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Cultură

A pesar de estar amenazada de muerte, Rosa Amelia Hernández habló con nosotros

Denuncia los abusos por parte de la policía y paramilitares de Colombia.

Aquel 26 de febrero de 2006, Rosa Amelia Hernández se levantó en su hacienda para trabajar en los cultivos de maíz y arroz, y acabó el día despojada, sin tierra y humillada sobre el pasto.  Durante más de un lustro, Rosa vivió en la finca Cantarrana, en el departamento de Córdoba, al norte de Colombia. Otros 64 campesinos trabajaban con ella. Aunque estaban en una zona caliente, un corredor del narcotráfico, los días transcurrían con el ritmo cíclico del campo, de sol a sol, casi inmóvil. Pero la guerra interna puede romper esa vida en un instante y de la manera más cruenta.  Rosa vio cómo un grupo de policías y paramilitares entraban en el rancho. Le dio tiempo para agarrar el celular y llamar a su hijo mayor. Sin embargo no pudo pronunciar una palabra. El aparato quedó encendido para que su primogénito escuchara las sonidos de la barbarie. Entre risas los "paracos" desnudaron a Rosa y la violaron con sus rifles. Uno se lo introdujeron por la boca y otro por la vagina. Ella quedó con un brazo inmóvil y sin un lugar donde vivir. Lo que no lograron es  cerrarle la boca.

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"Nadie denuncia por el terror. Pero yo sí denuncio. Si quieren, que me maten a mí". Desde aquel día la voz de Rosa, un susurro casi imperceptible, se ha convertido en la de las víctimas que —como ella— han sufrido en carne propia las consecuencias del conflicto interno. Se mudó a la cabecera municipal de Planeta Rica, un pueblo de 65 mil habitantes.  Vive en una modesta casa de dos cuartos, junto con tres de sus hijos, siete nietos y su marido. Sobrevive con la pensión de su esposo, quien es un ex policía; también vende artesanías. La jornada, además, la dedica a recorrer el municipio para hacer de portavoz de sus vecinos ante la fiscalía, aunque esta mujer de 60 años y mirada melancólica no crea demasiada en ella. "Qué puedes esperar cuando el enlace municipal es un paramilitar", comenta resignada.  Aun así, si alguna mujer ha sido violada, Rosa lleva y presenta la denuncia. Si alguien quiere recuperar su tierra, Rosa no se muerde la lengua para pronunciar los nombres y apellidos a los paramilitares que se la quedaron. Ni una bala en el rellano de su casa —símbolo común de amenaza de muerte— la ha detenido.

Medio siglo de guerra interna ha dejado a unos tres millones y medio de personas en situaciones similares, tanto por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) como en los últimos 15 años por los paramilitares, aunque las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) oficialmente se desmovilizaron en 2003. Las opciones en el campo son pocas: cultivar coca para los grupos armados, irse y dejar las tierras o morir.  El presidente colombiano, José Manuel Santos, anunció el pasado 4 de septiembre el inicio de un proceso de negociación con la guerrilla para "que los hijos de una misma nación" no se maten entre sí. El máximo dirigente de las FARC, Timochenko, por su parte, anunció en un video que acudirán a las conversaciones "sin rencores y arrogancias".  El acuerdo se encuentra en una fase preliminar y no incluye el cese de acciones militares por parte del gobierno ni exige el cese el fuego de la guerrilla. Pero en el país se ha acogido, aunque con cautela, como una ventana a la esperanza para que, como dijo Santos, "termine de una vez por todas esta guerra".  Unos días antes de esta declaración, Rosa se encontraba en Bogotá. Se había subido por primera vez en su vida en un avión para ir a la inauguración del PROYECTO ROSA, impulsado por el medio digital La Silla Vacía. Ella, por unos instantes, salió del anonimato. Habló a los capitalinos, lloró, recordó a sus amigos, compañeros y vecinos muertos. La fama, sin embargo, no es sinónimo de seguridad.

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La primera vez que Olga Lozano (una de las creadoras del proyecto) la llamó por teléfono le alertó sobre los peligros. Le dijo que darse a conocer es un arma de doble filo, que la visibilidad puede ser un halo de protección o condenarle.  —Ya tengo un 90% de posibilidades de que me maten, le respondió Rosa, si me das un 1% más de chance para sobrevivir, es suficiente.

José Luis Pardo Veiras es periodista y escribe para el sitio Dromómanos Latinoamérica.

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