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Género

El #MeTooEscritoresMexicanos me hizo darme cuenta que a mí también me violaron

Siempre usaba las palabras “perra” y “puta” para referirse a mí.

Escribo este texto en primera persona porque no sé de qué otra manera hacerlo.

Pasé toda la noche del viernes pasado viendo en Twitter cómo caían acosadores. Hablé y hable con mi barrio feminista de esto, de cómo nos habían violentado a nosotras también y de las cosas que nos dolían. Dormí dos horas y cuando desperté, con una de esas crudas que hacen que te palpite la cabeza, vi que explotó un hashtag: #MeTooEscritoresMexicanos. Pensé en denunciar a mi profe de la universidad, un “poeta”, pero, “¿para qué nombrar a un don nadie? Es un perdedor y tú te pusiste en esa situación”, pensé.

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Traté de distraerme mientras tomaba café con un amigo y su perrita, no quería ver mi teléfono aunque no podía dejar de pensar en eso. En un momento me ganó la curiosidad y cuando abrí Twitter, vi que una amiga de la CDMX —yo estudié en Tijuana— denunciaba al tal Don nadie de haberla privado de su libertad después de coger. ¿Cómo chingados podía estar pasando eso? Me contuve para no tener un ataque de pánico y minutos después hice un minihilo de los abusos que sufrí en la universidad por parte de mi profesor, Aurelio Meza, quien ahora estudia becado en Canadá.

El Don nadie fue mi maestro de Análisis de textos poéticos, o algo así. La mayoría de la poesía que nos daba a leer era muy mala pero había algo en él que me atraía. Unas semanas antes de terminar el semestre empezamos a coquetear. Nos íbamos a otras facultades a darnos de besos y un día, después de que terminó el semestre, al fin cogimos.

Días después de habernos acostado, yo regresé con mi ex. Este güey me buscaba y me buscaba y yo le decía que no, pero siempre se hizo la víctima, decía que yo era mala y le estaba rompiendo el corazón. Nunca me dijo por qué y eso era lo más confuso. “¿Qué harás hoy?”, me preguntó un viernes. Cuando le dije que iba a ver a mi novio, me respondió que le inventara que me sentía mal y lo viera a él. A partir de ahí mi vida fue un infierno. Me dijo que le cancelara o le iba a decir a mi novio que le puse el cuerno con él. Tuve miedo. Nos vimos.

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Me cogió de la manera más desagradable. Yo estaba inerte mientras él me llenaba de “halagos” y me decía lo hermosa que era.

Los siguientes días me bombardeó con mensajes diciéndome que le había “arruinado la vida”. El chantaje cuando no lo quería ver siempre era el mismo: decirle a mi novio. Así fue una y otra vez. Comencé a dudar de mí, pensé que sí le había hecho algo y que yo era una sociópata que no entendía que lo había lastimado. Pasaron los meses y me seguía amenazando con lo mismo. Me citaba en lugares e iba solo para escucharlo hablar de sí mismo, nos veíamos en una pozolería culera en el centro de Tijuana, no quería que nadie me viera con él, me daba asco y miedo.

La última vez que lo vi en persona fue para entregarle un libro que me prestó y que nunca leí, fue en un café frente a la universidad. Llegué y él estaba sentado en la terraza, le di su libro, me pidió que me sentara, no quería, me senté. Me contó de lo maravillosa que era su vida y que al fin se iba a Canadá a estudiar su doctorado, le dije que tenía que irme. De camino a mi casa recibí un mensaje: “pensé que me ibas a pedir perdón”, seguido de una letanía donde describía lo mala mujer que era, lo malvada y lo muchísimo que lo había lastimado. Siempre usaba las palabras “perra” y “puta”. El gaslighteo era tan cabrón que me preguntaba si no solo era una sociópata, sino que estaba completamente loca, si él en realidad me insinuó una relación y yo lo traté mal, si de verdad toda la violencia que estaba recibiendo era mi culpa. Le pedí perdón.

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Meses después me escribió para decirme que tenía Virus del papiloma humano, que me fuera a hacer estudios y tomara eso como una oportunidad para “ser honesta con mi novio”. Cada uno de sus mensajes me hacía temblar. Escribía periódicamente como para recordarme que ahí seguía, que no se me olvidara. Una de las últimas veces fue para decirme que estaba escribiendo algo y que el personaje principal estaba basado en mí: una mujer mala y cruel que juega con los hombres. ¿Qué iba a responder a eso? “Ah, okay”. ERROR. Se puso como loco a escribirme que era una perra, que yo no merecía su amor y su literatura, que iba a cambiar todo lo que tenía escrito porque yo no me iba a quedar en sus letras.

La última vez que se comunicó conmigo fue en 2017, cuatro años después de que nos conocimos, para preguntarme si estaba en la CDMX. Le dije que sí y me propuso vernos, no le respondí. Cuatro años sufrí acoso cibernético de mi violador, porque acceder a tener sexo bajo amenaza es violación. Yo no me acordaba de todo esto, es más, ni siquiera me asumía como una víctima ni lo vi a él como el depredador que es, solo lo recordaba como una mala experiencia, como un güey con el que me gustaría “descoger”.

Todo esto lo he ido recordando a raíz de que hice mi denuncia en Twitter. Ese sábado las horas pasaron muy lentas, vi cómo conocidos salieron en la lista de abusadores. Estuve acompañada casi todo el día, eso no me dejó caerme. Cuando estuve sola, justo cuando se iba a hacer de noche, me puse a llorar en el metro, no sabía bien por qué, qué estaba pasando, nunca me había sentido así.

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Llegué a mi casa, me metí a la cama y me sentí como obnubilada —todavía me siento así—, vinieron mis amigos e hicieron una peda en mi cama, no tomé una gota de alcohol y solo los veía platicar, estaba ausente. Dormí como 15 horas intermitentemente, vi Twitter obsesivamente en mis momentos despierta, veía más nombres salir, más amigas violentadas, algunas por el mismo cabrón que yo. Me desperté agotada, no sabía qué hacer, por suerte no estuve sola, dejé Twitter un rato.

El lunes en la tarde al fin me rompí. Una discusión estúpida por Whatsapp hizo que pudiera llorar. Me enojé mucho con alguien por algo que no era tan grave, me di cuenta que solo necesitaba llorar, llorar y llorar, así que me senté en el parque a hacerlo.

Tengo 28 años, una “buena” educación, un trabajo que me gusta, una gata y personas maravillosas a mi alrededor, podría decirse que mi vida es buena. Tengo 28 años y estoy cayendo en cuenta que me violaron por segunda vez. La primera tenía 18, la segunda 23.

Me da vergüenza. Me da vergüenza reconocer cinco años después que me violaron, me da vergüenza conmigo misma, ningún feminismo me preparó para esto. Hoy es la primera vez que lo escribo y lo acepto, después de cuatro días de haberme dado cuenta: me violaron. Me violaron en mi propia casa y en mi propia cama.

No quiero dar lástima, no quiero que me vean como “ay, pobrecita”. No soy ninguna pobrecita. Tampoco quiero que me vean como una “chingona” o una “valiente”. No quiero que me revictimicen.

Lo que quiero es que esto no le vuelva a pasar a ninguna. Lo que quiero es que ninguna sienta que esto fue su culpa. Lo que quiero es que nos sintamos lo suficientemente fuertes para admitirlo, para advertirnos. Lo que quiero es que nunca más nos volvamos a enemistar por un hombre. Lo que quiero es que aunque nos duela un chingo, reconozcamos lo que nos ha pasado, reconozcamos que sí pasa y que puede pasar incluso en una habitación propia, que decir “sí” no necesariamente es consentimiento. Creo que ese es uno de los primeros pasos para tirar este ridículo patriarcado. Lo que quiero es que si sientes que también te pasó puedas escribirle a una amiga, me puedas escribir a mí.

Lo que yo quiero es que nunca más volvamos a estar solas. Ya no estamos solas.

Mis dm están abiertos para todas, morras:

@anhele