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Creé un aparato para que nadie se meta en mi espacio vital

¿Conseguí que mejoraran mis desplazamientos hasta y desde el trabajo y mi vida en general?
Simon Doherty
London, GB
JE
fotografías de Josh Eustace
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La semana pasada, una cadena hotelera anunció la creación de un “optimizador del espacio personal”, diseñado para ayudar a los turistas que visitaban Londres a lidiar con las multitudes. Obviamente, se trataba de una campaña de marketing para promocionar la firma hotelera, pero el invento en cuestión ⎯un chaleco hinchable que genera una “zona de exclusión” de 45 cm en torno a quien lo lleva⎯ me pareció una buena solución para proteger mi valioso espacio personal en una ciudad en la que los desplazamientos implican, casi literalmente, oler el aliento del que tienes enfrente.

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Por desgracia, la empresa de marketing responsable de la campaña no quiso alquilarme el chaleco, así que tuve que fabricarme uno de madera, bridas y trozos de aislante de polietileno para tubos de 45 cm de longitud.

La primera vez que entré en el metro con él puesto, anuncié su propósito a los ocupantes del vagón. Algunos me miraron, otros se rieron, pero la mayoría me ignoró por completo.

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Las únicas personas que hablaron directamente conmigo sobre el chaleco fueron tres mujeres de Preston, todas vestidas de Abercrombie and Fitch. Las tres me aseguraron que en algún momento también habían sentido que invadían su espacio personal, aunque me hicieron una pregunta interesante: “¿Y no hay peligro de que invadas tú el espacio personal de alguien con eso puesto?”. No se me ocurrió ninguna buena respuesta.

En la estación de Oxford Circus, una mujer me dijo que el invento le parecía “increíble”, pero que no se lo pondría. La entiendo perfectamente, porque con él puesto haces un ridículo espantoso, la verdad.

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De la estación, caminamos hacia Carnaby Street, donde, como era de esperar, atraje muchas miradas y ⎯como bien habían sugerido las señoras de Preston⎯ invadí el espacio personal de muchas personas.

Una enorme fila de gente que se alargaba por toda la calle de repente se convirtió en un caos en medio del cual nos vimos envueltos. La razón: alguien, al parecer muy famoso, caminaba por entre la multitud, acompañado de un coro de gritos guturales.

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“¿Quién es ese tío?”, preguntó alguien mientras el frenesí de voces de las fans iba in crescendo. Como respuesta, quizá alarmado por mi atuendo vanguardista, un guardia de seguridad corpulento me pidió, amable pero insistentemente, que me marchara.

Más tarde supimos que la causa de todo el revuelo era la videobloguera Gabi DeMartino. Unas 3000 personas habían estado haciendo cola a la salida de una tienda de cosmética para conocerla.

“Aprecio y agradezco a todo el mundo que se presentó”, dijo luego Gabi en Instagram. Me alegro de que apreciara mi presencia.

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Aunque había robado la idea a una empresa de marketing, pensé que quizá podría ganar algo de dinero de mi atuendo vendiéndoselo a alguna marca popular, para colecciones futuras. Este razonamiento fue el que me llevó a ponerle a la prenda, quizá de forma un tanto prematura, el nombre de " SUPREME” y dirigirme a una tienda de la famosa marca de skate para vendérsela.

Incomprensiblemente, los tipos de seguridad no me permitieron saltarme la considerable cola. No parecía preocuparles la amonestación que les caería cuando sus jefes se enteraran de que habían impedido el paso a una verdadera máquina de hacer dinero. Ellos se lo perdían.

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Inasequibles al desaliento, nos fuimos a Chinatown, donde estaban en plena celebración del Año Nuevo Lunar. Desperté el interés de una pandilla de policías uniformados. “¿De qué va esto?”, me preguntó uno, a lo que respondí con un discurso de ventas y el argumento de que a la policía metropolitana no le iría nada mal usar optimizadores de espacio para que el desempeño de su labor fuera más cómodo y seguro.

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“Seguro que la gente borracha se les acerca más de lo deseable”, razoné. Una agente corroboró mi sospecha, si bien expresó sus dudas de que el comisario aprobara la idea.

En ese momento, una multitud de gente comenzó a arremolinarse en torno a mí, como si yo fuera una barra de pan que alguien hubiese lanzado en medio de un centenar de palomas. Pronto mis pensamientos quedaron sofocados por las burlas de la gente que me apuntaba con sus móviles. En ese momento entendí lo que debía de sentir Gabi DeMartino.

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En términos generales, la chaqueta funcionó, en cuanto que nadie invadió mi espacio personal por la imposibilidad física de hacerlo sin recibir un tubo de polietileno en el ojo. El problema fue que llamaba demasiado la atención y era yo quien, con demasiada frecuencia, invadía el espacio personal de las personas cercanas.

Así pues: ¿está el mundo preparado para chaquetas optimizadoras de espacio? ¿Le facilitan la vida a quien la lleva o a los de su entorno? No. Para nada.

@oldspeak1