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Quien quiera ser más grande que Michael Jordan tendrá que redefinir la grandeza

La NBA en la que jugó el protagonista de The Last Dance y el baloncesto que jugó ya no existen, pero se sigue juzgando a los nuevos jugadores bajo esos parámetros.

Michael Jordan es el más grande jugador de baloncesto que ha existido. Su nombre es sinónimo de éxito: seis veces campeón y MVP (jugador más valioso) de las Finales, cinco veces el MVP de la temporada, catorce veces All-Star y demasiados triunfos más como para enumerarlos. Sobre todo, es el más grande por la certeza de victoria inmanente a él: si el partido estaba apretado hacia el final, no había duda de que Jordan iba a ganarlo, a cualquier costo. Era un guerrero insaciable, recordado por sus contemporáneos en los 90 como si tuviera algún tipo de brillo o aura, como una suerte de semidios. Vivimos para contar historias, y las de Jordan siempre destacan como epopeyas. Va más allá del baloncesto, él era el triunfo en persona. Nadie como él ha incorporado esa sensación, y por eso nadie lo ha derrocado del tope del ranking.

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The Last Dance es una prueba más de la grandeza de Michael Jordan. A lo largo de diez episodios, esta serie, coproducida por ESPN Films y Netflix y dirigida por Jason Hehir, muestra la conquista del último anillo de Jordan en el 98, así como los principales hitos de su carrera que lo construyeron y lo llevaron hasta ese momento. La serie ha sido un éxito rotundo, justo lo que los seguidores de la NBA necesitaban con la liga suspendida por la pandemia de coronavirus. Para los que no conocían mucho de Jordan, The Last Dance mostró sus principales atributos: una personalidad arrolladora, hábitos de trabajo impecables, temple de acero para ganar y, luego de superar algunas dificultades, cómo todo esto se combinó en los 90 para que MJ hiciera suya la NBA. Así se erigió como el rey innegable de baloncesto, dentro y fuera de la cancha: un ícono cultural que trascendió lo deportivo. Y bueno, para los que ya conocíamos la historia, The Last Dance fue un recordatorio del carisma de Jordan, de la potencia de su historia, del aire de imbatibilidad que aún lo recubre. Aunque han pasado ya varios años desde la última vez que salió con el 23 a la espalda a dar un show, es muy difícil ver la serie y concluir que alguien distinto a Jordan ha sido el más grande de la historia.

Desde su retiro de los Chicago Bulls en 1998 se ha buscado a su heredero. Aún con él alejado de las canchas, su legado se ha seguido enfrentado a rivales formidables. Por encima de todos los jugadores perimetrales con potencia para atacar el aro y con habilidad para anotar de media que vinieron después de él se eleva Kobe Bryant. Cuando Bryant entró a la NBA en 1996, Jordan estaba sumido en su conquista de tres títulos seguidos, por segunda vez en su carrera. Luego de su retiro, fue Kobe el que representaba los mismos ideales que Jordan: la habilidad y potencia atlética combinadas con la ética de trabajo y esfuerzo desgarradora, así como un estilo de liderazgo despiadado y casi cruel con sus compañeros. Kobe llegó a amasar cinco títulos con los Lakers; casi alcanzó los seis de Jordan con los Bulls. Y ese fue el problema: para los que buscaban un nuevo ocupante del trono del más grande de todos los tiempos, Kobe se quedó apenas corto, aunque superó al de los Bulls en varias estadísticas, como puntos totales anotados en sus carreras. Es uno de los mejores de la historia, el que más cerca ha llegado a ser Jordan, pero no alcanzó.

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El otro gran contendor contemporáneo al trono de Jordan es LeBron James. Acá la pelea es más interesante, porque mientras Kobe era un facsímil de Jordan, LeBron aborda el juego de manera distinta. Magic Johnson, uno de los más grandes de todos los tiempos y rival de Jordan en la final del 91, ha dicho que probablemente James es mejor que Jordan, pero Jordan sigue siendo el más grande de todos los tiempos, the GOAT, la cabra. Esto se ha justificado de varias maneras: que Jordan nunca perdió en una final (6-0 vs 3-6 para James) y que no cambió de equipo para ganar sus títulos (mientras que James ha estado en Cleveland, Miami, otra vez Cleveland y, ahora, Los Ángeles), por ejemplo. El argumento también suele abarcar características más abstractas: el instinto asesino de Jordan y su liderazgo y mentalidad de acero, esos componentes vitales para el relato de su grandeza que tienen que ver más con la narrativa y la leyenda. No ayuda al caso de James que sea un jugador más parecido a Magic Johnson, Scottie Pippen y Larry Bird: un jugador más grande que distribuye tanto como anota.

Quizás este juego, este enfrentamiento de legados que se da en canchas imaginarias, se extienda mientras la NBA exista. ¿Y saben qué? Frente a los que, como Kobe, lo atacan jugando como él y a los que, como LeBron, toman otros caminos y formas, Jordan siempre va a ser el más grande. Porque la NBA en la que él jugó y el baloncesto que él jugó ya no existen, pero se sigue juzgando a los nuevos jugadores bajo esos parámetros. Él es el estándar, pero esa época ya pasó, por lo que alcanzarlo es poco menos que imposible. Porque no son los títulos los que hacen a Jordan el más grande de todos los tiempos: si fuera así, el más grande sería Bill Russell, que ganó once títulos con los Celtics en los 60; tampoco son los puntos, si fuera así, el más grande sería Kareem Abdul-Jabbar, que anotó seis mil puntos más en su carrera. Lo que hace a Jordan el más grande es su leyenda: a la vez cercana y nostálgica, hace no tantos año, pero parte de los 90 y una época del baloncesto (y de la vida) que no volverá. No es que sea falso que sea el más grande, sino que la grandeza trasciende lo objetivo de la cancha y abraza la mitología, las historias, los sentimientos, todo eso en lo que Jordan es excelso además de encestar un balón.

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No hay forma de entender el legado de Jordan sin comprender la época en la que jugó y lo que significó para ella. A finales de los 70 e inicios de los 80, la NBA era una liga débil de atención nacional con problemas de drogas entre sus jugadores . Larry Bird y Magic Johnson, con los Celtics y los Lakers, aportaron a enderezar el rumbo. Cuando llegaron los 90 y empezó el reinado de Jordan, él impulsó la liga a un nivel internacional que no había alcanzado antes, incluyendo hitos como el espectáculo de los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992 con el Dream Team. A partir de su alianza con Nike surgió Air Jordan y toda una ventana nueva de comercio y publicidad alrededor de la máxima estrella de la NBA, una ola de la que también participaron las demás estrellas de los 90. Es más, si Jordan hubiera decidido fichar por otra marca, puede que ni siquiera estuviéramos hablando de Nike hoy; él hizo tanto por Nike como Nike por él. Vamos, el comercial de Gatorade de Be Like Mike aún se recuerda, y muchas de las estrellas de la NBA que sucedieron a Jordan crecieron queriendo ser como él. Ser el mejor de la era en la que la NBA estalló y pasó a ser una liga global y un negocio multimillonario, justo el momento en que la televisión y los medios estaban atentos para captar cada triunfo suyo, acaba de solidificar su leyenda como el más grande.

Desde el retiro de Jordan, la NBA y el baloncesto son otros. El modelo que reforzó Jordan fue el de un jugador perimetral que podía dominar 1 contra 1 y cargarse el equipo a su espalda. Desde entonces, las reglas del baloncesto NBA han cambiado y las defensas se han sofisticado. Ahora es posible ayudar con más intensidad y abandonar a los jugadores inofensivos para cargarse contra el protagonista rival. La forma de juego que giraba alrededor de una estrella —como si fuera el sol— que tomaba la mayoría de los tiros es muy difícil de implementar hoy. Al mejor estilo de los Golden State Warriors, la NBA entrando a los 2020 apunta a privilegiar el triple sobre la media distancia que era marca registrada de Jordan, el pase rápido y el juego colectivo sobre la individualidad fulgurante que elevó su visibilidad. Sigue habiendo estrellas dominantes, obvio, pero deben jugar distinto de lo que el modelo de macho alfa que entrona a Jordan exige. Lo que para algunos críticos de LeBron es una debilidad frente a Jordan, su tendencia a pasar y buscar a sus compañeros antes de forzar él mismo tiros menos convenientes, es precisamente una de las fortalezas principales de su juego hoy. Eso no se ve, claro, si el estándar sigue siendo el de los 90.

La NBA como liga y como industria de entretenimiento también ha cambiado radicalmente. Jordan inició la dominancia global de esta, que hoy es exponencialmente mayor. Cuando él se retiró, su salario de más de 30 millones de dólares al año era una anomalía; hoy es una cifra común entre las estrellas de la liga. Los últimos años han consolidado una tendencia de empoderamiento de los jugadores: muchos son millonarios, con varios contratos de publicidad, y no simplemente jugadores de rol que se ajustan a lo que la estrella quiere. Además, los medios cubren cada movimiento, entrenamiento y comentario con minuciosidad. En este panorama hay dos cosas que Jordan hizo en su momento que no podría hacer hoy. Una es imponer su liderazgo abrasivo y agresivo con golpes e insultos; ese amor duro no funciona hoy, se requiere un enfoque mucho más colaborativo como el de Stephen Curry o Tim Duncan hace unos años. La otra es controlar la narrativa que se formaba alrededor de él; aunque Jordan recibió críticas en su era, eran focalizadas y más fáciles de manejar. Hoy cada desliz es magnificado con decenas de publicaciones en Instagram y Twitter, no solo por periodistas sino por todo Internet. Cada golpe e insulto a sus compañeros sería registrado y debatido hasta el infinito, y, además, sus compañeros no lo aguantarían. Parte del encanto de Jordan es cómo logró construir su imagen para ocultar los aspectos más desfavorecedores. Hoy la narrativa es fragmentada y constantemente retada: es más difícil construir leyendas con piedras lanzadas desde tantos flancos.

En este 2020, puede que, si se reanuda la temporada de NBA, LeBron gane el título con los Lakers; sería su cuarto título. Eso, junto con el peso de revivir a una franquicia histórica que estaba famélica y de mantener un nivel tan espectacular por dieciséis años consecutivos, podría fortalecer su caso como el mejor de la historia. Hoy las estadísticas son vitales para analizar el juego, y varias de ellas podrían favorecer a LeBron sobre Jordan. No importa. Jordan seguirá siendo el más grande de toda la historia, y lo seguirá siendo hasta que alguien redefina la grandeza como él lo hizo en los noventa, hasta que el estándar varíe y admita otras formas de ser el más grande. La nostalgia es potente, sin embargo, y nos hace acomodar los hechos para embellecer lo que queremos recordar. Por eso recordaremos a Jordan retirándose como un ganador en el 98, luego de su robo a Malone y su tiro en sostenido para derrotar a los Jazz. Su historia es tan buena que nos hace omitir su extraño regreso con los Washington Wizards en 2001 hasta 2003, donde él mismo era manager y se contrató como refuerzo del equipo, sin mucho brillo. Es un tema de historia y narrativa: ¿quién tiene unas mejores que Jordan?

The Last Dance cristaliza todas las fortalezas de Jordan y ese aura de invencibilidad que lo consagra como el más grande. Más que un documental, fue un viaje de nostalgia, una epopeya de un héroe que derrota sus obstáculos para entronarse como el máximo ganador. El guion perfecto funciona por la época, otra era en la que todavía había estrellas mundiales absolutas. Hoy ese mundo está extinto y el impacto cultural de figuras como Jordan —así como de cantantes u otros personajes del entretenimiento— es mucho más fragmentado. Quizás el mayor truco de su legado sea imponer que su manera es el verdadero camino de la grandeza en la NBA, por lo que el que quiera alcanzarlo deberá seguir sus pasos; inexorablemente, se quedará corto, pero si busca llegar a ese destino de otra forma su jornada no será válida. LeBron protagonizará Space Jam 2, pero todos sabemos quién fue el que hizo la primera. Jordan gana por ambas caras de la moneda: él inició las revoluciones que hacen la NBA lo que es hoy, lo que lo consagra como pionero; a la vez, las revoluciones han seguido extendiéndose a un punto en el que no existe un camino para llegar a él. La única posibilidad para el que quiera ser el más grande del baloncesto será lograr otra revolución deportiva y cultural de la misma magnitud que la que él encabezó.

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