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Cultură

Arte, ciencia y policías en el Cervantino

No estoy diciendo que Guanajuato tenga que convertirse en una especie de Spring Brake año con año, pero sí creo que un poco de desenfreno juvenil le hace bien al encuentro —y a la sociedad conservadora en general— y ayuda a generar nuevos públicos.

La invitación a cubrir parte del Festival Internacional Cervantino debería ser excitante por sí misma, después de todo se trata del certamen cultural más importante de Latinoamérica, con tres semanas de espectáculos, cerca de quinientos virtuosos en escena y miles de asistentes; sin embargo, en esta ocasión la noticia impactó mi corteza cerebral con el doble de potencia, pues la edición número 43 del evento, además de su oferta habitual, contaba con la gracia de incluir elementos de ciencia como parte del banquete.

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Bajo el lema "La ciencia del arte / el arte de la ciencia" el nutrido programa intercalaba obras de teatro y conciertos con debates sobre el bosón de Higgs y las bases neuronales de la consciencia; cine y poesía con disertaciones al respecto de mapear el universo y la estética de la naturaleza; danza y pintura con proyecciones matemáticas sobre futuros extraños y la fisiología de la imaginación; Peter Brook y Salif Keita con premios Nobel de física y química. ¿Qué más apetecible que salir de ver Fausto para asistir a una conferencia sobre el origen de la vida? Al parecer, el equipo liderado por Jorge Volpi finalmente había logrado poner en manifiesto que la ciencia es parte integral de la cultura y, de la mano de José Gordon, curaron "La danza de las neuronas", una sección dedicada a que los investigadores participaran activamente en el festival que sonaba por demás prometedora.

Fotos por Ana J. Bellido

Jorge Volpi, George Smoot, premio Noble de física 2006, y José Gordon en conferencia de prensa.

Llegué a Guanajuato un tanto ansioso. Por un lado me crispaba la antelación del itinerario que tenía en puerta, y por el otro, sentía cierta curiosidad por volver a recorrer esos callejones efervescentes que años antes hubieran sido testigo de una de las peores borracheras que jamás haya experimentado (la única vez que había pisado aquel terreno con anterioridad fue durante la prepa, momento en el que me lancé al festival puramente de farra y casi consumí mi peso en alcohol).

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Pero era miércoles por la noche y las calles estaban casi desiertas. Lo que sí se notaba era una presencia policíaca desconcertante; en especial de efectivos de la gendarmería. Me resultó algo extraño ver pasar las intimidantes siluetas justicieras montadas en camionetas con ametralladora dispuesta y pasamontañas, pues no es que este estado del centro del país se destaque por su índice delictivo o ferocidad del narco. Por si las dudas, me esforcé por parecer lo menos sospechoso posible y obtener mi acreditación de prensa a la brevedad.

Me fui a dormir temprano suponiendo que en los días subsecuentes la jerga en la vía pública aumentaría y que la aproximación de los justicieros sería menos intimidante.

Proyecto Beethoven.

Mi primer dosis de estimulación neuronal llegó por vía de dos duelos científicos: "Detectives del CERN, novela negra y física moderna" y "Monos imaginantes, relatos de ciencia y arte". No me detendré a analizar los pormenores expuestos, aunque sin duda se barajaron conjeturas interesantes, pero dos aspectos, que se repitieron a lo largo del resto de los días, me parecieron llamativos: la respuesta del público y el llamado a finiquitar la noción imperante en la actualidad de que existe una fisura extensa entre ciencias y artes.

En palabras de Gustavo Ariel Schwartz, uno de los participantes en la discusión, "todo lo que puede ser pensable forma parte del imaginario colectivo de la humanidad, es el conjunto de todas las ideas que existen o las cuestiones que pueden ser planteadas. Distintas partes de la cultura toman estos sustratos y los transforman en teorías científicas o piezas artísticas". Así existen numerosas instancias en que, sin necesidad de que los autores se pongan de acuerdo, las inquietudes globales se abordan desde distintos frentes a la vez, por ejemplo, cuando Einstein formuló la teoría de la relatividad y H.G. Wells publicó Viaje en el tiempo. O cuando Alexander Luria, neurólogo de origen ruso, reportó el caso de un periodista con memoria prodigiosa y Jorge Luis Borges creó su famoso cuento "Funes el memorioso".

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"La sensación de ruptura", opina Alberto Guijosa, otro de los ponentes, "proviene del prejuicio que ostentan los miembros más reaccionarios de cada grupo por los del otro. De un lado se decreta que a los científicos les falta imaginación y, del otro, que a los artistas más bien les sobra y que lo que les falta es seriedad." Aseveraciones que no podrían ser más equívocas, la verdad es que no existe obra maestra sin trabajo arduo y rigor, y no hay teoría científica sin creatividad y disposición para el juego. La realidad es que estamos ante las dos actividades humanas que más dependen de la creatividad y la metáfora para ser llevadas acabo y que mayor entrega exigen para satisfacer la curiosidad que las desencadena.

Sobre estas líneas siguieron los demás debates que tuve la oportunidad de presenciar —porque si una cosa es cierta en el Cervantino es que hay más oferta que demanda, imposible cubrir todo el programa—, cada confrontación intelectual aportando un poco más a la cuestión de que ambas disciplinas cuentan con vínculos mucho más estrechos de lo que generalmente se piensa. Al final del día, todo forma parte del conocimiento y así como no se necesita ser músico para disfrutar de Bob Marley, tampoco se requiere ser científico para gozar de la ciencia.

"El problema", dice Guijosa, "es que el mundo científico actual tiende a ser demasiado reiterativo o hermético y, salvo en contadas instancias, voltea a ver a su alrededor y/o al pasado". Precisamente este aislamiento es con el que se tiene que romper y colocar a los investigadores sobre el escenario es una buena manera de hacerlo. Llegó el momento de entablar un dialogo multidisciplinario más abierto y constante, insertar a la ciencia dentro del discurso popular y retornar a un plano integrativo de la cultura.

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Fausto.

"Fausto quizás es más relevante hoy en día que cuando fue escrita", afirma el director Tomáz Pardur, "en la actualidad vendemos nuestra alma al diablo constantemente: firmamos en el banco, en el trabajo, en el notario…" La versión eslovena del clásico de Goethe ciertamente es una apuesta bastante contemporánea, con tintes nihilistas, vestuarios sadomasoquistas, atmósfera opresiva y herramientas multimedia. Una mega producción de dos horas y media de largo que sucede por completo sobre un espejo de agua que inunda el escenario. Deslumbrante a su manera, sin embargo, no completamente de mi agrado.

Mejor me pareció la propuesta del británico Alfred Jarry con su Ubú Rey. Otro clásico dramático que en nuestros días de gobiernos descarados, autoritarios y corruptos encuentra casi mayor resonancia que a finales del siglo 19, cuando fue escrita. Asesinatos, atropello de las granitas individuales, el gobierno al servicio de la economía de unos cuantos; son algunos de los ejes sobre los que se desliza la narración del enloquecimiento de papá Ubu cuando llega al poder. Tanta es la similitud con algunos aspectos de nuestro panorama nacional que en un momento climático el protagonista rompió el artificio de la cuarta pared y, descendiendo a las butacas, habló directamente al público para referirse a Ayotzinapa y la desaparición de los 43 normalistas.

El notable Peter Brook, por su parte, trajo al festival El valle del asombro, puesta en escena inspirada en la sinestesia y otras condiciones neuronales que en años recientes, en parte gracias a la obra de Oliver Saks, han levantado vuelo dentro del imaginario colectivo. Se trata de la tercera parte de una trilogía montada por el director de noventa años dedicada a explorar estos fenómenos cognitivos. Las ovaciones se las robo la actriz Kathryn Hunter con su personaje dotado-achacado por el rasgo de la memoria prodigiosa.

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Ubú Rey.

La dimensión sonora del festival no se quedó atrás y contó la participación del gran albino de Mali Salif Keita, que con sus cantos y ritmos africanos sacudió de tal manera a la alhóndiga de granditas que los antiguos muros quizás pensaron que se desataba una nueva guerra de independencia.

En el plano clásico de la música el aporte más notorio vino por parte del proyecto Beethoven, que valiéndose del rescate de los instrumentos de madera que imperaban en la época del compositor, busca generar el sonido original de sus nueve sinfonías. Presenciar en carne viva tal interpretación deja una mezcla de perplejidad y éxtasis difícil de articular en palabras. Más cuando, gracias al gafete de prensa, se puede asistir a un ensayo y observar a los músicos en su faceta más humana —en shorts y sandalias— esforzándose por alcanzar el grado de perfección.

Con respecto a la música electrónica sí tendría una queja: a mi parecer el techno aburrido de Lena Willikens y Paula Temple se quedó muy por debajo del nivel del festival. Mejor hubiera sido que, aprovechando el lema de "la ciencia del arte", hubieran optado por algún proyecto del tipo de Caribu, matemático y productor de sonidos mucho más interesantes y apelativos, o si —por aquello del patrocinio del instituto Goethe— tenía que ser un representante por fuerza de origen alemán Moderat hubiera estado mucho mejor.

Salif Kaita, el gran albino de Mali.

En el rubro de las artes plásticas destacaron, sin duda, las numerosas esculturas monumentales de Leonaora Carrington dispuestas en espacios públicos; pero la exposición que a mi gusto se llevó las palmas fue: Sin maíz no hay Toledo, de Francisco Toledo, que se une a la campaña que libra el maestro juchiteco contra el maíz transgénico en Oaxaca. Un claro ejemplo de cómo el arte puede tener una injerencia sobre los conflictos actuales y servir de puente entre las distintas fracciones de la sociedad, comunicando la ciencia de manera que los ciudadanos puedan tomar elecciones más informadas.

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Francisco Toledo.

Con la llegada del fin de semana la vida nocturna aumentó considerablemente, sin embargo, dista mucho de lo que alguna vez fue. La prohibición estricta de beber en la calle —supervisada por la nutrida presencia policíaca— ha ocasionado que aquellas borracheras multitudinarias, antes un clásico del Cervantino, pertenezcan únicamente a los recuerdos. Hoy en día la algarabía se limita a algunos cuantos bares y a los recorridos de las estudiantinas. Lo que, sin duda, ha matado parte del corazón del festival. No estoy diciendo que Guanajuato tenga que convertirse en una especie de Spring Brake año con año, pero sí creo que un poco de desenfreno juvenil le hace bien al encuentro —y a la sociedad conservadora en general— y ayuda a generar nuevos públicos. Si no mírenme a mí, antes fiestero y ahora cubriendo el festival.

Ya que estamos en vena de la presencia policíaca, me desconcertó encontrar que en el centro de la ciudad, justo afuera de la oficina de prensa, había un módulo de promoción de la gendarmería. Numerosos efectivos hacían la labor de relaciones públicas del organismo tomándose selfies con la gente —como si fueran edecanes de la justicia— y permitiendo que los ciudadanos abordaran los distintos vehículos oficiales, motos, patrullas, jeeps todo terreno, etcetera, como si se tratara de una feria.

"¿Y este show?", le pregunté a una de las oficiales con aspecto menos rudo.

"Es pa' que la plebada nos pierda el miedo", me contestó.

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"¿Cómo?"

"Pos sí, pa' que se acostumbren a nuestra imagen y no le teman a la ley", dijo.

Recordé aquellos efectivos que rondaban las calles nocturnas encaramados en camionetas con pasamontañas y metralletas listas para entrar en acción, y no me quedó del todo claro que algún día les lleguemos a perder el miedo. Menos aún cuando siga habiendo tantos elementos envueltos en eventos de extorsión, abuso de autoridad y corrupción.

"¿Entonces para eso están aquí?", pregunté para romper el silencio que comenzaba a resultar incómodo.

"Hey. Nos mandaron para proteger el festival. La gendarmería tiene como propósito proteger los distintos ciclos productivos del país. El cervantino es uno de estos ciclos, pues produce una derrama económica para todo el estado. Así que estamos aquí para asegurarnos que nadie interfiera con ello".

El autor con la ley.

Para cerrar este reportaje considero pertinente plantear algunas de las interrogantes que George Smoot, premio Nobel de física 2006, lanzó durante su conferencia de prensa. "¿Qué nos define como humanos? ¿La manera en la que creamos arte? ¿La manera en la que entendemos el arte? ¿Qué va a suceder dentro de veinte años, cuando los robots cuente con esta capacidad? ¿Se les invitará a Guanajuato como parte del programa del Festival Internacional Cervantino?"

Es una cuestión que no debe tomarse demasiado a la ligera. No olvidemos que hasta hace relativamente poco tiempo se afirmaba que ninguna computadora, por más sofisticada que llegar a ser, sería capaz de derrotar al campeón de ajedrez. Ahora sucede más bien a la inversa: no existe campeón homínido que pueda imponerse sobre el tablero a la inteligencia artificial. Incluso la famosa prueba de Touring —por años considerada garantía para discernir entre un humano y un robot— ya ha sido superada por una computadora. Entonces volvamos a preguntar ¿Qué nos define como humanos?… Ni puta idea, pero, mientras seguimos en busca de respuestas, bien vale la pena darse una vuelta a disfrutar de las manifestaciones culturales de nuestros congéneres. La siguiente cita tendrá lugar el próximo octubre de 2016.