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Drogas

​Mi lucha por dejar de fumar mota cada mañana

Cada día me prometo que no voy a fumar y me repito que no soy adicta. Después prendo un porro y continúo con mi vida.

Así me siento. Foto vía el usuario de Flickr Rachel Baranow.

Llevo casi 6 años repitiendo el mismo mantra cada mañana. Pospongo mi alarma varias veces hasta que por fin abro los ojos y me digo a mí misma: "No voy a fumar mariguana esta mañana". El mantra suele venir acompañado de una promesa a mí misma de que voy a dedicar el día completo a escribir en vez de fumar y flotar por el mundo entorpecida por la mota.

Repito el mantra continuamente mientas trato de pararme de la cama y arrastrarme al tocador donde están mis tesoros más valiosos: un medallón de bruja color negro y dorado que le perteneció a mi abuela, y un elefantito decorado con joyas que me compró mi mejor amiga en uno de sus viajes. El elefante tiene un compartimiento secreto donde se esconde un trozo de jade rojo. Según Ashley, mi amiga, el jade rojo ayuda a combatir los miedos y dudas.

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Junto al medallón, al elefante y al jade, se encuentra mi pipa de vidrio color azul marino. La tomo y la lleno de mota mientras pronuncio las últimas palabras del mantra. Me siento en la orilla de la cama y fumo "poquito".

Como dije antes, llevo seis años tratando de no fumar en la mañana y diez años fumando diario. Empecé a los 16 años y en dos semanas voy a cumplir 27.

Si tengo la oportunidad, fumo tres veces al día: una en la mañana, una en la tarde y muchas en la noche, dependiendo de cuánta mota me quede. Fumo para sobrevivir las partes más aburridas del día: tareas pesadas como preparar el desayuno, bañarme, hacer mandados y caminar al trabajo.

A veces siento que ya ni siquiera me hace efecto, que ya sólo sirve para cambiar de humor. Cuando fumo, soy capaz de hacer todo lo necesario, como leer, escribir, conducir, hacer tareas rutinarias y mantener una conversación. Sin embargo, no soy tan productiva como quisiera. El problema es que en general prefiero evitar esas actividades.

A pesar de mis mantras, muchos días termino hasta el culo. Y claro, mi trabajo se ve afectado. ¿Será cierto que el consumo crónico afecta la motivación? Para mí, un día productivo significa enviar un par de correos, trabajar unas cuantas horas en mi trabajo de medio tiempo y escribir entre dos y tres horas. Este artículo es un muy buen ejemplo: lo aprobaron hace más de un año y lo acabo de entregar. Fumo en vez de escribir entre semana, me la paso viendo orgías en Pornhub y comiendo galletas saladas con queso. Antes de que me de cuenta ya es VIERNES y obvio tengo que tomarme un descanso de tanto trabajo.

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Me digo a mi misma que está bien y que mi vida no es deprimente. Tengo una maestría, publico con regularidad, tengo un trabajo, una pareja, amigos y un bonito departamento cerca del metro. Me baño (a veces). No estoy tan mal, ¿o sí? No soy adicta.

Tomé un curso de psicología cuando estaba en la preparatoria y decidí que mi ensayo final se trataría sobre si la mariguana era o no adictiva. El objetivo era hacer una investigación científica profunda para refutar a los aguafiestas que aseguran que la mariguana entorpece mis sentidos. Y el resultado fue justo el que esperaba: la mariguana no es físicamente adictiva. Sólo es psicológicamente adictiva. Eso significa que si tienes una adicción es porque tú solo te convenciste de que la necesitabas. Aunque sí hay cambios físicos en tu cerebro. El Centro para la Adicción y la Salud Mental, ubicado en Toronto, publicó que la mariguana afecta la motivación y que aquellos que dejan de consumirla pueden llegar a experimentar pérdida de apetito, ansiedad y otros efectos secundarios. Dijeron que es adictiva y punto.

Pero me niego a aceptarlo. Es una planta. Es inofensiva. Es una medicina. No puedo ser adicta.

Entonces, ¿cómo es que esta plantita inofensiva que los humanos han fumado por miles de años sea capaz de controlar lo que hago?

Hoy en día admito que he sido psicológicamente adicta a la mota por más de diez años. Fumo para comer, dormir, relajarme, divertirme, calmarme, olvidar una experiencia horrible, mejorar mi autoestima, hacer mandados, ver la tele o crear algo.

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La mota aplaca cualquier dolor, me ayuda a olvidar los problemas, hace que la banda Sublime suene convincente y es la mejor cura para la resaca.

Pero hace unos años las desventajas empezaron a superar en número a las ventajas. ¿Han escuchado que la mota hace a la gente un poco más estúpida? Pues, debo confesar que mi memoria falla cada vez más. Cuando fumo tengo un sin fin de ideas increíbles para nuevos artículos (ya sé, ya sé, es lo mismo que dicen todos los stoners pero ES CIERTO). Sin embargo, se evaporan apenas se materializan. Mi vocabulario que alguna vez fue vasto se va reduciendo poco a poco, y con él, mi autoestima. Ya ni siquiera puedo deletrear. Ya no soy inteligente como recuerdo haberlo sido en algún punto en mi vida. Soy paranoica y muy nerviosa. No soy capaz de poner atención. No tengo coordinación. Me da pavor hablar con los encargados de las tiendas (¿Qué tal si se dan cuenta que fumé?).

La ansiedad que me provoca la mariguana está arruinando mi vida. ¿Cuándo voy a volver a llenar mis reservas? ¿Me va a dar tiempo? ¿Huelo a yerba? Seguro sí. Mierda, dentro de poco me voy de viaje para visitar a mi familia. ¿De dónde voy a sacar mariguana? ¿Y si me llevo la mía? ¿Y si tienen perros en el aeropuerto? Voy a decirle a mi hermano que me consiga un poco.

Fumo aún cuando no quiero. Se volvió un hábito, como lavarme los dientes. Fumo, se acelera mi ritmo cardiaco y me estreso por todo lo que debería estar haciendo en vez de fumar. Así como prometí que no iba a fumar en la mañana, ahora me prometo que ya no voy a comprar más. Uno y ya, no más. Hasta aquí. Ya no voy a llamar a mi dealer. Fumo en pequeñas cantidades para que no se me acabe. Después, cuando por fin se termina, rasco lo que queda en la pipa, lo mezclo con las sobras y fumo mientras le escribo a mi dealer. Después voy a comprar más. Ya van varias veces que utilizo mis últimos 300 pesos para comprar mota en vez de comida. He tenido que vender ropa en tiendas de segunda mano y, apenas me doy la vuelta, lo gasto en mariguana.

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También mis amigos se han visto afectados por mi adicción. A veces estoy tan mal que tengo que cancelar los planes que habíamos hecho porque no puedo salir de la casa. Las personas que solía ver una o dos veces a la semana ya dejaron de buscarme porque se hartaron de mi impuntualidad (y porque nunca me acuerdo de lo que me cuentan). Siempre he tratado de comer bien y mantenerme en forma pero ya empecé a engordar porque paso mucho tiempo acostada viendo Netflix mientras como papitas con queso. Ah, y comida para llevar.

Guácala, soy un cliché andante. Ya tengo 27 años, ya estoy vieja para estas cosas.

Llevo años mintiéndome a mí misma e inventando excusas. Fumo contra mi voluntad. Todo el día. Si no me molesta la cantidad que fumo, ¿entonces por qué tengo que repetirme a mí misma mis logros una y otra vez? ¿por qué invento excusas para no escribir? Es como si mi yo interno estuviera tratando de perdonar los pecados de mi yo externo.

La gota que derramó el vaso fue hace seis meses, cuando estaba de visita en casa de mi abuela. Fumé cuando mi abuela estaba dormida.

"Conozco el olor de la mariguana", dijo a la mañana siguiente, con una mirada que mostraba tristeza y decepción. "Mírate, ni siquiera puedes llevar un horario normal. Es hora de que ordenes tu vida". Como era de esperarse, primero creí que había sido muy grosera y que no debería meterse con mi medicina. De esa forma reacciono cada que alguien me dice que deje de fumar o que en general dejar un vicio ayuda a todos a mejorar su salud. Hago berrinche. Me enojo. Lo niego.

Pero hace tres semanas, decidí que estaba lista para dejarlo. Agoté mis reservas y no le escribí a mi dealer. Hay muchas razones para dejar este vicio. En mi caso, me harté de la paranoia, la ansiedad y la poca productividad. Me harté de la desidia. Tenía miedo de dejarla porque no sabía haría después. Pero llegó la hora.

¿Y cómo me siento hasta ahora? Bien, hasta eso. Mejor de lo que esperaba. Creí que iba a sentir ansiedad, náuseas o que iba a estar irritable por semanas. Por suerte, mi humor general no ha empeorado y mis nervios están en mejores condiciones en comparación a cuando estaba drogada todo el día. También disminuyó mi apetito pero eso es bueno porque quiero bajar de peso.

No quiero gritar a los cuatro vientos que estoy limpia y mucho menos sonar como una idiota hipócrita y santurrona, pero debo confesar que se han resuelto muchos de mis problemas a partir de que dejé de fumar. Ahora veo a mis amigos con más frecuencia. De hecho, conocí a unas cuantas personas en estas últimas dos semanas porque ya no me aterra hablarle a la gente. Hasta envié propuestas de artículos nuevos. Soy de esa clase de gente que le reza al universo para que los días tengan más horas. Ahora me da tiempo de escribir, cocinar y leer.

Pero no me malinterpreten. No digo que la vida sin mariguana sea la mejor. Amo la mota. Y la extraño. En vacaciones planeo fumarme un buen porro. La única diferencia es que ahora yo voy a tener el control. Voy a recordar qué se siente estar hasta el culo. Estoy ansiosa porque llegue ese momento.