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Cultură

CIVIC TV – Pánico en Bombay: una aproximación al cine de terror hindú

En India se han hecho algunas de las películas de terror más descabelladas de la historia. ¿Namasté? ¡Mis cojones, namasté!

“Una de las características más simpáticas del cine indio de horror es su mala fama entre los propios nacionales. La mayoría de los propietarios de videoclubs especializados en films de India y Pakistán establecidos en Europa se reirán en tu cara si les preguntas por películas indias de terror. Otros te dirán directamente que tal cosa no existe, o se descolgarán en tono antipático con que ellos no tienen de ‘eso’ en su establecimiento”. Doy fe de lo que el británico Pete Tombs escribió como apertura al segundo de los capítulos dedicados al cine de terror hindú en su imprescindible Mondo Macabro (publicado en España en 2003). Pero, atención, no hay que venirse a Europa para toparse con reacciones como las que describe, pues hasta en la mismísima cuna del horror al curry repudian a este, por lo general, desastrado, estrafalario hijo. Conocedora de mis viles instintos cinematofágicos, una amiga que estaba de visita en aquel país se recorrió un buen número de locales en Pune y Dheli, literalmente sorteando vacas (muy sagradas, pero famélicas hasta marcar costillas) por las calles en busca de carnaza audiovisual para un servidor, encontrándose en todos con idéntica respuesta (“eso no existe”, “de eso aquí no se hace”, y variantes) hasta por fin dar por puro azar con un pequeño establecimiento donde el dueño extrajo de un cajón, casi de tapadillo, lo que parecía el secreto inconfesable de un hindú bien. Aquí los tengo, a buen recaudo: cuatro films de horror hindi, cuatro, grabados en no muy glorioso vídeo-CD y tan demenciales ellos como los fotomontajes de sus portadas. Y más. Agárrame esos bhoot Está claro que la primera industria cinematográfica del mundo, con sus más de 800 (¡ochocientas!) películas al año, algún hueco, por pequeño que fuese, debía tener para el fantástico de rama épouvante, haciéndose por tanto más incomprensible que para mí los dialectos punjabíes la amnesia generalizada, la negación de su existencia, el rechazo al cine de sustos como quien se sacude de un plumazo a un hijo ilegítimo y además tonto. Es simple cábala, pero uno lo atribuye, antes que al desconocimiento, a embarazo ante esa especie de “todo a veinte rupias” en que se adentró un amplio sector de la cinematografía india desde finales de los 70 hasta ya entrados los 90; tres lustros de desmadre a la ananga-ranga en los que, con el beneplácito de un espectador medio encantado de la vida, de la muerte y de los monstruos con tal de que las canciones y el muslamen no se los quiten, proliferaron mujeres serpiente (las “naag”, en sí un poblado subgénero del que asimismo participó el cine de Indonesia), hipersexualizados ogros peludos, mansiones y templetes encantados, venganzas del más allá en el más acá (bueno, allí) y los cementerios siempre con una capa de humo a ras de tierra: Ed Wood Jr. meets la casa Hammer. Un prolongado y desinhibido sindiós, sub-zetosa farra fílmica que, por mucho que insistan en barrer bajo la alfombra, existió. Todavía existe, de hecho. En 2010 se estrenó Phoonk 2, dirigida por Milind Gadagkar como secuela de una película dos años anterior, con la que compartía ardid promocional muy a lo William Castle: la promesa de diez mil dólares americanos, al cambio más de medio millón de rupias, a aquel Deepak-sin-miedo que aguantara hasta el final de la proyección sin acojonarse y salir por piernas en dirección al Bhramaputra. Llegaban los productores a asegurar que dispondrían en la sala una máquina para monitorizar el ritmo cardíaco, completando de esta manera un gimmick que interrelacionaba los ideados por el ínclito Castle para dos de sus films, Macabro (1958) y Homicidio (1961). ¿Uh? Sí, me estoy desviando. Volantazo y vuelta a la carretera.

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Bhayaanak Mahal. Como veréis, en India no se cortan un pelo a la hora de arramplar con lo que sea.

If I Had a Hammer: llegan los Ramsay Pasando por alto antecedentes, detalles y amagos previos, se tiende por unanimidad a considerar Mahal (El palacio; Kamal Amrohi, 1949) como la primera película de horror con todas las de la ley rodada en la India; ejercicio de terror gótico y atmosférico completo con caserón deshabitado y dama lánguida y espectral, Mahal obtuvo un notable éxito de taquilla; en lógica consecuencia, a esta le siguieron en la década siguiente una interminable ristra de producciones de mayor o –casi siempre– menor enjundia habitadas por fantasmas y almas en pena (el de las venganzas de ultratumba es ingrediente básico en el caldo que hoy nos ocupa), en primer lugar, y por las ubicuas féminas-ofidio después. No sería hasta comienzos de los años 70 cuando el género, bastardizado hasta entonces con elementos propios de la fantasía y el cuento gótico, adquiriría cartas de legitimidad en cuanto a sexo y violencia –sin duda pacatos a ojos occidentales, pero el no va más de la repanocha carnal para los de allí– con un título fundacional, Do gaz zameen ke neeche (Tres metros bajo tierra, 1972); sus responsables, dos tipos cuyo apellido convertirían a base de dale que te pego en sinónimo de masala-horror: los hermanos Tulsi y Shyam Ramsay. Miembros de un clan familiar en el que casi todo Ramsay –padre, hermanos, primos– se dedicaba al cine, ya como directores ya en la producción, escribiendo guiones, moviendo la cámara, diseñando vestuario, decorados, sonido o lo que se terciara, aprendiendo sobre la marcha y haciendo de la necesidad virtud (¿habéis visto Bowfinger? pues por ahí), los dos hermanos, trabajando con un guión escrito por el patriarca del clan, F.U. Ramsay, dieron con Do gaz zameen… con una fórmula que se revelaría ganadora: la traslación del estilo Hammer a las costumbres y tradiciones hindúes, tensando la cuerda de lo macabro hasta conformar, ahora sí, la primera película de terror de corte moderno rodada en el país. Capeando en lo posible unos códigos censores casi tan sagrados en el cine hindú como el Mahabharata –y que dejaron su siguiente film, Andhera [Oscuridad; 1975] retenido cinco años sin el obligatorio permiso de exhibición– los Ramsay redundarían con ligeras variantes en similar fórmula (caserón + maldición centenaria + regreso de la tumba) en películas como Darwaza [La puerta, 1978], Aur Kaun? [¿Quién más?, 1979] y Hotel [íd., 1980] hasta por fin depurarla y llevarla a su máxima expresión con Purana Mandir [El viejo templo, 1984], todavía la obra más taquillera del clan Ramsay; un colosal, alambicado armatoste de casi tres horas de horror gótico, erotismo al por mayor y chispazos de humor inocuo dirigido por unos Tulsi y Shyam Ramsay en estado de gracia, diríase que poseídos por Mario Bava, Riccardo Freda… y las películas de Elvis Presley. ¡Chúpate esa!

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Khooni Panja. "¿Deforme? No, es que me he bañado en la playa de Palomares".

Bhayaanak Mahal, Pyaasi Atma, Kabrastan y otras pelis del montón “Mediante una argucia legal formulada a través la figura conocida como NRI (Non resident Indian), ciudadanos indios que vivían en otros países podían importar películas para una distribución limitada. Como era un negocio arriegado, eran generalmente las producciones más baratas las que se adquirían en los mercados extranjeros para su exhibición en India. Echando un vistazo a una lista de títulos foráneos disponibles en el mercado indio por aquel entonces, los fans de la serie B americana y europea encontrarán muchos nombres que les resultarán familiares. Directores más bien psicotrónicos como Umberto Lenzi, Matt Cimber y Earl Owensby aparecen regularmente. Esta dieta a base de cine exploitation provocó efectos insólitos en las películas indias que se producían en la época” (Pete Tombs, Mondo Macabro). Únanse en una ecuación de tercer o cuarto grado el éxito económico de las películas de los Ramsay, la eclosión del vídeo doméstico y la inopinada influencia, excretada sin darse el tiempo suficiente para digerirla, de cineastas como Lenzi, Ruggero Deodato y Lucio Fulci, y de recientes éxitos americanos como Viernes 13 y Pesadilla en Elm St. y obtendrán… el “Doom Boom”, denominación bajo la que se engloban las sopotocientas más una películas rodadas en Bombay desde 1985 hasta 1991 ó 1992, aproximadamente; años estos en los que el público indio, ése cuyas tragaderas parecían no conocer límites, terminó finalmente hasta los cataplines de un delirium tremens fílmico que hacía que, en comparación, los patizambos intentos de décadas anteriores parecieran la Trilogía de Apu. ¡Mal karma! El culmen productivo del Doom Boom se daría entre 1988 y 1989, bienio en el que directores como el punjabí Mohan Bakri, A.K. Mishra, el temible Baby (¿el Bruno Mattei hindú?) y el algo más potable Vinod Talwar, gente con mejores intenciones que rupias que invertir en sus productos, dieran a luz, cual caracol suelta huevos, equivalentes cinematográficos de la casta de los intocables como los tres que se mencionan en el título de este apartado, todos ellos cosecha de 1988. El Doom Boom duró lo que duró, entre seis y siete años, pero el conjunto de lo producido podría abastecer a una parrilla televisiva a diario y durante años sin tener que repetir una sola película.

Pyaasi Atma. Horrores sin cuento y amagos de felación por sólo 36 rupias.

¿Queda hoy algo de esa incontinente efervescencia? Carezco de datos, pero lo dudo. Acaso un potencial repunte de aquella virulenta malaria ochentera pueda provenir de la mano de realizadores con mayor preparación técnica y mejores medios de producción como S. Shankar (más escorado en todo caso hacia lo fantástico que al terror) o Ram Gopal Varma, el director de la primera entrega de Phoonk. Sea como sea, difícil, casi imposible lo tienen las plateas, o los salones de casa, para dejarse contaminar con una nueva erupción de indo-terror, como difícil, casi imposible es que vuelvan algún día el cine alemán de alpinismo de los años 20, los licántropos y vampiros manchegos de los 70 o los spaghetti-zombis de los primeros 80. Aunque, bien pensado… ¿estarían nuestros cerebros y retinas preparados para resistir sin licuarse una versión actualizada y con efectos infográficos de fístulas anorrectales como Roohani Taaqat [Poder espiritual, 1991; ¡la Posesión infernal india!] o la apoteosis de la cochambre, Khooni Dracula [El letal Drácula, 1992]?

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