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Feliz cumpleaños señor Armani

¿Arrepentimientos? Unos pocos. Giorgio Armani asegura que se necesita algo más que una reputación intachable, una clientela de élite y una renta anual de miles de millones para hacer feliz a un hombre que ha llegado a su cumpleaños número 80.

Fotografías de Armin Link

¿Arrepentimientos? Unos pocos. En las últimas cuatro décadas Giorgio Armani ha seducido a las celebridades con sus diseños limpios y serenos. Aunque asegura que se necesita algo más que una reputación intachable, una clientela de élite y una renta anual de miles de millones de libras para hacer feliz a un hombre que ha llegado a su cumpleaños número 80.

Giorgio Armani está sentado sobre un taburete, en el santuario interior de su sede milanesa, una galería forrada en madera clara y de paredes amuralladas hasta el techo por costosos libros de arte. Hay dos escritorios de cristal, dos sillones Bauhaus de cuero beige y una silla Le Corbusier contra una pared. Armani se sienta frente a la chimenea, sobre la que cuelga su retrato al óleo –el cabello canoso, la sonrisa amplia, el pecho rebosante de orgullo, la camiseta negra combinada con sus jeans. En carne y hueso es un poco más pequeño de lo que sugiere la pintura, pero se mantiene en forma y bronceado, sus ojos gris-azulados miran a través del marco de sus lentes (Armani, por supuesto). Lleva un sweater gris, pantalones caqui y mocasines de gamuza canela. Su único adorno es un discreto cinturón de cuero negro con oro. No lleva anillos, ni cadena en el cuello, ni brazaletes con su nombre. En otras palabras, es un hombre elegante sin el esfuerzo que podría suponerle a muchos otros mayores de 65.

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Estoy intentando ser lo más cortés posible para explicar por qué –con razón o sin ella– muchos jóvenes británicos considera su marca un epítome de la idea de lo cool, formada por aburridos contadores de mediana edad. El problema es que se ha asociado su sello con la gente equivocada. “El ejemplo clásico”, le digo, “es John Birt, antiguo director general de la BBC, quien es conocido por usar Armani pero tiene una reputación de aburrido, calculador y desalmado”. “Sí, he escuchado hablar de él”, el diseñador se encoje de hombros antes de añadir con su risita traviesa, “también usa Yamamoto, ¿no?”. Pienso que quizá haya un malentendido –ninguno de los dos está hablando en su lengua materna–, y reitero el punto. Si un glorificado contador cree que los trajes Armani son la última moda, entonces por definición… “Bueno, es cierto que hemos corrido con suficiente suerte para crear un imperio”, se interrumpe, un tanto cansado, “y nuestro nombre es bien conocido y si la gente quiere comprar y usar nuestra ropa, entonces…”

“Por supuesto, no hacemos cosas tan extravagantes como la gente lo hace en Inglaterra, a pesar de que intentamos hacer cosas un tanto diferentes. Pero lo que la gente espera y le gusta de Armani es simplemente el espíritu Armani”.

El punto es que, claro, el Sr. Armani (como todo el mundo lo llama) no tiene porqué preocuparse por ese tipo de críticas. Después de todo es el fundador de un imperio fashion que se expande por todo el globo con sus 129 boutiques de Emporio Armani. El año pasado, el conglomerado Armani tuvo una ganancia de más de 83 millones de libras esterlinas y una facturación de 521,6 millones. Para hacer la comparación, Paul Smith, el diseñador británico más cotizado, tiene una facturación por 170 millones de libras.

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El éxito internacional de Armani se basa en una identificación precisa de productos de alto prestigio, su hábil estrategia de marca y mercado, que ha logrado convencer a Hollywood para que acredite su ropa de forma gratuita. El primer diseñador en entender y explotar completamente ese potencial que tiene el aval de las estrellas de cine comenzó su relación con Hollywood en 1981, cuando sus trajes coprotagonizaron junto a Richard Gere la película American Gigolo. Para 1982 su figura estaba tan avivada en Los Ángeles que la revista Time lo puso en su portada, y la Tinseltown connection se reforzó cuando Armani trabajó como diseñador de vestuario para The Untouchables (1987). Este año diseñará el vestuario para el remake del clásico del blaxploitation Shaft, protagonizado por Samuel L. Jackson. La escogencia de Armani como diseñador para este film puede parecer un tanto irónica: después de todo, él saltó a la fama como el hombre cuyas chaquetas sueltas, fluidas, deconstruidas acabaron con el arquetipo de las caderas sinuosas, los encampanados hipsters y las siluetas de grandes hombros de los 70s.

Desde mediados de los 80 el equipo de Armani ha trabajado sin tregua en su estudio para asegurarse de que Michelle Pfeiffer, Jodie Foster, Winona Ryder, Annette Bening, Matt Damon, Ben Affleck, Ashley Judd, Gwyneth Paltrow y Mira Sorvino sean fotografiadas mientras portan sus trajes deportivamente, generalmente en las ceremonias de premios transmitidas aquí y allá. Y también está la asociación de larga data entre el diseñador y la leyenda del rock Eric Clapton, y más recientemente la movida inteligente que aseguró que Ricky Martin solo fuera fotografiado con trajes Armani.

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Así que no hay razones para que Armani se preocupe por lo que los jóvenes británicos piensan. Excepto, claro está, que esa húmeda y excéntrica isla donde la gente conduce del lado contrario y se les prohíbe beber después de las 11 p.m. es el Banco Mundial de lo cool, el lugar donde los créditos y débitos están en constante asenso. Y si estás involucrado en la moda, tarde o temprano tienes que saldar tu cuenta. Especialmente si tu base de clientes está envejeciendo rápidamente y necesitas comenzar a remplazarla con el extremo más joven del mercado. Corre el rumor de que las dos sobrinas de Armani, Roberta Moratti y Silvana Armani, son las principales figuras tras el propósito de la compañía de renovar y rejuvenecer la marca.

Como sea, más que ser reconocido como el súper diseñador, su objetivo, según dice, siempre ha sido emular a sus ídolos fashion: Chanel e Yves Saint Laurent. “Ellos modernizaron la moda para que se adaptara a la manera en que la gente quería vivir, le permitieron a la gente vivir de manera diferente a través de la forma de vestir. No hicieron ropa, hicieron sociedad”. ¿Y la comparación? “Intenté encontrar una nueva modernidad, una nueva elegancia. No es fácil, porque a veces las cosas se mueven tan rápido que nadie sabe qué está sucediendo, y sobre todo la gente pareciera querer estar en shock. Quieren moda explosiva, cosas que los sobrecojan. Trato de evitar todo eso porque las explosiones no perduran, desaparecen de inmediato y no dejan más que heridas”. ¿Pero acaso no son necesarias las explosiones para aclarar el panorama para algo nuevo?
“Sí, quizá de vez en cuando son necesarias para hacer las cosas más entendibles, para mover las cosas, para sorprender a la gente, cuando necesitas una evolución. Pero inmediatamente después, tienes que reducirlo todo, halar para que las cosas se vuelvan aceptables. Siempre he intentado evitar hacer ruido solo por el ruido”.

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América parece estar lista para ponerr a Giorgio Armani en el pedestal de los grandes de la moda del siglo XX. Este año se inaugurará en el museo Guggenheim de New York una gran retrospectiva para celebrar el aniversario número 25 de su marca. Dice Armani que recopilar material para la exposición, lo ha llevado hacer un balance de su obra y a pensar en lo que podría hacer cuando se retire. Y aunque pueda estar pensando en su retiro, ¿llegará ese día? Es bien sabido que es un adicto a su trabajo –le gasta 11 horas al día– y es notablemente exigente con todos los aspectos del negocio, en particular los artefactos que llevan su nombre. Y aunque su equipo de trabajo le tiene un gran afecto, su compañía funciona como una dictadura benevolente. Si se le pregunta por cuál es su mayor fortaleza, por ejemplo, responde sin duda: “creer en mis propias ideas. Si voy en contra de mi propia reacción visceral, es seguro que tomaré una mala decisión. Siempre pasa. Sé cuando estoy en lo correcto, es mi gran fortaleza”.

Tal confianza en sí mismo, que puede ser malentendida como arrogancia, no sugiere que sea hombre de dejar riendas sueltas. Entonces, ¿hay algo que lo pueda hacer entregar su poder? Considera cuidadosamente la pregunta antes de dar una respuesta, que resulta tan inesperada como perturbadora: “Tengo miedo porque aunque quisiera salir a la pasarela al final del desfile, a cierta edad… la idea de hacer el ridículo, de parecer grotesco… a cierta edad simplemente no puedes continuar caminando sobre la pasarela. No puedes pararte enfrente de esa gente hermosa y joven, cuando tienes el cabello blanco, líneas en toda la cara, más viejo que el año anterior… hay algo ridículo y grotesco en todo eso. Así que seré capaz de alejarme, antes de que ese día llegue”. Hmm, ¿pero no siente, probablemente, que haya llegado ese día? “No, aún no. Creo que todavía me quedan unos cinco años, por lo menos”, sonríe, “esperemos.”

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Armani en el Four Seasons Hotel, Milan.

Giorgio Armani nació en 1934 en Piacenza, una zona industrial al sur de Milán. A los 18 se fue de casa para prestar el servicio militar, terminó como paramédico y dejó el ejército para estudiar medicina en la Universidad de Milán. Un par de años después se aburrió y dejó todo para convertirse en escaparatista en La Rinascente, una gran cadena de almacenes en Milán. Ascendió a vendedor, un trabajo que constituyó su total formación en la moda. “Fue una buena enseñanza, porque aprendí sobre las dos industrias y lo que el público quería”. Sin embargo, siendo aún un niño tenía un fuerte, y a veces agobiante, sentido estético. “Mi madre ponía la mesa y yo le decía, ‘oh, mamá, no puedes usar ese mantel, no es bonito, usa este’. Creo que era difícil lidiar con un hijo como yo. Siempre tenía una opinión sobre la ropa de mi familia, cómo debían lucir las cosas. Y aún soy así”.

Después de trabajar por casi diez años en Nino Cerruti, donde aprendió a diseñar ropa masculina, abrió una consultora independiente con su socio en los negocios y en el amor, Sergio Geleotti. En 1975, lanzaron el sello Armani, en un momento en el que los diseñadores ingleses y franceses estaban comenzando a usar la industria italiana para mejorar la calidad del acabado… Finalmente le pregunto por su mayor debilidad. De nuevo, su respuesta es tan honesta como conmovedora y apesadumbrada, que pienso que la entrevista se ha salido un poco de sus parámetros. De repente desearía no haber intentado explicar porqué Armani no es tan cool como debería ser. “Tengo miedo de explorar otras formas de vivir, otros estilos de vida distintos al propio. Porque sé que podría haber tenido una vida totalmente distinta a la que llevo y no me atrevo a pensar en eso. Me escondo de esa idea, tras mi trabajo, para evitar conocer gente que pueda recordarme que no estoy completamente feliz con mi vida. Le temo a eso. Sabes, algunos trabajan tan duro pero a la vez se divierten. Yo no tengo el coraje de hacerlo. Por ejemplo, algunas veces la gente llega y trae algo con ella, y de repente me encuentro con dos o tres personas que no conozco. Y pienso, ‘ah, ¿quién es este?’ Le temo a conocer gente. No soy muy abierto porque mi vida está tan organizada, tan programada, que esos encuentros casuales, esos eventos aleatorios pueden desestabilizarme fácilmente. La espontaneidad no es mi fuerte. Desearía haber sido mucho más abierto, más fluido y que mi distención en la vida fuera más allá del trabajo. Me gustaría viajar más, conocer más gente, haber visto el mundo. ¿Puedes creer que no conozco el mundo? Todo lo que conozco son los lugares en los que he trabajado –París, Nueva York, LA, Tokyo, Italia– y entonces los restaurantes más chics, los hoteles más lujosos y así. En realidad estoy enfermo por todo eso. Me gustaría hospedarme en un pequeño hotel de callejón en SoHo de vez en cuando, para vivir un poco ¿sabes? Nunca lo he hecho realmente. Quizá por mi carácter, que no es precisamente llevadero. Tal vez sea la edad”.

Hace una pausa por algunos segundos, como si se devolviera a otro tiempo, un tiempo anterior en el que las personas trabajaban por la gracia de trabajar, un tiempo anterior a la fama global, antes de que la gente pudiera tener tiendas alrededor del mundo, un tiempo cuando la vida era vivida sin premura, cuando el dinero era algo que la gente decente no discutía en público y un mundo apuntalado por las certezas: el honor familiar, el deber, el patriotismo. Me sonríe y se levanta del taburete. La entrevista terminó. “No se te permitía hacer todo eso como joven burgués, mientras crecía”. Sonríe como si hablara para sí mismo: “Y bien, c’est la vie”.