Ser joven en Los Pajaritos, el barrio más pobre de España

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Los Pajaritos, según el último informe de Indicadores Urbanos del INE, repite como el barrio más pobre de España. Situado en Sevilla capital, la renta media de sus vecinos es de 12.307 euros anuales, muy lejos de la media nacional situada en 25.582 euros. Una situación que va a peor, ya que respecto al año pasado, el capital de sus residentes ha disminuido en 300 euros.

A este humilde barriada, situada a menos de 15 minutos en coche del centro de Sevilla, la puso en el mapa ya hace unos años el rapero Haze, el cual relataba historias de personajes de su entorno que tuvieron problemas con la justicia por drogas, robos o peleas.

Pobreza suele ser sinónimo de violencia y delincuencia, ¿es el caso de este barrio o suele exagerarse? ¿Es la vida de un joven de Los Pajaritos muy diferente a la de los jóvenes de otras barriadas de Sevilla o del resto de España? María, Nerea, Noé y Ana Mari nos cuentan cómo es vivir en el barrio con menos recursos económicos de España.

Son las 12 del mediodía y llegamos a Los Pajaritos buscando encontrar pronto algún chico o chica con los que conversar. Para nuestra sorpresa y después de 20 minutos caminando, deducimos que la tarea va a ser harto complicada. Señoras haciendo recados y personas empujando el carrito de la compra eran los únicos con quienes cruzábamos miradas. ¿Qué ocurre aquí?

Días previos, conocidos del barrio ya nos advirtieron que “a esa hora la gente del barrio aún duerme”, algo que nos tomamos a broma pero que resultó ser del todo cierto.

Por fin, cerca de Amate, un parque cercano a la barriada, entablamos conversación con Sergio, de 24 años, que nos comenta que “ahora con el frío es normal ver a poca gente, pero que lo normal es que en las plazas y cerca del mercado haya siempre grupitos de colegas”.

Está desempleado y está deseando colocarse, pero “a veces me he sentido señalado por ser de Los Pajaritos, dándome reparos en decir de donde era según el ambiente donde me encuentre”. Piensa que, para él, opositar puede ser la mejor opción.

Cuenta que “la mayoría de mis amigos no trabajan, aunque si hay alguno que tiene un buen trabajo”. Le preguntamos sobre la existencia de una economía sumergida de droga, a lo que nos dice que “Existe, pero no sólo aquí, pienso que en el mundo entero, tanto en la parte que la distribuye como la que la consume creo que los protagonistas son los jóvenes. ¿Qué si me han ofrecido vender? Si, y no era precisamente del barrio, creo que eso te lo ofrecen en cualquier parte, el problema de aquí no es la gente que te oferta ese tipo de trabajos, sino la cantidad de gente que lo acepta y en la mayoría de casos, lo necesita”.

El estigma va de la mano de los vecinos de esta humilde barriada, los cuales reconocen que tienen que omitir a veces su procedencia para poder hacer vida normal.

“Yo suelo vender mucho por Wallapop, pero a la hora de poner mi localización pongo el centro comercial Los Arcos” nos dice Ana Mari, de 19 años y trabajadora en Mercadona.

Los Arcos está situado justo al otro lado de la avenida que separa Los Pajaritos de Nervión, un barrio totalmente opuesto económicamente y donde el nivel de vida es mucho más alto.

“No es la primera vez que me quedo con algo colgado por decirle al comprador que venga a mi barrio” añade.

Nerea, de 23 años y parada, corrobora los prejuicios y suelen tacharla de “marronera” allá por donde va al desvelar su procedencia. Su caso resulta muy llamativo porque tiene unos gustos y un estilo muy bien definido que la convierten en una rara avis en esa zona de Sevilla.

“Yo suelo ir a muchas raves y clubes de música electrónica y alguna vez me he encontrado allí a gente del barrio que nunca imaginé que iría sitios tan alternativos” nos recalca Nerea, que nos cuenta cual suele ser la forma más frecuente de divertirse de la mayoría de la gente de Los Pajaritos. Sergio también frecuenta clubes de música electrónica, de hecho regenta uno llamado PRISMA, aunque también pasa mucho tiempo en el parque del Amate.

Nerea opina que en Los Pajaritos “la gente suele ir a cualquier placita hasta las tantas charlando o tocando las palmas, o coge el coche los fines de semana y se va alguna discoteca. También somos muchos, sobre todo en invierno, que nos juntamos en un pisito y montamos alguna juerga. Yo en el mío he llegado a reunir a más de veinte personas con amigos deejays y sus equipos de sonido incluido”.

La mayoría de los pisos de Los Pajaritos son viviendas de protección oficial (VPO) que Franco construyó y entregó durante los años 50. Suelen componerse por bloques de tres o cuatro plantas muy viejos y con pisos que no suelen ocupar más de 40 metros cuadrados.

Teniendo en cuenta esas características, le pregunto a Nerea si los vecinos no se quejan de esas reuniones que organiza. Su respuesta es tajante: “¿Qué si se queja el vecino? ¿Qué se va a quejar si él vende droga? ¿Acaso crees que va a llamar a la policía?”.

Ciertamente los residentes no viven ajenos a esta realidad. Son muchos los bloques de pisos donde personas trabajadoras, niños pequeños o estudiantes conviven con el ir y venir de gente que pasan por delante de su puerta para comprar drogas.

“En cualquier bloque hay montado un chiringuito. Mi barrio es el coño de la Bernarda, por aquí pasa mucha gente que no conoces de nada y ninguno para nada bueno, es duro ver en las escaleras de tu bloque personas inyectándose heroína” nos dice enfadada María, una maquilladora de 24 años.

A María le apena mucho la situación de la gente de su edad, ya que “aunque hay chavales muy buenos, los malos siempre contrarrestan las buenas acciones”.

Además, ve un porvenir muy negro para las generaciones futuras, sin aspiración ninguna. “¿Cómo las van a tener si ganan 30 euros por abrir simplemente la puerta de uno de los chiringuitos de droga?” se lamenta.

María o Ana Mari sí continuaron sus estudios después del instituto, pero la mayoría con suerte obtiene la ESO. “De mi generación, a 4º de la ESO solo llegamos 7 personas”, me cuenta Ana Mari. “Aquí lo normal es echarse a la calle sin estudios ninguno, casarte y tener hijos muy joven” apunta María.

“Parece que la barriada les atrapa. No sé explicarlo, pero es como que te cuesta trabajo salir de allí. A mí me da pena que no salgan ni siquiera al centro a cenar o tomar una copa”, explica María, aunque da otra lectura asegurando que “en Los Pajaritos si existe una generosidad que no he visto en otros barrios”.

Y es que los jóvenes de Los Pajaritos son muy fieles a su barrio y su gente. Son pocos los que suelen relacionarse más allá de sus calles y prácticamente se conocen todos, convirtiéndose en una especie de pequeño pueblo dentro de una gran ciudad.

Para muchos de esos jóvenes, echarse a trabajar a la primera de cambio dejando de lado los estudios no es una opción.

“En algunos casos no nos queda otro remedio. Yo tengo familia y necesito ayudar económicamente en casa” se explica Noé (25), vecino de Los Pajaritos desde hace 12 años pero nacido en Guinea Ecuatorial. Desde que terminó la ESO, Noé ha trabajado de manera esporádica como albañil, camarero o ayudante de cocina, pero asegura que “es muy duro que con mi edad no tenga nada fijo”.

“Cuando llegué me gustó mucho mi barrio porque había gente joven y estaba todo el día jugando al fútbol. A medida que fui creciendo, todo eso se fue perdiendo y perdí muchas de las relaciones porque acabaron metidos en asuntos que ya no me gustaban. Ahora suelo estar siempre con mi primo y amigos cercanos de otros barrios” relata Noé.

A esta tendencia, Dani intenta darle una explicación contándonos que “los chavales tampoco pueden desplazarse mucho teniendo criaturitas tan chicas y cargando las mujeres con el carrito del bebé para arriba y para abajo”.

Me hace plantearme las diferencias que puede haber entre hombre y mujeres jóvenes. Normalmente, en una situación de marginalidad, las mujeres suelen estar más desamparadas y se llevan la peor de las partes.

“Las mujeres lo tenemos peor en Los Pajaritos, hay bastante machismo. Hay muchas chicas que sufren maltrato físico y psicológico y lo peor es que con 17 años tienen ya uno o dos hijos” habla María, que nos cuenta como su prima de 27, con tres hijos y uno en camino fue abandonada hace pocos meses por su novio. “¿Y luego qué? Pues se buscan a un hombre peor, les da igual”.

En Los Pajaritos y las zonas colindantes suelen vivir muchas personas de etnia gitana, así como inmigrantes, siendo la mayoría de países subsaharianos o de Rumanía. Noé nos cuenta la convivencia entre este fuerte contraste de culturas.

“Ni yo, ni mi madre, ni mis hermanos hemos tenido problemas de racismo. Aquí si no te metes donde debes y no das bullas, no tienes problemas y eres respetado”. Noé asegura que “nunca he sentido miedo donde vivo”.

Mientras uno habla con sus vecinos y va paseando, observa como el barrio se encuentra dividido en dos. Una mitad está intoxicada por una lacra en forma de violencia, drogas y delincuencia.

La otra mitad son hijos de obreros. Jóvenes que buscan llevar una vida normal acorde a estos tiempos, pero que nacieron con una picardía y una desconfianza que siempre llevarán consigo por las circunstancias de nacer en un entorno complicado. Personas que van a la universidad, que se divierten en raves y festivales o que sueñan con ser maquilladoras en la televisión algún día. A ellos les pregunto si recomendarían a gente de su edad vivir en su barrio.

María responde con el deseo de que “lo que más me gustaría de este mundo es que me tocara la lotería y poder sacar a mi padre del barrio”. Ana Mari lo recomendaría “a personas que necesiten una vivienda temporal y que no tengan muchos recursos”. Nerea tiene otra opinión y sí lo aconsejaría para vivir “si sabes torear lo malo, aquí puedes pasar muy buenos momentos y reírte con la gente”.