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La farsa de prometerle casas a los medallistas olímpicos

En Colombia, el Gobierno ha venido haciendo (e incumpliendo) la misma promesa desde 1972, cuando Clemente rojas volvió de Múnich con una medalla de bronce.

El pasado domingo Ricardo Henao, director de deportes de noticias RCN Televisión, decidió que Yuberjen Martínez, el boxeador de 24 años que ese mismo día había conseguido una medalla de plata en los Olímpicos de Rio 2016, se merecía un abrazo. Henao, un veterano presentador deportivo conocido por su manera arrastrada de pronunciar la frase "noo se muevaaan", se lanzó a envolver al medallista con sus brazos luego de preguntarle si ya se había enterado de que el Gobierno había confirmado "lo de la casa para su mamá", un anhelo que el boxeador había manifestado en distintas ocasiones. Martínez esquivó el lance del periodista como si se tratara del guante de otro boxeador para tomar distancia y contestar: "No, no la han confirmado".

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Desconfiado y cortante, como Tomás el apóstol.

Era la cara opuesta de las lágrimas que soltó para Caracol Televisión y que se hicieron virales en Internet. ¿Por qué esperar a ver para creer, Yuberjen? De pronto porque en el pasado la promesa de una casa gratis para los atletas que ganan medallas olímpicas se ha roto más veces de las que se ha cumplido.

Esa tradición de ofrecerle una casa gratis a un medallista olímpico para luego quedarle mal es casi tan vieja como la primera medalla que un deportista colombiano trajo de unos Juegos Olímpicos. El 9 de septiembre de 1972, apenas ocho días después de que Helmut Bellingrodt consiguiera la primera medalla olímpica en la historia de Colombia (plata en tiro al jabalí), el boxeador barranquillero Clemente Rojas ganó otra: una de bronce en la categoría de peso pluma.

Rojas, quien por ese entonces era un boxeador aficionado de 19 años, recordó en una entrevista concedida a El Heraldoen 2012, cómo, cuando volvió a Barranquilla, Coldeportes le prometió una casa para él y un gimnasio para su papá, quien lo había iniciado en el boxeo. Pero, en palabras del medallista, "todo se quedó en palabras".


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Pasaron 16 años para que otro boxeador colombiano subiera al podio en unos Juegos Olímpicos. Fue en Seúl 88, cuando Jorge Eliécer Julio ganó bronce en peso gallo. A pesar de que nadie salió a prometerle al boxeador una casa luego de conseguir el bronce, su historia es el reflejo de cómo se porta el gobierno con sus atletas olímpicos antes, durante y después de ganar una medalla.

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Luego de alcanzar la medalla, Julio recibió 500 dólares por parte del Comité Olímpico Colombiano, el mismo comité que semanas atrás se había negado a costear su viaje a Seúl. De vuelta en Colombia, el medallista, que antes de partir hacia las olimpiadas trabajaba como celador, fue recibido y condecorado por el presidente Virgilio Barco. También recibió una casa, aunque no precisamente por los buenos oficios del gobierno de Barco ni del Comité Olímpico. En realidad, fue la emisora RCN la que organizó una campaña para regalarle una casa a Jorge Eliecer Julio en Barranquilla.

Doce años después, cuando María Isabel Urrutia ganó la primera medalla de oro para Colombia, nadie saltó para ofrecerle una casa ante las cámaras. Y afortunadamente nadie lo hizo, porque para ese entonces la pesista chocoana ya sabía bien dónde terminan ese tipo de promesas

En 1996 Urrutia, quien había pasado la primera mitad de los 90 durmiendo en estaciones de metro y albergues de refugiados de Madrid y Berlín, ganó medalla de oro en los Juegos Nacionales. En aquella ocasión, el Gobierno le había prometido a cada medallista de oro una casa en la urbanización Poblado Campestre, en Candelaria, Valle. Las más de 100 casas nunca aparecieron, hecho que Urrutia denunció ocho años después desde su curul en el Congreso. "De pronto María Isabel Urrutia ya no necesita la casa que le prometieron hace seis años (…) Pero si la tienen allí, que nos la devuelvan con intereses y buscamos dónde comprar algo, especialmente para los compañeros que no tienen dónde vivir", le dijo Urrutia al El País de Cali en septiembre de 2002.

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Otra pesista que sabe cómo funciona esto de las promesas del gobierno a los atletas es Mabel Mosquera, ganadora de bronce en Atenas 2004. Luego de las olimpiadas, el entonces alcalde de Bucaramanga, Honorio Galvis, le prometió una casa a la medallista en su ciudad. Mosquera me confirmó, cuando hablé con ella por teléfono, que 12 años después no ha recibido la casa, pero que le gustaría aclarar que sí ha recibido apoyo del Estado para estudiar y trabajar.

Tampoco recibieron sus casas varios de los medallistas de Londres 2012. "En adelante, nuestros campeones olímpicos y sus entrenadores no solo ganaran medallas sino también el subsidio para una casa", dijo el presidente Juan Manuel Santos cuando recibió a la cosecha de medallistas más grande en la historia del país hasta el momento.

La realidad fue distinta.

Según un informe publicado por la revistaSemana, cuatro meses después del anuncio, cinco de los ocho medallistas olímpicos (Mariana Pajón, Carlos Oquendo, Jacqueline Rentería, Yuri Alvear y Óscar Muñoz) no habían podido utilizar el subsidio debido a que no clasifican como población desplazada o vulnerable. Otros dos (Rigoberto Urán y Catherine Ibargüen) no se pronunciaron al respecto. Mientras que el pesista Óscar Figueroa, medalla de oro en esta olimpiada ––y plata en Londres––, afirmó en su momento que el alcalde de Cali, Rodrigo Guerrero, se había comprometido a "cumplirle con eso".

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Cuatro años después, solo la judoca Yuri Alvear ha recibido su casa, y lo hizo gracias a una gestión de la constructora IC Prefabricados y la Alcaldía de Jamundí. En cuanto a Figueroa, su casa apareció casi un año después gracias a la gestión de Guerrero y en un conjunto de vivienda de interés social en la periferia de Cali: "yo pido una vivienda digna para un deportista, no de interés social", le dijo Figueroa al PeriódicoEl Pueblode Cali en esa ocasión.

Ahora, la ministra de vivienda Elsa Noguera anuncia que ella sí le va a cumplirá Yuberjen. Habrá que esperar. Pero si no lo hace, no hay problema.

Al fin y al cabo, incumplirle a los medallistas se ha convertido para el gobierno colombiano en una tradición olímpica.

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