba trabajo a miles de personas. Fue ahí cuando muchos de los socios comenzaron a migrar a otros clubes. Los miembros que resistieron, la mayoría vecinos de Dock Sud, transformaron la institución en un club de barrio y cesaron las actividades náuticas. En el 77 el club recibió un nuevo aire, ya que el comandante de la armada, que era promotor de la soberanía marítima civil, les asignó un muelle en unos galpones del puerto de Dock Sud. Pero esta alegría duró poco, ya que en el año 84 la misma administración del puerto los expulsó. Es en ese momento cuando la crisis se volvió terminal: en las actas que aún se conservan, puede constatarse que a las reuniones asistían no más de cuatro o cinco personas, hasta que en el año 92, con problemas legales y fraudes de por medio, el club desapareció y perdió su sede.

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En el año 2004 Naone se instala en Isla Maciel motivado por las gestiones que dirigía para recuperar la vía peatonal del Puente Nicolás Avellaneda, una de sus tantas cruzadas barriales. Es ahí cuando llega a sus oídos la historia de un club de regatas que existió en el Docke. No fue hasta el 2007 cuando se enteró, por medio de un amigo, de la dirección exacta en la que estaba la sede de dicho club. Entonces fue con su amigo, tocó la puerta y pidió los nombres y teléfonos de los antiguos socios. Poco a poco los fue contactando, y el 28 de noviembre de 2007 logró reunirlos después de 14 años en una asamblea plenaria que se celebró en una sede provisoria, ubicada en Caminito. De ahí vinieron más reuniones con el fin de reactivar el club, hasta que en el 2008 se eligieron autoridades y volvieron a funcionar. Dos años después actualizaron la personalidad jurídica y presentaron los balances contables que se adeudaban para obtener el certificado de vigencia.

Luis Déscole, presidente del club.

La historia de su accidentado recorrido sirve para destacar un hecho importante en el pasado del C.R.A.B., y es que la mayoría de sus miembros fundadores eran personas ligadas a los empresarios del Riachuelo, y por lo tanto tenían contactos. Estos contactos servían para obtener donaciones, adquirir nuevos botes, comprar y equipar una sede, etc. Elementos que hoy ya no son existen, pues como dice Naone, “todos nosotros somos personas con buenas intenciones, pero nadie toca timbres. Le pedimos a Exolgan (terminal privada de Dock Sud que controla el 10% del puerto) tres veces a ver si nos podían comprar unos botes y nos cerraron la puerta en la cara”.

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Actualmente el C.R.A.B. no tiene muelle, su sede en Dock Sud ha sido ocupada ilegalmente y ya ni siquiera cuenta con botes propios. El bote en el que me tocó navegar le pertenece a la Prefectura, que también les presta un pescante para bajar y subir el bote, desde la vereda hasta el nivel del agua y viceversa. Todo esto sin mencionar siquiera el tema de la contaminación fluvial que afecta actualmente a la cuenca Matanza- Riachuelo, la cual recibe a diario la descarga de cloacas con toneladas de desperdicios.

Ese es otro tema igual o más complejo que la falta de muelle y de recursos. El C.R.A.B. ya ha recibido advertencias de ACUMAR (Autoridad interjurisdiccional de la Cuenca Matanza Riachuelo que agrupa a catorce municipios) para que cesen sus actividades náuticas. Esta institución interjuridiccional no ve con buenos ojos la realización de regatas en una de las cuencas hídricas más contaminadas del planeta, porque dicho sea de paso, la ciudad no cuenta con ninguna planta de tratamiento de aguas cloacales. A esto hay que sumar la presión que han ejercido en el último tiempo los proyectos inmobiliarios con planes para gentrificar el barrio de la Boca. A través de algunos funcionarios, el Gobierno de la Ciudad —que ya ha comenzado las obras de equipamiento urbano necesarias para que se apruebe en la Legislatura Porteña la construcción de edificios en los antiguos galpones de la ribera—le ha hecho saber amablemente a los miembros del C.R.A.B. que deben irse. “Pero nosotros no nos vamos a ningún lado”, responde con vehemencia Naone. Por el contrario, él y su club siguen resistiendo, huyen hacia adelante, y actualmente se encuentran realizando gestiones con Administración de Puertos para conseguir un muelle y un espejo de agua.

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Una tormenta que acerca mientras navegan los socios del C.R.A.B.

Han pasado más de noventa años y los remeros del Brown siguen navegando sobre aguas que sienten propias. La polución no los detiene, tampoco la presión de las instituciones ni de los grupos inmobiliarios. Han vivido muchos reveses en su historia, pero no cuelgan los remos y conservan ese espíritu de resistencia que los hace tan queribles y populares.

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