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Tuve que superar tres entrevistas realizadas por tres personas distintas. Me preguntaron por qué quería trabajar allí, qué disponibilidad tenía y si había estado deprimida alguna vez. Los trabajadores de la asociación parecen tener un ojo clínico para detectar las debilidades de la gente. Tras pasar las entrevistas iniciales, tuve que asistir a tres sesiones formativas de cuatro horas de duración cada una. Además, antes de poder atender llamadas, pasé un tiempo viendo trabajar a otros oyentes y tratando de desarrollar mi propio estilo. Todos allí tenían su forma particular de escuchar.
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Las normas de la asociación establecen claramente que el oyente nunca puede terminar la llamada, así que traté por todos los medios de desviar la conversación hacia otros derroteros y evitar ir en círculos. Cuando eso ocurre, se nos aconseja que induzcamos al interlocutor a colgar con frases como: "Si estás de acuerdo, quizá lo mejor es que lo dejemos aquí por ahora". La gente tiende a prolongar las conversaciones unos minutos más o pidiendo hablar con otro voluntario, pese a que todos guardamos el más estricto anonimato.Mi segunda llamada también fue muy extraña: un hombre que no podía soportar el hecho de que su hija se estuviera haciendo mayor. Más tarde averigüé que se debía a que la niña se negó a que su padre siguiera abusando de ella. Son situaciones complicadas, porque supuestamente estamos ahí para escuchar a gente de todo tipo. En estos casos, se nos permite preguntarles si son conscientes de que lo que están haciendo está penado por la ley, pero eso es todo. No podemos adoptar aptitudes moralistas ni arremeter contra el interlocutor, sea cual sea la gravedad de sus actos.No podemos adoptar aptitudes moralistas ni arremeter contra el interlocutor, sea cual sea la gravedad de sus actos.
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También me sorprendió la cantidad de padres que llaman para lamentar que sus hijos no cuidan de ellos, o de chicas jóvenes que han perdido la fertilidad a causa de un cáncer y temen contárselo a sus amigas embarazadas.Una vez, una mujer me llamó para decirme que estaba frente a su casa pero que no se atrevía a entrar porque estaba harta de su marido. Toda su vida giraba en torno a su marido y no sabía cómo dejarlo. En otra ocasión, hablé con una señora mayor que me dijo que nadie quería visitarla. Pese a que se estaba quedando ciega, vio a su hija robándole. No se atrevía a confrontarla por miedo a que no volviera más.Curiosamente, siempre he logrado que estas confesiones no me abrumen. Por supuesto que es duro escuchar historias así, pero es importante no perder de vista lo mucho que significan estas llamadas para ellos. A veces mi interlocutor y yo acabamos riéndonos juntos. Otras, he llegado a sentir cercanía con ellos y me he sentido agradecida por poder ver una pequeña parcela de sus vidas.Después de cada llamada, tenemos que escribir la hora a la que empezó y terminó, precisar qué tipo de conversación mantuvimos y resumir la llamada en unas pocas líneas. Estas notas tienen únicamente un propósito catártico para nosotros. El centro está abarrotado de archivos con detalles de todas y cada una de las llamadas, y debo admitir que más de una vez se me ha pasado por la cabeza leerlos. Al final nunca lo hago, y quizá sea mejor así.