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Atracción fatal: ¿nos ha acercado Instagram demasiado a nuestros ídolos?

Las estrellas del pop pueden ahora optar por desactivar los comentarios y poner su cuenta en privado. Si no podemos controlarnos como fans, ¿significa que debemos perder nuestros privilegios?

Todas las imágenes son de Ashley Goodall.

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El otro día vi una foto bastante peculiar en Instagram. La había publicado una fan adolescente de un grupo de punk americano y en ella se veía un póster del grupo a doble página en una revista situada sobre una mesa al lado de un gran consolador rosa. El pie de foto decía: "Mira lo que me ha llegado hoy por correos". En los comentarios de la foto se leían cosas como "menudo pack". Como estamos en el 2016, en el póster aparecían etiquetados todos los miembros del grupo, además de la cuenta oficial de la banda, uno de los miembros incluso le había dado un Like, así que probablemente todos ellos habían visto la foto.

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Al principio me dio la risa, porque era muy divertido, pero luego me fui calmando hasta quedarme en un silencio incómodo. Pensé: joder, ¿qué tipo de fan habría sido durante mi adolescencia si hubiera podido hacer esto con mi grupo favorito? ¿Qué tipo de locuras habría dicho y hecho si hubiera podido comentar online su vida cotidiana y si etiquetarlos en mis publicaciones? ¿Qué tipo de mensajes directos les habría enviado? Nunca tuve un consolador de adolescente pero, ¿habría pedido uno para hacer el mismo chiste? Puede que sí.

Siempre he sido una persona obsesiva. De niña estaba completamente obsesionada en ponerme en contacto con mis celebrities favoritas. Una vez escribí una carta a Taylor Hanson, simplemente dirigida a "Tulsa, Oklahoma". En ella decía Siempre dices "Voy a venir hacia ti", ¡pero nunca vienes! Eres un mentiroso y ahora te odio. Decía más cosas pero eso es todo lo que recuerdo. Por suerte —si el sistema de correos funciona como yo creo— la carta nunca llegó a su destino. Pero si resulta que llegó gracias a alguna intervención divina, lo siento Taylor, no te merecías eso.

A principios del 2000, si te molaba un grupo o una celebrity, lo más probable es que ellos nunca se enteraran.

Los fans histéricos no son un fenómeno nuevo, han estado ahí durante décadas. Fue algo desmesurado y no moló nada cuando un fan dejó a un recién nacido en la puerta de la casa de Dolly Parton en 1973, con una etiqueta que decía "Jolene". Tampoco moló cuando Hanson organizó un pequeño concierto acústico en un centro comercial a las afueras de Melbourne en 1997 y se encontraron con 20.000 fans. Decenas de ellos quedaron aplastados y tuvieron que ser trasladados al hospital.

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A principios del 2000, y básicamente en cualquier momento anterior, si te molaba un grupo o una celebrity, lo más probable es que ellos nunca se enteraran. Esa necesidad ardiente que sentías en la boca del estómago como fan cuando veías una estrella del rock —esa sensación de que si no llegabas a conocerlos y les decías lo que pensabas podrías llegar a morir— en realidad no iba a ningún lado. Simplemente se quedaba ardiendo en tu interior hasta que los veías en vivo, luego se calmaba por un par de días y volvía a crecer. Eso si no eras de esos chavales que llamaba sin parar a la radio para ganar la oportunidad de tener una cita para conocer a sus ídolos, o hacías campana para acampar fuera de los hoteles y te desgañitabas al ver aparecer por un callejón un coche con las ventanas tintadas.

Así fue hasta que llegó internet. Cuando la web se convirtió en algo común, los fans siguieron con sus obsesiones online. Los foros, chats y blogs nos ofrecieron un nuevo espacio para expresar lo importante que eran estas personas para nosotros. Con una amiga creé una página de fans dedicada a los Strokes que nos llevó tres semanas de trabajo con la ayuda de su tío. De repente podías conectarte con otros fans de cualquier parte del mundo, de una forma que antes solo era posible cuando esperabas sentado en la cola de la taquilla durante 24 horas con un puñado de extraños. Y todo este fenómeno de fans no solo era una forma de poder escribir sobre tus fantasías, sino también una forma de leer sobre la fantasía de otra gente, cosas que hasta ahora ni se te habían pasado por la cabeza.

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En el año 2003 tenía 14 años y mi grupo preferido era Good Charlotte. Cuando leí en un foro que Joel Madden usaba el servicio de mensajería instantánea AIM y a veces hablaba por él con sus fans, decidí piratearlo en Limewire. Me conectaba los días que no iba a la escuela y me aseguraba de estar online en el momento adecuado, — cuando en Maryland, EE.UU., era por la noche —, esperando pillarlo y poder decirle lo que sentía y lo que su música había hecho por mí. Pero misteriosamente nunca llegué a encontrármelo.

aplicaciones como Instagram han abierto un canal para la comunicación directa con nuestros héroes.

Desde entonces ha pasado más de una década y han ocurrido muchas cosas. Shia LeBeouf inventó el arte, Young Thug inventó la música y un unos chicos listos que compartían piso en Silicon Valley inventaron las redes sociales.

Desde entonces, aplicaciones como Instagram han abierto un canal para la comunicación directa con nuestros héroes. Seguimos sus movimientos como si fueran nuestros colegas. Les enviamos mensajes y los etiquetamos, aunque no por ello dejen de tener puñetera idea de quiénes somos. Y todo quinceañero, cuya pasión por un grupo o estrella del pop lo es todo, puede acabar poniendo cualquier chifladura en internet.

No es que los chavales hayan empezado a volverse locos ahora en el 2016, pero sí que es verdad que se les está yendo la olla más que nunca. Basta con un vistazo rápido a los comentarios del Instagram de una estrella del pop —como Harry Styles por ejemplo—para hacernos una idea de lo que puede hacer un fan cuando tiene la oportunidad de ponerse en contacto con su ídolo. "Adoro esta foto más que a mí propia madre" y "Por favor, puedes hablar con nosotros durante UNO O DOS MINUTOS DIOS!!!" son algunas de las reacciones frecuentes que puede despertar una foto que no muestra más que unas piernas.

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La mayoría de comentarios, que suelen ser de chicas blancas solteras, no tienen nada de alarmante, no son más que un reflejo del delirio adolescente estándar. Lo que resulta inquietante son esos comentarios que expresan su sentimiento de soledad inmensa —algunos de ellos amenazando con el suicidio— y los que dicen cosas realmente crueles.

En agosto, cuando Justin Bieber estaba saliendo con Sophia, la hija de Lionel Richie, sus fans utilizaron los comentarios de su cuenta de Instagram para expresar su desaprobación. Es decir, le pidieron a Sophia que se matara. Bieber, lógicamente, dijo a sus fans que tendría que poner su cuenta en privado si no paraban con los mensajes de odio y acoso. Y, como la gente es como es, los 77 millones de seguidores de Bieber perdieron sus privilegios, y ahora, para la desgracia de muchos, solo los amigos más íntimos de Justin pueden husmear en su cuenta cuando están de resaca.

Después de que Beyonce más o menos confirmara con Lemonade los rumores de la infidelidad de Jay Z, sus fans se enfurecieron y se dispusieron a cortar cabezas. Cuando la diseñadora Rachel Roy—la mujer que se creía que podía ser la Becky de Beyonce—publicó una foto en su Instagram con el mensaje "Buen pelo, me da igual", los fans de Beyonce le atacaron de tal forma que también Roy tuvo que poner su cuenta en privado. Y lo que es peor, la popular chef Rachel Ray que nada tenía de culpa se quedó flipando al ver que su Instagram y Twitter se llenaban por equivocación de desagradables amenazas.

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Hemos hecho que las estrellas del pop sean menos humanas que nunca

Si los comentarios de un post ya nos parecen lo suficientemente agresivos y fuera de lugar, nos podemos imaginar cómo serán los mensajes directos. Es verdad que estos mensajes también se pueden filtrar según la gente a la que sigues y a la que no, pero no tienes que aceptar un mensaje para verlo. Y si tienes un poco de curiosidad siempre vas a acabar leyéndolos de vez en cuando. Puede que simplemente te digan "escucha mi mixtape", "por favor felicítame, es mi cumple" o que sea una insinuación sexual para nada deseada. Todo ello es algo perfectamente común ahora.

Pero, ¿cómo será para nuestros ídolos? ¿Será muy agobiante tener a perfectos conocidos intentando llamar tu atención online en todo momento? ¿Millones de ellos a la vez?

Puede que Instagram nos haya acercado demasiado a nuestros ídolos. Al principio lo vimos como un gran avance tecnológico con el que podíamos meternos en su vida de una forma falsamente íntima. Pero ahora está empezando a parecernos un gran error.

Seguramente podríamos haberlo visto venir. Nunca se nos ha dado muy bien respetar la privacidad de las celebrities. Hace casi diez años forzamos a Britney a desaparecer del centro de atención con nuestra desesperación por poseerla. Y nuestra agresividad no ha hecho más que crecer. Todo el mundo es un paparazzi, un periodista y un fan. En cualquier imagen de una celebrity rodeada de fans vemos más pantallas que manos intentando alcanzarla, y cada una de esas fotos acaba publicada online en algún lugar, que suele ser Instagram, donde se suele etiquetar al sujeto.

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Hemos hecho que las estrellas del pop sean menos humanas que nunca forzándolas a que existan constantemente entre nuestras manos, porque es algo que nos vuelve locos. Snapchat, Instagram, Twitter… incluso cuando los tenemos de frente y los podemos ver bien, lo único que hacemos es filmarlos y fotografiarlos para luego postearlo.

Instagram ha introducido hace poco la opción de desactivar los comentarios, porque se ha demostrado que no tenemos remedio. Los fans nunca decidirán dejar a sus ídolos en paz, así que hay que crear estas barreras online, para su seguridad.

Cuando le preguntaron a Matty Healy, líder de la banda de pop The 1975, sobre la naturaleza de su fama repentina en una entrevista el año pasado, dijo: "Cuando te objetivizan de verdad y no tienes ni un respiro y estás de gira durante dos años y medio… Cada vez que te levantas te encuentras con cosas que te recuerdan constantemente la personalidad que proyectas… Supongo que estoy bastante jodido".

Hemos llevado tan lejos nuestra necesidad de estar cerca de nuestros ídolos que les estamos creando ansiedad. Nuestros héroes son humanos y estamos jugando con su salud. La situación es preocupante y quizás sea hora de que nos despidamos de nuestros privilegios, antes de que acabemos jodiéndoles de verdad.

Traducido por Rosa Gregori