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Cultură

Bukowski me enseñó a no venirme en mi ombligo

Fue una buena historia. La olvidé por completo hasta que la recordé 20 años más tarde cuando estaba teniendo mi crisis existencial número 12.

Greg Palast es autor de diversos bestsellers del

New York Times

y periodista intrépido cuyos reportajes aparecen en BBC Television Newsnight y en

The Guardian

. Palast se come a los ricos y después los escupe. Puedes ponerte al día con sus reportajes y películas en www.gregpalast.com, donde también puedes enviarle tus documentos marcados como "confidenciales".

Mi mejor amigo Ron tenía un hongo en la lengua. Se lo rascaba cada 15 minutos con un cuchillo de plástico y a su madre le daba mucho asco. Así que un cartero, Charles Bukowski, dejó que se quedara en su casa en la avenida De Longpre en el distrito de las tiendas de licores de Los Ángeles, cerca de la casa de mi abuela.

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Bukowski era un poeta enfadado; enfadado porque me meaba en su pequeño jardín cuando no podía aguantarme. Cuando digo que era un poeta, me refiero a cuando sólo se había auto publicado escribiendo con una de esas viejas máquinas conocidas como máquinas de escribir.

Ron y yo éramos poetas, aunque ni siquiera teníamos una de esas máquinas. Estábamos llenos de mierda. Nuestra propia mierda.

Bukowski nos dijo: "El otro día vino una groupie, nos pusimos a beber y después me la cogí. La estaba pasando bien, todo iba a la perfección, pero tenía una cara horrible, realmente horrible, como de que le daba asco."

Bukowski dijo, "Miré hacia abajo y, mierda, de hecho tenía el pene pegado a mi barriga cervecera." Entrando y saliendo de esa manera, pobre.

Fue una buena historia. La olvidé por completo hasta que la recordé 20 años más tarde cuando estaba teniendo mi crisis existencial número 12.

Por aquél entonces, yo era investigador, era detective. Pero los malos, los ricos, y los crueles, siempre conseguían escaparse del fraude, extorsión o los cargos de los que eran acusados, justo a tiempo para hacer una reserva en Nobu.

Pensé, "A la chingada con esto."

De repente recordé que debía ser un poeta.

Charles Bukowski hablando del amor.

Así que me metí a un seminario de poesía (¿Lo pueden creer?) con Allen Ginsberg, que vivía aquí en Nueva York en un apartamento de mierda cerca de la Avenida D en el Lower East Side, cerca de mi oficina. Ginsberg era el ser humano más triste que he conocido en mi vida: una especie de monumento roto y vacío, cerrado por reparaciones que jamás se llevarían a cabo. Ginsber solía leernos poemas muy malos de Jack Kerouac y yo me ponía a llorar. A diferencia de Kerouac, Ginsberg perdió su oportunidad de morir joven. Recuerdo que Ginsberg organizó una fiesta, pero olvidó comprar comida y no tenía nada en el refrigerador excepto una lata de carne y un bote de mostaza. Y había invitado a mucha gente. Qué idiota. Y pensé: "Triste." Y así es como me convertí en periodista. Le mostré mis versos a Ginsberg y le pregunté qué le parecían, y me dijo que debía ser periodista. En fin, perdí la pista de Ron, que es lo que pasa cuando creces; pierdes el contacto de todo tipo: Ron, Bukowski, Ginsberg, poemas,la llave de la iglesia. (No, para la puerta de una iglesia iglesia. Hablo de un tiempo en el que el alcohol requería trabajo y era necesario una herramienta puntiaguda y metálica para abrir una lata de cerveza. No pude encontrar la llave de la iglesia para abrir una lata de Bud. Bukowski me dijo, "Utiliza tu alma.") Así que soy un periodista de investigación y prometo volver a eso la semana que viene, con documentos internos sobre Grecia, el euro y otros hechos fecales que he estado robando de archivos ocultos a los propietarios de nuestro planeta. Bien, Ron se tiró al alcohol y la droga. Husky Rhea, mi novia en ese momento, también está perdida. En el último mensaje que me envió me decía que vivía en un su coche en San Diego. Le dije que no me importaba. Me importaba, pero lo que realmente me importaba no la hubiera ayudado de todos modos.

Allen Ginsberg, foto de Michiel Hendryckx. Menciono a Bukowski porque él retrasó la pérdida de mi virginidad. Era como si de forma psicótica no quisiera desprenderme de mi inocencia (lo cual no era especialmente fácil por aquél entonces en California, en la época del Amor Libre y los drogadictos). Decidí que la primera vez tenía que ser con Husky Rhea porque, bueno, la amaba. Probablemente todavía la amo. O, si está muerta, debería decir, "amaba". Lo que pasó con mi virginidad fue que yo estaba a punto de dejar Los Ángeles para ir a estudiar a Chicago cuando le dije a Husky Rhea: "Está todo preparado. Bukowski dijo que hoy podemos quedarnos en su casa." Pero ella dijo, "¡Ni loca! ¡De ninguna manera voy a hacer ALGO en una casa con ese hombre merodeando por ahí! Esa cara, ¡no puedo mirar esa cara! ¡Bukowski es EL HOMBRE MÁS FEO DEL MUNDO!" Al final pasamos la noche sobre una manta, en el patio trasero de un pendejo que Ron conocía. Al amanecer me había enamorado tantas veces que ni siquiera puedo recordarlas. Nunca publiqué ese libro de poesía. Bukowski sabía que nunca lo haría. Fue durante esa crisis existencial número 12 cuando finalmente lo entendí. Me refiero a lo que Bukowski nos dijo, a mí y a Ron. Bukowski nunca se cogió a aquella groupie. Era mentira. Pero tuvo que utilizar una especie de código porque sabía que éramos demasiado jóvenes y nos creíamos demasiado listos para entenderlo. Nos dijo esto: "A veces crees que estás haciéndole el amor a La Musa, pero realmente sólo estás viniéndote en tu propio ombligo". Ahora lo entiendo. Y apuesto a que ustedes también. Lo siento Buk, jamás tuve la oportunidad de decirte lo maravilloso que eras.

Sigue a Greg en Twitter @Greg_Palast