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Música

Rock Al Parque: ​mi bautizo en Mordor

El primer día de Rock al Parque visto desde los ojos de un metalero que se enfrenta por primera vez al pogo colombiano.

Fotos y GIFs por Mateo Gómez García

Frente a mí, un ejercito de orcos se mueve con furia. Abren los ojos, gruñen, muestran los dientes y gritan. Yo los miro con ansiedad y locura. Es la primera vez que asisto al día del metal de Rock al Parque y también es la primera Wall of death en la que participo. En la tarima, la banda bogotana de death metal, Tears of Misery, crea el ambiente previo a la avalancha de golpes. Sin darme cuenta, suena la orden de atacar y me encuentro corriendo desenfrenado con los puños en alto y apuntando a la cara de un flaco pelilargo.

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El festival comenzó cuando me subí, en la calle 125 con 19, a una destartalada buseta vieja. Ahí me encontré con un trío de metaleros que tomaban Nectar rojo, felices y sin recato, mientras escuchaban Rammstein y discutían en dónde se iban a bajar para evitar que "los cerdos" les quitaran la botella. Yo me puse a escucharlos porque no tenía idea de cómo era la vuelta para entrar al parque. Es la primera vez que vengo solo a este desmadre, debido a que durante 13 años viví en Quito. Hace dos años regresé a Bogotá y en 2014 no estuve en el día del metal por culpa de un dedo roto.

En Ecuador también tenemos nuestro festival grande, el Quito Fest, que ha tenido varias subidas y bajadas, al grado de que el año pasado estuvo a punto de no realizarse. Al igual que Rock al Parque este también convoca hordas de orcos dispuestos a despedazarse los unos a los otros, pero no tienes que hacer una fila de más de una hora ni recibes varios exámenes prostáticos gratuitos por parte de la policía.

Me bajé a la altura del Salitre Mágico y seguí la marea negra que se dirigía al inframundo. Al entrar a la zona peatonalizada, que se encontraba repleta de policías, pienso en lo que el antropólogo canadiense Sam Dunn plantea en sus documentales Metal: A headbanger's journey y Global Metal: todos los metaleros del mundo son iguales.

Al cruzar la calle encuentro decenas de personas vestidas de negro, con el pelo largo y tomando cerveza. Usan camisetas con logotipos de bandas, chaquetas llenas de parches y taches y calzan botas. Tienen tatuajes, el pelo de colores y miran desafiantes, con expresión de enojo. Son las tres de la tarde y muchos ya se tambalean ebrios de lado a lado o están botados inconscientes, boca abajo en el pasto. Me siento como en casa.

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Las afueras del Parque Simón Bolivar son la entrada a un mundo tan surrealista que ni a Jodorowsky se le podría ocurrir. La paleta de colores contrasta una enorme franja negra combinada con el verde fosforescente de la policía, los alegres colores pastel de los puestos de comida y las cometas con caras de perritos sonrientes. Alrededor de la fila se instala una red de comercio informal donde reinan la pola y el guaro. Pero también se encuentra ropa, impermeables y hamburguesas vegetarianas. De vez en cuando pasa un tipo que usa una camiseta del América susurrando, "cartones, cartones".

La pinta de los asistentes podría desconcentrar y hasta intimidar a quienes están desacostumbrados, las camisetas muestran cantidad de zombis, esqueletos, personas mutiladas y demonios. Además, hay quienes van con sus enormes gabardinas y vestidos al mejor estilo de Pinhead, el tipo con los pinchos en la cara que aparece en la película Hellraiser. Lo más divertido es que la estética metalera no ha cambiado desde los años setenta, inclusive las bandas que aparecen en las camisetas son las mismas. Los únicos que se distinguen son los góticos, que a veces usan rímel, y uno que otro blackero, que va con la cara pintada de negro y blanco.

Cuando al fin termina la fila para entrar, empieza el manoseo. Para un foráneo, es impresionante ver la violencia con la que a uno lo meten entre unas rejas negras, similares a las que se usan en los mataderos para mover al ganado. Un policía te jala agresivamente para voltearte, abrirte las piernas y tocarte el culo. No sé si ese es el procedimiento normal o es que le gusté al oficial que me registró. Pero mientras nos movían de barricada en barricada pensaba «a esta gente sólo le falta un electrocutador y un perrero».

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En el último puesto de control, un policía desesperado escuchaba por el radio a un iracundo superior gritando: «quiero seis policías, no dos ni tres, ¡SEIS! Y si toca procesar a alguien, pues lo procesamos». En ese momento, el hombre bajó el volumen del radio y jaló a la persona que estaba frente a mí, directo a un auxiliar para el respectivo toqueteo.

Dentro de Morodor

Cuando se juntaron las dos paredes del wall of death, me vi sumergido en un mar de puños y patadas donde sólo recibía golpes en la cabeza. Era como pelear contra un demonio de mil brazos pero sin poder verlo. Tears of Misery era culpable de este desenfreno. Este grupo de death metal lleva 15 años tocando y sólo se puede definir como brutal. El cuarteto presenta un sonido sólido, muy bien engranado, que combina la velocidad agresiva del metal extremo con partes melódicas y mucho groove, ese ritmo entre lento y pesado que te hace mover la cabeza. Sin duda, una de las mejores presentaciones del día.

La siguiente banda en la lista fue Malón, considerada como una de las bandas más importantes de Argentina. Este es un grupo típico de heavy metal con solos de guitarra largos y cantado con voz aguardientosa. Tras sufrir dos separaciones y varios conflictos internos, la agrupación se reunió y este mes lanzará su nuevo disco. Malón es de esas bandas que hace que la gente se incline y cante con los ojos cerrados mientras mueven los brazos hacia el cielo. Es de esas bandas que obliga a las personas a correr gritando, "muévase marica que está tocando Malón". Es simplemente un clásico que mueve a mucha gente y llena cualquier escenario. Probablemente lo más grato de Rock al Parque es que aquí las tarimas siempre están llenas. En el día del metal tocaron solo cuatro bandas extranjeras y aún así la gente fue a ver los grupos nacionales que tuvieron sus hinchada pogueando y cantando.

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Otra sorpresa del día uno del festival fue Melechesh, una banda de black metal conformada por israelís, palestinos y holandeses. Este género es el más satánico del metal, se originó en Noruega en los ochenta y sus fundadores se dedicaron a quemar iglesias y a matarse entre sí. Por eso es extraño ver a esta banda tocando este ritmo maligno y hablando en sus letras de la Sumeria antigua. "Estos manes son muy duros, no se cómo hacen pa que no los maten por allá", dijo un sujeto parado atrás mío. Y claro, tocando música pagana eres blanco principal del Estado Islámico, por eso estos músicos viven en Europa. Pero, Melechesh mantiene constantemente la influencia de la cultura del medio oriente, sobre todo en los ritmos tradicionales que incorpora en varias de sus canciones, los cuales, siendo sincero, me suenan muy parecido al reggetón. Pero cualquier excusa es buena para golpearse.

Cuando terminó la Melechesh comenzó la lluvia y la presentación de la última banda del escenario Eco, Blasfemia. Este grupo de Medellín es uno de las primeros del black colombiano. Nació en 1986 y su vocalista canta como si un duende estuviera invocando al diablo. A la genial presentación de esta banda solo le faltó que aparecieran unas llamas por que la lluvia y el entusiasmo de la gente le dio una atmósfera perfecta para cabecear.

Mientras tanto, en el escenario principal se preparaba Sacred Goat, una de las bandas más extremas de la jornada. Este grupo toca canciones de menos de dos minutos que se pueden categorizar como brutal death metal. El sonido extremo de Sacred Goat está muy bien elaborado gracias a los ritmos técnicos de las guitarras, la velocidad de la batería y la poderosa voz de la vocalista, que conforman una banda extrema muy vasta.

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Entre más fuerte era la lluvia, más violento era el pogo. Además, el aguardiente y la mariguana empezaban a surtir efecto en los orcos que se pasean como autómatas entre la gente. Había los que estaban muy felices, como Robben, un man que se me acercó con una sonrisa sólo para saludarme. Cuando le di mi nombre me abrazó y me preguntó si se le notaba mucho la traba. Le respondí que sí, pero que no se preocupara y más bien la disfrutara. Robben se puso feliz, me dio otro abrazo y se fue a saludar con su sonrisa de niño en navidad a más personas. Pero también estaba la gente más hostil, como una mujer de unos 32 años que lucía una sexy barriga cervecera, tambaleándose, gritaba: "si quieren salvar al mundo pónganse de rodillas, malparidos". No le presté atención por un tiempo, pero después la gente empezó a abrirse. La mujer estaba inclinada con los leggins bajados hasta las nalgas y mientras giraba en círculos se metía un dedo en la boca y otro entre el culo. En las entrañas de Mordor, donde corren ríos de guaro, se ven cosas perturbadoras.

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El cierre del día estuvo a cargo de dos invitados extranjeros. Por un lado los neoyorquinos de Nuclear Assault, a los cuales se les puede definir con una palabra: velocidad. "Severo trash metal ochentero del que ya no se hace", comentó un calvo barbón, mientras pasaba una botella de aguardiente. Es que esta banda, nacida en 1984, tiene ese sonido clásico que los metaleros de la vieja escuela aman: rápido, agresivo y gritón. Por el otro lado se alzaba toda la oscuridad de los polacos Behemoth. Mientras sonaba una canción oscura y espelúznate, en medio del humo aparecieron los músicos que miraban impávidos como estatuas al público mientras el vocalistas se acercaba a la mitad del escenario llevando dos antorchas. Clasificar a Behemoth es complicado porque incorpora elementos del black, el death y el doom metal, por eso es que tanta gente fue a verlos tocar.

Lo divertido de un espacio con tantas personas es que se arman pogos en varios puntos y, a veces, estos se unen formando una batalla campal. Como a la tercera canción me metieron un puño en la quijada que hizo que me tambalearan las piernas y me produjo un intenso dolor de cabeza. Decidí meterme entre la gente para descansar un rato y enfocarme en el show. En mi opinión Behemoth es una banda famosa e importante pero no es tan buena. Aunque en vivo tocan muy bien y el sonido es impecable. Además, salen disfrazados con armaduras y con la cara pintada lo cual genera un presentación divertida. Pero yo ya tenía frío, hambre, sueño y me dolía mucho la cabeza y así que me fui.

Conseguí otra destartalada y hacinada buseta que me llevó al punto donde empezó mi día. Sentado en el piso e iluminado por una luz de neón verde, hacía un balance de la jornada. No podía mover el cuello de tanto cabecear, cojeaba por culpa de un rodillazo que me dieron en el muslo y tenía morado el antebrazo derecho. Mi dedo lesionado estaba hinchado y casi me noquean. Además estaba mojado y exhausto. Sumándolo todo puedo decir que fue un digno bautizo.