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Comida

Fui de cañas por Barcelona a ver si me daban alguna tapa gratis

Dan poca cosa, pero al menos algo dan.
Fotos por el autor

Podríamos decir que existen dos mundos muy distinguidos encerrados dentro de estas tierras que algunos se atreven a llamar España. Están esos territorios en los que existe la costumbre de ofrecer una copiosa tapa cuando uno se pide una caña y luego están, por el contrario, esos parajes en los que no se da una mierda con la cerveza.

Todos somos conscientes de que Catalunya, a diferencia de Madrid, Andalucía o, yo qué sé, Navarra, es una de las comunidades autónomas en las que es ciertamente complicado obtener una dádiva para acompañar el líquido ámbar, es algo que no se estila. Toda esa gente que viene de las tierras de la tapita abundante se jacta de nuestra costumbre educada de ofrecer solamente una cañita —ese diminutivo odioso—, cuando se pide solamente una cañita, sin ningún aditivo, sin ninguna ofrenda de más, cosa que, por otra parte, me parece lo más lógico.

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Lejos de querer demostrar a nadie que aquí en Catalunya sí que realmente se estila eso de la tapa gratis, quiero hacer una comprobación in situ de lo que ofrecen los bares de Barcelona, a ver con qué clase de extraños manjares me sorprenden, si es que me sorprenden con algún tipo de ágape.

En esta misión me he querido alejar de todos esos barrios gentrificados repletos de nuevos locales que intentan emular los —como dicen ellos mismos— “bares de toda la vida”, en los que quizás sea más probable recibir un obsequio emplatado. Esos sitios que salen en guías donde la gente espeta frases como “Recuperan la necesaria tradición de ofrecer, por ejemplo, un platito de torreznos con la caña”. En fin, voy a ir a bares normales, los de la gente corriente, bares de esos que no se están por tonterías.

Una cosa: no es cuestión de hacer mala prensa —ni buena—, así que mantendré los nombres de los bares en el anonimato.

Esta es la primera 'tapita' que me dieron

BAR 1

Bien, la primera parada siempre es la de la decepción, el primer beso siempre es el peor de la misma forma que el primer curro siempre resulta ser el más tedioso. Es por eso que no me sorprende que, al pedir una “cañita”, no tan solo no me sirvan ni una sola tapita de acompañamiento (ni unos míseros cacahuetes), sino que realmente me sirven una “cañita”, una versión reducida de una copa de cerveza. Estos tipos se lo toman todo de forma muy literal. Decepcionante, pero realista; lo que viene siendo la actitud barística de Barcelona.

¿Tendré que pagar estas aceitunas o me vienen gratis?

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BAR 2

Me acerco a un bar donde solía ir después de ensayar, un sitio sencillo, humilde, “de barrio”, que dicen algunos. Cuando me traen la copa no me posan ninguna vianda extra sobre la mesa, por lo que decido pedirle unas “ aceitunitas para acompañar la cerveza” al camarero. A veces hace falta recordar que los diminutivos lo hacen todo más llevadero, como cuando decimos eso de “no te pongas tan nerviosa, vale, ayer llegué a casa a las siete de la mañana completamente borracho y eché una potadita encima del sofá antes de tumbarme a dormir, pero tampoco es el fin del mundo”.

El caso es que me he pasado todo el rato pensando si estas malditas aceitunas —que estaban riquísimas— me las cobrarían o si eran una tapa gratuita de esas, “rollo Madrid”, de las de no pagar. Sufría por si me había excedido en mi economía, si había cometido un error.

Esta duda no me ha dejado disfrutar completamente de la experiencia. De hecho, esto es exactamente lo que significa tomar una caña en Barcelona, la eterna duda entre si te estás tomando una tapa gratis o si te la van a cobrar. “Perdona, ¿me traes unas patatitas —el diminutivo— para picar?”, te las traen y nadie te comenta nada. No sabes si tienes que pagarlas o si es un regalo del bar. Esta es la desconcertante actitud del barcelonés. En fin, a veces sale bien pero otras veces, no.

Esta vez me salió bien y no me las cobraron. MUY BIEN. Este bar maneja bien las situaciones.

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Aquí, señalando mi tapa

BAR 3

Mal. Me pido una cerveza y no me traen nada. En la foto podéis ver mi tapa barcelonesa, un gran montón de ausencia. Un plato de nada. El minimalismo de la restauración. Cretinos.

Así, sí

BAR 4

Menuda sorpresa. Esta vez, sin pedir absolutamente nada, el camarero me sorprende con este platito de aceitunas acompañando mi cañita de cerveza. ¡Realmente sorprendente! No son las mejores aceitunas del mundo, pero vienen gratis y te las traen sin tener que arrodillarte ante el camarero. Es esa máxima de “si es gratis, es bueno”, así que no voy a ser tan cretino de juzgar los obsequios.

Debo decir que Barcelona, con estas dos tapitas de aceitunas GRATIS, me está sorprendiendo gratamente, como cuando terminas con una persona en la cama y descubres que es mucho más explosiva de lo que parecía antes en el bar, cuando iba ataviada con esos gruesos jerséis y esa conducta un tanto pausada y humilde.

Como se agradece una 'tapita' con la 'cervecita'

BAR 5

Volvemos a la mediocridad. Cuando me traen la cerveza, pido una tapita de "frutos secos o algo para acompañar", pero los minutos pasan y la tipa no me trae nada. Barcelona, ¡qué agradable volverte a encontrar!

Con esto ya comes

BAR 6

Con los ánimos por los suelos después del anterior encontronazo con la realidad, me paro en un último bar; no tiene nada especial, en la terraza hay perdedores que no tienen nada que hacer y que han decidido dedicar una mañana a beber cerveza, gente como yo.

Pido un poco de brebaje para mi gaznate y, desilusionado, pido algo para acompañar, ya que no se han dignado traerme nada. Sorprendentemente, acompañado de un rostro alegre, una chica me trae unos frutos secos en una bandeja elipsoidal. No es lo que más me apetece ahora mismo, pero se agradece.

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En serio, incluso aunque sea una tapa cuya única función sea la de generarte una insoportable necesidad de seguir bebiendo por culpa de un cúmulo excesivo de sal —es una tapa que consiste en un 80 por ciento de sal y un 20 por ciento de algo seco—, me hace sentir bien, es un gesto de bondad. Son esas cosas las que te hacen confiar en la humanidad, creer en el amor y no entender cómo pudo ser posible eso llamado “El Holocausto”.

§

Durante esta pequeña travesía he llegado a ciertas conclusiones. Principalmente me ha sorprendido que aquí, en Barcelona, tampoco seamos un páramo sin tapas. Damos poco, pero algo damos. Joder, la intención está ahí y aunque no sirvamos una tapita de paella, ni de lacón ni un pincho de tortilla, aquí se hace lo que se puede: aceitunas y frutos secos.


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Está claro que en el fondo es un truco, un anzuelo para que consumamos más, como cualquier otra tapa, salada hasta la médula o dulce como un ángel. Toda eso de las tapas —que quede claro— solo sirve para generar una clientela fiel, es un truco de marketing hasta cierto punto detestable.

Supongo que aquí, en la ciudad de las tapas escasas, somos sinceros. Aquí no se quiere vender la moto a nadie, no se quiere forzar la simpatía con un plato de comida gratis. Aquí se sirve lo que se pide, y si alguien quiere algo gratis, QUE LO DIGA, y quizás se le conceda el deseo.

En fin, que nadie vuelva a decir que aquí no damos nada porque, como se ha evidenciado, algo siempre puede caer. En otros sitios sabes que te va a caer algo fijo, en Barcelona siempre tendrás esa duda; en otros sitios te darán una simple tapa, aquí te ofrecerán algo mejor: esperanza.