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Me enteré del trabajo por una amiga que trabajaba en el departamento de recursos humanos en una de las empresas de videncia telefónica más importantes del mundo. Ella sabía que yo había aprendido a leer las cartas del tarot en la universidad y que solía ofrecer mis servicios en eventos y clubs de comedia. A veces era bastante precisa en mis adivinaciones, pero en general lo hacía por entretener al público. Una vez, en una fiesta que se celebraba en el SoHo durante la semana de la moda de Nueva York, le eché las cartas a un editor de lo que muchos gurús de la moda denominan "la Biblia". Él no creía en estas cosas y se rió cuando, inclinándome hacia él, le susurré, "No engañes a tu mujer".
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"Ay, me encanta", murmuró.Aprendí a echar las cartas usando la tirada celta, que te permite interpretar el pasado reciente y el futuro cercano. Le di la vuelta a las cartas de la Copa y el Disco y le dije a la mujer que había un hombre Capricornio en su vida que le estaba absorbiendo toda la energía. Fue el detalle más concreto que le di, pero fue suficiente para dejarla totalmente descolocada. En ese momento, la señora dejó de fingir que era una clienta y me confesó que, en efecto, un Capricornio había estado entrando y saliendo de su vida durante 30 años. Al día siguiente, la mujer se acercó a mi amiga, la de recursos humanos, y le dijo, "Eres muy afortunada de tener una amiga como Angela".No tenía ni idea de por qué se me daba tan bien como para que la gente me pagara, aunque quizá se deba al amor de la raza humana por la ficción.
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Empecé mi primer turno el día de San Valentín, que era lo mismo que aprender a hacer parkour sin saber andar primero. El servicio desviaba las llamadas hacia mi teléfono privado, así que podía trabajar desde casa. Aquella noche mi teléfono no dejó de recibir llamadas de clientes solos y necesitados. La mayoría de estos corazones solitarios preguntaban por personas a las que ni siquiera habían conocido, citas online de alguna de las numerosas páginas de encuentros que hay en la red. Se gastaban 3.50 dólares por minuto para interesarse obsesivamente por alguien a quien nunca habían besado. Yo me llevaba 1.99 dólares por minuto por decirles lo que las cartas me mostraban, que, por lo general, eran tonterías. Aquellos desgraciados nunca iban a conocer, mucho menos amar, a esas personas desconocidas. Acabé mi primera jornada contagiada de la desesperación y la locura de mis clientes (lo que en cierto modo era comprensible, pues mis empleadores me habían clasificado como "empática", cualidad que habían incluido en mi perfil).La cosa fue todavía más extraña después de aquel día. Me llamaba gente preguntando por joyas que habían perdido y yo acababa hablándoles de sus hijos o sus parejas, lo que los hacía enojar. Un día me llamaron de RRHH y me dijeron que dejara de hacer eso; si alguien necesitaba "visión remota", debía indicarle que contactara con una vidente en cuyo perfil se especificara esa capacidad. Recuerdo que me impresionaba —y todavía me impresiona— la seriedad con la que mis empleadores se tomaban el tema de los "poderes psíquicos reales". También recuerdo que las malas críticas nunca llegaban a aparecer en mi perfil ni en el de ningún otro empleado.Me llamaba gente preguntando por joyas que habían perdido y yo acababa hablándoles de sus hijos o sus parejas.
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La mayoría de los que llamaban se sentían muy solos y, más que conocer su futuro, querían aferrarse a un atisbo de esperanza. Empecé en ese trabajo sintiéndome como una sicóloga y acabé sintiéndome como una prostituta, solo que en lugar de sexo, había llanto. En lugar de revelaciones, había charlatanería. Yo era la sustituta que cobraba por minuto para llenar el vacío en sus vidas, pero no había forma de que pudiera darles lo que necesitaban. Animé a algunos a que buscaran ayuda sicológica o a que fueran a la iglesia, pero después me prohibieron que recomendara terapias a personas que buscaban un vidente. Finalmente, ambas partes decidimos rescindir mi contrato de vidente y cerrar mi perfil en línea.
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