Bienvenidos al hotel Pikes de Ibiza, el hogar del hedonismo

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Bienvenidos al hotel Pikes de Ibiza, el hogar del hedonismo

El que una vez fue el hogar de Freddie Mercury sigue siendo el secreto mejor guardado de las Baleares.

Este artículo se publicó originalmente en Thump UK

El mundo se va al carajo. Cada día que pasa, nos hundimos más en el abismo de la sociedad. Todo se vuelve más desolador y oscuro, y la esperanza de que las cosas mejoren se aleja inexorablemente. Hay guerras y hambre, y cada vez es más palpable la sensación de que hemos llegado a un punto de no retorno. Pasan las semanas y los meses y el desasosiego no muestra signos de remitir.

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En general, estamos estresados, nerviosos, deprimidos. Nubes de un gris plomizo se ciernen sobre nuestras cabezas, amenazantes, como si quisieran devorarnos enteros, y el sol no es más que una recuerdo lejano.

En un mundo como el nuestro, el placer se ha convertido en algo inesperado. Todo aquello que nos es grato ha pasado a ser algo ajeno, desconocido, casi espantoso. En cierto modo, sentir placer hoy día supone abandonar la realidad y nos hace sentir alienados. O culpables. O ambas cosas.

Entonces, ¿dónde debemos acudir para experimentar el placer sin el inevitable hastío posterior al acto? ¿Dónde quieres estar cuando la tierra finalmente se parta en dos y nos engulla a todos en el infierno de sus profundidades? Yo te lo digo. Yo te diré dónde querrás estar cuando el cielo se oscurezca para siempre y sientas el gélido roce de la muerte en la nuca: el hotel Pikes.

Alejado varios kilómetros del bullicio de Sant Antoni, al final de un polvoriento camino de tierra, se encuentra uno de los lugares más absurdamente decadentes y hedonistas de Europa.

El Pikes -al que oficialmente cambiaron el nombre por el de Ibiza Rocks House tras someterlo a una increíble restauración que le devolvió su antigua gloria en 2011- tiene una rica y larga historia. Aunque su influencia en la cultura de club no es la que pudieran tener Amnesia o Ku, la historia de Ibiza como destino de los que quieren tomarse unas vacaciones de la misma vida no estaría completa sin un capítulo o dos en esta finca del siglo XV que un ex-regatista, modelo, actor y gigoló convirtió en un paraíso de días lánguidos y noches salvajes que perdurarían en el recuerdo.

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Tony Pike -fundador del hotel- ha llevado siempre la clase de vida que jamás podrías llevar aunque quisieras: sirvió en la marina mercante y en el ejército australiano, tuvo affairs amorosos en balsas salvavidas y accidentes en bobsleigh, estuvo casado con seis mujeres y tuvo 3.500 amantes. En muchos aspectos, Pike es el último de su especie: británico excéntrico, disoluto y pícaro que triunfó allá donde fue y se forjó su propio legado. El hotel Pike representa la obra de toda una vida.

Pike compró lo que entonces se llamaba Can Pep Toniet por algo menos de 36.000 euros, toda una ganga si tenemos en cuenta que, 38 años después, el negocio sigue viviendo su mejor momento. El hotel es célebre por las largas fiestas que organizaban megaestrellas como Freddie Mercury -que celebró su cumpleaños allí con una fiesta tan extravagantemente fastuosa que los fuegos artificiales que se lanzaron pudieron verse desde Mallorca, a 100 km de distancia- y por infinidad de famosos que se han alojado en sus lujosas suites. De hecho, el Pike es mundialmente conocido por ser el lugar en el que puedes disfrutar la mejor estancia de tu vida con total privacidad. Todo lo que pasa en la piscina del Pikes se queda en la piscina del Pikes. O casi todo, al menos.

Pero el hotel no es famoso por ser el escenario en el que se grabó el vídeo de "Club Tropicana" ni por ser el mudo testigo de escenas inenarrables entre sus paredes. El Pikes es una representación de su dueño. Abrió sus puertas el 4 de julio de 1980, el mismo día que lo hizo Café Del Mar, y desde entonces se ha erigido como un idilio ibicenco, lo más selecto que las míticas y místicas Baleares pueden ofrecer. Desde la cancha de tenis rosada y verde a las terrazas de terracota, el hotel está imbuido de un eterno halo de ultramundanidad. Y es que el tiempo en el Pikes no se rige por los mismos principios que en el resto del mundo.

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Una sensación de atemporalidad que no solo se reduce a tardes interminables sobre una tumbona, agitando suavemente daiquiris de fresa bastante cargados, mientras las preocupaciones se disipan bajo un tono de piel cada vez más dorado. Por muy perfectos que sean los días en el Pikes, el hotel realmente cobra vida cuando cae el sol.

Arropados por la oscuridad de la noche, solemos sacar a relucir nuestra versión menos reservada, y el Pikes se presta más que ningún otro lugar a ello. Con sus rincones y recovecos y unas fiestas que duran más que muchos clubs, el Pikes es el escenario perfecto para todo tipo de experiencias nocturnas. Por sus terrazas han pasado Carl Craig, Leo Mas, Ruf Dug, Artwork y muchos más. Un espacio íntimo, una especie de gruta del glamour de la que quien mejor se ha sabido apropiar, sin duda, ha sido el gran favorito de todos, DJ Harvey.

Harvey me dijo que durante unas décadas había decidido evitar Ibiza porque, según dijo, no creía que “los ultras del fútbol y el Eurotrash” fueran dignos de su presencia. Finalmente, el gurú barbudo de la cultura club cedió y en verano de 2015 estuvo como residente en el hotel de Tony Pike. Desde entonces, la sesión Mercury Rising -llamada así en honor del cliente más querido del Pikes- se ha convertido en toda una institución de los lunes por la noche, una pequeña fiesta en la que uno siente de verdad que está en una fiesta, una encarnación moderna de los días desenfadados de antaño, cuando “balear” era un sentimiento, y no una categoría musical de Beatport.

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“Durante mi estancia aquí, estos últimos meses”, me explicó Harvey, “he pinchado nosebleed techno en HYTE, he pinchado sunset en Hostel La Torre, estoy haciendo música con Tale of Us en el Space y aquí, en Pikes, pincho música dance para adultos”.

Cualquiera que haya visto al hijo predilecto de Cambridge ponerse a los platos durante una sesión entera conocerá los sitios a los que este hombre es capaz de llevarte. Para su último set en el Pikes -una sesión de diez horas y media que tocó a su fin el martes por la mañana-, Harvey regaló al público su interpretación del dance para adultos con sonidos que iban desde el new beat belga a ediciones disco ultrarraras, proto-house potente y unos cuantos clásicos favoritos.

Ataviado con un chaleco y unas gafas de aviador más cercanas al porn-chic de los 70 que a Napoleon Dynamite, Harvey dirigió la sesión con aplomo absoluto, mirando a todos y cada uno de los presentes directamente a los ojos. He hablado varias veces con él y sé que pinchar le sigue pareciendo una experiencia especialmente estresante. Pero como perro viejo, sabe cómo disimularlo. Con una sonrisa pegada a la cara y una pandereta en la mano, Harvey seguía conservando el aura divina que se ha forjado.

Parecía que todas las personas que se dejaban caer por la sala tenían alguna relación con Harvey. Los DJ esperaban con paciencia un momento para saludarlo; tipos con sus años que aprovechaban las salidas para fumar para hablar con él de batallitas pasadas; jóvenes devotas que se movían en manada, atentas a la posibilidad de sacarse un selfi. Un tipo incluso se tomó la libertad de ofrecer a Harvey un bote de poppers que el DJ, obviamente, rechazó con amabilidad.

Llega la tarde y la cosa no parece aflojar: siguen corriendo los cócteles y los cigarrillos y veo al propio Tony Pikes, paseándose por el reino que él mismo ha creado.

En cierto momento, decido tomarme un descanso al sol. Harvey aparece de entre la oscuridad de su habitación, se quita los pantalones y se zambulle en el azul turquesa de la piscina con un clavado perfecto. Al cabo de unos segundos, emerge pasándose las manos por el pelo. “Ha estado bien, ¿no?”. Sí, sí que lo ha estado.

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