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La pura puntita

Di su nombre

La nueva novela de Francisco Goldman que publica Sexto Piso.

Traemos adelantos de los libros que te van a ensartar las mesas de novedades.

¿Traes el malillón del fin de semana? No te lamentes de tonterías y lee la nueva novela de Francisco Goldman, Di su nombre,que publica Sexto Piso. Ya verás cómo esta historia te pone más triste que cuando te das cuenta de que todas las piedritas que recogiste con tanta dificultad, no son combustible para la pipa sino restos de pan.

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Por cierto, este martes 15 de enero se presenta Di su nombre en El Péndulo de la Roma, a las 19:00 hrs. Más información, aquí abajo.

Aura Estrada y Francisco Goldman.

Veinticuatro

Tomé la cajetilla de Camel Lights de Aura del cajón de la alacena y unos cerillos, me puse mi chamarra de plumón y salí a la calle. Eran más de la diez y estaba helando, cuando me senté en los escalones de la entrada, el cemento me quemó como hielo seco a través de los jeans. Unos cuantos autos estacionados todavía estaban cubiertos por la copiosa nieve de la semana pasada o, como no los habían desenterrado, seguían atrapados en sus icebergs, pero en las aceras y a la mitad de la calle, la nieve se había reducido a algunos trozos y a una sucia aguanieve congelada. Encendí un cigarrillo. La bicicleta de Aura se oxidaba atada al interior de la verja de hierro negro, frente a las escaleras de entrada y a los botes de basura, semicubierta por un montículo de nieve, sin asiento. Me había sido imposible encontrar la llave para el candado. Parece que cada dos semanas alguien solía robarle el asiento. ¿Dónde estaban esos asientos ahora? ¿Hasta dónde llegará el tráfico de asientos de bicicleta robados? ¿Alguien en Moldavia daba vueltas en su bicicleta sentado en el asiento de Aura? Éste era el primer cigarrillo que fumaba en trece años. Inhalé y empecé a toser. Inhalé de nuevo y retuve el humo. Me sentí mareado; una lenta espiral de náusea me recorrió. Los oídos y los dedos me dolían por el frío. Miré hacia el final de la cuadra y observé las nudosas ramas negras y las delgadas ramitas del árbol de Aura, recortadas contra la luna, que flotaba justo detrás. Un par de repartidores en bicicleta pasó pedaleando por la calle. Llevaban puesta la capucha de las sudaderas que traían debajo de las chamarras y, además del crujido de sus llantas al deslizarse sobre el hielo lodoso, me llegaba la suave propagación de su español, salpicado cada ciertas palabras de un güey. Quiero a mi amiga de vuelta, pensé, hablábamos en señas y hacíamos un gran equipo. Quizá estoy harto de que la gente no entienda cómo es esto, aunque no le deseo a nadie tener que vivirlo. Apagué el cigarrillo de Aura y encendí otro. No la sueltes, si la tienes. No la sueltes, pensé, ése es mi consejo para todos los vivos. Aspírala, pon tu nariz en su cabello, aspírala a profundidad. Di su nombre. Siempre será su nombre, ni siquiera la muerte puede arrebatarlo. El mismo nombre tanto viva como muerta, por siempre. Aura Estrada.

Lee más adelantos en nuestra columna La pura puntita.