Luchitooooo
Todas las ilustraciones de Tomás Ives

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Especial de ficción

Luchitooooo

Este cuento forma parte de nuestro Especial de Ficción 2016, dedicado a la literatura de América Latina.

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Todas las ilustraciones de Tomás Ives.

Soñé que caminaba hacia el escritorio y que andaba tranquila porque la trama, los datos y esbozos de una novela estaban tan planificados que solo me bastaría sentarme a transcribirlos. Desperté molesta porque hurgando lo más meditado, y entrecerrando ojos inclusive, no encontré el mínimo indicio de una historia. Y bueno, ya ha pasado un tiempo desde que no escribo nada, pensé, por qué amargarme ahora que había dejado de hacerlo. Pasaba que el trapeador estaba tan sucio que la simple idea de lavarlo a mano me repugnaba, pero había que tomar en cuenta que alguna pendejada había pasado en las cañerías, y que de todos los lavabos estaba goteando un espeso grumo entre café y rojo, que durante toda la noche a placer formó unos asquerosos laguitos que no sé si queriendo o sin querer pisé al despertar, descorazonada por mi sueño, insisto: no sé si quise pisar o no, y eso es un sentimiento dulce que provoca en mí la posibilidad de hacer o decir algo que sé que súbitamente me perjudicará y no a la larga, el juego promueve el desastre al instante. Ejemplo: mi novio, en las conversaciones, tiene una intolerancia exagerada a cualquier comentario inapropiado sobre su familia, no me refiero a insultos ni a nada malo, sino a  algo así  como: "mi amor, tu hermana se está poniendo gordita", o: "tu mamá tiene muy mal genio no?". El pobre individuo se sulfura, comienza con un tic en la mano, sus dedos se mueven involuntariamente de arriba hacia abajo, en un intento de (supongo) levantarme la mano, después un furor rojo, no miento, rojo que se eleva desde su cintura hasta su frente, (sé que viene desde la cintura porque se puede ver la coloración paulatina  desde el triángulo de la camisa que deja abierto hasta la parte baja del esternón con la intención de mostrar los cinco pelos a lo sumo que adornan su pecho pálido que deja de ser pálido por mis supuestas imprudencias, y eso no es nada, después viene el levantamiento de su cuerpo rígido, se pone de pie, las manos en la cintura, me mira directamente a los ojos que están más blancos que nunca, (seguramente por el contraste con la piel roja) y más o menos luego de entre quince y veintiún segundos le cambia la voz, y con ella dice dos o tres cosas que me duelen y hieren tanto que termino llorando, lanzando algo y, por último, corriendo y tirando cualquier puerta, ganando protagonismo, acudiendo a mi víctima, mi victimez, mi amiga infalible, la que a veces tengo que forzar más de la máquina.

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Entonces sí, probablemente sí quise pisar la porquería esta mañana y fue porque: 1.- Me dolió lo de la no-escritura, 2.- Me fastidió despertar, 3.- Me cabreó a morir lo de las cañerías en una casa recién arrendada o 4.- Quería hacerme la víctima para no tener que limpiar la inmundicia, 5.-Todas las razones anteriores me dieron el empujoncito para pisar ese ungüento que después de tres horas sigue fastidiándome, y lo más probable es que me crezca un hongo que tendré que eliminar con esos tratamientos de 7 días o más, y que gracias a mi inconstancia, no voy a cumplir, así que no me va a quedar más que hacerme a la idea de vivir con un hongo en el pie.

Pronta a llamar a algún plomero, descubro que me han cortado la línea telefónica por falta de pago,  mi vida cada vez apesta un poquito más en tan poco tiempo, van siendo dos horas y las cosas parecen estar determinadas a salirme mal, por lo que presiento que este día debería ser tomado con la mayor calma posible, con pinzas como dice mi mamita, con pinzas…

No me quería recostar porque entró en mí el pánico de los gérmenes, no lo había vivido antes, es más, siempre me burlé de la gente obsesiva con los gérmenes, sí, ¡me burlé! Ahora estoy acá tratando de burlarme de mí misma y no puedo porque estoy condicionada en muchas situaciones, decido entonces marcar una media con una equis, esa será mi media hongo, así podré realizar mis asuntos sin contagiar nada, un marcador negro permanente, con el que rotulaba mis discos pirateados, los buenos discos que ya no escucho porque la obsesión es mi desolación, cuando algo me gusta mucho deliberadamente me apasiono y me entrego con tanto amor, que en poco tiempo termina (como los grandes amores) con decepción y cansancio, un poco harta y sin el menor interés.  Así que está terminantemente decidido que no me guste mucho nada, para no tener que pasar por el mal rato del quiebre final. Sí, me he vuelto medio parca, pero también he ganado miles de posibilidades, descubrí que cuando algo no te gusta mucho le da espacio por lo menos a unas cuatro cosas de que te gusten más o menos o un poco.  ¿Mediocre? No. ¿Sabia? Tampoco. ¿Cómoda? Quizás.

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Con mi media marcada, pantuflas y un rompevientos negro, grande y bañado en la colonia de mi enamorado, sobre la pijama rosada con blanco que me regaló mi madre diciéndome que si realmente necesito reavivar la pasión la use. Salí a buscar un plomero, no a buscarlo propiamente, sino a preguntarle a la amable viejita de la tienda si es que sabe de alguno por el barrio y que me ayude llamándolo porque la casa se me inunda con mierda y sangre, a lo que la amable viejita me contestó que su marido era un excelente plomero y que no me preocupara, que ella lo llama en ese instante, que espere.

"LUCHITOOOOO", gritó la señora mientras caminaba tan agachada que hacía que sus senos pasen una limpiadita por el piso. "LUCHITOOOOO", seguía gritando mientras se alejaba a paso de caracol, tortuga o babosa. Más o menos una hora después (sin exagerar) llegó el famoso Luchitooooo. Más doblado que ella, pero sin senos, era un viejito flaquísimo, se le veían las costillas amenazantes por debajo de la camisa transparente, de esas que usan en la costa, guayabera, sí, eso mismo, me saludó muy educado el señor, entre tierno y seductor, entre niño y galán, difícil de explicar, pero resumo mi sensación: asquerosa ternura. El camino de regreso fue impresionante, hay que tomar en cuenta que la tienda está exactamente a una cuadra de mi casa, el edificio donde vivo está a un extremo y la tienda al otro. Calculando, a paso lento uno puede hacer desde tres minutos hasta seis, contando ciertas distracciones, el viento o algún mal en las piernas… con el Luchitoooo el paseo duró 48 minutos, lo sé porque no dejaba de ver al reloj ante mi preocupación por ver una novela que me tiene enganchada (no me gusta mucho, solo un poco) hoy es la continuación del capítulo de la semana pasada, y estaba por comenzar, y sí, entendí que el viejito necesitaba que yo llevara la caja de herramientas, entendí que tenía que sujetarse de mi brazo para caminar, pero lo que no entendí fue que con la mano que le quedaba libre me agarrara el trasero y me lo rasguñara (tenía las uñas bien largas), pero no me importó, era necesario llegar ya, arreglar el problema de las cañerías y ver el programa, la limpiada sería después, ya me las arreglaría, podría pedirle a la esposa de Luchitooooo que viniera a limpiar con sus senos gigantes ya que de todas maneras los arrastra por todas partes, me reí y él me rasguñó más la nalga. No vamos a llegar nunca, pensé…

Finalmente en casa, le explico el problema al viejito, le ruego que lo arregle y me marcho a mi habitación a ver si es que puedo ver el final de la novela. En el camino me encuentro con más laguitos café-rojo que no estaban antes, ¿o sí? Quizás no los vi antes, salto uno, esquivo otro, y ya, estoy recostada con mi media hongo viendo los adelantos del próximo capítulo, y no me sorprende, pinzas hijita, con pinzas… tampoco me molesto, me quedo dormida ya que no me queda más.  Cuando despierto, siento un calorcito que me abraza, pero con él un olor espantoso que me aruña, es real, es Luchitooooo con sus uñas largas abrazándome, está junto a mí, en mi cama, creo que amaga estar dormido el viejo cabrón, y con un grito lo "despierto", él finge demencia, dice que no sabe dónde está, a empujones lo saco de la casa, y por la ventana lanzo la caja de herramientas que al golpearse contra el piso se abre y esparce el contenido por todas partes, seguro alguien lo ayuda, cierro la ventana y claro, tenía que pisar con el otro pie uno de los laguitos de mierda sangrante, así que acudo al marcador y ya tengo dos medias X que ojala no contagien los hongos a ninguna otra parte de mi cuerpo, pienso en los hongos genitales y casi vomito sobre uno de los laguitos, cada vez veo más, no, me equivoco, no son más, son más grandes, ocupan más lugares de la casa, me imagino que debe ser como cuando se formó la tierra pero al revés, la pangea se está formando en mi casa y lo más interesante es que no puedo hacer nada al respecto. En los delgadísimos espacios vacíos de pangea me transporto en puntillas hacia la cocina para ver si cerrando la llave de paso consigo algo (no lo creo) y de paso a ver si me puedo preparar un cafecito, ya que no he podido ni desayunar y me suena la barriga del hambre, ¿o serán los hongos? Vuelvo a reír y me rasguño la nalga para recordar a Luchitooooo. Me pongo en cuclillas y echo un vistazo, cierro la llave de paso que está debajo del lavaplatos con un montón de platos no lavados, acumulados y ya manchados con la nueva masa huésped, ¿cómo subió hasta ahí?, me pregunto. Prendo la cocina, pongo el agua, agrego una cucharada de café instantáneo y otra de azúcar en una taza a la espera de que pite la pava, y una picazón me descontrola y me lleva a encontrar un sarpullido en mis pantorrillas que sé que sube del hongo de la pangea de mierda pisada ¡ME CAGUÉ!, grito, y empiezo a correr en círculos pisando los laguitos ya sin pudor, y puedo sentir como me vuelvo parte de esta magnífica bola de mierda sangrante, soy tan parte de ella que para este punto suerte he perdido el olfato y finalmente he conseguido esas ganitas cosquillosas de escribir.

Silvia Stornaiolo (Quito, Ecuador) ha publicado, entre otros libros, la novelas Tanta joroba (2011) y Tenga (2012), ambas en Skeletra, y el volumen de cuentos Funda Mental (Casa de la Cultura Ecuatoriana, 2014).