El drama del SITP y los buses que no pasan
Foto: Sebastián Comba | VICE Colombia

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El drama del SITP y los buses que no pasan

4.716 buses que solían hacer la ruta San Francisco-Villa María, han dejado ahora un vacío entre los ciudadanos y empresarios de buses de San Francisco, en Ciudad Bolívar.

En San Francisco, en Ciudad Bolívar, llueve todos los días a las 2 de la tarde. La gente escampa en los aleros de las tiendas, en las puertas de los locales y, si llegaron antes y corrieron con suerte, en la parada del SITP. El tiempo corre: veinte minutos, treinta, treinta y cinco. A veces cuarenta. La espera es larga y ya se volvió rutina. Las calles se inundan, el barro llega a las rodillas y los andenes se llenan de caras que a fuerza de tanto encontrarse, comienzan a reconocerse. La de la chaqueta roja se llama Mariela y va para el Colegio Santa Teresa. El del cigarrillo en la boca es Alfredo y se baja en Buenavista. Los buses no pasan porque, simplemente, ya no ha buses.

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La ruta San Francisco-Villa María es una de las 11 que la resolución 049 de 2018 sacó de circulación desde el 14 de marzo. Los buses que la cumplían hacen parte de los 4.716 carros que comenzaron a operar como provisionales del SITP cuando faltaron buses y sobraron zonas en 2012 y que, después de muchos aplazamientos, la Secretaría de Movilidad ha decidido retirar del todo. Según Transmilenio S.A, ya todo está listo y los usuarios no van a notar su ausencia porque el Sistema Integrado cubre las zona desde hace rato, pero Mariela espera más de 30 minutos por el 266 y Alfredo casi una hora por el 11-3.

La resolución no es nueva. Los buses provisionales, esos que se pagan en efectivo y paran en cualquier parte, iban a ser solo por ocho meses. O por lo menos, eso prometió el distrito en su momento. Pero los plazos comenzaron a extenderse y solo hasta este año se hizo tangible su desmonte total. Desmontar, chatarrizar, para el caso viene siendo lo mismo. Son 5.512 buses viejos que Transmilenio S.A no piensa integrar en su sistema de tarjetas, 796 que no operan por haber perdido vida útil y los 4.716 a los que pertenecía la ruta San Francisco-Villa María que Alfredo y Mariela extrañan en Ciudad Bolívar.

Lo que sigue, en teoría, es sencillo: el distrito indemniza a los propietarios de los buses, recoge los carros y los convierte en chatarra. Transmilenio S.A reemplaza las rutas y en tres años el SITP es el único sistema de transporte en Bogotá. El problema, en cambio —y en la práctica—, es mucho más serio: el triángulo empresas-distrito-usuarios está lleno de incumplimientos, de quiebras, deudas y desconfianza. Los plazos se alargan, los pagos no llegan y los buses no pasan.

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Foto: Sebastián Comba | VICE Colombia

La historia comienza así. En 2010, Samuel Moreno puso en marcha una de sus propuestas de campaña más ambiciosas: solucionar los problemas de movilidad bogotana con un sistema que integrara el transporte público convencional con Transmilenio. Las ventajas, por lo menos en el papel, eran muchas: no más guerra del centavo, no más contaminación por gases, no más inseguridad. Mayor cobertura, más regulación y mejores precios. Dividió, entonces, la ciudad en 13 zonas y abrió licitaciones a las empresas operadoras para que se hicieran cargo. Nueve resultaron elegidas: Este es mi bus, Gmovil, Express, Gtip, Masivo Capital, Suma, Egobus, Coobus y Transit.

Los propietarios debían elegir un proponente, asociarse a él y entregarle sus buses, que serían pintados de azul e incluidos dentro del sistema de tarjetas. A cambio, recibirían mensualmente 1,5 por ciento del valor total de su vehículo. Para el dueño de un bus de 200 millones de pesos, la renta sería de tres millones. Pero había condiciones. Los buses más viejos no participaban y debían chatarrizarse. El distrito iba a pagar por ellos y, de nuevo en el papel, nadie perdería nada. Casi 15 mil transportadores se acogieron al nuevo sistema y hasta ahí, todo iba bien.

En el año 2012, Bogotá estrenaba alcalde y recordaba con horror al responsable del Carrusel de la contratación. Bienvenido Gustavo Petro y adiós a Samuel Moreno. El Sistema Integrado de Transporte estaba en marcha y los operadores comenzaban a hacerse cargo. Pero dos de ellos, Egobus y Coobus, nacieron quebrados y ni siquiera pudieron entrar en funcionamiento. Cuatro mil propietarios quedaron volando y el 35 por ciento de las rutas, a su vez, quedaron sin buses que las cubrieran. “Eran proyectos sustentados en utopías que no habían sido estudiados con rigor. Si bien se trataba de una negociación entre privados, el distrito estaba en el medio por haber otorgado las licitaciones y tenía que haber sido garante en el cumplimiento de ambas partes”, dice Jimmy Zuleta, gerente de Este es mi bus.

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Los buses viejos que iban a chatarrizarse volvieron a rodar por las calles con un letrero blanco que decía ‘SIPT Provisional’. Recibían dinero en efectivo y no tenían paraderos asignados. Eras los buses de siempre, funcionando como siempre.

Estalló la crisis. Nadie le daba razón a los propietarios y mucho menos les pagaba lo prometido. En Perdomo, Fontibón y Suba Centro los usuarios se movilizaban en carros piratas o pasaban horas enteras esperando en los paraderos. Ciento treinta y seis rutas quedaron sin servicio y la alcaldía tuvo que improvisar. Los buses viejos que iban a chatarrizarse volvieron a rodar por las calles con un letrero blanco que decía ‘SIPT Provisional’. Recibían dinero en efectivo y no tenían paraderos asignados. Eras los buses de siempre, funcionando como siempre.

Que era solo una medida de emergencia, repetía la Secretaría de Movilidad. Que iba a ser por ocho meses, decía el alcalde. Han pasado cinco años, los buses provisionales siguen en circulación y los problemas son cada día más. De los siete operadores que seguían trabajando, tres no pudieron cumplir con los pagos y se declararon en ley de insolvencia. Están quebrados. Los cuatro que quedan, van por el mismo camino. “En cualquier momento nos ganan los gastos porque el distrito nos incumple los acuerdos y nos cambia las reglas del juego todo el tiempo”, dice Jimmy Zuleta.

Por acuerdos se refiere a dos cosas: a una sola tarjeta para todo el sistema y a patios y talleres para los vehículos. Ninguna se ha cumplido según lo presupuestado. Hasta hace muy poco, el SITP seguían funcionando con tres tarjetas diferentes: una roja, una azul y una Tu llave. De patios y talleres todavía no hay nada.

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"Los que quedamos estamos con el agua al cuello", sigue Zuleta. "A los pequeños propietarios les prometieron indemnizaciones que no han visto y la gente espera tanto en los paraderos que prefiere irse a pie. Ahora, que van sacar los provisionales, Transmilenio dice que tiene todo arreglado, pero con tantos incumplimientos, ¿quién les cree?".

Foto: Sebastián Comba | VICE Colombia

Yo solo quiero que me paguen mis carros para irme vivir al campo, —se queja Álvaro Fonseca—. Es que dígame, de verdad, ¿qué más va a hacer aquí alguien como yo? Para Bogotá me vine jovencito, con 19 años y recién acabado de salir del ejercito. Soy de Paipa, Boyacá, y llegué como llegamos todos: sin nada en los bolsillos y buscando qué hacer. Comencé trabajando de celador y luego entré como ayudante a un taller de mecánica. Conmigo llegaron también tres de mis hermanos y juntos fuimos aprendiendo el oficio. Entendiendo de buses y carros. De frenos y suspensiones.

Eso fue en 1992. Al año siguiente, montamos nuestro propio taller en el barrio San Francisco. Éramos muchachos trabajadores y nos comenzó a ir bien. Atendiendo buses y busetas alcanzamos a tener hasta 17 mecánicos contratados y al rato, pudimos abrirle sucursal al negocio: otro taller en Suba. Como ahora estábamos en el norte y en el sur, nos separamos. Dos hermanos se fueron para el local nuevo y yo me quedé en San Francisco con mi hermano Hernán.

Un día, Hernán y yo nos encontramos un bus dañado y medio abandonado. Que lo daba barato, nos dijo el dueño. Le dimos vueltas al asunto, echamos números con calculadora en mano y se lo compramos. Lo arreglamos, lo pintamos y lo pusimos a trabajar. ¡Despegamos! Luego nos hicimos a otro y a otro y otro y así hasta que tuvimos seis. Cumplíamos la antigua ruta Sur-Centro: Juan José Rondón, Candelaria La Nueva, Boyacá, Calle 13 y Centro. Fueron buenos tiempos. Éramos los administradores, los mecánicos, los jefes, los empleados, los de los tintos. Todo al tiempo. Le sacábamos 250.000 pesos diarios a cada bus y con eso le pagábamos al conductor, poníamos gasolina, hacíamos mantenimiento y vivíamos nosotros. No me puedo quejar, nos alcanzaba para todo.

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Luego pasó lo del SITP y quedamos embalados.

En Este es mi bus me aceptaron los dos carros más nuevos, los que eran modelo 2010 y 2011. Se los llevaron y mal que bien me han pagado lo que prometieron. A los otros cuatro logré meterlos como provisionales cuando pasó lo de Egobús y Coobus. Y ahí los tuve hasta que en mayo de 2016 cumplieron 20 años y me quitaron la licencia de circulación. Supuestamente el distrito me los va a comprar para chatarra, pero sigo esperando. Los tengo parqueados en una bodega, en El Inglés, ahí en el Quiroga, desde hace dos años. Los oxida el agua y se los traga el abandono.

Una vez, desesperado porque me iban a embargar los bancos y me estaban ahorcando las deudas, saqué uno de los buses. ¡No se imagina lo caro que me salió el chiste! Dos comparendos de 380.000 pesos, uno administrativo y otro para el conductor, más un millón largo por sacar el carro de los patios. ¡Y todavía me falta una multa de 7 millones que está en proceso! Mire usted, los buses del SITP viven dañados, estrellados y hasta mal parqueados. Y ni le cuento de todos los que tienen más de 20 años. Pero ahí sí nadie dice nada.

Yo, de verdad, sólo quiero que me paguen mis carros para irme al campo.

Foto: Sebastián Comba | VICE Colombia

Son casi las tres de la tarde y en San Francisco, Ciudad Bolívar, la lluvia comienza a ceder. De quienes estaban antes en la parada del SITP quedan dos mujeres que van para el norte, un hombre perdido entre sus audífonos y una abuela con su nieto. Alfredo, después de 30 minutos prefirió irse caminando y Mariela hace poco logró montarse en un bus lleno a reventar.

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"Yo no le creo al alcalde", dice la abuela, se llama Rosa. "Los del SITP son buses de nadie. Mi marido, que en paz descanse, tenía dos busetas y de ahí comíamos todos. Mi hermano y mi cuñado las manejaban, yo les servía de ayudante y mi hijo les hacía el mantenimiento. El sistema antiguo funcionaba porque nosotros mismos estábamos ahí. Estos carros de Transmilenio son carros sin dueño. Los administra gente de corbata que no sabe ni cambiar un bujía, que delega todo y termina robándose la plata".

De la lluvia de las dos sólo queda una llovizna. Que no se confían, dicen todos, que ahorita vuelve todavía con más fuerza. Un 11-3 aparece en el paradero. Quienes escampaban salen de sus escondites y se empujan para subir de primeros. Rosa no se mueve. Aprieta a su nieto contra las piernas para que no se lo lleve la estampida y mira el reloj: 3:17p. m.

Foto: Sebastián Comba | VICE Colombia

"Va muy lleno", dice. "Como salí temprano y no tengo afán, puedo esperar otra media hora".

@LauraGalindoM