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Throwback Thursday: Selena y el basquetbol en la frontera

Hace 21 años, entre retas, clavas y anotaciones en una cancha de basquetbol de la frontera nos enteramos de la muerte de la reina del 'Tex-Mex'
Foto: ID

El 31 de marzo cumple años uno de mis hermanos. En 1995, esa fecha cayó en viernes, y fiel a mi tradición de niño fronterizo de doce años, terminaba la escuela y comenzábamos nuestras brutales tardeadas de basquetbol sobre concreto y debajo de ese sol áspero que genera en las primaveras el seco ambiente desértico por el cual es conocida la frontera tejana entre México y Estados Unidos. El eco del balón que botábamos de un lado al otro era lo único que se escuchaba además de nuestras voces gritando instrucciones, lamentaciones por no haber encestado y una que otra risa adolescente entre las posibles burlas, o bien, la carrilla sana como le decíamos antes de que el término bullyng llegara a arruinar parte de nuestra lengua, entre otras cosas.

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La gente estaba resguardada bajo sus techos, tomando vasos fríos con hielos que decoraban soda de diferentes colores y contrastando el clima natural con la exageración de los aires acondicionados. Nosotros chocábamos cuerpos, buscábamos el rebote, la pantalla, el tiro, y las gotas del sudor se deslizaban por los brazos y el rostro hasta salpicar el concreto. En cuestión de segundos la marca de humedad desaparecía, evaporada por el calor como cualquier sensación de frescura que traía momentáneamente alguna nube que tanto escaseaba y que tapara el sol algunos segundos, como burlándose de nuestra esperanza de que refrescaría la tarde. No importaba, nosotros seguíamos jugando. Excepto que llegó corriendo un conocido por la banqueta. Puso las manos sobre la reja que rodeaba la cancha y nos gritó: "¡Mataron a Selena güey!". Con la pronunciación siendo Selina porque así se dice en la frontera. El balón cayó, corrimos a la reja para asegurar lo que decía.

Aquel 31 de marzo de 1995, mi hermano cumplía seis años. Selena apenas tenía 23 años. Lo repito, 23 años.

Antes que cantara en inglés, antes que Jennifer Lopez la interpretara en la pantalla grande, antes de ser considerada un ícono internacional de la cultura tejana y Tex-Mex, Selena ya era un ícono para ese región. Sin saberlo estábamos orgullosos de tener a Selena. Mis amigas la admiraban como en otros lados admiraban a Madonna. Sus cuartos estaban decorados de su imagen que en su momento fue causa de muchas críticas por utilizar vestimenta "sugestiva", y se volvió también un ícono sexual contribuyendo a la moda y el estilo en su momento. No había hogar sin un casete o un CD de Selena. No había fecha que la radio tejana no nos recordara de su voz. No había persona que no la identificara, en voz o en imagen, pues justamente Selena englobaba de alguna manera la cultura tejana y Tex-Mex dándole esa voz e imagen que empezaba a escucharse más allá de la región.

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Foto: Wikicommons

Pero la cultura Tex-Mex y tejana rebasa el punto musical y gastronómico —y menciono éste último porque es el que ha causado el mayor impacto en términos de popularidad general. La frontera juega un papel importante en el intercambio de bienes materiales y culturales, y en el deporte no es excepción. El lado mexicano siempre ha absorbido la cultura del deporte estadounidense, y no sólo hablamos de la popularización de deportes como el futbol americano, el basquetbol y por supuesto el beisbol, si no esa obsesión que desarrollan los jóvenes como practicantes, cosa que va evolucionando poco a poco hacia un fanatismo desenfrenado.

Las canchas de basquetbol se llenaban todas las noches. Niños de todas edades le entraban. Habían de once y doce años como yo jugando a lado de otros de 16 o 18, e incluso mucho mayores. No importaba. Todos íbamos por la misma razón. Se alineaban las retas en orden, esperando al ganador para entrar en turno. Tan sólo pasar por las numerosas canchas montadas lado a lado se escuchaba ese intercambio cultural fronterizo mediante el deporte, en este caso el basquet. "Switch", se escucha para señalizar el cambio en la defensa en una pantalla. "I got red", para asegurarle a tus compañeros que estabas marcando al de rojo. "Glass", para avisar que el balón rebotaría contra el tablero antes de caer, y evitar los gritos de chiripa en burla de la canasta.

Normalmente los mexicanos somos los que cruzamos al lado estadounidense por distintas razones, y jugando allá, escuchando los partidos, nos traíamos la jerga de basquetbol. Pero cuando los deportistas están fuera de temporada en los Estados Unidos, muchas veces pasa lo contrario, y los jugadores se cruzan para el lado mexicano para poder seguir activos, ya sea en las retas sobre las canchas o participando en las ligas locales.

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En los veranos de Piedras Negras, Coahuila aparecían los torneos inter-barrios de basquetbol. La inscripción de cada equipo debía asegurar por lo menos tres jugadores con comprobantes de domicilio del barrio para asegurar que sí eran del barrio que representaban. Era una manera muy flexible de asegurar que no habría cachirules. Por supuesto que sólo habrían tres, y los demás los conformaban amigos y conocidos que te encontrabas en las canchas, sin importar del barrio que eran, y por supuesto, también jugadores que venían de Estados Unidos.

Pero el inter-barrio en una frontera tapizada de cholos también significaba que el orgullo y la reputación de los barrios aparecía representada sobre la cancha. Enfrentar a barrios como las de El Pocito rebasaba sólo un partido de basquet. Querías ganar, por supuesto, pero tampoco querías ganar porque seguramente terminaría en un enfrentamiento violento. De hecho, todo el partido de alguna manera en un enfrentamiento violento con avisos claros de intimidación. Codazos, cabezazos, rodillazos, empujones, las faltas no sobraban. Pero El Pocito también jugaba bien, no era que sólo eran agresivos, era un baloncesto agresivo, bastante físico, representando bien lo que sería un torneo inter-barrios.

Habían equipos organizados con entrenadores gritando instrucciones en inglés mientras la mezcla y el intercambio cultural de la frontera seguía dando forma. Los mexicanos también jugaban basquetbol en inglés, en español y en el idioma que sea. El baloncesto en la frontera tejana en los 90 tenía su propio ritmo. Era una de las épocas más importantes con Michael Jordan y aún con "Magic" Johnson y Larry Bird, por no mencionar una larga lista de figuras noventeras de la NBA. La moda cambiaba con los Fab Five de la Universidad de Michigan y los cholos adoptaban esos shorts grandes que colgaban por debajo de las rodillas, calcetas negras y zapatos negros, en una época en la que la imagen de John Stockton era el estándar, y siendo todo lo opuesto: shorts ajustados, tenis blancos y calcetines blancos.

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Los recuerdos del basquetbol en la frontera son generalizados pero ese 31 de marzo no se me olvida. No se me olvida porque cumplía años mi hermano. No se me olvida porque la noticia nos llegó a través de la reja con un grito incrédulo: "¡Mataron a Selena güey!". Volteamos por todos lados para ver quién más andaba en la calle y no resguardada bajo techo del sol para replicar y preguntar si de verdad estaba muerta, si de verdad la habían matado.

No había Internet, no había celulares con noticias inmediatas ni alertas en mensajes. Habían autos con radios y corrimos al más cercano. El sol seguía pegando duro como siempre, el carro lo radiaba que parecía intensificarlo. Seguíamos acalorados del básquet y de la primavera callejera cuando metíamos todos la cabeza al carro para escuchar la radio y la noticia. Las gotas de sudor seguían escurriendo a través de nuestros rostros.

Que habían balaceado a Selena. Que era una amiga, una conocida. Que estaba en el hospital. Que aún estaba viva, pero no pintaba bien.

Decían que Yolanda Saldivar había desarrollado una devoción a Selena que rebasaba la obsesión. Había pasado de ser la presidente del club de fans de la artista, a su amiga, a la gerente de la línea de ropa, y a la asesina.

Pensar en el asesinato de Selena me remite a la cancha de basquetbol de la frontera. Es sencillo señalar que no tiene mucho en común una cosa con la otra, mucho menos si le agrego el cumpleaños de mi hermano a la ecuación. Pero las tres se conjugaron esa tarde y lo hacen inolvidable hoy en día, a 21 años de la muerte de la reina de la música tejana, del Tex-Mex y la consentida de la frontera que le dio voz e imagen a la región.