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Collage por @lenny_maya.
Conejilla de indias

Conejilla de indias: Hacer el amor con un excovid

¿Y si en lugar de ponerme caliente me pongo a pensar? Como el otro día que quise saber cuánto tiempo puede sobrevivir el virus en un pezón.

Nos quitamos las mascarillas y los guantes, como si nos quitáramos la ropa. Y nos fundimos en un abrazo de esos que empiezan con un baile raro, titubeante, como de gente desconocida que se da la paz en la misa. Nosotros solo hemos perdido la práctica. Perder la práctica del contacto, de eso no nos hablaron. Debe ser de esas cosas que dicen que se pierden con el virus y no sabes cuándo vas a recuperar, como el olfato y el gusto, hasta que las recuperas. No recuerdo cómo tocarte, le digo bromeando, como en ese poema que escribió Anne Carson en La belleza del marido, en el que ninguno de los dos miembros de la pareja sabe dónde poner la pierna. El que tiene estos versos: “Necesito tocarte./ No./ Sí.”, cuyo dilema me ha sido siempre ajeno. Sí, lo necesito. Gran misterio saber qué clase de primer beso darle después de mil años juntos.

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Mi marido enfermó del corona, pero ya está curado. O eso dicen. Hace cuatro semanas que le aparecieron los síntomas, dos semanas que volvió del hospital, y una doctora acaba de darle de alta por teléfono para que salga del aislamiento y se reencuentre conmigo. No habrá auscultación, ni más placas, ni nueva prueba para confirmar el negativo. Hay que saltar sin red a la vida “normal”. No he querido hablarle del tuit de un señor chileno que dice que se hizo una nueva prueba después de treinta días y seguía dando positivo, aunque estoy casi segura de que él también lo ha leído y no me lo dirá. Nos aferramos a que a Jaime ya lo contabilizó el gobierno de España en la cifra de los recuperados.

¿Y si no? ¿Morir de amor era esto? Si en los ochenta contagiarse de VIH era entendido como el castigo moral por una vida sexual activa, ¿qué juicio deberán soportar los que acaban con un respirador artificial por haber apresurado un beso en el siglo XXI? Casi dejamos de follar el siglo pasado por culpa de una pandemia, ahora mamá naturaleza está tan cabreada que ya ni quiere que nos toquemos.

Casi dejamos de follar el siglo pasado por culpa de una pandemia, ahora mamá naturaleza está tan cabreada que ya ni quiere que nos toquemos.

No llevo bien la enfermedad. La enfermedad me distancia naturalmente, no necesito que me dé órdenes el gobierno. A los miembros de mi familia suelo acusarlos de ser enfermos imaginarios. Si algo les duele, intento convencerlos de que solo está en su mente. Por eso también tardé en aceptar que lo que tenía Jaime no era un resfriado fuerte sino un covid bestial. Nos enseñaron a erotizar la fuerza, la resistencia, la salud. No la debilidad. ¿Cómo vamos a volver a follar en el imperio declarado de la tirria, en la repulsa, en la aversión por los peligros que supone el contacto con el otro para nuestra propia inmunidad?

Tampoco sé follar con manual de instrucciones. Estoy acostumbrada al condón, pero si hay algo que nunca aprenderé es a follar con distanciamiento social. Ni con el coronasutra. No sé follar para salvarme. Solo sé follar como se folla en el fin del mundo. ¿Y si en lugar de ponerme caliente me pongo a pensar? Como el otro día que quise saber cuánto tiempo puede sobrevivir el virus en un pezón. ¿El mismo tiempo que en el pomo de la puerta? Como vértice de mis dos parejas, ¿mi pezón puede llevar y traer la desgracia? ¿Cuándo se volvió la vida una operación de profilaxis? He oído que las citas de Tinder ahora solo se efectúan con prueba de covid incluida.

La cucharita es mi plan secreto para esta primera noche, una alternativa tierna; el sexo sin besos, pura resignación. En este momento en que se discrimina entre actividades esenciales y no esenciales, la intimidad humana no parece prioridad. “Estos no son tiempos para el erotismo”, decía hace poco en el New York Times la ginecóloga Jen Gunter después de que en marzo absolutamente todas las personas que le pidieron consulta confesaran que desde la cuarentena no habían vuelto a tener sexo con compañeros nuevos. La esencialidad se ha vuelto el mandato de la época. De repente, me entran unas ganas ubérrimas de hacer solo cosas prescindibles. En esta, la primera noche prescindible del resto de nuestra vida, solo puedo pensar, como una forma de cojurar el pánico, en esa canción que dice “cruza el amor, yo cruzaré los dedos”.

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Este texto es la primera entrega de Conejilla de indias, una columna en la que la escritora cobaya Gabriela Wiener escribe sobre ser una cuy en tómbola que no sabe en qué cajita meterse. Lee la próxima entrega el segundo miércoles de junio.