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El número de "El mundo te odia"

La escena subterránea

Aunque la mayoría de los combos son sin duda culpables de comportarse de forma pendenciera y de inhalar productos químicos en público, como los greasers americanos en los 50 y los fans del heavy metal en los 70, los reguetoneros no son la amenaza que...

Las autoridades del metro conducen a los pasajeros a vagones diferentes para que los Sikarios perturben al menor número de gente posible.

FOTOS DE MAURICIO CASTILLO

Es sábado por la mañana en la estación de metro de Insurgentes, en Ciudad de México, y los miembros del combo Panamiur se dirigen a una fiesta. Su líder, Cidel, lleva unas enormes gafas de sol y el cabello engominado hacia arriba, pantalones cargo y una camiseta pintada con aerógrafo con el número 26 al frente y su apodo en la parte de atrás. Es una referencia al 26 de noviembre de 2010, el día de la fundación de los Panamiur.

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            Las cuatro docenas de chicos que rodean a Cidel lucen adornos similares: cadenas de oro falso, gafas de sol de enorme tamaño, gorras de béisbol de colores brillantes y tejanos ceñidos. Le gritaban cánticos a un miembro de un combo rival, al otro lado de la plataforma: “Hey, su puta madre del Jori se está bañando, ¡eh oh! A orillas de nuestro rumbo, ¡eh oh! Y un Panamiur lo está acechando, ¡eh oh! Con una vergotototota y una mona [trapo impregnado en solventes] en la mano, ¡eh oh! Y la banda dice: La vamos a violar, la vamos a violar. Duro, duro, duro por el culo. ¡Pinche vieja puta! ¡Putísima!”

            Nos dimos cuenta de que todo era un juego y que todos se estaban riendo, pero el resto de los pasajeros parecían nerviosos. Panamiur es una de las bandas locales conocidas como combos, que componen reguetoneros adolescentes y de veintipocos años que suelen frecuentar las estaciones de metro de Ciudad de México. Como todos los combos, Cidel me dice que lo que más le importa a Paramiur es la música, la fiesta y apoyarse entre sí en las buenas y en las malas. Sin embargo, desde la perspectiva de los pasajeros, también va de inhalar cola industrial y limpiador de tuberías con un trapo impregnado, hacer con las manos signos pandilleros y gritar obscenidades sobre violar a la madre de alguien; el nerviosismo es comprensible. Sobre todo si se consideran algunas de las historias que han estado circulando en los medios regionales durante el último año.

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            Los combos fueron noticia de titulares por primera vez en julio de 2012, cuando más de 600 jóvenes, encabronados por la cancelación de un concierto de reguetón, empezaron a deambular por las estaciones de metro de los barrios altos. Se arrancaron señales de las paredes, hubo peleas y la policía detuvo (y poco después puso en libertad) a más 200 chavales. Tres semanas más tarde, el 4 de agosto, se desató una batalla campal en otra estación, cuando 50 combos fueron emboscados por un grupo rival, enemigo del reguetón. Los vídeos grabados por las cámaras de seguridad del metro, mostrando explosiones de petardos y miembros de los combos destruyendo letreros en el andén, se hicieron virales en internet, y de la noche a la mañana Ciudad de México tenía una nueva “tribu urbana” de la que preocuparse y al público preguntándose si estaría viviendo en una versión mexicana de Los amos de la noche.

            Aunque la mayoría de los combos son sin duda culpables de comportarse de forma pendenciera y de inhalar productos químicos en público, como los greasers americanos en los 50 y los fans del heavy metal en los 70, los reguetoneros no son la amenaza que su perfil mediático podría sugerir. Según muchos combos, los mismos grupos han hecho un esfuerzo concertado por organizarse y evitar conflictos serios, gracias en su mayor parte a un joven de veintipocos años de habla suave conocido como Brenan. En 2011 fundó FU Ántrax, algo parecido a unas Naciones Unidas de los chavales que esnifan cola y viajan en metro.

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Los Sikarios posan para una foto junto a la parada de metro de Garibaldi antes de dirigirse a un local para celebrar su tercer aniversario. En sus jerseys lucen el logo de la estación por la que suelen estar.

                  Brenan trabajó un tiempo en la puerta de un antro en Ecatepec al que iban varios combos a bailar reguetón, y ahí es donde se hizo amigo de muchos de los líderes. Se dio cuenta de que había fiestas a las que no llegaban más de 30 personas porque tenían miedo de encontrarse con bandas rivales y que pudieran terminar en pleito, de modo que los reunió con el objetivo de poder organizar fiestas más grandes y mejores, en paz.

            “A la primera junta que hicimos sólo fueron cinco grupos, todos a ver a quién tiraba el primer golpe. Pero se hablaron, se sacaron los puntos y borrón y cuenta nueva”, nos contó Brenan. Al cabo de un tiempo, varios combos se desligaron de FU Ántrax y formaron una segunda federación, La Familia. Brenan nos dijo que aunque algunos de los suyos quisieron atacar a este grupo escindido, él les convenció de que no lo hicieran. “A mí me ubican no como un dirigente, sino como un organizador”, nos dijo. “Yo organizo a la gente, la trato de guiar a que no hagan cosas que no deben de hacer”.

            Este sábado por la mañana, la concentración de combos tiene como motivo la fiesta de cumpleaños de Brenan. Y aunque el festejo se pretende que sea totalmente pacífico –sólo 300 de sus amigos más próximos de varios combos, emborrachándose y “perreando” a ritmo de reguetón en una bodega–, los detalles están rodeados de secretismo.

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            Llegamos al local, una bodega detrás de unos puestos del mercado sin nada de particular ni elemento distintivo. A las 4 de la tarde las puertas estaban cerradas. Según explicó Brenan, “el gobierno dice que nuestras fiestas son clandestinas, pero eso es porque no tenemos un espacio para nosotros. El gobierno ve que nos estamos juntando, por ejemplo en una casa, y llegan patrullas y lo quieren cancelar aunque no estemos haciendo nada malo. Simplemente vamos a la fiesta, pero la gente se asusta”.

            No cabe duda de que las autoridades tienen el ojo puesto en las actividades de los combos. José Alfredo Carrillo, Gerente de Seguridad Institucional del Metro, nos explicó que en un sábado normal tienen que vigilar a más de tres mil reguetoneros, hinchas de fútbol y otros potenciales camorristas en su camino a fiestas, eventos o partidos. “En los últimos años han generado una serie de problemas que ponen en riesgo a los demás usuarios, las instalaciones y el material rodante que utiliza el metro”, nos dijo. “Cada vez son más violentos y agresivos y tenemos que preparar un operativo para poder transportarlos y garantizar su seguridad y la de los demás usuarios. Una vez entran se forman grupos para su traslado, porque no podemos mezclar a los reguetoneros con los demás pasajeros. Hemos tenido la experiencia de que se pegan entre ellos, asaltan o agreden a otras personas. Según el número se les puede asignar uno o dos vagones del metro”. Policías con equipo antidisturbios controlan a menudo a los reguetoneros en el metro, vaciando vagones para separarlos de los demás pasajeros.

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            Pregunté a Carrillo si él creía que los combos eran grupos criminales o simplemente unos chavales rebeldes buscando pasar un buen rato. “Entendemos que es una manifestación cultural”, dijo. “Son jóvenes buscando una manera de expresión, de vínculo entre ellos mismos. Afortunadamente no todos son iguales. Hay grupos reguetoneros que se saben comportar. El problema es cuando se cruza la línea entre lo legal y lo ilegal”.

Los Sikarios, el combo más grande de Ciudad de México, celebran su tercer aniversario en un local cerca de la parada de metro Ciudad Azteca.

            Algunos combos juegan al estereotipo de camorristas violentos, como los Sikarios, la banda del metro más grande y famosa de Ciudad de México. Tiene centenares de miembros y en su logotipo aparece el dibujo de una AK-47 donde debería estar la k. Pero los Sikarios no están asociados con cárteles de la droga u otras organizaciones criminales y no son tan peligrosos como su reputación podría sugerir. Sin embargo, las autoridades les suelen tomar como objetivo. En diciembre celebraron su aniversario haciendo lo que saben hacer mejor: reuniendo a unos 400 chicos en un club para bailar, beber, aporrear percusiones e inhalar cola toda la noche hasta que llegó la policía para estropear su diversión.

            “Llegó la autoridad diciendo que habíamos robado una panadería, cuando la verdad no hicimos nada”, se quejó Mickey, el líder de los Sikarios. “Estábamos afuera con nuestros tambores y no sabían ni para qué eran. Y agarraron a unos cuantos, les dieron vuelta en su furgones y les quitaron su efectivo y sus celulares… A los Sikarios nos estigmatizaron, nos encasillaron en que éramos unos drogadictos, violentos y rateros. Cosa que no es así”. Cuando le mencioné las grandes trifulcas entre combos de las que se informó el año pasado, Mickey le echó la culpa a grupos más pequeños y desorganizados, a los que sus líderes no pueden controlar de manera efectiva.

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            En su fiesta de cumpleaños, Brenan estuvo de acuerdo en que la mala fama de los combos es injusta. “Sólo por como vestimos, [la gente] nos ven en las calles y creen que les vamos a robar, ¡cuando solo estamos viniendo de la escuela!”, dice. “Muchos piensan que no hacemos nada, ¡pero sí! Yo por ejemplo tengo una carrera. Estudié electrónica industrial. Tengo título y certificado”.

            Le pregunto por sus amigos, que están alrededor nuestro inhalando solventes, y él le quita importancia. “La gente no se droga sólo porque sea reguetonero o jale con un combo. De mucha gente, yo he visto que sus papás se pelean, o se quieren divorciar y se arrinconan en las drogas. Hay políticos que se drogan, hay artistas o actores que se drogan, y no por eso son reguetoneros ni yo voy a decir que todos se drogan… No soy de los que juzgan”.

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