Justin Bieber is my nigga: Apuntes sobre su relación con la negritud
Imagen principal vía Facebook Oficial de Justin Bieber

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Música

Justin Bieber is my nigga: Apuntes sobre su relación con la negritud

La apropiación cultural es súper lo de hoy. Y lo de ayer, y lo de antier, y lo de antes de antier...

Justin Bieber es el artista varón de pop más grande de nuestra época. Su fama global es como la Beatlemanía pero en esteroides. Como el culto a Michael Jackson pero sin vitiligo. Es tan apabullante y globalizada su base de fans, que probablemente sea el culto más extendido en la historia universal de las religiones. Justin es un artista blanco, canadiense, que se viste, canta, y aparentemente muchas veces también actúa, como si fuera un joven negro, estadounidense, y privado de sus derechos. Poder aprovecharse de esta ambigüedad es lo que le ha permitido construir un imperio valuado en más de 200 millones de dólares a sus 22 años y ser esta figura tan ubicua de nuestra cultura globalizada.

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A lo largo de su carrera, Justin ha tenido una relación cercana con muchos artistas afro-estadounidenses, comenzando por haber sido descubierto por Usher. Tiene colaboraciones con todos, desde Boyz II Men, hasta Chance The Rapper, pasando por Lil Wayne, Busta Rhymes o Nicki Minaj y un largo etcétera; y dio un claro paso de ser un tierno pre adolescente que cantaba pop suave a ser un joven adulto que canta R&B. De ser un fenómeno de YouTube a ser parte del Money Team; de tener un feat. con Ludacris a querer formar parte de los cyphers en los BET Awards (pero DJ Premier no quiso "ensuciar" su marca con el blanquito canadiense); a su favor hay que decir que Justin rapea.

¿Cómo logró ser un epítome del cool blanco multimillonario y con actitud de no me importa? En muchos sentidos, pareciera que esa ha sido su manera de lidiar con la fama: la barrera del coolness le ha permitido continuar evolucionando como persona en un mundo donde es más conocido que Jesucristo —y que los Beatles. Probablemente es más famoso que Los Simpsons. Esa apropiación política de su cuerpo a través de "poner cara de mamón" es el gesto último de su superficialidad negra, o por conveniencia. Existe una recompensa en apropiarse de una imagen y un estilo musical negros; a nivel social, artístico y económico. En nuestro imaginario, Justin es un mejor artista y más honesto desde que es un chico rebelde que pone cara de mamón en las fotos.

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El loop del pop

Como muchas cosas en Estados Unidos, la historia de su música popular ha sido un laboratorio de políticas del color de la piel y un reflejo de esta obsesión que ha definido su historia social. Uno de los mitos fundacionales de esta tradición es el del músico blanco que se apropia de una expresión y una artesanía africanas y las vuelve un artículo de consumo para una audiencia que se ve a sí misma como europea, independientemente de si tiene la tez clara o no, pero claro, siendo ese el factor más relevante. Es el clásico argumento de que los Beatles terminaron con el rock n' roll. Según este razonamiento, el rock tiene su origen en la música afro-estadounidense, y evolucionó del blues y el R&B a través de Little Richard y Ray Charles, luego pasó a James Brown y Aretha Franklin y después a Parliament/Funkadelic, para rematar con Grandmaster Flash. Cuando los Beatles comenzaron a hacer covers de Chuck Berry y Carl Perkins, el estilo era perfectamente arcaico y su contribución fue más bien otro modo de segregación social (una resegregación) a través de las listas de popularidad; y una forma de distraer a las juventudes de tez clara de las grandes innovaciones artísticas de los maestros del soul.

En esta visión, el primer músico blanco como los Beatles fue Paul Whiteman, quien es el líder de banda más importante que hubo el siglo pasado, al frente de la orquesta por la cual los años veinte son conocidos como 'The Jazz Age': la Paul Whiteman Orchestra. Al igual que los Beatles con el rock, Whiteman fue el responsable de que el jazz fuera apreciado como música seria, gracias a que comisionó a George Gershwin la composición de "Rhapsody In Blue", que a la fecha sigue siendo la única pieza de jazz que soportan muchos consumidores de música clásica.

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La diferencia con Bieber, en esta ecuación, es que Bieber todavía no nos entrega una obra maestra musical con una clara forma afro-estadounidense. Podríamos considerar más correcto el caso de Eminem, quien para muchos es el mejor rapero que ha habido. Y claro, si no fuera porque es blanco, no hubiera podido insultar a tanta gente, a la par que influenció a una generación de raperos fuera de Estados Unidos y se hizo rico. Pero Eminem no es la figura dominante de nuestra cultura. Es elocuente de la época en la que vivimos, que Justin sea el primero de estos artistas que también es un fenómeno de YouTube, como Wendy Sulca o la caída de Edgar. El elemento de viralidad es intrínseco a su marca.

El hip hop y el cool

Después de los años ochenta, este esquema tradicional de apropiación cultural cambió drásticamente, por dos motivos que están conectados: uno fue las llamadas Reagonomics, un sistema económico que significó más armas circulando en barrios marginados, menos presupuesto para infraestructura y programas sociales, y el fracaso rotundo por dar continuidad a lo que quedara de la lucha por los derechos civiles; y el otro es el hip hop.

Bakari Kitwana acuñó en 2003 el término Hip Hop Generation para referirse a las personas afro-estadounidenses que nacieron entre 1965 y 1984, la primera generación que nació en Estados Unidos sin leyes de segregación racial. Sus aportaciones culturales han sido tan importantes que redefinieron el panorama de la cultura popular y la manera en cómo nos vemos y pensamos a nosotros mismos. El hip hop es el globalizador orgánico: una estética y una expresión artística homogéneas y esparcidas en todas las culturas del mundo, que ha permeado todas las industrias culturales y ha dejado una huella indeleble en las disciplinas artísticas de nuestra época. Una de sus más importantes herencias es que transformó la narrativa de este mito de apropiación de un arte negro por artistas blancos. Volvió mucho más borrosas las fronteras entre la tez clara y la tez morena (a nivel simbólico, pues en la realidad sólo ha seguido en ascenso la opresión racial). En general, ha ayudado a borrar etiquetas de color, nacionalidad o género. Ha propiciado que ahora nos pensemos más en términos de ricos y pobres, y no tanto de color o nacionalidad. Es la estética del neoliberalismo.

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Lo que permitió el hip hop fue que los blancos pudieran, finalmente y después de muchos intentos, cruzar la barrera del cool y poder ser parte de esa rebeldía y esa maldad, esa sabiduría callejera, street knowledge, que se le ha llamado hip, style, cool y recientemente (aunque Justin dice que ya no lo usa, porque duh), swag. Una de las características más importantes de la figura del varón joven y negro en Estados Unidos, es encarnar el estereotipo del otro. Es el esclavo que puede en cualquier momento rebelarse y matar al amo. Y por eso es, tradicionalmente, el individuo de esta sociedad que más ha sido oprimido, y también el que más impone con su presencia. Se le observa, y él es consciente de que su manera de hablar, de vestir, de caminar, es una postura política —tal vez no siempre de resistencia, pero sí siempre un discurso de códigos cerrados, que se vigila sistemáticamente, y siempre está en una frontera borrosa. El cuerpo y el look como instrumentos de lucha.

Questlove tiene unos ensayos que publicó en Vulture en 2014 donde explica de manera puntual este fracaso del hip hop por darle continuidad a la agenda del movimiento de los derechos civiles y, como muchos otros antes que él, habla puntualmente sobre el cool. Según su teoría, el hip hop terminó con esta economía: Hizo que lo negro dejara de ser cool. Que se volviera parte del establishment. Una de las características necesarias para que funcione el cool como exotismo es su carácter de inalcanzable y marginal. El hip hop hizo que la rebeldía negra se pusiera al centro de la conversación pública. En última instancia, abrió las puertas para que Barack Obama fuera presidente.

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El hip hop no sólo es la estética dominante del neoliberalismo y el uniforme para cientos de millones de adolescentes alrededor del mundo que viven en un mundo de códigos globales y decididamente estadounidenses, sino que es un arte íntimamente ligado a los usos sociales de la tecnología. Este mundo globalizado hiperconectado, urbano y andrógino, es el mundo post hip hop. Si la generación hip hop estuvo definida por el crack, las pandillas, y el gangsta rap, la generación post hip hop es también una generación post racial, definida por algoritmos y viralidad y es vendida como un producto amigable para todos —es decir, definida por gustos y estilos "culturales" (a diferencia de gustos y estilos segregados). Este nuevo paradigma ha permitido a managers, ejecutivos, periodistas y agencias, etiquetar y vender como negros, artistas blancos, sin las desventajas económicas de la carga racial. Porque, de nuevo, es un esquema que ha ayudado a pensarnos en términos de dinero.

Y Justin Bieber es el más importante ejemplo de este fenómeno. Justin Bieber es el gran artista post generación hip hop. La serie Atlanta de Donald Glover, por ejemplo, no hubiera sido posible sin Justin Bieber. Para quienes no la conozcan, esta serie es la aportación más relevante del hip hop contemporáneo (además de To Pimp A Butterfly) a un diálogo público sobre color de la piel, la industria musical, y lo que significa, en general, ser negro en Estados Unidos. Uno de sus episodios más celebrados se llama "The Black Justin Bieber" y retrata a un joven rapero negro al que le está permitido hacer lo que quiera (como si fuera un artista blanco). Justin encarna el estereotipo actual de coolness sin peligro alguno: le habla a un grupo de individuos cuyo referente de rap es, legítimamente, Iggy Azalea. Es una idiosincrasia mental nueva, donde no importa que Justin tenga que verse en el espejo constantemente para recordar que no es negro. Una idiosincrasia mental sin memoria, que vive en Internet y que piensa en tiempo real. Hace sentido que Justin sea uno de sus santos patronos.

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¿Está bien o está mal?

La diferencia entre Bieber y los Beatles y Paul Whiteman, es doble: Justin es el artista blanco que más ha capitalizado su apropiación de un modo de vestir, actuar y cantar negro, probablemente en la historia de las apropiaciones. Bieber hizo 56 millones de dólares el año pasado nada más. Pero ningún artista antes de él había moldeado tan meticulosamente su imagen a lo que él entiende como una versión afro-estadounidense de su masculinidad. La cuestión aquí es que Justin no ha estado dispuesto a ceder en su privilegio como varón blanco primermundista. A diferencia de Whiteman, los Beatles, o en su defecto, Eminem, Bieber no parece tener una idea clara de cuál es su rol en esa tradición (sin meter a la ecuación su fama mundial y el ejército de bielibers). Lo que a todos nos queda claro, es que ni Usher ni Chris Brown ni Trey Songz, es más, ni siquiera The Weeknd, hubieran podido ascender a una fama mundial, ni a una ganancia neta, tan grande, en tan poco tiempo. Como lo dijimos arriba: Bieber es negro sólo en la superficie, o por conveniencia. Aunque el mundo sea post racial, no deja de haber una gran recompensa en apropiarse de una imagen y un estilo musical negros, siendo blanco, joven, con buen rostro y voz entonada.

No sabemos si está mal o está bien. Tal vez, incluso, suena raro plantearlo en esos términos. El tema es complejo y nos involucra a todos, así que es difícil hacer juicios definitivos. La idea es generar una diversidad de opiniones sobre el tema. Pero no hay inocencia en nada de esto, yo disfruto mucho de la imagen y la música de Bieber. Sólo queda por fecharse realmente su responsabilidad histórica: a sus 22 años el cúmulo de experiencias que ha tenido lo han obligado a ser, aparentemente, un tipo retraído, seco y cortante y reservado totalmente. Ya veremos si sigue evolucionando hacia un Britney meltdown, o hacia una figura de patriarca del pop altruista, y que sabe usar su privilegio para denunciar y luchar por causas sociales que, irónicamente, en su caso son las misas que lo empoderaron.

Justin Bieber se presenta este 18, 19 y 21 de febrero en el Foro Sol de la Ciudad de México. Compra tus boletos aquí.