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De ladrón de bancos a traficante de cocaína en México DF

«¿Cómo empecé? Fue una cosa muy espontánea. Antes de dedicarme al narcomenudeo, cometía otro tipo de... vamos a llamarlo "delito", y hubo consecuencias».

«¿Cómo empecé? Fue una cosa muy espontánea. Antes de dedicarme al narcomenudeo, cometía otro tipo de… vamos a llamarlo "delito", y hubo consecuencias. Así fue».

ElTío se lleva las manos al tobillo para levantarse el pantalón y descubrir su pierna derecha. Tres largas cicatrices se extienden de la rodilla al talón.

«Me dieron unos balazos y quedé mal. Luego fui a ver a un amigo para que me echara una mano. Hizo eso que mucha gente ni se imagina, sacó dos bolsas y me las dio. "Ponte a vender, ya no puedes hacer otra cosa", porque lo que hacía antes era más movido», recuerda.

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Antes de eso, el Tío fue asaltante de bancos durante 15 años, hasta 1993, cuando le dispararon.

«El banco era lucrativo, pero los negocios son menos peligrosos, porque en el banco a la fuerza tenías que enfrentarte al policía y, si se ponía agresivo, lo tenías que lastimar, como dicen. En los negocios, no. Después empezaron a poner vigilancia y así pasó, en uno de esos me tocó perder».

Son pasadas las 9 de la mañana y estoy en un pequeño apartamento de uno de esos bloques de viviendas que el gobierno construyó después del terremoto de 1985. Es el hogar de quien fue uno de los principales distribuidores de droga en el centro de la Ciudad de México durante las últimas décadas. En medio de una mesa repleta de cosas —desde comida hasta una figura de Malverde—, hay una bolsa con pequeños envoltorios blancos y dinero en efectivo.

El Tío recoge el dinero y lo lleva a la habitación. Saco la cámara y logro tomar una única foto cuando levanta la bolsa con droga para guardarla. Me dice que prefiere que deje de hacerlo y no tengo ninguna intención de llevarle la contraria.

Mientras espero que regrese de la habitación, observo el lugar. Hay montones de cosas por doquier, apiladas unas sobre otras en los muebles, que están arrinconados contra las paredes formando una suerte de pasillo. La sala parece más pequeña de lo que es, pero no provoca sensación de encierro.

La era Ríos Galeana

Actualmente, los atracos a bancos no parecen buen negocio. Los botines son pequeños —entre 20.000 y 35.000 pesos— y el atraco puede ser ejecutado hasta por mujeres de la tercera edad. La excepción que confirma la regla sería un detenido hace un par de años por su presunta participación en 20 robos.

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Pero en los 80, la historia era otra. Era la época del enemigo público número uno: Alfredo Ríos Galeana, exmilitar y expolicía.

«El subidón de adrenalina es muy fuerte. Tienes que estar con todos los sentidos alerta. No es cierto que la gente vaya drogada, esos son los que roban por la noche. Para robar un banco necesitas una estrategia. Ahorita es diferente, pero tenías que ver la ronda de la patrulla, cuánto tarda en hacer el recorrido el policía y entrar siempre y cuando hubiera acceso a las cajas. Ahorita no hay acceso y hasta con un papelito los intimidan. Para mí no son creíbles. Yo tengo más miedo de arrancar una cadena y echar a correr, porque puedes chocar con el policía. Antes entrabas y los tenías ubicados con tres personas, no necesitabas más. "Vete con el gerente" y "vete a las cajas", y uno empieza con los que están en la fila. Otro fuera, siempre tiene que estar el poste», dice el Tío.

El más grande que logramos fue de 600 millones de aquel entonces. Éramos siete y nos tocaron 49 millones a cada uno; se reduce porque repartes.

Ahora es diferente. En abril de 2014, un pasajero abatió a tiros a dos sujetos que se subieron a un autobús para asaltarlo. Al primero en el autobús y al segundo en la calle, después de perseguirlo y alcanzarlo. Le disparó al menos dos balazos por la espalda.

«Era la época de Ríos Galeana, pero también de la entonces famosa Liga 23 de Septiembre, aunque pocos se acuerden de ella. También trabajé con GenaroVázquez. Todos venían aquí; venían a hacer de las suyas. En aquella época te daban dinero, te contrataban para hacer locuras. Igual que ahora con los anarquistas», explica el Tío.

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«¿Quién te contrataba?», le pregunto.

«Ahí te va, ¿te acuerdas que hay un dicho, y es verdadero, que afirmaba que Durazo controlaba a la policía y a la delincuencia? Antes, si eras cabrón, entrabas en la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD) y, si eras chivato, entrabas a la DIPD. Para ser agente de los dipos tenías que poner a dos o tres de tus familiares, pero si aguantabas tres o cuatro calentadas [torturas], te mandaban a las cosas fuertes», confiesa.

En 1976, bajo la administración de José López Portillo, se creó la División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD). Al mando estaba Francisco Sahagún Baca. El Tío trabajó con ellos hasta la debacle del sexenio. Luego se independizó.

«Hasta que mataron a esos cuates del río Tula, que eran los asaltabancos de moda. Se acabo eso y dices, "Tengo que ejercer de lo mío, lo que él me enseñó, lo que aprendí"».

Ángel de la guarda azul

«Sí, todavía te prestan la patrulla y te alquilan la placa o la pistola; te ponen el negocio que están cuidando. Los asaltos estos de valores son internos, porque ellos pueden tirar y traen protección; tienes que darles en la cabeza. En los asaltos grandes, la policía te ayuda y en los pequeños, a veces también».

En julio pasado, el conductor de un furgón de recaudación abrió la puerta para responder las preguntas de un empleado de seguridad de un centro comercial al que fueron a recoger dinero. Ese momento fue aprovechado por cuatro hampones para llevarse cuatro millones de pesos y la escopeta del hombre de seguridad.

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«Uno busca el objetivo y lo hace. Antes te levantabas a las cinco de la mañana y te formabas en el autobús; se traía un coche atrás que te recogía. No era al azar, buscabas al que iba a la Central de Abastos. Se subían tres, les bajabas todo y te subías a tu coche. Ahora no, desde un momento antes les empiezan a pegar, les quitan los pendientes. No hay necesidad de quitarle las joyas, con el dinero basta. Ahora la gente trae móvil y a veces valen más que un par de pendientes».

Los delitos rentables son el narcomenudeo, el robo de coches y el secuestro, pero este quizá sea el más seguro de los tres.

Aunque un móvil, por valioso que sea, parece poco comparado con los botines que obtenía en sucursales bancarias.

«El más grande que logramos fue de 600 millones de aquel entonces. Éramos siete y nos tocaron 49 millones a cada uno; se reduce porque repartes».

«¿Y entonces no pensaste en el retiro?», le cuestiono.

«No, ¿qué pasó? ¿Tú con cuánto te retiras? Estoy hablando de los 90, digamos cinco millones. Vas al primer golpe y te dan 10, ¿por qué me voy a retirar si estás empezando? Se te sube tanto la adrenalina que expones tu vida. Entra la avaricia. Si te juntas con una persona que delinque es porque tú también quieres delinquir, ser como él, admirarlo. Cuando entras en la cárcel, te preguntan qué te hizo delinquir y por qué. Si eres honesto, les dices: envidia y avaricia. Ves que la gente tiene dinero y lo ganan tan fácil, "¿por qué yo no?" Todos empiezan por ese paso, por envidiar unas deportivas, la pulsera, el coche, cómo se viste, que trae unas chicas porque saca el fajo de billetes. Me van a matar, pero ya viví».

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Así llegó el Tío a los 90 y su incidente con los azules. Carlos Salinas de Gortari despachaba en Los Pinos vía Solidaridad y promesas de primer mundo.

«En este negocio tienes que estar con los cinco sentidos. Sin perder de vista la calle, por si hay algún movimiento inusual. A veces llega un autobús lleno de gente, a veces en patrullas. Ver adónde van a entrar, aunque ya se acabó eso también. Identifican los puntos pero no los quitan, aumentan. En los 90, este era el principal, y de aquí hasta Tepito; ahora hay como 20 por la zona. Los operativos no funcionan, recogen a uno y salen cuatro. La oferta siempre va a estar; es buen negocio. Los delitos rentables son el narcomenudeo, el robo de coches y el secuestro, pero este quizá sea el más seguro de los tres. Después de recibir los disparos, me pareció mejor. Incluso las penas: te pueden caer cinco años por narcomenudeo y por el robo de un móvil te caen cuatro. Si asaltas un banco, ya son 20 años».

El enano favorito de Blanca Nieves

La carrera criminal del Tío empezó cuando era pequeño, juntándose con los malandrines del barrio.

«Ya a los 15 era independiente. Me fui al festival de Avándaro, ya me vestía, ya conocía este tipo de cosas, ¿entiendes? —dice señalando la mesa con pequeños paquetes blancos que nunca son suficientes; en lo que llevamos de entrevista ha atendido a dos madrugadores—. Esto era un lujo», dice en referencia a la cocaína.

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Tenía 23 investigaciones, una tentativa y un homicidio, y les gané.

«Darse un toque era ir a un barrio. Comprar un porro era más peligroso; ibas a Balbuena. Ahí la gente conocía a los que iban a comprar y dependiendo del nivel que tuvieras podías entrar. Si no, te regenteaban, porque estaba lleno de agentes. Como Tepito ahorita, si no te identifican, te ponen. La cocaína era nivel grande; la comprabas en la Cuauhtémoc. Era para las niñas bien, los artistas, la gente que tenía un poco de posición. Ya en los 80, el que tuvo la culpa fue Salinas de Gortari, que liberó el precio, entró en Tepito y vámonos. Fue Salinas de Gortari el que empezó a enviciar a la población. Así empezó, encontrabas coca en cualquier esquina».

Así proliferó el narco en esta ciudad, y por cada punto de venta que la policía cerraba, aparecían más, muchos más. El negocio del Tío también creció y cobró notoriedad en el barrio.

«Yo empecé de pequeño aquí y fuimos famosos. Dentro de esa fama, tenemos cuatro difuntos en la familia; éramos seis en esto. No se hereda, se va agarrando. Son cosas que muchos no ven. Ahí te ganas ese respeto».

De paso, aprendió a mirar la vida con filosofía. El Tío ha estado cinco veces en prisión. La más larga y reciente de 2008 a 2014.

«Salí ganando. No me cobraron ni lo que hice. Al principio es duro, pero después lo vas asimilando. En 1988 estuve dos años. Fue lo que duró el proceso, pero salí absuelto. Tenía 23 investigaciones, una tentativa y un homicidio, y les gané. Me tocó pagar esta vez; alguna había que pagar, ¿no? Esto no te deja morir o sin comer. Esto es un negocio fiel, parecido a la comida, pero es rencoroso. Si se ponen a lado, déjalo, cada uno con lo suyo. Si no, te vas a la cárcel y se acabó. Ahora que he vuelto me dijeron, "No puedes estar aquí porque es mío". Pues es mío porque ya lo pagué y lo que quieras. Me dijo, "Te voy a matar"; pues puedes hacerlo, pero te vas a tener que ir y te quedas sin negocio. Yo no vengo a matarte; vengo a trabajar. Y se calmó. Sin hablar más, ¿para qué? Yo estaba antes, solo que me fui de vacaciones».

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Aunque defiende un territorio que pronto podría dejar, el Tío tiene 57 años. Lo observo detenidamente. Ante mí, un hombre de 1,70 metros y unos 70 kilos, moreno y pelo hirsuto. Se acaba de levantar, viste un pantalón azul, camiseta blanca y chanclas. Parece tranquilo, aunque desvelado. Cuando asiento, sonríe. Cuando habla de temas como la muerte de sus familiares o el miedo, baja la voz. Su mirada se antoja franca, pero lo cierto es que se trata de un hombre juicioso.

«El cuerpo ya no ejerce; se empieza agotar y te vas retirando. La edad te retira. Me quedan cuatro o cinco años, como mucho a los 65».

«¿Y de qué vas a vivir?», le pregunto.

«Sé hacer cosas que aprendí en la cárcel. De hecho, quería estudiar para ser licenciado y cuando empecé a delinquir gané más que un licenciado. Estudié y trabajé en un despacho de abogados, por eso aprendí a defenderme y de la vida. Y a tener ética, porque para esto también hay que tener ética; debes respetarte a ti mismo y a los demás. Debes ser recto».

Después le pregunté si se considera una mala persona.

«¿Yo? Sí. A veces pienso que soy nocivo».

«¿Y cómo duermes?», continúo.

«Tranquilo. La vida así me ha hecho. Ya estoy grande para echarme pa' atrás. El año pasado me dejó mi mujer; ya no quiso aguantar. Eso lo aprendí dentro, a valerte y aceptar las cosas. Así como va, los chicos van creciendo y trayendo más delincuencia, más agresividad, entonces me voy a topar con uno que me va a tirar para atrás. Y van a decir, "Él no se metía con nadie y lo mataron". Cómo no, tanto daño que hizo. Hay que ser honesto».

Salgo de la narcotienda y camino hacia el Zócalo. Son unas diez calles de distancia y en cada esquina veo uniformados con casco y escudo. Están ahí para evitar la venta ambulante. El problema del narco está resuelto.

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@OctCardenas