La industria de la música hizo un  pésimo trabajo este año contra los abusos sexuales

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La industria de la música hizo un pésimo trabajo este año contra los abusos sexuales

Esto es lo que hemos aprendido del caso de Kesha y lo que podemos esperar en la época de Trump.

A principios de este mes, el popular y polémico presentador de la televisión británico Piers Morgan utilizó Twitter para poner en duda que Lady Gaga hubiera sufrido un trastorno por estrés postraumático, en parte, a causa de una violación que habría sufrido hace varios años atrás. En un principio, Morgan mostró sus dudas basándose en un diagnóstico arrogante de este tipo de trastornos y diciendo que la enfermedad se manifiesta exclusivamente en personas que han servido en el ejército, algo que es falso. Pero luego Morgan también puso en duda la denuncia por violación de Gaga (Madonna, a quien Gaga apoyó con un tuit, también reveló en 2013 que había sido violada a los 19 años) diciendo que como no había ningún registro en un tribunal o de la policía que respaldara esta denuncia, no es más que una débil alegación y él no va a "creerla de forma automática". Esta no es la primera vez que Morgan ha puesto en duda la integridad de una mujer, y no es que lo haga por ninguna razón productiva, sino simplemente porque está en la posición de hacerlo.

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Los hombres corrigen o simplemente ignoran cualquier afirmación que salga de la boca de una mujer en cualquier contexto, pero sobre todo si se trata de misoginia, abuso sexual o violación. Cualquiera que acabe siendo nuestro legado del mundo online, inevitablemente incluirá a todos estos hombres que se esconden detrás de sus pantallas y ponen los dedos sobre Twitter para tratar de negar la existencia y legitimidad de los abusos sexuales contra las mujeres.

En esta línea, es muy evidente que la opinión pública y los sistemas legales todavía siguen defendiendo a los hombres más que a las mujeres, a pesar de encontrarnos en el medio de eso que llamamos progreso. En 2016, durante lo que ya fue un triste año de por sí, un conjunto de promesas patriarcales y anticuadas se vieron reforzadas por la forma en que la sociedad trata y habla de la agresión sexual y las mujeres.

Pensemos cómo empezó este año en la música y la cultura pop. En febrero, después de que Kesha hubiera demandado a su productor y supuesto agresor sexual, Dr. Luke en 2014, el tribunal finalmente desestimó la petición de Kesha de romper su contrato con Sony. Kesha alegó que Sony estaba al corriente del comportamiento ofensivo de Dr. Luke (alegó manipulación emocional, haberla drogado y otras cosas), pero el tribunal sentenció que "no había hecho las suficientes alegaciones".Kesha no había conseguido ser el tipo de víctima adecuado. El tipo de víctima adecuado —un término que para empezar ya es problemático— es normalmente aquel que aporta pruebas precisas (fotos del abuso en su momento y mensajes, por ejemplo) del delito en el momento en que ocurrió, lo que en el caso de una agresión sexual o emocional es raramente posible. En abril, se desestimó la demanda por violación y abuso presentada por Kesha.

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Abandonó el caso en California pero en Nueva York sigue presentando nuevas denuncias, y mientras tanto continúa presentando decenas de nuevos temas, con la esperanza de poder lanzar un nuevo disco pronto. El problema de Kesha es que no puede producir música sin Dr. Luke, puesto que su contrato restrictivo le prohíbe hacerlo. Tras conocer el fallo del tribunal, la estrella del pop mostró abiertamente su pesar ante la posibilidad de quedar atrapada en un contrato que la obliga a trabajar con su agresor.

A estas alturas deberíamos ser mucho mejores en esto, deberíamos esforzarnos por creer abiertamente a las mujeres y expresarlo. El caso de Kesha es desolador, porque es un ejemplo de lo difícil que es para una mujer moverse en la industria de la música. El año pasado, Jessica Hopper, que por aquel entonces era editora jefe de Pitchfork y ahora es directora editorial de música en la MTV, recopiló toda una serie de relatos, que bien podrían haber hecho un libro, de mujeres contando cómo se enfrentan a la misoginia y los abusos en la industria. Fue un catalizador que hacía mucha falta y sirvió como una enorme plataforma para contar historias y experiencias. Pero con cada ejemplo de progreso que vemos, siempre sale también un Piers Morgan que lo entorpece. Puede que el caso de Kesha se convierta en un ejemplo de las formas muy precisas y calculadas que tienen los hombres para controlar a las mujeres, y para proteger a sus marcas; Sony se mueve por el interés de proteger su compañía y sus activos.

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Paralelamente a la historia de Kesha, este año los Estados Unidos decidieron seguir apoyando un sistema patriarcal lleno de problemas, que rechaza la transparencia o una decencia básica en relación con las mujeres, eligiendo a Donald Trump —un supuesto agresor sexual— como presidente. Durante la campaña electoral, la conducta sexual inaceptable de Trump dio mucho de qué hablar. Si buscamos en Google "Donald Trump" y "agresión sexual" encontraremos millones de resultados que van desde sus comentarios diciendo que puede agarrar a cualquier mujer de la vagina hasta numerosas acusaciones de violación y su frecuente visión misógina sobre las mujeres, la cual no es una sorpresa y ha demostrando durante décadas.

El ciclo de noticias estuvo dominado por este diálogo y aún así una cantidad apabullante de hombres y mujeres (53% de mujeres blancas, para ser exactos) votaron a favor de un tipo que, sobre el papel, trata a las mujeres literalmente como objetos. En Canadá, también se vivió una situación similar que llevó a un resultado penoso. El ex músico y locutor de radio Jian Ghomeshi por fin fue a juicio por las abundantes denuncias por acoso sexual que empezaron a hacerse públicas a finales de 2014, pero no fue declarado culpable por ninguna de las acusaciones. Su otro juicio, que tendría que haber empezado en junio, no prosperó porque Ghomeshi firmó un compromiso de buena conducta que, muy lejos de implicar su culpabilidad, más bien le protege para que no pueda ser acusado.

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Los casos de acoso sexual son complicados, y las leyes son diferentes en cada estado y país. Estas complicaciones aumentan porque se trata de un sistema lleno de errores que se apoya en hechos, reduciendo la importancia de las necesarias impresiones psicológicas y emocionales. El hecho de que las víctimas de Ghomeshi le enviaran mensajes coqueteando o continuaran en contacto con él para luego decir que había cometido esas violaciones, no tiene por qué utilizarse para negar la agresión. Distorsiona la experiencia a favor del respaldo documental y unos hechos que ponen en una situación incómoda a las mujeres que quieren defenderse. The Globe and Mail sacó un vídeo durante el juicio de Ghomeshi sobre los pasos que tomó una mujer para denunciar su agresión y quedó claro que las víctimas han de seguir un orden específico para que el caso pueda prosperar. Pero además, en ocasiones la policía tampoco se esfuerza mucho en seguir las denuncias por acoso.

Madonna dijo el año pasado al hablar sobre su violación que se sintió demasiado humillada para denunciarlo; que ya había sido violada y que no "merecía la pena". Las mujeres que deciden hablar de forma pública sobre sus experiencias de agresión sexual, por lo general, han de enfrentarse al ridículo y escepticismo.

Aún así, este año también pudimos ver algunos avances y resultados más positivas en las experiencias de las mujeres. La intérprete canadiense Kinley Dowling escribió y publicó un disco este año sobre una violación que había sufrido hace más de 15 años. Aunque no existe ningún registro policial o del tribunal sobre esta agresión, al menos que se hayan hecho públicos, el ejemplo de Dowling sirve como testimonio de la existencia de estas agresiones. Es una visión mucho más positiva de las experiencias de una víctima, y documenta los pasos que dio para procesar y recuperarse de su experiencia.

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También este año, la denuncia por abuso que hizo Amber Coffman y el apoyo que recibió después fue un comienzo optimista. Cuando la guitarrista de Dirty Projectors utilizó las redes sociales para contar que el publicista musical Heathcliff Berru le había agredido sexualmente, encontró como respuesta un diálogo productivo que invitó a otras mujeres a hablar y a apoyarse las unas a las otras (Bethany Cosentino de Best Coast es uno de los ejemplos de apoyo que recibió vía Twitter). La gente le creyó. Al menos, Berru intentó remediar el daño disculpándose por haber causado un perjuicio indebido a muchas mujeres. Fue un caso poco común; normalmente la creencia en lo que afirman las mujeres no se manifiesta tan fácilmente, pero es un paso más que básicamente refleja un consuelo para la víctima más que una forma de detener a los agresores.

Este año que ha quedado ahora marcado por este rifirrafe en Twitter entre Gaga y Morgan demuestra una narrativa sobre las mujeres, la agresión sexual y los hechos que resultan incómodamente familiares. Muy diplomáticamente, Gaga respondió a los tuits de Morgan diciendo que estaría encantada de educarle. Se espera que las mujeres asuman la carga de la educación, la revelación y la transparencia en los casos de agresión sexual y violación. Morgan pidió a Gaga que redujera sus reservas sobre este tipo de alegaciones e historias, pero es la mujer la que tiene que enseñar al hombre la complejidad de una agresión y de cómo manifestarla.

Cuando supuestamente estamos a las puertas del progreso, las mujeres siguen sujetas a un mayor control de la autenticidad. Hillary Clinton estuvo sujeta a una inspección sobre su ética de trabajo y su salud únicamente por ser una mujer que optaba a la presidencia. La nota de Ariana Grande sobre un fan de su novio, Mac Miller, que la había humillado y objetivizado es otro ejemplo reciente de sexismo y misoginia espontáneos. Sea como sea, la gente este año puso manos a la obra, se mantuvo en sus trece y pidió más de las mujeres. Si las reflexiones recientes sirven de señal, hemos visto que somos unos campeones en repetirnos, así que es obvio que los peores valores sistemáticos seguirán teniendo poder y saliendo a flote, desde ahora y hasta quién sabe cuándo.

Sarah MacDonald es escritora de Noisey en Canadá.

Traducido por Rosa Gregori.