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Identidad

Puto: homoerotismo y homofobia

El lenguaje es peligroso porque llegó antes que nosotros.

El pasado partido de México contra Brasil en este Mundial 2014 dejó dos sucesos indispensables para cuestionar la realidad mexicana en relación a la homosexualidad y la visibilidad de opinión en las redes sociales: las manifestaciones homoeróticas y las manifestaciones homofóbicas. ¿Será posible separar unas de otras? Creo que hay que leerlas a la par para reflexionar en torno a la homofobia y la práctica homoerótica internalizadas que tiene el mexicano, al menos el que económica y socialmente puede decir lo que piensa en internet sobre los eventos que involucran políticamente a México, tanto para el país como frente al mundo.

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El primer suceso es sobre el amor: la avalancha de memes o frases que compartieron miles de hombres mexicanos revelando que a pesar de no ser gays, sí le daban una mamada a Memo Ochoa, guardameta de la Selección Mexicana. O diciendo: "No soy gay pero, Memo, hazme cinco hijos". O suplicando: "No soy gay pero déjamela ir, Ochoa". Puro material homoerótico candente como si se tratara de un chat de ligue gay, pero no es así, que no se malentiendan esas frases porque los cibernautas sólo hacían "celebración y agradecimiento nacionales" para un portero eficaz.

El segundo es sobre el odio: ocurrió después de finalizar dicho partido cuando la FIFA comunicó que abriría una investigación debido al grito de "Eeeeeeeh, puto" de la afición mexicana presente en el estadio de la ciudad Fortaleza contra el portero de Brasil. Nosotros, mundanos televidentes, no supimos ni quién comenzó a gritarlo ni con qué intenciones, pero muchos salieron en defensa del insulto, porque justamente no eran "insultos anti-LGBT", como acusa la FIFA, sino puro desfogue, desmadre de la afición, aseguran los que no estuvieron pero que entienden gracias a su sonda tipo Avatar que como hinchas mexicanos los conectó a los hechos.

Entonces en las redes sociales sucedió esto: los mismos internautas que antes se entregaban a Memo Ochoa en una ciberfantasía de campo de futbol, manifestaron su desacuerdo contra la FIFA por tratar de regular el lenguaje supuestamente nacional y para nada homófobo de los que gritaron en Brasil. Un lenguaje que era de batalla, palabras de guerra, exportación mexicana para un Mundial de la amistad deportiva donde "puto" no significa una injuria que señala a un hombre como homosexual deseando descubrirlo ante la sociedad cual delincuente, y donde "sí le mamo la verga a Ocha" no significa exclusivamente que el que lo dice vaya a perseguir al portero por aeropuertos o por los vestidores hasta alcanzarlo y bajarle los calzones y hacerle sexo oral, sino sólo una frase de apoyo festivo y aprobatorio de sus actos.

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Es verdad: cualquiera puede declarar lo que le venga en gana. Sin embargo, este asunto no es tan sencillo como saber leer al revés y al derecho los significados de palabras o frases dichas en torno al juego del balompié. Los que defienden la jiribilla del lenguaje dirán que eran pura guasa ambos sucesos: tanto los de amor como los de odio. Y que los de odio ni eran de tanto odio, sólo eran burlas. Que el guasón se apropió de ellos y que solamente los listos pudieron entender que ellos ni son homosexuales ni son homofóbicos. ¿Entonces no hubo ataque? No seamos ingenuos: el lenguaje es peligroso porque llegó antes que nosotros. Darle un significado diferente a una palabra ha requerido siglos y pueblos enteros. "El lenguaje opresivo", dice la Nobel de Literatura Toni Morrison: "hace algo más que representar violencia: es violencia".

Ocurre que cuando las personas usan "puto" para insultar crean una representación mental de dicha palabra. Es decir: crean el insulto sobre el otro en fantástico acto de imaginación poniéndole un disfraz, una marca para que sea reconocido por los otros; ahí va el puto que es como el puto de la tele, o como el puto que corta el pelo, o como el puto tío solterón. Esto no ocurre cuando se insulta, por ejemplo, diciendo una palabra de la que tenemos menos representación visual o casi nula como "pendejo" o "pinche". Entonces hay que preguntarnos, ¿qué es un "puto"?, ¿y qué es un "pendejo"?

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Un pendejo es una injuria vestida de nadie, sin rostro reconocible. Ninguno puede hacer un dibujo esperando que el mundo piense: "Ah, claro, es un pendejo". Con esa palabra se insulta a un fantasma personal, ya que el "pendejo" que uno imagina es distinto al que los otros imaginan. Pero cuando se insulta con la palabra-navaja "puto", sí hay rasgos específicos de una identidad que puede ser sexual, socioeconómica, cultural o de personaje de ficción que el mundo asimiló en una imagen trillada y llena de clichés, justamente porque esa palabra fue disparada por primera vez para sancionar, corregir, lapidar y señalar un comportamiento que se creía equívoco en el mundo.

El insulto es el veredicto de una boca social que se cree superior. Eso hace la porra mexicana cuando dice lo que piensa del guardameta de la selección brasileña: lo señala, lo ataca, lo desea fuera del juego. ¿Y cómo lo hace? Difamándolo entre bromas y chistes. ¿Por qué se usa la palabra "puto"? Precisamente porque señala. ¿Cómo? Por medio del lenguaje, entonces se recurre a prácticas conocidas como lanzar el ultraje (casi telenovelesco, muy mexicano, ya sabemos, también muy brasileño, entonces se está al tú por tú) que hace saber que se tiene poder sobre el otro (es decir, sobre el portero, sobre el equipo contrincante) y que está a merced del que grita. La injuria, dice el filósofo Didier Eribon: "produce efectos profundos en la conciencia de un individuo porque le dice te reduzco a". ¿A qué? A un "puto". Según ellos, "el escalón más bajo de los anormales".

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En la cultura gay contemporánea, los estudios queer han mostrado cómo la cultura LGBT hizo de las palabras de injuria y señalamiento social como "jota", "tortillera", "maricón", una vuelta de tuerca presentándolas como banderas de orgullo. Los gays con formación filosófica o académica tomaron de los gays con agallas y cinismo para decir: "Sí, soy maricón, siguiente tópico", esa manera de enfrentar al mundo. O tomaron como modelo a Salvador Novo que se reía y jugaba con tales injurias con poemas satíricos. O, también entraron al festejo, en las discotecas gays cuando el DJ pone la rola de "Puto" de Molotov sin sentirse ofendidos, sino devolviendo el grito a los que antes los injuriaron, a los poco hombres, que vendrían a ser poco humanos, poco sensibles: se vuelve un contracanto de victoria.

Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas, no todo es semen en un condón que ofrece seguridad, no se ha ganado la batalla de la manifestación libre de preferencias y/o identidades sexuales, hay millones de homosexuales, lesbianas o amigas trans que no pueden contra la opresión social, familiar, política o personal. Las injurias han hecho surcos en sus cabezas y corazones. Todas esas personas son la verdadera pieza faltante del debate de si gritar "puto" en el estadio ofende o no. He visto cómo niños son destrozados por la palabra puto. He visto cómo adolescentes esconden el rostro en la sopa cuando los hombres de la familia ven a Juan Gabriel aparecer en la televisión y dicen: "Putea bien sabroso". He visto cómo profesionistas han sido señalados en sus trabajos haciéndoles imposible el día a día. He visto cómo mis amigos han descubierto en su coche de color sobrio una verga pintarrajeada con aerosol amarillo fosforescente. El insulto es un rasgo común de la existencia en homosexuales. Y eso no se debe pasar por alto, como cosa sin importancia.

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Lo que hace la Federación Mexicana de Futbol es negar un acto homofóbico del lenguaje. Lo que hace la FIFA es solaparlo. Aquí no se trata de pedir sanciones -cual dictadura del lenguaje- contra el uso de palabras o la forma en que una porra se manifiesta. En un mundo ideal esto se deja a la conciencia personal. Cada quién, en su derecho individual, puede decidir cómo insultar a otro. Lo que no se vale es que los organismos nacionales e internacionales nieguen que las palabras no tienen una carga anterior al uso, que se hagan de la vista gorda, que ignoren que esas palabras en otro contexto son cuchillos enterrándose en zonas vitales. No se vale que primero traten de ser sensatos, y luego digan que ya entendieron el chiste. Y lo festejen.

Al decir "puto" se pone de manifiesto la injuria por excelencia para atacarse "entre hombres". Aunque esta doble moral existe, afortunadamente cada vez hay más hombres que, independientemente de su preferencia sexual, saben darle la vuelta al insulto. Recuerdo a una amiga travesti a la que le gritaron "puto", a lo cual ella antes de responder con un bolsazo como en una caricatura, simplemente dijo: "Cállate, impotente". Aunque ambas frases son injuriosas, una es el eco homoerótico de la otra que es homofóbica. No se trata de armar guerras, sino entender que el lenguaje nos antecede y, según su uso, hiere o divierte. Estos dos sucesos de la temporada mundialista ponen en escena problemas de convivencia nacional que no deberían dejarse pasar, ya que regresarán en actos políticos que oprimen a los débiles. Nadie debería ser atacado por su preferencia sexual.

Sigue a Óscar David en Twitter:

@OscarDavidLopez