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Cultură

Por qué ‘La Principesa’, (la versión inclusiva de ‘El Principito’) es un bodrio

Sin calidad en la forma ni en el fondo, esta obra no aporta nada.
La_Principesa
Imagen obtenida de Wikimedia

Hace unos días, el proyecto editorial ‘Espejos Literarios’ anunció con bombo y platillo la creación de su nueva colección que, según ellos, tiene como objeto “crear una literatura universal más inclusiva mediante la adaptación de obras al género femenino, a otras razas diferentes de la blanca o a otras orientaciones sexuales para que un mayor número de personas puedan identificarse más fácilmente con sus historias”.

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De inmediato las redes sociales reaccionaron, siendo las respuestas negativas las más cuantiosas. Muchos tildaron tanto a la obra y a sus autores de ir demasiado lejos, al meterse con una joya de la literatura universal y desvirtuarla en pos de la corrección política. Pero como no se puede juzgar un libro por su portada —o una nota por su encabezado—, decidí echarle un ojo a los dos capítulos que se encuentran disponibles en el portal de la página de Espejos Literarios.

Esta obra “remasterizada” no está narrada desde la óptica de un aviador (como en la versión original), sino desde la de una aviadora. Aunque sinceramente quise darle una oportunidad y ser imparcial, no pude notar que el libro comienza con graves errores a nivel formal. Apenas en el primer párrafo puede leerse: “cuando yo tenía seis años vi, una vez, un magnífico dibujo en un libro que se titulaba “Historias de la Naturaleza”.

Tal vez para el lector poco entrenado este detalle parezca nimio, pero colocar comas innecesarias en “vi, una vez,”, no sólo no aporta nada a la lectura (no enfatiza ni resalta nada), sino que muy por el contrario entorpece la lectura. “Bueno, no es tan grave”, me dije dispuesto a dejar pasar esta pequeñez. Pero apenas iniciado el segundo párrafo se puede leer:

“Hay volcanes que se creen extinguidos, pero únicamente se encuentran inactivos. Si entran en erupción, pueden causar graves destrozos a su alrededor”.

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Ahí sí sentí que algo andaba muy mal. La palabra “extinguido” es correcta, si y solo si se le utiliza como participio pasado del verbo extinguir y acompañado de un verbo auxiliar (o perífrasis verbal): “se ha extinguido”, “terminó exinguido”. En el caso de la frase utilizada en La Principesa, debió utilizarse en su forma de adjetivo, es decir, extinto.

Pero ojalá los problemas de esta obra terminaran en el terreno de lo formal, mismos que a pesar de ser numerosos y de repetirse a lo largo de los dos capítulos disponibles, bien podrían corregirse en ediciones posteriores. El problema de esta obra es mucho más de fondo. Ya desde este primer capítulo se puede leer cómo se mutila el espíritu original de la obra en aras de construir un entorno limpísimo e inmaculado, libre de todo rastro de violencia.

Basta mirar cómo eliminaron la anécdota de la boa devorando al elefante (una de las más queridas y recordadas por los seguidores) para notar que se trata de una reinterpretación sosa, descafeinada y que no acaba de capturar nunca la verdadera escencia de la historia original. En lugar de la serpiente y el paquidermo, a las escritoras les pareció que era buena idea sustituir la boa por un volcán, por no hacer apología a la violencia en el reino animal (¿?).

El segundo capítulo continúa en el mismo tenor: para no mantener enjaulado en una caja al cordero como en la versión original, en este remake la aviadora le dibuja a La Principesa no un cordero, sino una ternera. Como si ser macho fuera un terrible error, el cordero es cambiado por una cría hembra de vaca. Y la caja con tres agujeros, otra anécdota muy querida, es sustituida por el dibujo de una casita, acaso para no mantener encerrado a un animal sino para darle un trato digno(¡!).

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En la teoría, las intenciones de Espejo Literarios pueden ser buenas e incluso no suenan mal. Como ellas mismas dicen al describirse, “las palabras construyen realidades y nos cansamos de proyectar siempre nuestra realidad o nuestros sueños en personajes masculinos, o en personajes heterosexuales, o en personajes de raza blanca, o en tantos otros perfiles y escenarios repetitivos que nos impedían ampliar nuestros propios horizontes o los de nuestras hijas e hijos”.


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El problema es que, como reza la sabiduría popular, de intenciones está hecho el camino del infierno. Porque por muy buenas intenciones que haya, cuando la ejecución de estas intenciones son ineficaces, el resultado es poco menos que desastroso. En el caso de La Principesa basta con leer dos capítulos para notar que no sólo no se logra el cometido de reinventar un clásico, sino que destruye el recuerdo de una de las obras más afamadas y queridas.

En esta misma línea de lamentable mediocridad se encuentran también los elementos gráficos. Uno de los componentes que convirtieron a El Principito en un éxito editorial que se asentó en el imaginario colectivo, fueron las ilustraciones que, dibujadas por el mismo Antoine de Saint-Exupéry, crearon un hito por su sencillez y su candor. En el caso de La Principesa esta parte gráfica no es sólo olvidable, sino que resulta una tristísima imitación que seguramente haría enervar a cualquiera que haya conocido la obra original.

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¿Es Espejos Literarios en lo general —y La Principesa en lo particular— un caso perdido? Tristemente sí. Porque a pesar de que la premisa de crear un mundo más inclusivo, equitativo e igualitario es una meta a la que indudablemente debiésemos aspirar, el destruir obras maestras de la literatura universal no es la manera. Las escritoras que promueven este ejercicio no toman en cuenta que estas obras literarias vieron la luz en contextos sociales específicos y que la literatura, en tanto arte, no responde al “deber ser” ni a correcciones políticas, sino al deseo íntimo de su autor por comunicar una idea (y mediante su obra revolucionar su entorno).

Y es que La Principesa es todo, menos una obra revolucionaria. Es un intento timorato y tibio de hacer literatura, que no aporta nada ni se encuentra a la altura de la pieza que intenta reinventar. Además, irónicamente, en su afán de verse progresista, en realidad resulta mucho más cercano a un intento reaccionario de censura. Si seguimos en esta línea, en un futuro no muy lejano nos encontraremos reinventando Romeo y Julieta por considear que la versión que todos conocemos hace apología al suicidio.

Suena a un sinsentido catastrofista, pero no estamos tan lejos de ello: ya a principios de 2018 se presentó en Italia una versión feminista de la ópera Carmen, original de Gorges Bizet, en la que la protagonista no muere sino que se defiende y mata a su verdugo, provocando gritos y rechiflas de los asistentes. ¿Hasta dónde llevaremos la higiene moral y la asepsia de lo políticamente correcto?

No malentendamos esto: por supuesto que no sólo son necesarias, sino que urgen nuevas obras con protagonistas que empoderen a las mujeres y que representen a otras diversidades raciales y visibilicen orientaciones sexuales diferentes a las hegemónicas. Pero también hay que entender, una vez más, que el arte es una poderosa respuesta a contextos específicos y alterar obras consagradas no ayuda en nada.

Ojalá pronto tengamos nuevos clásicos, esos sí altamente diversos, con una gran calidad y una voz propia. Porque si recurrimos al refrito, estaremos alimentando la cultura contemporánea de colgarse de nombres ya conocidos sólo para crear contenidos mediocres que no abonan en nada (como en el caso de La Principesa). Y eso significaría reducir la creación artística al reboot y al remake, y encima, mal logrado, como ocurrió con este triste y gris intento.

@PaveloRockstar