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Cultură

Solamente necesitas una cosa para vivir más: mucho dinero

La desigualdad no es solamente un conjunto de cifras injustas, sino también un problema de salud pública.

Meditar dentro de un set adornado con plantas es uno de los beneficios saludables ajenos a los pobres. Foto vía Getty.

Tristemente, las noticias sobre la brecha de desigualdad económica y las vidas opuestas de ricos y pobres se han convertido en algo redundante. Los ricos no son como tú ni como yo: su dinero les abre las puertas de los clubes más exclusivos, redes sociales especiales e incluso, fiestas sexuales elitistas. En promedio, la gente más pobre de Estados Unidos no gana lo suficiente para cubrir sus necesidades básicas. Es una pena ¿no?, ¿y si mejor te doy el interés de un extractor de 12,000 pesos? En ese contexto, un nuevo estudio publicado en el Journal of the American Medical Association (JAMA) —revista de la Asociación Médica Estadounidense— que analiza el ingreso y la esperanza de vida después de los 40 años no te cuenta nada nuevo. Un reportaje, que fue cubierto ampliamente por el New York Times el lunes y básicamente por todos los medios, ahonda en la correlación que hay entre los ingresos y la longevidad. El 1 por ciento de la población adinerada vive, en promedio, 15 años más que el 1 por ciento más pobre; en el caso de las mujeres es una brecha de 10 años. Se conoce muy bien la capacidad del dinero y las cosas que se pueden comprar con él —mejor atención médica, ocio, comida más sana— para ahuyentar a la muerte. El gran descubrimiento de Raj Chetty, economista de Stanford, y sus siete coautores no tiene que ver con que los ricos vivan más, sino con que la esperanza de vida de los estadounidenses pobres varía enormemente según la región donde viven.


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Así lo resumió el Times: En algunas ciudades grandes como Nueva York y Los Ángeles y en algunas pequeñas como Birminghan en Alabama, los pobres viven casi tanto como sus vecinos de clase media o han incrementado su esperanza de vida en el siglo 21. Pero en otras partes del país, los adultos con los ingresos más bajos mueren, en promedio, bajo las mismas condiciones que los jóvenes en países más pobres como Ruanda y su esperanza de vida se está acortando. En el caso de los ricos, no importa donde vivan; tienen acceso al mismo tipo de beneficios donde quiera que van. "Es como si los percentiles de más alto ingreso pertenecieran a un solo mundo de adultos estadounidenses adinerados y elitistas", mencionó Angus Deaton, el economista ganador del Premio Nobel, en un artículo adjunto a su estudio en el JAMA, "mientras los percentiles de más bajo ingreso pertenecen a mundos separados de pobreza y cada uno sufriera la enfermedad y la miseria de manera distinta". Obviamente, eso nos hace preguntarnos ¿entonces qué es lo que convierte a esas esferas individuales de escasez en comunidades más o menos sanas? Esto es un tema que no toca el estudio, pero queda claro que la respuesta no tiene que ver con que algunos lugares tenga simplemente mejores o peores doctores. "El estudio en el JAMA reveló que no había una relación clara entre las medidas de acceso a servicios médicos y la longevidad en el caso de los pobres", señaló el Times, "pero sí se revelaron correlaciones con fumar, el ejercicio y el sobrepeso". Los lugares donde los pobres viven más incluyeron Nueva York y San Francisco, ciudades prósperas que pueden ofrecer muchos servicios y que tienen departamentos proactivos de salud pública. San Francisco fue una de las primeras ciudades que prohibieron fumar; y Nueva York la primera que retiró las grasas trans. Fue de extrañar que la población pobre al interior y a los alrededores de Brimingham demostrara tener una mayor esperanza de vida. No obstante, el Times reportó que esa ciudad también ha invertido en los servicios de salud y prohibió fumar en restaurantes y otras áreas en 2012. Cualquier estudio de este tipo lleva algunas advertencias. Una de las razones por las que la gente pobre de las grandes metrópolis tiene mayor esperanza de vida podría ser que tienen una mayor proporción de inmigrantes, quienes suelen vivir más que los "estadounidenses nativos". Algunas personas tienen ingresos menores porque sus problemas de salud dañaron su poder adquisitivo, no al revés. Por lo tanto, los autores ajustaron las estadísticas étnicas y raciales con el fin de corregir las diferencias raciales sobre la esperanza de vida (por ejemplo, que la población negra vive menos que los blancos) por las que han sido criticados. "La marginación social no se puede reducir a variables aisladas", escribieron Steven Woolf y Jason Purnell en un artículo de fondo sobre el JAMA. "La raza/etnia es inseparable de las consecuencias económicas y el estrés asociado con la segregación, la marginación pasada y presente en la distribución de recursos, el racismo estructural, la pobreza continua y la violencia".
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Pero si aceptamos los resultados más amplios, parece haber un túnel que casi nos conduce a lo afectivo cuando se trata de longevidad y salud. En regiones afectadas por la pobreza como el oeste central y el sur, los pobres mueren antes; dicho de otro modo, en los lugares que carecen de los servicios y de la infraestructura que ofrecen las grandes ciudades opulentas, los pobres tienen una salud más frágil. "La salud va más allá de la atención médica", escribieron Woolf y Purnell. Una buena educación, calles seguras, no sufrir el trauma de una familia disfuncional y otros factores determinan si un adulto será feliz y sano o si, por el contrario, estará atrapado en ese viejo ciclo de pobreza que engendra estrés que, a su vez, engendra enfermedades que, a su vez, engendran más pobreza. Si se observa desde este ángulo, la desigualdad no es solamente un conjunto de cifras injustas, sino también un problema de salud pública. El ejemplo de Nueva York señala, al menos, los indicios de una solución: pagar más impuestos para que los gobiernos locales desarrollen políticas que eviten que la gente coma porquerías y fume. Esta es una ciudad muy injusta por muchas razones, pero, en lo que concierne a tener una población sana, parece que otros lugares podrían sacar provecho de los valores neoyorkinos.