Sobre el estilo ruso: la rebeldía estética del hockey soviético
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Jogo Bonito sobre hielo

Sobre el estilo ruso: la rebeldía estética del hockey soviético

Comillas. Un chico alguna vez besó a Sofía Loren. Y durante toda su vida recordó y contó que besó a Sofía Loren. Pero, ¿Sofía Loren? Ella no tenía ni idea de quién era, lo olvidó, ni se acordaba. Comillas.

Esa historia, apócrifa y ejemplar, la cuenta un periodista ruso al que le preguntan sobre la vez que el equipo ruso de hockey sobre hielo perdió contra un grupo de estadounidenses bastante menos talentosos. Sucedió en los Juegos Olímpicos de invierno de Lake Placid, NY en 1980, y a este lado del meridiano de Greenwich se le conoce como el "Milagro sobre el hielo". Hasta Kurt Russell hizo de Herb Brooks, el entrenador gringo en 2004. Escribí que perdimos, responde el periodista al entrevistador. Nada más. No hace aspavientos. Para los rusos, nos quiere dar a entender, hay niveles. Que haya calado poco, que haya sido una mínima derrota está a debate: famoso era lo fastidioso del sistema soviético –contado por los protagonistas mismos– cuando se topaban con algún contratiempo, ya no digamos perder contra el demonio capitalista encarnado en veinte jóvenes jugadores inexpertos.

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En lo que el periodista ruso tiene toda la razón es en el hecho de que hay niveles. El equipo rojo era una máquina de victorias y dominio.

Pero esto es hockey sobre hielo y México es un país por debajo del paralelo 33. Nieve solo de vez en cuando y menos pistas de hielo en todo el territorio nacional que las que hay en villorrio canadiense. Simplifiquemos, entonces: Holanda, en el futbol, ha sido naranja y fue mecánica durante los setentas. Desmontó las convicciones del deporte y las reacomodó radicalmente. Así pues: la Unión Soviética, en el hockey sobre hielo, era roja y fue una máquina. Desmontó las convicciones del deporte y las reacomodó radicalmente. La diferencia, quizá entre las dos naciones, es que Holanda fue un fantástico segundo lugar y la URSS se cansó de ganar todo campeonato en el que se presentaba. Por lo demás, son historias similares; estrellas, perplejidad de los rivales, iconografía que con el paso del tiempo se ve más espectacular, y, claro, un gurú en la banca. Holanda tuvo a Rinus Michaels; el imperio soviético a Anatoli Tarasov.

Un hombre regordete, mofletudo, de voz grave y maneras afectuosas, Tarasov bien podría ser el actor que interpreta al tío trágico, bonachón y alcohólico en un drama familiar. Lo suyo no era la bebida, sin embargo. Designado por Stalin para organizar un equipo de hockey sobre hielo en el Club del Ejército Rojo, el CSKA de Moscú, Tarasov hizo mucho más.

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Observador excéntrico, un erudito, un curioso, un dogmático de la permeabilidad de las materias, del intercambio entre disciplinas: Tarasov hizo del hockey una de las bellas artes.

Y lo hizo, hay que recordar, en un contexto en el que justamente la tendencia a la excentricidad era no solo sospechosa sino penada. Más que la búsqueda peculiar e individual, el contexto soviético procuraba apego a las regulaciones, a los designios de la pirámide burocrática. Tarasov, de ser artista plástico o poeta, habría terminado en Siberia. Era, para suerte suya y del futuro del deporte del disco de hule vulcanizado, un empleado del Estado. Un artista dentro de la barriga de la ballena estatal.

Según el pietaje que circula en internet, los métodos Tarasov eran heterodoxos y pródigos en maromeras sobre el hielo. Desde pequeños los potenciales reclutas giran sobre el hielo y miran como el tío Tarasov los anima a gritos a sonreír mientras se esfuerzan. La reinvención del juego coincide, en cierto modo, con la reinvención que Rinus Michaels practicó sobre los céspedes de Holanda: el caso era un re entendimiento de la gramática del asunto.

Si tomamos a las reglas del deporte como la sintaxis que gobierna lo que sucede dentro de la cancha, entonces los distintos estilos de juego serán la gramática de los lenguajes del hockey, o del futbol para el caso. Hasta antes de Tarasov la gramática aceptada dictaba que el triunfo estaba en darle al talentoso el disco, acompañarlo en sus fintas, recuperarlo si lo perdía, y servir de pared o anotador después de su jugada. Una prosa más bien monótona, más bien repetitiva: efectiva, eso sí, pero machacona.

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Lo que Tarasov hizo, heterodoxo y curioso, iconoclasta y excéntrico, fue ha descubrir que la partícula, el objeto directo, el núcleo de la frase, la acción substantivada, el centro estaba en el acto de transferir el puck de un compañero a otro. El pase. El pase es la unidad básica, el pase es el centro de esta gramática gélida y veloz. Y para darle más herramientas comunicativas a los suyos, el tío Tarasov se informó a su manera.

Aprovechó la cercanía de los ajedrecistas seleccionados, que compartían campus con los jugadores de hockey, y la facilidad para acudir a los ensayos de ballet para importar sin arancel ideológico de aquellas prácticas: movimientos libres, extremidades flexibles, calistenias espasmodicas y un juego posiciónal que casi podría llamarse tiki-taka-antes-del-tiki-taka-en-un-deporte-que-no-es-el-del-tiki-taka.

Y el resultado fue evidente. Disfruten este compendio de interjecciones, este volumen, parte de las Obras Completas del tio Tarasov. (No se dejen distraer por la ominosa música de acompañamiento)

Tan evidente fue el resultado que cuando Tarasov cayó de la gracia del Sistema, cuando lo fueron marginando poco a poco, su sucesor, Viktor Tikhonov, siguió por usando el mismo léxico. Mucho menos afable que el tío Tarasov, Tikhonov era un dictador empoderado por el Sistema, un general del ejército que moldeaba a sus reclutas once meses al año en un encierro casi monacal. Fueron los alumnos de este último, y no los de Tarasov, los que por fin llevaron el estilo ruso a la NHL. El primero oficialmente es Sergei Priakin, pero ya estaban apalabrados Slava Fetisov, e Igor Larionov. Con la perestroika llegan muchos más y dan la forma actual al deporte de los patines.

Tan evidente fue el resultado que, en este hemisferio, Estados Unidos y Canadá cuentan con orgullo patriotero de la vez que derrotaron a los soviéticos. Sí, la vez. Porque los soviéticos ganaban casi siempre.