cartas de amor y orgullo
Ilustración porMar Maremoto
Amor X Vice

Danza para principiantes

Solo quiero ser bailarín, uno cualquiera, para mirarme al espejo y no verte a vos ni a nadie, para verme a mí, nuevo, blando, redefiniendo mi historia.

Siempre quise ser bailarín. Pero más que eso, mucho más que eso, quisiera ser como vos, Gene Kelly. Triple amenaza, pies livianos, percha y sombrero. No sos demasiado alto, demasiado musculoso ni demasiado serio, sos un primer molde. Dicen que los buenos bailarines son los que se anticipan a la música, pero cuando bailás parece que la música se escribe para seguir tu ritmo. La música se inventa cuando vos hacés el paso. 

Publicidad

Mientras mi hermana aprendía danza árabe, gimnasia artística y otros deportes exclusivos de los noventa, yo aprendía a hacer títeres con gomaespuma y a inventar códigos secretos de los que solo yo tenía el diccionario. No es que no quisiera aprender, es que creí que no era lo mío y nadie me dijo lo contrario. Una exnovia se reía porque yo no sé saltar, que no parece una ciencia compleja, pero requiere de un eje de gravedad más alto que el mío. En cambio, yo nadaba. Me encontraba a gusto en otro estado gravitatorio, más permisivo. Pero crecí signado por la historia de origen y la mía era ser el niño enfermizo, y, por lo que leí en ese momento, la mayoría crecía para ser artista, como si la escarlatina o la escoliosis brindaran poderes místicos en la escritura o la pintura. En algún punto no me equivocaba.

El único vínculo que alcancé con la danza fueron el teatro (tengo recuerdos muy vívidos de la primera vez que fui al Colón y perdí la cartera de mi mamá por distraerme viendo el decorado) y el que terminó siendo mi favorito, el cine. Durante muchos años, mi película favorita fue un DVD de todos los videoclips de Los Beatles organizados cronológicamente, y puedo decir que ese fue mi primer musical.

Cuando hacemos el racconto del año fatídico de la primera cuarentena, pienso en Alejandro y Laura. En ese momento Laura y yo todavía no vivíamos juntxs, pero habíamos decidido estar en su casa, solxs, con un patio que nos daba consuelo en vez de mi ventana al pulmón de la manzana. Alejandro, alienado en su trabajo de repuestero en Peugeot y encuarentenado con Capu y Lola, sus gatos enemistados entre sí, se quedó rápido sin pasatiempos. Para no extrañarnos tanto nos veíamos por videollamada todas las noches, hasta que se nos ocurrió ver películas para pasar el tiempo. Así, sin darnos cuenta, empezamos un cineclub que sigue hasta hoy, todas las semanas. En el medio, Ale se fue de Peugeot, de donde nos traía las mejores historias, que parecían inventadas, por ejemplo la de ese compañero que mordía cosas y un día, sin mediar palabra, le arrancó un pedazo de monitor con los dientes. Al mismo tiempo, yo empezaba a probar otros pronombres, uno distinto cada día, hasta que encontráramos el correcto. Me escuchaban hablar durante horas de lo que sentía y esperaban cuando no sabía qué decir. Me hice mi primera faja, compré tres remeras básicas y empecé a planear el proceso mientras intentaba develar el tejido deforme y confuso de la identidad. 

Publicidad

Laura nos enseñó los clásicos, siempre pre cambio de siglo, los buenos, los malos, los culposos que nos hacían reír cuando se suponía que teníamos que tener miedo. Vi por primera vez Doce hombres en pugna, Intriga internacional, Mentiras verdaderas solo por el vestido de Jamie Lee Curtis, La cosa, El club de las primeras esposas, que ahora es de mis favoritas. 

A la fuerza y después de una insistencia que me caracteriza, les mostré mis musicales favoritos. Así les hice entender quién era Barbra Streisand para mí y me dejaron cantar encima de todas las canciones de Funny Girl. Les ablandé los oídos hablando de Judy Garland y Liza Minnelli, los senté a ver el primer acto de La novicia rebelde, que empezaron desentendidos y terminaron desconsolados. Intenté explicarles cómo habían moldeado mi personalidad, mi humor, mi forma de hablar, cantar y mirar el mundo. Y cuando sentimos que habíamos alcanzado cierto grado de conocimiento en el tema, fuimos a lo importante: Cantando bajo la lluvia. Y te miré, Gene Kelly, con un nudo en la garganta. Cada salto, cada giro, cada talón metálico sobre madera hueca me ablandó el cuerpo. Ví algo que ni Liza ni Barbra me habían dado nunca: un cuerpo que quería habitar. Quiero ser bailarín. Quiero ser liviano, no pesar. Te veía y creía que caminabas de puro juego, que tu estado natural era aéreo y bailabas en el piso para distraernos, para darnos una migaja de tu elegancia y tu vuelo, que apenas terminara el número te ibas a aflojar y dejarte llevar por la corriente hasta arriba, muy arriba, hasta desaparecer. Y tan hermoso. Tan impecable. Triple amenaza, pies livianos, percha y sombrero. 

Publicidad

Pero nadie llega hasta ahí arriba tan rápido. Miro frenéticamente tu página en Wikipedia mientras recopilo datos. Antes de cantar bajo la lluvia habías inventado una de las coreografías que te iban a marcar para siempre, el Alter ego de las modelos. Parece una locura que te haya hecho famoso bailar con tu inseguridad. La cosa es que Rita Hayworth no te daba mucha pelota y, volviendo a casa, te encontrabas con tu reflejo en una vidriera. Se burlaba de vos y se batían a duelo de danza. Finalmente ganabas, rompiendo la vidriera en mil pedazos y escapando en la noche. 

Sin darte cuenta y en afán patriótico, nos regalaste una aventura homoerótica tras otra, correteando por ahí con Frank Sinatra, vestidos de marineros, por primera vez en espectacular tecnicolor en Levando anclas y de nuevo en Un día en Nueva York, que en el trailer prometía ser “doblemente gay que Levando anclas!”. No sé si sabías lo que hacías cuando en cada película, además de una chica preciosa, te seguía siempre un sidekick, un amigo menos bello, pero igual de talentoso, que te apoyaba en tus desastres. Quiero creer que era un regalo para nosotrxs, tus espectadores del futuro.

Cuando empecé a fajarme, encontré una foto en la que estoy de espaldas, mirándome en un espejo redondo. Debo tener cinco o seis años y no tengo remera, solo una bombacha de cuadrados coloridos y un par de anteojos de sol. En esa época me encantaba probarme las mallas de danza de mi hermana. Me miraba al espejo y hacía fuerza para que se marcaran los músculos que no tenía en la espalda, el pecho y los hombros. Congelaba posiciones dramáticas y teatrales durante horas. En una de esas jornadas autoperceptivas me apreté la grasa y la piel del pecho hacia el medio para emular un par de tetas. Mi forma era indefinida y necesitaba averiguar qué me deparaba el crecimiento. No me pareció terrible. Hasta que me salieron dos tetas ridículas, ajenas, y la piel me empezó a apretar, lo que yo entendí que le pasaba a todas las chicas del mundo. Dejé de bailar y de andar por ahí en cuero. 

Publicidad

Me miro al espejo mientras me pongo el pantalón pinzado de tiro medio, los zapatos acharolados y una camisa blanca y veo a la misma persona. Gene Kelly con tetas. Todos los días sigo mi ritual de cuidados. Consiste en bañarse (me enjabono enérgicamente todo el cuerpo, en un orden particular), colocarse el 0,5% de testosterona en gel que me corresponde en los dos brazos, secarse y peinarse el pelo (ahora, un poco largo, lo acomodo hacia el costado inusual y elaboro un rizo sobre la frente, aparentemente improvisado), y finalmente ponerse la faja, media musculosa de tela elástica reforzada que me aplana el pecho. 

A veces me despierto con el cuerpo húmedo de sudor frío. Creo que soñé de nuevo lo mismo: todas las personas que conozco están en el público y me suben al escenario a la fuerza. No sé que tengo que hacer así que improviso hasta que entro en pánico y me voy tras bambalinas, donde alguien me habla sin parar en femenino y yo bajo la cabeza y me abstraigo pensando que debería defenderme, hacer algo, decir que no. Cuando me despierto, Lau me acerca un mate como casi todos los días. A la noche lo vemos a Ale, que me trae ropa que ya no usa y cree que me puede gustar. Cariñosamente me dicen “pituqui”, por lo coqueto. Pasan las horas y me olvido del sueño. Ale y yo nos prometemos empezar clases de tap juntos.

Antes de dormirme me quedo pensando qué distinto hubiera sido Alter ego si tu sidekick, tu amigo fiel, tu cuasi amante hubiera estado para interceder entre vos y tu imagen, para decirte que no era necesario, que podías parar. Que hubiera sido el número más corto del mundo si alguien te decía que no era más que una idea, un collage de retazos de la mirada de lxs otrxs, que te vayas a casa y empieces de nuevo mañana.

Creo que nunca me voy a parecer a vos, no importa cuántas clases de tap tome, pero también creo que ese no es el punto. Que no quiero ser vos, solo quiero ser bailarín, uno cualquiera, para mirarme al espejo y no verte a vos ni a nadie, para verme a mí, nuevo, blando, redefiniendo mi historia, adelantándome a la música para reescribirla. Que quiero que la vida sea más liviana, no menos difícil, más un juego, más una decisión. Y para eso alcanza con una sola imagen, la tuya, Gene Kelly, flotando sobre el piso. 

Sigue a Mai Duek acá