Los 50 momentos de la década

En el corazón de los disturbios de 2011 en el Reino Unido

"Pasará de nuevo, estoy totalmente convencido".
Michael Segalov
tal y como se lo contó a Michael Segalov
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Tottenham durante los disturbios de Londres, 2011. Foto: Sebastian Remme / Alamy Stock Photo 

Habiendo crecido en el sur de Londres, te das cuenta de que no tienes las mismas cosas que tienen otros. No solo cosas materiales, sino también oportunidades. En 2011, la angustia y el enfado se habían apoderado de las calles.

Imagínate que vives en un edificio en un extremo de la calle. Muchos de los que viven en esos pisos pertenecen a bandas callejeras, son drogadictos y tienen problemas mentales. Por todas partes se ve miseria. Yo pasé 16 años de mi vida metido en estas bandas. Me prepararon para vender drogas cuando tenía ocho años. Me dispararon, me rompieron una botella en la cabeza y me apuñalaron en la cara. Ahora, vete al otro extremo de la calle y te encuentras casas enormes, donde la gente lleva vidas muy diferentes. Por aquel entonces,

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esta división era cada vez más evidente. Y cuanto más crecía, más se sentía. No era envidia, simplemente nos preguntábamos: “¿Por qué no podemos tener esa vida nosotros? ¿Por qué somos inferiores?”.

La gente estaba enfadada y resentida y, cuando la policía asesinó a Mark Duggan el 4 de agosto de 2011, estalló. El pueblo despertó.

Yo tenía 22 años entonces y estaba en el norte de Londres cuando me enteré. Uno de mis colegas me llamó y me dijo que había ocurrido algo. Para muchos, yo incluido, era la hora de la venganza. Nos habían tratado con desprecio durante mucho tiempo y nos habían hecho sentir inferiores, como si fuéramos ciudadanos de segunda. De repente, teníamos la oportunidad de tomar las calles y recuperar nuestro poder. No se trataba solamente de Mark, era algo más.

Las protestas estaban organizadas, aunque no lo pareciera. Sí, usamos teléfonos, mensajes de texto, Messenger, etc. Pero si vives en la calle, sabes que nos comunicamos por cómo nos movemos, yendo a los sitios. Quedamos en lugares de la zona, carnicerías, McDonald’s, casas de apuestas, en las estaciones de trenes y hablamos. No fueron solo las bandas; ellas solas no lo hubieran conseguido.

Al principio, no había policías, solo un grupo de gente que se preparaba para destrozar cosas y saquear. La gente iba a rebelarse contra todas las leyes posibles, sin hacer daño a nadie. Leyes que promovían la desigualdad y privaban de derechos. Queríamos destrozar cosas para que la gente nos viera y nos escuchara. Y no pararíamos. Teníamos que demostrarles que éramos capaces de tomar el control.

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sephton henry

Sephton Henry

El 6 de agosto, cuando me desperté, no me imaginaba que iba a acabar en las revueltas. Cogí un tren hasta donde sabía que llegarían; recuerdo ver a gente saqueando tiendas y cogiendo todo lo que podían. La mayoría de las cosas que veía eran normales: ¿gente robando tiendas? Llevo haciéndolo desde que tenía dos años. Pero también, fuego; recuerdo ver a la policía corriendo hacia mí, con miedo en los ojos.

Un ladrillo rompió la ventana de un coche que justo pasaba. Golpeó al conductor y los dos policías en la parte de atrás salieron de inmediato. El conductor arrancó de nuevo y la gente se reía. Los dos policías que habían salido del coche sacaron las porras, sin darse cuenta de que la gente también tenía porras. Muchos corrieron hacia el coche de policía y lo pararon. El agente que había dentro bajó y prendieron fuego al vehículo. Aparte de defendernos, no hubo violencia. La gente se rebelaba contra las autoridades, contra los que estaban en el poder, contra los que gobiernan.

El sentimiento era enorme. Por primera vez, se veía a la gente de la calle luchando por la misma causa. Las bandas callejeras, que normalmente peleaban entre ellas, se unieron. Era impensable. Sin embargo, había cierta confusión. Si mirabas a tu alrededor, veías que las cosas se estaban poniendo feas. No era lo que queríamos, pero la única manera de conseguirlo era rebelándonos. No era una elección, sino una necesidad.

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Por lo que vi, los lugares que se saqueaban no eran premeditados. Nadie quería que los pequeños negocios locales se vieran afectados. Simplemente, íbamos donde podíamos.

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Mare Street, Hackney, durante los disturbios del 2011. Foto: Roman Skyva / Alamy Stock Photo

Hubo un par de sucesos que pusieron fin a las revueltas. Con el subidón de adrenalina, mucha gente robó cosas, pero se acabó; sabíamos que habría consecuencias. Se formaron jurados de emergencia que sentenciaron de inmediato a mucha gente que yo conocía, con condenas enormes. A la novia de mi amigo le cayeron dos años, aunque nunca la habían arrestado. Había robado alguna tontería, como un par de pantalones. A un chico que conozco le cayeron cinco años solo por estar ahí.

Una semana después, me arrestaron. Estuve tres meses en libertad condicional y después me condenaron a dos años de prisión. Pero para mí no era ninguna novedad. No obstante, ese día fue muy diferente. Por primera vez, nos sentimos libres y eso es algo que no suele ocurrir muy a menudo. Solo por eso, ir a la cárcel merecía la pena.

Ocurrirá de nuevo, estoy seguro. Las cárceles se van llenando, mientras que la desigualdad y la marginación siguen creciendo. Muchos mueren en las calles asesinados. Las cosas no mejoran. La gente sigue recurriendo a la delincuencia porque no tiene otra opción. Pero siguen culpándonos a nosotros en vez de al sistema o a la sociedad.

La gente recuerda los sucesos del 2011 como un tiempo de gloria, con una sonrisa en la cara. Y también, de algún modo, con esperanza. Algunos acabaron en la cárcel, pero para nosotros, vivir aquí es como estar encarcelados. Aquello nos dio esperanzas de que las cosas pueden cambiar y nos unió a todos.

Yo he encontrado una manera de expresarme y luchar, pero muchos aún no lo han conseguido. Para parar esta injusticia, la gente tiene que luchar. No podemos dejar que nos opriman y nos conviertan en víctimas. En la calle hay un sistema diferente, con sus propias normas. Pero los poderes establecidos ni las respetan ni las aceptan. Hemos creado nuestro propio mundo porque no nos quedaba otra, pero fuera de él no nos permiten crecer o ser alguien. Y cuando te obligan a llevarles el juego, llega un momento en el que lo único que quieres es poder ser libre

@MikeSegalov / @SephtonSpeaks

Este artículo apareció originalmente en VICE UK.