FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Juerga hasta el fin: destellos de genialidad

La película dentro de la película es mejor que la película.

Por lo general acepto las películas guionizadas por Seth Rogen y Evan Goldberg pero tampoco me considero un fiel seguidor de sus producciones. La gran mayoría de ellas resultan ser éxitos comerciales pero no son éstas precisamente las que lanzaron la comedia juvenil a otros niveles críticos; eso ya lo hicieron antes las películas de John Hughes, Richard Linklater o Kevin Smith (por ejemplo). Allá el año 2000 fuimos víctimas de un auténtico bombardeo de basura juvenil con la saga de American Pie y películas como Colega, ¿dónde está mi coche? o Road Trip, siendo éstas las más aceptables de ese regreso del género.

Publicidad

Con este panorama no sorprende demasiado que las producciones de la casa Apatow aparecieran y se alzaran como las nuevas promesas del género. Si bien todas las películas de Rogen, Goldberg y Apatow son escandalosamente moralistas, sí que tienen cierta sensibilidad a la hora de articular sus discursos como, por ejemplo, en ese ya mítico final de Superbad (Greg Mottola; 2007), la escena de la escalera mecánica. Apatow y Seth Rogen, aunque cueste creerlo, hicieron madurar ese género que había sido destruido por American Pie y otros contemporáneos.

Juerga hasta el fin (This is the End, en inglés) es, en general, una película bastante mediocre con momentos de absoluta brillantez. El problema que tiene, como todas las películas de la factoría Rogen/Apatow/Goldberg es la extrema moralidad de la historia. En este caso se trata de un bromance decorado con toques bíblicos en el que dos amigos –Rogen y Jay Baruchel. haciendo de ellos mismos- tienen que reencontrar su amistad. El problema reside en que los directores deciden flirtear con el cristianismo y eso es algo que les viene demasiado grande. Definen los límites del bien y del mal con demasiada superficialidad, al igual que las ideas del perdón y la redención. En el fondo los directores y guionistas dejan entrever unos idearios un tanto retrógradas y una falta absoluta de interés en hacer una reflexión seria sobre esos temas.

Pero dejemos de lanzar tomates al condenado a muerte, algo bueno tiene que tener esta película. Pues por supuesto. Juerga hasta el fin tiene momentos gloriosos. Los pequeños destellos de genialidad vienen dados por la propia metaconciencia de la película. El debate metacinematográfico ya hace años que está cerrado pero no deja de ser agradecido que una película mainstream de tal envergadura juegue con la naturaleza de lo fílmico de esta manera. No podemos pasar por alto que los actores hacen de ellos mismos y todo su entorno es, de algún modo, real. Los extras también hacen de ellos mismos y bromean con tópicos sobre las estrellas (drogas, dinero, manías, celos…).

Pero el momento más brillante de la película es uno que dura unos 3 minutos más o menos. Esta pequeña uña de genialidad es lo que salva a la película entera de ser considerado un enorme y apestoso vómito de narcisismo. Me refiero a la escena en la que los protagonistas, aburridos de tener que esperar dentro de la casa de James Franco a que la catástrofe exterior termine (¿puede alguien aburrirse en estas condiciones?), deciden rodar entre ellos la secuela de Pineapple Express (David Gordon Green; 2008), guionizada por los directores y guionistas de This is the End. La idea de la secuela es absurda pero deciden rodarla de todos modos de forma amateur, al estilo de Be Kind Rewind (Michel Gondry; 2008). En definitiva, tenemos a “grandes” estrellas de Hollywood rodando de forma amateur la secuela de una de sus propias películas.

El desastre y el amateurismo es tan bello que esta película dentro de la película es mucho mejor que la película en sí. Hay persecuciones hechas con coches de juguete que caen por las escaleras como si estuvieran cayendo por un acantilado, efectos terribles de stop motion (quizás es lo primero que todos nosotros hacemos con una cámara de vídeo) y peleas mal coreografiadas, armas improvisadas y planificaciones sencillas hechas con absoluto amor y con una pasión pura e infinita (que es lo que debería ser el cine). Es cine salido de una necesidad, no de un estudio de marketing. Es maravilloso. Claro que esto también tiene un punto siniestro, ya que de algún modo lo que nos vienen a decir los directores con esta peliculita amateur es que no importa lo mala que sea una película que mientras haya actores populares en ella ya funcionará. Lo más importante son los actores. Y bueno, eso es básicamente lo que sucede con This is the End y con la mayoría de películas que viven bajo el yugo del sistema de estrellas de las producciones de Hollywood actuales: son películas de mierda con caras bonitas.