Esta es la razón por la que te encanta torturarte con el chile

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Esta es la razón por la que te encanta torturarte con el chile

Nos encanta la sensación de enchilarnos. Nuestras cavidades orales se convierten en hornos furiosos, la lengua y la garganta se escaldan, los labios palpitan, la cabeza punza, el corazón se acelera y los ojos lloran, mientras nuestro cerebro intenta...

«Es la aceleración».

«Me gustan las sensaciones de hormigueo».

«Siento si no lo obtengo me lo estoy perdiendo».

«Me gusta presionar los límites para encontrar el nivel perfecto».

«Hace que las cosas sepan mejor».

«No lo sé, es un poco adictivo».

Todos estos son intentos de personas (razonablemente) sobrias y sensibles para justificar sus hábitos culinarios que les infligen dolor.

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El chile y el wasabi –así como el mentol, los refrescos y las bebidas frías y calientes– contienen compuestos moleculares que estimulan los receptores del dolor en nuestras células nerviosas y provocan la sensación de una llama encendiéndose en la boca. La molécula

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capsaicina,

contenida en el chile

,

crea una quemadura caliente que puede causar un infierno en el paladar. Las moléculas de

isotiocianato

del wasabi, la mostaza, y el mentol causan una quemadura fría que abrasa las fosas nasales y hace que se sienta como si la cabeza fuera a explotar.

Las plantas desarrollaron estas moléculas como una táctica evolutiva para disuadir a los animales y a los seres humanos de comerlas. Pero nosotros, como seres humanos, nos adaptamos a esas sensaciones que fueron diseñadas para repelernos. Diablos, por algo estamos en la cima de la cadena alimentaria. Según Paul Bloom, psicólogo de Yale y autor de How Pleasure Works: The New Science of Why We Like What We Like, «los filósofos han buscado frecuentemente la característica definitoria de los seres humanos: el lenguaje, la racionalidad, la cultura, y así sucesivamente. Yo me quedo con esto: el hombre es el único animal al que le gusta la salsa Tabasco».

Esta práctica tampoco es puramente propia de los valores atípicos culinarios. Durante cientos de años (miles para las personas en América), la gente se ha sometido voluntariamente a esta forma de tortura, derramando wasabi sobre el sushi, bañando sus filetes con salsas picantes, mordiendo chiles entre bocado y bocado.

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Pero, ¿por qué perseguimos intencionadamente estas experiencias que nos adormecen y nos inflaman hasta sudar? Nos encanta la sensación de enchilarnos. Nuestras cavidades orales se convierten en hornos furiosos, la lengua y la garganta se escaldan, los labios palpitan, la cabeza punza, el corazón se acelera y los ojos lloran, mientras nuestro cerebro intenta extinguir el calor abrasador del picante.Si proporcionara algún tipo de ventaja evolutiva –que no lo hace– tendría más sentido. Una afirmación común de los buscadores de emociones sensoriales es que agregar calor a los platillos «realza su sabor», lo que tiene cierto mérito. El gusto incorpora al sabor (dulce, salado, ácido, amargo, umami), pero añade otras sensaciones como el tacto al paladar, el olfato, la estética, y los recuerdos. Al aumentar la sensación se siente como si el gusto también aumentara, es la misma razón por la que los fabricantes de alimentos gastan muchísimo para encontrar el crujido de la papas o la efervescencia de un refresco.

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Incluso los científicos tienen dificultades para definir por qué queremos desafiar las reglas de la evolución y el sentido común para conseguir estos breves momentos de hedonismo depravado, pero resulta que estamos fisiológicamente y psicológicamente predispuestos a las tendencias gastronómicas sadomasoquistas.

¿Es una droga?

Cuando nuestro cerebro registra los mensajes de ardor y dolor responde con la liberación de sus analgésicos naturales, las endorfinas. Esencialmente, la morfina natural del cuerpo, las endorfinas estimulan a los mismos receptores en el cerebro como opiáceos. Las endorfinas actúan como analgésico y sedante, disminuyen nuestra percepción del dolor haciéndonos sentir acelerados y eufóricos.

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«Las endorfinas funcionan para bloquear el calor. El cuerpo las produce en respuesta al calor que siente como dolor», dice Paul Bosland, cofundador y director del Chile Pepper Institute de la New Mexico State University.

Entre el placer y el dolor Por mucho tiempo se asumió que el dolor y el placer eran sensaciones opuestas liberadas por distintas vías en el sistema nervioso. Sin embargo, estudios recientes sugieren que tienen mucho en común y que hay una continuad entre dolor y placer. «En varias estructuras cerebrales, las neuronas que responden al dolor y al placer se encuentran muy juntas, formando escalas de positivo a negativo», explica John McQuaid, autor de Tasty: The Art and Science of What We Eat.

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Las sensaciones dolorosas causadas por el chile y el wasabi resultan en la liberación de dopamina extra de «placer químico» en el cerebro, así como la estimulación de «puntos calientes hedónicos». Básicamente, al actuar como puntos G del cerebro, estas zonas determinan el placer, la motivación y el deseo, y están muy involucradas con las adicciones.

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Tradicionalmente asociadas solamente con estimulantes dichosos como comer pastel de chocolate, besar, la heroína, Facebook, (ganar) apuestas, la música, el arte y el altruismo, ahora se ha establecido que el dolor puede añadirse a esta lista, y que el vínculo entre el placer y dolor en nuestro cuerpo es complejo y misterioso.

El masoquismo benigno Los seres humanos somos maestros de la alquimia de sensaciones. Hemos descubierto cómo convertir una experiencia desagradable en algo placentero y emocionante. Comer chiles no es la única actividad en esta clase. El psicólogo cultural, Dr. Rozin, sugiere que es emocionante encontrar placer en el dolor o en el estrés.

En Journal of Motivation and Emotion escribe: «La gente ha aprendido a disfrutar el miedo y la excitación producida por [cosas como] montañas rusas, salto en paracaídas, o películas de terror. Disfrutan de llorar en las películas tristes, y algunos llegan a disfrutar el dolor inicial de entrar en un baño muy caliente o el choque de saltar al agua helada».

Él llama a estas actividades «masoquismo benigno» porque son dolorosas, pero no graves.