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guerras y conflictos

Hablamos con Alejandro José, el misionero venezolano que educa bajo las bombas en Siria

Este sacerdote salesiano de 36 años ha pasado los últimos cuatro años en Siria dirigiendo un centro educativo para intentar que entre las bombas, y los disparos de los francotiradores, los niños sirios tengan una infancia en la que puedan jugar o leer.
Alejandro José León Mendoza junto a chicos sirios en Damasco. (Imagen vía Misiones Salesianas)

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Alejandro José León Mendoza sabe que la mitad de sus alumnos morirán en una barca camino a Europa. Ya casi se ha acostumbrado a que le cuenten que se marchan de Siria en un bote. Y Siempre les dice lo mismo: "Te estás montando en la lotería de la muerte". Hasta que aquel día uno de los chicos, que apenas alzaba un metro y medio, le desmontó: "Ya. Pero si me quedo tengo el doble de boletos para una muerte segura".

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Mendoza tiene 36 años y es un sacerdote salesiano y los últimos cuatro años los ha pasado intentando que entre las bombas, y los disparos de los francotiradores, los niños sirios tengan una infancia en la que puedan jugar o leer. Porque cuando a los estudiantes de su escuela les piden que hagan un dibujo, pocas veces faltan los misiles, las granadas o las bombas. Apenas han cumplido los diez años pero sólo con escuchar un disparo pueden identificar el arma del que procede.

Hace cuatro años este sacerdote procedente de Mérida, en los llamados Andes venezolanos, pidió ir voluntario a la casa de los salesianos en Damasco. Fue poco antes de que estallara la guerra en 2011. Había pasado por Egipto, Italia, Belén y Alepo. "La sociedad siria es muy rica en humanidad, pero con un proceso educativo muy pobre y había mucho por hacer", explica a VICE News en una entrevista en Madrid.

En julio de 2011 este sacerdote llegaba a la capital de un país en guerra pero en la que apenas se sentía. Hoy, cuatro años después según cálculos de UNICEF; 5,6 millones de niños sufren situaciones extremas dentro de Siria: pobreza, desplazamiento y estado de sitio. Misiones Salesianas calcula que en este tiempo ha habido más de 250.000 muertos, y 6 millones de personas han abandonado sus hogares y 670.000 niños han dejado su educación.

Los niños, los que más sufren

Tras estas cifras están los chicos a los que Mendoza trata de hacer menos traumática su vida en guerra. Marzouk tiene 14 años y cuenta que ya se le ha olvidado lo que es vivir tranquila. "Tengo miedo constantemente. Cada día vivo angustiada desde que me levanto hasta que consigo dormirme", relata en el informe Los Sueños de Siria realizado por los salesianos, que cuentan con tres casas en el país. Sami, de 12 años, cuenta que estuvo a punto de morir: "Iba por la calle con una sensación rara. Estaba había muy poca gente. Entonces miré hacia arriba y en el edificio de enfrente había francotiradores. Empecé a correr hacia casa aterrado ¡Una bala de rozó la cabeza!", recuerda. También Salim, de 12 años, vio cómo su madre hacía de escudo humano para protegerle cuando empezaron a dispararles durante el entierro de su primo. "Fue aterrador", asegura.

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Así es Alepo, la peligrosa zona donde han desaparecido los tres periodistas españoles. Leer más aquí. 

Alejandro José León Mendoza durante un acto en la escuela damascena donde ha trabajado durante más de cuatro años. (Imagen vía Misiones Salesianas)

Tras los primeros bombardeos en Damasco tuvo que cerrar su primer proyecto: una escuela para refugiados de la guerra de Irak con 120 alumnos de 7 a 15 años. "Al año de llegar las cosas se pusieron difíciles en Damasco. Los refugiados iraquíes se marcharon. Ya solo quedaban 15 niños, y para llegar a la escuela tenían que arriesgar sus vidas entre bombardeos y obuses", explica este misionero. "Queremos que nuestros hijos vayan a jugar, pero no queremos que les cueste la vida", se excusó uno de los padres una tarde. Al principio lo concentraron todo en fin de semana, pero aún así era demasiado peligroso.

Tala tiene 15 años y cuenta que su escuela fue bombardeada: "Destruyeron mi colegio, y mi casa es ahora un montón de escombros, y varios miembros de mi familia han muerto en la guerra, ¿qué futuro nos espera?", explica.

Misionero sin misión

Así Mendoza se convirtió en un misionero sin una misión que realizar en un país en guerra. "Optamos por acudir nosotros a las casas". Mendoza fue recorriendo los dramas de los 180 niños con los que mantenían más relación. "Algunos habían perdido a gran parte de sus miembros, otros seguían unidos pero apenas podían sobrevivir", recuerda.

La familia Dib, tiene tres hijos y apenas les queda nada para vender. Haldoun, de 18, Ritta, de 17 y Bassel, de 15, años, habían sido unos privilegiados durante años. Su padre trabajaba en la embajada alemana con un buen sueldo. Cuando empezó la guerra y cerraron las embajadas ni el padre, ni la madre, lograron encontrar trabajo.

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Al principio sobrevivieron vendiendo lo que tenían. Ahora ya no tienen luz, combustible para calentarse, pilas para encender las linternas y lo único que pueden usar cada día para calentarse o cocinar es una vela. "Ellos son unos afortunados porque todos han sobrevivido, así que ni siquiera querían aceptar la poca ayuda económica que les brindamos, incluso querían darnos naranjas y plátanos, lo que iban a comer ese día, para agradecer la visita…", recuerda este sacerdote.

En medio de la pobreza y la guerra, los niños de Siria son ahora el sostén de la familia. Leer más aquí. 

A este sacerdote le sigue impresionando la calidad humana de los sirios, y su extrema dignidad aún rodeados de muerte y desesperación. Cuenta que después de cada bomba, la gente sale a la calle a limpiar los escombros, y que mantienen sus casas muy limpias, a pesar de las carencias. "Quieren vivir con dignidad, y hacen todo lo posible por seguir viviendo como humanos en una situación extrema, entre la vida y la muerte", apunta.

También le sorprendió que a pesar de la necesidad, muchos de quienes han recibido su ayuda, la rechazaban, o lloraban por no ser ellos quienes daban dinero a la Iglesia. "A pesar de la guerra creemos que los chicos deben seguir estudiando, así que tenemos una especie de becas para universitarios de 50 dólares al mes, un mínimo para que no dejen de ir a clase. Muchas veces es el único ingreso que entra en las familias. Pero muchos jóvenes en cuanto consiguen un mínimo trabajo, nos lo devuelven para que podamos ayudar a otras familias, aunque lo que ganen sea la mitad", recuerda.

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Segundo intento de poner en marcha el centro educativo: sueños y esperanza

Después de visitar 180 casas en dos meses, Mendoza decidió que había que seguir intentado que su centro educativo volviera a funcionar. "Necesitaban una propuesta educativa, un lugar para jugar, hacer deporte, leer, dibujar, cantar y hacer algo más que ver muerte a su alrededor. Queríamos darles una oportunidad de encontrarse y ayudarles a entender lo que estaba pasando", explica el sacerdote.

Primero alquilaron un edificio en un barrio popular más próximo a donde vivían la mayoría de las familias a quienes atendían. Evitaban riesgos de los chicos en los desplazamientos. Muchos les respaldaron y enviaron a los niños a sus actividades. Pero tras un mes no funcionó porque no cumplía los requisitos mínimos ya que no tenía agua y había espacios casi ruinosos. Así que lo volvieron a intentar con su escuela original. Y siguieron yendo. Si habían comenzado el proyecto con 180 niños, a los pocos meses contaban con 1.200. "Los papás superaron el miedo, porque nos decían que después de mucho tiempo les habían visto volver a sonreír y eso merecía la pena el riesgo".

Elías, de 12 años asegura que ir al centro Don Bosco le ha ayudado a no sentirse tan solo, a Sidaah, le sirve para"relajarse" y Juliana cuenta que le han "devuelto la risa, la esperanza y el optimismo". Elías añade: "¿Quién podría pensar que en medio de la violencia pondríamos preparamos para un futuro?". Como ellos, sorprendentemente, muchos piensan en el mañana. Como Carol Miro, de 15 años "Cuando acabé la guerra quiero ayudar a reconstruir Siria para que sean país mejor". También Lin Wahba quiere contribuir a construir una sociedad civilizada y avanzada en su país: "No quiero que Siria sea un país analfabeto e ignorante y voy a trabajar por conseguirlo. Hay que invertir en educación pública en valores de respeto y de paz", señala.

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Alejandro José, cree que lo lograrán. "Tienen hambre de darle sentido a lo que está ocurriendo, necesitan entender y descubrir cómo vivir en medio de esto. Hace un mes uno de los animadores juveniles del centro, que había estudiado leyes y estaba preparándose para ser juez murió a causa de un misil cuando faltaba una semana para su boda. Los niños de su grupo, se preguntaban por qué, y hablamos mucho sobre ello, tienen muy presente que en un segundo su vida se puede acabar, y nosotros intentamos ayudarles en ese proceso. La mayoría se refugian en la esperanza de un futuro de paz", relata este salesiano que acaba de ser trasladado a Belén.

"Para mí estos cuatro años han sido un regalo. Estos niños y esta situación extrema me han ayudado a dar lo mejor de mí, a entender las razones del pueblo para vivir en una situación desesperada", concluye.

Los 10 documentales de VICE News sobre Estado Islámico, Siria e Irak que deberías haber visto. Ver aquí. 

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