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Cultură

La pura puntita: Nuestra historia narcótica

Pasajes para (re)legalizar las drogas en México.

Traemos adelantos, reseñas y entrevistas de los libros que te ensartarán en la mesa de novedades.

La relación histórica de México con las drogas es todo menos breve. Desde que los colonos españoles pegaban carteles en las iglesias para advertir de lo pecaminoso que era el peyote, hasta la guerra contra las drogas y las recientes marchas por la legalización, nuestro país ha tenido un acercamiento en ocasiones esquizofrénico y a veces y cínico con las sustancias sicoactivas.

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En Nuestra historia narcótica, Froylan Enciso, un periodista de Mazatlán que ha colaborado con nosotros con algunos grandes textos sobre las drogas en México, hace un recuento con algunos pasajes para recordar algunas de las historias y personajes más emblemáticos de la historia de las drogas en el país. Te dejamos un adelanto del libro, publicado por editorial Debate.

Alberto Sicilia Falcón, el narcostar bisexual

Alberto Sicilia Falcón nació en Matanzas, Cuba, el 30 de abril de 1945. Luego de la llegada de Fidel Castro al poder se fue a Miami, donde estudió en una escuela religiosa y se enlistó en el ejército de Estados Unidos. Al parecer se enroló en una o más agencias de inteligencia gringa, incluida la CIA, con la esperanza de derrocar a la Revolución cubana en el poder, pero no le fue bien. En su registro judicial hay cargos en su adolescencia por conducta desordenada, vandalismo contra edificios públicos y "sodomía". La primera vez que cruzó la frontera entre San Diego y Tijuana, en 1968, a los 23 años, los funcionarios de la garita lo tomaron preso al comprobar que no era ciudadano estadunidense, y un médico legista le diagnosticó "desorden de personali­dad, desviación sexual, homosexualidad".


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Finalmente, regresó a Estados Unidos y tejió una red de tráfico de drogas que se extendió alrededor del mundo.

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Pocos años después, cuando las autoridades estaban tras sus huellas, James Mills, un periodista estadounidense que tuvo acceso total a la investigación de su red de tráfico, describió que para 1972:

Sicilia era parte del mundo de las mansiones fortificadas, los carros caros, los botes acuáticos de carreras, el champagne Dom Pérignon, los puros Montecristo y la cocaína por kilo. Sus fiestas lo mismo en yates, salones de hotel o casas privadas en tres continentes, divirtieron a líderes políticos, industriales, estrellas de cine, criminales internacionales y jefes de inteli­gencia. Sus sobornos y regalos incluían carros deportivos italianos, joyas y pagos de millones de dólares […] Su dinero rondó secretamente alre­dedor del mundo en bancos de media docena de países, Rusia incluida. Su influencia alcanzó los servicios de inteligencia de varios países, entre ellos México, Cuba y seguramente Estados Unidos.

Sicilia Falcón extendió su imperio desde México, según explicó Mills en The Underground Empire, libro que escribió con base en la in­ formación del Centac 12, una organización policial y de inteligencia que formó el gobierno estadounidense para perseguir específicamente a Sicilia Falcón y a su gente en junio de 1976.

Los centac fueron especialmente exitosos. La idea era crear uni­dades de inteligencia ad hoc, adaptadas a las características específicas de la organización criminal con independencia del resto del gobierno. Un centac se disolvía cuando desarticulaba a la organización para la que había sido creado.

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En la primera fase, el centac 12 buscaba desmantelar la red de tráfico de varias drogas que Sicilia manejaba desde México con fuentes de abas­tecimiento que incluían a Sudamérica. En la segunda fase, de agosto de 1977 a diciembre de 1978, el centac 12 buscó desmantelar las fuentes de abastecimiento de cocaína de lo que fue la organización de Sicilia.

El centac 12 contó con la participación de agentes de la policía judicial federal mexicana como Gerardo C. Medina, Rubén R. Salinas, Rodolfo Ramírez, Joseph González y Joseph J. Rizzo, bajo el mando del famoso comandante Florentino Ventura. Fue la primera operación exitosa que se operara conjuntamente entre México y Estados Unidos.

Sicilia Falcón tenía su centro de operaciones en Tijuana a comienzos de la década de 1970. La frontera le permitió supervisar el tránsito de drogas hacia Estados Unidos, consolidar un grupo de trabajo sólido, mantenerse alejado de las investigaciones de las autoridades estado­unidenses y, mediante la expansión de sus relaciones en México, lograr, cuando no complicidad, impunidad ante el sistema policiaco y político mexicano.

Uno de sus contactos en México fue Gastón Santos, cacique de San Luis Potosí y miembro legítimo de la familia revolucionaria al ser hijo del ex general Gonzalo N. Santos, famoso por su rampante corrup­ción. Tijuana, pues, fue la ubicación estratégica que, por lo menos por algunos años, permitió a Sicilia ir tejiendo sus redes, creciendo en los negocios, incrementando el dinero. En algún punto de este proceso, parte de los miembros de su grupo empezaron a querer más, especial­ mente el mexicano Alberto Barruetta, quien incluso intentó hacer ne­gocios de manera independiente.

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Sicilia necesitaba una idea que permitiera incrementar las ganancias de todos. Sin mayor explicación, citó a los miembros de su banda en su villa en Acapulco. Organizó una fiesta espectacular en la que todos se emborracharon menos él. Poco después del amanecer, tres camionetas de campesinos armados rodearon la villa: uno de sus jefes venía a ha­blar con Sicilia. Con toda familiaridad se saludaron. Barruetta sabía de las conexiones de Sicilia con las guerrillas de Guerrero. Gastón Santos se encargaba de enviar cargamentos de mariguana producida en Gue­rrero a las casas de seguridad de Sicilia en Mexicali. Al parecer estas transacciones fueron parte de las estrategias del movimiento en Guerrero para conseguir algunas armas y abastecimiento.

La reunión duró tres horas, luego Sicilia y su gente fueron a un res­taurante de la costera de Acapulco y, por fin, explicó la idea: intentar un monopolio de la mariguana en México.

Por un lado, la guerrilla de Guerrero necesitaba recursos para sos­tener su movimiento por sus ideales de justicia, por lo que abastecería un primer cargamento de 100 toneladas de mariguana. Esto seguiría en el futuro. Por otro lado, sabedor de que la otra gran fuente de marigua­na en México era principalmente Sinaloa —aunque también Durango, Chihuahua y, en menor proporción, otras regiones—, había sobornado con grandes cantidades a las autoridades mexicanas para que concentraran sus esfuerzos en ese estado.

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Las operaciones de las autoridades estadounidenses, como ya comen­té, estaban supeditadas a lo que dijeran las autoridades mexicanas, con lo que los proveedores de su competencia tendrían que soportar los costos de las campañas de erradicación e intercepción del gobierno.

Antes de cambiar su domicilio de Tijuana a la ciudad de México, además de la mariguana, Sicilia incursionó en el tráfico de cocaína de Sudamérica y de heroína europea. También intentó entrar al negocio de la producción y el tráfico de armas con ayuda de algunos miembros de la clase política mexicana.

En Tijuana, Sicilia y Gastón Santos se reunieron con James Morgan, dueño de Morgan Arms Company. En la reunión también estaba un detective de la policía de Los Ángeles, un inversionista de la empresa y un chico que probaría el arma que Morgan quería vender a Sicilia y Santos. Morgan explicó que necesitaba 10 millones de dólares para arrancar la producción de esta sofisticada arma en Portugal. Las armas no sólo servirían para que Sicilia las pudiera intercambiar por droga, sino que Santos las podría usar para defender su cacicazgo en San Luis Potosí.

No queda claro si el negocio prosperó, pero miembros de la clase política mexicana estuvieron involucrados en el intento.

Alrededor de 1975 el endurecimiento de las labores de inspección de los estadounidenses en la frontera convenció a Sicilia de irse a vivir a la ciudad de México, donde pudo seguir cultivando sus conexiones políticas. A Alberto Sicilia Falcón lo aprehendieron en una casa ubicada en Nieve 180 de Jardines del Pedregal el 2 de julio de 1975: "Encamado, con una mano fracturada, junto a una pistola".

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Los encargados de los separos negaron sistemáticamente su arresto, quizá porque, como él mismo relató, fue sometido a torturas por agentes de la policía judicial a cargo del comandante Florentino Ventura. Su abogado denunció que se violaron sus derechos al no consignarlo dentro de las 72 horas marcadas por la ley.

El 10 de julio las notas periodísticas de la detención por unas horas de Gastón Santos, conocido "rejoneador millonario" por su vínculo con el narcotráfico, compartieron espacio con la detención del pri­mer "barón" de las drogas que se hizo famoso en México, el cubano­ estadounidense Sicilia Falcón. Lo que no se aclaró nunca en esos artículos fue la relación de Sicilia con Santos, como reconocimiento a su pertenencia a la familia revolucionaria. Al parecer, la detención temporal de Santos se llevó a cabo cuando éste fue a visitar a Sicilia a su casa del Pedregal un día después de la aprehensión.

La aprehensión de Sicilia destapó una serie de complicidades que nunca fueron del todo aclaradas. El día de su detención se encontró que, al igual que Gastón Santos, tenía una credencial de agente especial de la Secretaría de Gobernación. Las investigaciones apuntaron hacia su complicidad con Mario Moya Palencia, entonces secretario de Gobernación y, por lo mismo, señalado sucesor de Luis Echeverría Álvarez en la presidencia de la República. Luego de que se supo de las conexiones de Sicilia con Moya Palencia, el PRI remplazó a Moya Palencia por José López Portillo como candidato a la presidencia, sin protocolos de por medio, el procurador general de la República, Pedro Ojeda Paullada, presentó la detención de Sicilia como resultado de una operación conjunta con agentes de la DEA. Fueron capturadas 17 personas en México y 10 en California. Entre los presos estaba Carlos Ángel Kyriakides, su lugarteniente en México, y la dirigente de distribuidores Mercedes Coleman Bisval.

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Los artículos periodísticos decían que en 1971 había conocido a José Luis Gabarón Villaseñor, con quien inició operaciones de compra de cocaína para pasarla a Estados Unidos por Tijuana, Mexicali y Tecate, y distribuirla de San Diego a Boston.

A los pocos días, el encarcelamiento de Sicilia tomó el cariz de novela. Un día fue trasladado a la Cruz Roja, en medio de un impresionante dispositivo de seguridad, para que detuvieran una hemorragia provocada por las heridas que se infligió en las venas para suicidarse. El dramatismo de la escena fue aprovechado por su abogado para denunciar las irregularidades en el proceso y solicitar la suspensión provisional de los cargos.

En un intento por proteger a su amigo y noviecillo, Irma Serrano, la Tigresa, actriz y amante del ex presidente Gustavo Díaz Ordaz, declaró que ella podía decir mucho sobre "los verdaderos jefes del narcotráfico". Hablaría con la procuraduría sólo "con la autorización del presidente Echeverría".

"¿El presidente Echeverría?", preguntaban los periodistas.

"Muy curioso", se limitaba a contestar el procurador Ojeda Pau­llada.

Puede parecer rara la declaración, si no se toma en cuenta que las versiones periodísticas de la época confirmaban que la Tigresa sirvió de aval para que Sicilia Falcón rentara la casa del Pedregal, cuya dueña era Dolores Olmedo. La Tigresa hizo una velada amenaza contra la clase política que le permitió zafarse hábilmente del asunto. Agustín Bárcenas, secretario del tercer juzgado penal administrativo, se vio obligado a declarar a la prensa que no requeriría de la declaración de Serrano, mientras que el abogado de Sicilia dijo que la artista "no tiene ninguna relación" con su defendido.

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Para echar luz sobre este asunto, vale la pena retomar el comentario del periodista James Mills sobre la participación de la familia Echeverría en este asunto:

Los agentes estadounidenses descubrieron que era más que curioso el hecho de que el nombre de un presidente de la República haya salido a la superficie en otro aspecto de investigación sobre Sicilia Falcón. Cuando fue arrestado, le encontraron una carta que tenía información sobre transacciones comerciales de plata, mercurio, cemento, hierro y productos petroleros entre México y Estados Unidos que fueron autorizadas por Antonio Buch, representante personal de María Esther Zuno de Echeverría, la esposa del presidente de México. La carta estaba fechada dos meses después de la reunión en Tijuana con Gastón Santos y James Morgan concerniente a la fabricación de un superrile de visión láser. Otros es­ fuerzos de inteligencia sugieren que la señora Echeverría, cuyo padre y hermanos habían sido vinculados ya con operaciones de heroína europea, pudo tener inversiones en la manufactura de esa arma. La posible participación del presidente Echeverría en el tráfico de drogas y armas (por medio de su esposa, su secretario de Gobernación Moya Palencia, y otros) era de particular interés, por su conocida ambición: cuando dejara el cargo, deseaba ser elegido como secretario general de las Naciones Unidas.

Otra pista que jamás se agotó fue la de un Rolls Royce del año, propiedad de Sicilia, que estaba estacionado en la casa de Dolores Olmedo. Al parecer la banda de Sicilia usó el auto para traficar heroína desde España, cuando éste estuvo en Madrid para la negociación de una transacción de un cuarto de millón de dólares en armas de la CIA. Investigaciones posteriores revelaron que, a pesar de su avanzada edad, Olmedo había mantenido una relación con Arturo Izquierdo Hebrard, conocido importador de heroína francesa por el puerto de Veracruz, donde tenía una finca y donde fue desembarcado el Rolls Royce. A la postre, Izquierdo Hebrard fue cuñado del ex jefe de la policía del Distrito Federal Arturo el Negro Durazo.

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Finalmente, el 15 de julio, la procuraduría consignó a Sicilia Falcón por asociación delictuosa, contrabando y acopio de armas, falsificación de documentos y delitos contra la salud en sus modalidades de posesión, transportación, compra, venta, tráfico y suministro de mariguana y cocaína.

El caso se reanudó luego de que Sicilia —junto a Alberto Hernán­ dez Rubí, José Egozi y Luis Antonio Zuccoli— se fugó de Lecumberri por un túnel de 40 metros de largo en abril de 1976. La fuga despertó las sospechas sobre los nexos de las autoridades mexicanas con el narcotráfico y presionó sobremanera al procurador de la República.

El diario La Prensa había denunciado desde diciembre de 1975 el contubernio entre el gang de las drogas y los magistrados de circuito y unitario de Hermosillo, quienes dieron su aval para que Sicilia fuera trasladado a Tijuana, donde sus conexiones le permitirían mejor trato. Después de la fuga, los periodistas reprocharon a las autoridades no advertir "con toda oportunidad de lo que ahora se lamenta la sociedad: la fuga y burla a la justicia de uno de los más grandes traficantes de estupefacientes".

Las autoridades judiciales destituyeron a los magistrados cómplices de Hermosillo; los retratos hablados de las personas que ayudaron a la fuga se distribuyeron entre los cuerpos policiacos; se pidió ayuda de la DEA y la Interpol; se siguieron todas las pistas desde el proceso de com­ pra de la casa donde desembocaba el túnel hasta los contactos de Sicilia a lo largo de la frontera.

Las cosas se complicaron más cuando La Prensa denunció, el 30 de abril de 1976, que Sicilia había "comprado" por dos millones y medio la crujía L al jefe de vigilancia de Lecumberri, Edilberto Gil Cárdenas, y que Zuccoli era compadre y ex secretario particular de Gustavo Malo, presidente de la Comisión Administradora de Cárceles y Reclusorios del Distrito Federal. Ojeda Paullada exculpó al director del reclusorio, general Francisco Arcaute. Dijo que "los viejos reos, que son como caciques de Lecumberri, seguramente son los responsables de la fuga de los narcotraficantes". En cambio, Gil Cárdenas fue aprehendido y acusado de varios actos de corrupción.

El 2 de mayo de 1976 los periódicos informaron de la recaptura de Sicilia Falcón a manos del subdirector de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), Miguel Nazar Haro, y los comandantes federales Florentino Ventura y Pedro Ismael Díaz Laredo. Poco tiempo después fue trasladado al Reclusorio Sur y en 1991 a Almoloya de Juárez.

Con 70 granaderos resguardando Lecumberri, ante numerosas llamadas que amenazaban con "dinamitar el edificio" el día de la recaptura, con declaraciones de inocencia de Sicilia, con afirmaciones de que Gil Cárdenas no saldría bajo fianza, con declaraciones de Ojeda Paullada de que la investigación había sido "un prodigio" y felicitaciones a su estratega, Alejandro Gertz Manero, las autoridades cerraron el capítulo de la captura del que, no sin simpatía, ha sido señalado como el primer narcostar de México.

Su fuga dejó una estela de corrupción e ineficiencias. Algunas se resarcieron con el cierre de Lecumberri en 1977, pero otras no. El periodista James Mills transcribe así la conversación que tuvieron los agentes especiales que participaron en la captura y desmantelamiento de la banda de Sicilia con senadores de su país, en enero de 1977:

"No estoy sugiriendo que las autoridades mexicanas vayan a soltar a Sicilia, sólo me da curiosidad saber hasta qué punto es posible proporcionar pruebas contra funcionarios mexicanos coludidos", dijo el senador Sam Nunn. "Lo hicimos con la mayor parte de lo que podíamos. Hubo comandantes destituidos de sus cargos, fueron removidos algunos jueces. El gobierno mexicano no quiere reconocer que ha sido resultado directo de este caso, pero así fue. Tenemos gente en México que puede probarlo por nosotros", contestó un agente. "Uno de los principales procuradores de México fue retirado de su cargo recientemente", contestó otro agente. Luego, comentando que Sicilia tenía una credencial como agente de Gobernación, dijo: "Tradicionalmente, el secretario de Gobernación es el próximo presidente de México. Por lo menos, desde los últimos tres o cuatro presidentes. Cuando arrestamos a Sicilia, él tenía una credencial de agente especial de Gobernación, mientras, de hecho, ni siquiera tenía la ciudadanía mexicana. Hay historias que no hemos podido confirmar, pero una, que es clave, dice que los apuros del gobierno mexicano con la aprehensión de Sicilia y sus declaraciones a la policía judicial sobre otras agencias del gobierno, [el secretario de gobernación, Mario] Moya Palencia, que había sido señalado por los periódicos y otros políticos mexicanos como el próximo presidente, fue destituido de su cargo. No fue ya el hombre de los relectores. Una semana después, López Portillo, el actual presidente de México, fue elegido por Echeverría".