El violador eres tú
Imagen: Elisa Torres.
Identidad

La revolución será coreografiada

Desde el 25 de noviembre la frase "el violador eres tú" inunda las calles y las redes sociales. ¿Qué ha significado la performance "Un violador en tu camino" para miles de mujeres de diversos países? ¿Cómo leer la reacción de algunos hombres?

25 de noviembre. Los grupos de chats empiezan a explotar con un mismo link. La recomendación, la misma: "tienes que ver esto". Al abrirlo aparece un grupo de mujeres acomodadas como un batallón. Algunas con vendas en los ojos, todas con los pies en el piso, paradas con una firmeza que se presiente inédita. Suena un pulso marcado con un silbato y, sin advertencia alguna, las mujeres empiezan a cantar al unísono "el patriarcado es un juez". Sus voces rompen las tensión que sobrevuela el aire chileno desde hace más de seis semanas. La canción avanza y las mujeres coordinadas dicen: "es femicidio", y hacen una sentadilla con las manos en la nuca. Dicen "es la desaparición", y hacen otra sentadilla; dicen "es la violación", y hacen una última sentadilla. Aparentemente imitan una forma en la que la policía abusa de las detenidas en las protestas. Durante unos segundos sólo se escucha el pulso del silbato. Entonces todas gritan: "y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía". Lo gritan tres veces y para la última la piel erizada y un nudo en la garganta son inevitables. Paran otra vez en una pausa que se hace eterna por saber qué sigue en este espectáculo increíble, y finalmente gritan "el violador eres tú", levantando un dedo acusador que siempre va al frente, señalando a los victimarios y no a las víctimas.

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Creada por el colectivo feminista de Valparaíso Las Tesis, la performance no sólo es una descripción de lo que denominamos la cultura de la violación —el entramado estructural, social, institucional y simbólico que naturaliza la violencia sexual hacia las mujeres—, sino que también se dio en el marco de las protestas en Chile, que ya llevan más de cuarenta días. La acusación que las performers hacen entre canto y coreografía — “El violador eres tú / El violador eres tú / Son los pacos / los jueces / el Estado / el Presidente”— no es menor. Hablar de “los pacos” (la policía) en medio de la cruda represión que sufren los manifestantes chilenos por parte de las fuerzas de seguridad es un acto bastante valiente. Según el reporte más reciente del Instituto Nacional de Derechos Humanos de Chile, desde que comenzaron las protestas se han registrado 190 casos de violencia sexual a personas detenidas durante las manifestaciones, 236 personas han resultados con heridas oculares y cinco personas perdieron del todo la vista como consecuencia de los excesos en el uso de la fuerza por parte de los carabineros. Hablar de las responsabilidades del Presidente y el Estado con relación a los derechos de las mujeres resalta la importancia de sumar la violencia machista a las protestas en Chile, porque los derechos de las mujeres son vulnerados con una saña particular y también gozan de mayor impunidad.

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Desde que se presentó por primera vez la performance ha sido replicada por mujeres en casi todos los países de Latinoamérica. Con algunas variaciones, dependiendo de la jerga para llamar a la policía o las demandas de cada país, la idea se mantiene: las mujeres hemos sido violentadas y agredidas sexualmente, las instituciones han fallado en cuidarnos y garantizar nuestra seguridad, nos han revictimizado, nos han culpado, pero ahora estamos acá, señalando con el dedo índice que “el violador eres tú".

El video de las chilenas es emocionante y conmovedor todas las veces que lo veo. Es más emocionante aún ver las versiones de la coreografía en distintos lugares. Es que es un himno eficiente: la mayoría de las mujeres tenemos un violador en nuestro camino, la mayoría de las mujeres nos culpamos por ello (y también nos culpó la sociedad y sus instituciones), la mayoría de las mujeres nos sentimos acompañadas, fuertes, invencibles por ese dedo colectivo que se levanta y señala al frente. Que pone las responsabilidades en el lugar correcto: el Estado, la Policía y la Justicia, y que en ese gesto nos sana y nos impulsa a cambiar todo el sistema, a destruir al "Estado opresor, que es un macho violador", como dice la canción.

De la calle a la experiencia personal

Además de las réplicas en múltiples lugares, en los últimos días Un violador en tu camino llegó a las redes sociales en forma de hashtag para hablar de las historias personales de violencia sexual de las mujeres. El #ElVioladorEresTú fue trendic topic en Twitter en diversos países. Miles de mujeres lo usaron para contar relatos cortos que mencionan el lugar donde fueron abusadas, la ropa que tenían puesta en esa ocasión y la persona que las abusó, hablando por primera vez en el ámbito público de una realidad cotidiana de muchísimas más: la violencia sexual.

ElVioladorEresTú
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UnVioladorEnTuCamino

La vergüenza y la culpa que genera la violencia sexual sobre las mujeres es parte del engranaje aleccionador que tiene la misma sobre nuestros cuerpos. Las escasas conversaciones que existen sobre violencia sexual y sobre la vida después de la violación sólo aportan a los sentimientos negativos y la necesidad de callar que sentimos quienes fuimos abusadas. Hay una norma tácita, cruel y eficiente en la imposición del silencio para nosotras que se traduce en impunidad para los violadores y abusadores y en más sumisión de parte de las mujeres. Por eso, ejercicios como el que empezó el pasado 25 de noviembre rompen con ese círculo cruel, opresivo y violento.

Si todas levantamos la voz al tiempo y nos acompañamos entre nosotras, va a ser más fácil entender que la violencia sexual no es una excepción en la vida de las mujeres: es la norma. No olvidemos que, según ONU Mujeres, aproximadamente el 70% de las mujeres del mundo sufrió algún tipo de violencia sexual a lo largo de su vida. Evidenciar esto es importante porque combate el estigma de las mujeres víctimas de violencia sexual, el imaginario social de que sólo hay una forma de sobrellevar los abusos, la duda sobre los relatos, la culpabilización que se les impone a las víctimas y la patologización.

Los ejercicios de denuncias masivas son una forma de tomar la voz pública y también una forma de sanación. El abrazo de otras mujeres y la prueba de que las historias que más nos duelen hacen parte de un relato común de la mayoría de nosotras funciona como una forma de reparación y un ejercicio de liberación necesario para las mujeres. Ahora sabemos que fuimos muchas, no se puede chantajear con vergüenza y culpa a tantas de nosotras. Eso es una enorme victoria que necesariamente es colectiva y que manifestaciones como la de Las Tesis lograron impulsar. La capacidad de las feministas para subvertir lógicas patriarcales de manera creativa es fundamental. Si nuestras denuncias no son contenidas de manera eficiente por las autoridades, y si el espacio público tiene para nosotras reglas y limitaciones particulares, bailaremos unidas hasta romper las normas impuestas sobre nuestra voz.

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Muchas violadas, ningún violador

Feminazi

Junto con la ola de denuncias de las mujeres en redes sociales apareció una ola de hombres que se sienten ofendidos por la consigna “el violador eres tú”. Nada nuevo bajo el sol. Los varones necesitan que las mujeres digamos que no todos son violadores y que hay unos buenos para poder seguir viviendo. El “no todos los hombres” es la contratendencia de Twitter, donde se nos acusa de exageradas, violentas, malas feministas, y se compara la dinámica con generalizaciones absurdas que hacen para defenderse de un señalamiento más estructural que personal, pero por el que se dan por aludidos.

El principal problema es una diferencia cognitiva entre lo que de hecho es un violador y lo que la gente se imagina por uno. La mayoría de violadores no son hombres con cicatrices en la cara y cobras tatuadas que premeditan sus ataques y que jalan de los brazos a indefensas mujeres a callejones oscuros, mientras estas se resisten, gritan y patalean. La realidad es que la mayoría de las violaciones ocurren en el ámbito privado de las víctimas, y los victimarios son hombres que ellas conocen: amigos o familia, principalmente.

Los estereotipos de la violación no sólo hacen que haya una catarata de machitos indignados en Twitter, también influencian las sentencias del poder judicial. Muestra de esto es el argumento que los jueces argentinos Pablo Viñas, Facundo Gómez Urso y Aldo Carnevale usaron en noviembre de 2018 para absolver a los acusados por el femicidio y violación de Lucía Pérez en 2016. Los jueces aseguraron que, según los chats, el acusado la había invitado a tomar leche chocolatada con medialunas y que esa no es una actitud “típica” de los hombres que violan mujeres.

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No existe un sólo tipo de violador porque, como vimos en los relatos de las redes y como demuestran las estadísticas, los abusos sexuales suceden en una infinidad de contextos, mediados por muy diversos vínculos entre las víctimas y los victimarios. Pero para la mayoría de los hombres es imposible identificarse con violadores porque creen que esas situaciones están relacionadas con el estereotipo mencionado anteriormente. No se les ocurre que violadores pudieron ser ellos, que se aprovecharon de la borrachera de una amiga, ignoraron una negativa para tener relaciones sexuales o que seguramente vieron alguna violación en una fiesta o espacios laborales y no la detuvieron.

Para el periodista, activista y puto argentino Lucas Fauno Gutiérrez, “desarmar esa imagen del opresor, violador tan Hollywodense y tan Disney, lleva a los varones heterocis a hacerse cargo de que el violador puede ser el que encuentran todos los días en el espejo”.

Las miles de historias reveladas en redes sociales gracias a la performace Un violador en tu camino justamente sirven para derrumbar ese mito de la violación y que los varones puedan darse cuenta de que para violar a una mujer no se necesita tener malas intenciones, un tatuaje de cobra o que la víctima sea una niña: basta con no respetar el “no”, aprovecharse de una situación de vulnerabilidad, chantajear o cohesionar, o aprovecharse de un estado de inconsciencia.

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Si los varones no empiezan a cuestionarse lo que entienden por consentimiento y a tener relaciones sexuales consentidas de manera entusiasta, en las que se procure el placer de ambas partes, se verbalice el deseo y se promueva el diálogo, va a ser muy difícil que las prácticas sexuales violentas (entiéndase por violentas a las no consentidas) cambien. Tampoco se puede ignorar que el consentimiento está atravesado por las relaciones de poder, las diferencias de edad, los riesgos potenciales y las palabras o incluso gestos que denotan que no lo hay. Es decir: asegurar que el consentimiento está dado cuando una persona no grita, patalea o corre es una idea muy peligrosa que se asienta sobre mitos de la violación.

En lugar de sentirse atacados con “el violador eres tú” y responder una catarata ridícula de defensas, sería más provechoso que los varones comprendieran que es probable que los violadores hayan sido ellos o sus amigos, y que es necesario y urgente que gestionen su sexualidad de forma más consentida, así como que desnaturalicen los abusos por parte de sus pares.

Denunciar no es una obligación

Muchas de las denuncias que están surgiendo con el #ElVioladorEresTú no contienen nombres propios de los agresores. Aunque en muchos casos las mujeres han realizado denuncias públicas o penales, motivadas y fortalecidas por el movimiento que ha generado la performance, considero fundamental respetar el derecho de muchas mujeres a no revelar el nombre de sus violadores. Una denuncia pública o penal no es un proceso sencillo. Según la psicóloga feminista Mónica Ramón, quien trabajó en la Comisaría de la Mujer en Colombia, en el proceso de denuncia institucional “las mujeres se ven sometidas a una constante revictimización por las entidades de salud y las mismas instituciones o funcionarios de la justicia. Es un proceso que no sólo es súper doloroso, sino que termina en medidas ineficientes y sin garantías reales”.

Denunciar requiere que las mujeres estén fuertes, acompañadas y absolutamente seguras de qué quieren con ello y qué forma de justicia están buscando. Es necesario que las denuncias se planifiquen, para que puedan contenerse las posibles respuestas violentas, no sólo de las instituciones, que suelen ser revictimizantes y crueles con las mujeres que denuncian este tipo de delitos, sino también de familia y amigos de los agresores o incluso los propios. El mundo que habitamos es hostil con las mujeres, también lo será si decidimos denunciar.

Tampoco es esto un llamado a que no se inicien estos procesos, apenas es un recordatorio de que lo más importante es respetar la voluntad de las víctimas, así esta sea no revelar el nombre y apellido de sus agresores. Finalmente creo que exigimos cambios estructurales, a los que no se puede responder sólo con penas más altas para los casos de violación. La demagogia punitiva no previene la violencia sobre nuestros cuerpos. Aunque menos del 1% de las denuncias por violencia sexual ha comprobado ser falsa, la idea de que las mujeres mentimos sobre violaciones por estar despechadas o querer sacar alguna ventaja de ello hace parte del sentido común de la mayoría de la sociedad. Uno que es fundamental cambiar, pero al que hay que enfrentarse a la hora de denunciar.

“Las mujeres hemos tomado la palabra pública”, como bien señala la abogada feminista argentina Sabrina Cartabia en referencia a los movimientos de denuncias masivas. Participamos de las manifestaciones e incluimos nuestras problemáticas en las agendas políticas. Bailamos en las calles, nuestra desnudez en las manifestaciones no es para el consumo de los varones ni sigue sus reglas y hablamos de lo que duele, de lo que fue mandato callarnos, tejiendo nuevas alianzas y redes entre nosotras. No volveremos a la ley del silencio, porque los violadores fueron ustedes. Somos muchas, ya nos vimos, nos escuchamos y nos abrazamos. Somos la mayoría y ni la vergüenza ni la culpa están más de nuestro lado. Somos una generación que creció imitando coreografías: estamos listas para derrumbar al patriarcado bailando.