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La pura puntita

Mar Negro

La última entrega de la trilogía de ficción de extraño de Bernardo Esquinca.

Traemos adelantos, reseñas y entrevistas sobre los libros que te ensartarán en las mesas de novedades.  

Bernardo Esquinca nació y creció en Guadalajara, entre leyendas locales e interminables capítulos de la Dimensión desconocida y el show de Alfred Hitchcock. Su gusto por lo inexplicable, lo mórbido y lo grotesco lo ha llevado a adentrarse en una saga de escritor que ha rendido frutos bajo tres libros de weird fiction publicados por Almadía.

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Me reuní con Bernardo en un bar de la Ciudad de México para charlar sobre su más reciente trabajo, un libro de cuentos sobre la capital del país, con historias que caminan sobre la delgada línea entre la cordura y la locura del ser humano.

VICE: ¿De dónde viene Mar Negro?
Bernardo Esquinca: Forma parte de una trilogía que es Los niños de paja, Demonia y Mar Negro, que son tres libros de cuentos de terror publicados por Almadía. Y ya en Demonia había cuentos del centro histórico [de la Ciudad de México], pero acá ya es una obsesión para mí. Viví cuatro años ahí y era imposible sustraerme al influjo de toda su arquitectura, su atmósfera, sus historias, sus leyendas, todas las capas del centro histórico. Me parece que para el tipo de historias que yo hago, relacionadas a lo siniestro, a lo sobrenatural, parece que el centro histórico es un escenario natural para eso. Entonces en esta trilogía que cierra con Mar Negro hay una preocupación de reescribir el centro histórico a través del terror.

¿Cómo te fuiste involucrando con esas historias? ¿Cuál fue la que te enganchó?
Mira, no es tanto que existan leyendas del centro. Más bien yo me inventé las mías. Pero lo que sí te va determinando son las atmósferas. Te doy un ejemplo: este cuento que se llama “Como dos gotas de agua que caen en el mar”, este edificio que describo en la calle Revillagigedo y Victoria existe, (un edificio art decó), un tiempo yo pasaba por ahí diario. Y tenía un letrero de “Se renta” en una ventana, y me llamó la atención y llamé. Estuve llamando y nadie me contestaba. Luego un amigo me dijo, “Yo he intentado rentarlo y me han citado y no llega nadie”. Había algo muy raro en que un departamento quisiera en apariencia rentarse y nunca pudieras rentarlo. Alguien que piensa distinto a mí, que no tiene una mente tan retorcida como la mía, diría: “Son unos pendejos que no lo saben rentar”, pero yo inmediatamente veo y pienso en teorías de la conspiración e inmediatamente estoy pensando que algo oscuro se esconde detrás de las cosas.

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Entonces estas teorías de conspiración te sirven como combustible para la imaginación. ¿Cuál es la que más curiosidad te provoca?
Para hablar de una que aparece en el libro, que además es invento mío pero que va por ese tono: el primer relato, “Los padres antiguos”, tiene que ver con los estromatolitos, que son estas formas muy antiguas de vida. Y cuando investigué para hacer el relato vi que la NASA ha hecho experimentos con los estromatolitos porque es una forma de vida que creen pueden encontrarse en Marte. Entonces ahí invento toda una conspiración en la que la NASA está involucrada y que al no hacer estos experimentos de manera adecuada, desmadran todo el ecosistema y crean esta nueva evolución donde las creaturas están mutando.

No es algo extraño afirmar que conforme ha ido pasando el tiempo y avanzando la tecnología, la humanidad ha perdido parte de su capacidad de asombro. ¿Qué misterios crees que nos queden por descubrir?
En efecto vivimos en un mundo que ya no depara sorpresas. Sí, el siglo 19 fue el siglo de los grandes descubrimientos y las grandes exploraciones, y fueron estas exploraciones además súper truculentas, al Ártico donde estos marineros y biólogos se quedaban encallados en los glaciares y se acababan comiendo sus zapatos, había ese espíritu, “vamos, tenemos que descubrir este mundo donde vivimos”. Ahora ya no, ahora parece que todo está descubierto, ya no hay nada nuevo bajo el sol, y vivimos una época muy de autómatas, con los gadgets y la tecnología y el internet. Entonces sí creo que vivimos en un mundo además muy caótico, donde sí hemos perdido nuestra capacidad de asombro y creo que el tipo de literatura que hago apela a eso, a recuperar esa capacidad de asombro que deberíamos de sentir cada vez más seguido. Entonces el terror o la ficción de lo extraño (como le llaman los gringos, la weird fiction) apela a eso. A recuperar ese asombro que hemos perdido y por eso creo que es tan imporante escribir de esta manera.

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¿Será que ya no queda nada por explorar?
A lo mejor lo que nos queda es redescubrirnos a nosotros mismos. Creo que estamos un poco perdidos como especie, no soy ecologista ni nada, pero sí creo que nuestra simbiosis con el planeta, que finalmente nos hospeda, es terrible y estamos acabando con muchas cosas. O sea, ya no hay civilizaciones por descubrir, ya vimos que en la Luna no hay nada y Marte está medio complicado todavía, entonces lo que nos falta por descubrir más es nuestro espacio interior, lo que pasa con nuestra psique, que cada vez es más enloquecida. ¿Qué está pasando con el hombre contemporáneo que siempre está al borde de la locura?, que es otra de mis preocupaciones. Y en mis libros en general, y en este no es la excepción, estoy explorando como el hombre contemporáneo siempre está con un pie en el manicomio, con un pie en la locura.

Lee abajo un fragmento del libro más reciente de Bernardo publicado por Almadía.

El encorvado

Hoy en día ya nadie cree en vampiros. Fascinan, pero no se les teme. Se han convertido en mercancía, en ídolos juveniles, en pósteres desplegables. Dejaron de ser una amenaza y abandonaron el terreno de las pesadillas. Pareciera que nuestro inconsciente pactó una tregua con ellos. Sin embargo, hubo un tiempo en que quitaban el sueño. Florecieron en una época en la que enterrar a una persona no bastaba para mantenerla quieta. Si uno quería que los muertos permanecieran en su tumba, echarles tierra encima era lo de menos. Los muertos tenían sed, caminaban de noche. Atrancar la puerta y sostener un crucifijo tampoco era suficiente. En su insomnio, los habitantes de la Edad Media idearon una serie de complejos rituales para controlar la plaga. Los comemortajas tenían dientes afilados, uñas que seguían creciendo y con las que se abrían camino a la superficie. Había que adelantárseles. Abrir las lápidas antes que ellos y consumar los sortilegios. Si eras lento, no verías la luz del día. Todos lo sabían: los muertos van deprisa. Lamentablemente, esa frase nada significa para el confiado hombre contemporáneo. Nunca duerme con un ojo abierto en dirección al camposanto. En su casa ya no hay objetos de madera que se puedan afilar en forma de estaca, los ajos se malgastan en el sartén. Por fortuna, aún hay unos pocos que no quieren que olvidemos, cuya labor es preservar ese conocimiento antiguo: el miedo y su antídoto. Porque si los No Muertos regresaran, ¿qué sería de nosotros si no domináramos el arte de devolverlos a su morada eterna?

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I

El mar estaba tranquilo y el cielo despejado cuando Luis Bonilla desembarcó en la ciudad de Sozopol, pero en su corazón se agitaba una tormenta. Hacía un año que había estado en ese mismo lugar, en la iglesia de Veliko Tarnovo, ayudando a desenterrar y clasificar los restos encontrados, y ahora se veía obligado a regresar por un hecho incomprensible. Aún faltaban dos horas para su encuentro con Bozhidar Dimitrov, el director del Museo Nacional de Historia, y el arqueólogo Nikolay Ovcharov, su amigo y colega, así que fue al hotel. Tras registrarse, intentó dormir un poco. No pudo. Dentro de él las nubes oscuras se agrupaban presagiando el mal tiempo. Bulgaria no le gustaba, mucho menos su proximidad con el Mar Negro, pero era una zona inmejorable para su trabajo. Bonilla era un recolector de supersticiones, y de las huellas que las sustentaban. Viajaba por el mundo visitando excavaciones e identificando los objetos contenidos en ellas. También acudía a construcciones antiguas y registraba los vestigios de magia grabados en la arquitectura. Un año atrás, cuando terminaron de armar los restos del Encorvado para mostrarlos en el Museo Nacional de Historia, rechazó la invitación a quedarse unos día más en la casa de campo de Nikolay, en Sofía. Bonilla se sintió aliviado cuando el Mar Negro se convirtió en una pequeña alberca en la ventana del avión. Nunca había comprendido del todo ese desasosiego; suponía que el Mar Negro, con toda su carga histórica y simbólica, era también un estado del alma. Muchas supersticiones, tan antiguas como poderosas, habían prosperado ahí, entre ellas el mito del vampiro. Si existía la saudade para los portugueses y para los melancólicos en general, entonces en Europa Oriental tenían la superchería. Por extensión, todos los supersticiosos del mundo poseían un Mar Negro; es decir, un mar interior, con sus tormentas, sus abismos… Y sus criaturas.

Como las que habían habitado en Sozopol.

El Encorvado era una de ellas. Si Bonilla estaba de regreso, era porque su esqueleto había desaparecido.

Sigue a Bernardo en Twitter: @besquinca