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El número para creer o no creer

De cómo un artículo de moda desató una guerra de clases sociales en Facebook

Las redes sociales son el regalo envenenado de mi generación.
Foto tomada del usuario de eCRATER "deadsnap".

Este artículo hace parte de la edición de octubre de VICE.

Los conocí a través de la pantalla de mi computador: miles de jóvenes de barrios obreros de Bogotá reunidos en grupos de Facebook con el único propósito de comprar, vender o intercambiar ropa de equipos deportivos estadounidenses de los años ochenta y noventa. Son prendas de colección que llegaron al país hace 15 o 20 años, gracias al contrabando y la apertura económica. La extravagante gorra color púrpura y aguamarina de los Hornetts, la manga sisa roja de los Bulls y la temible chaqueta impermeable negra y plateada de los Raiders hacen parte de esta corriente de moda llamada Vieja Guardia.

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El efectivo no juega ningún papel en la mayoría de los negocios. Las gorras suelen cambiarse por otras gorras, también llamadas 'techos' o 'tejas'. En otros casos se cambian por celulares o 'bichos'. Cuando un 'bicho' está reportado como robado se anuncia como 'mala vida'; cuando el teléfono está listo para ser usado, lo llaman 'libre de pecado'. Algunos llegan a ofrecer pistolas o 'guayos' a cambio de un par de buenas gorras, o una que sea realmente escasa. Sin embargo, muchas veces estas armas son réplicas que no disparan balas. Son, en palabras de sus dueños, 'mentirosas'.

Algunos de los miembros del grupo son verdaderos coleccionistas, con decenas de gorras colgadas en las paredes de su cuarto. "Tengo una de los Hornetts que es re caleta, nadie la tiene. Por esa me han ofrecido hasta 800.000 pesos y no la suelto", me dijo A., un chino de 18 años que estudia, trabaja, cría un hijo y tiene una foto de perfil en Facebook empuñando un cuchillo pequeño (198 likes).

Hace dos meses escribí un artículo contando las anécdotas de los coleccionistas, presentando sus mejores gorras y mostrando los objetos más extraños que se ofrecen a cambio de ellas (entre ellos, una daga y una catana). Un parche de idiotas se puso a la tarea de buscar los grupos y, desafortunadamente, los encontraron.

En cuestión de minutos un puñado de trolls universitarios llenó los grupos de comentarios del siguiente porte: "¿Saben que están destinados a morir jóvenes y sin un trabajo?", "Buenos días ratas hijueputas…". Durante las 24 horas que pasaron después de que se publicara el artículo, gomelos y ñeros por igual intercambiaron más de 1.000 posts insultándose, retándose a peleas y burlándose de cualquier foto que pudieran encontrar en sus perfiles. Un artículo de moda popular que terminó en una patética lucha de clases virtual.

¿Acaso los pobres no pueden tener nada bonito? ¿Qué tan desocupada debe estar una persona para pasar 24 horas completas frente a un teclado recordándole a la gente pobre que es pobre? ¿Realmente somos menos clasistas que nuestros padres? Lo único que me queda de todo esto es la certeza de que las redes sociales son el regalo envenenado de mi generación.