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Comida

Beber después de terminar con un alcohólico

Mi ex fue alchólico y adicto a la heroína, estuvo limpio por un par de años. Me dijo que me tomara una copa d vino en las mañanas, pero siempre me preocupaba cuando había alcohol cerca.
Foto von jeepeenyc via Flickr

A raíz de la ruptura, me preocupaba cada vez que aceptaba una copa de vino o un cóctel de un amigo comprensivo. Mi ex era un ex alcohólico y ex adicto a la heroína, llevaba un par de años sobrio. Me había dicho que el alcohol no era un detonante, que sería diferente si me inyectara o inhalara cocaína. Me dijo que podía echarle vino a mi Crock-Pot, o tomarme una copa por la noche, sentada en una mesa frente a él. Pero me preocupaba cada vez que estábamos cerca de alcohol, aunque yo no estuviera bebiendo y cuando nos separamos, fue difícil deshacerme de esa costumbre

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Cuando estábamos juntos, aprendí a buscar opciones no alcohólicas interesantes en el menú, ahora más fáciles de encontrar que nunca antes. Probé refresco de miel de romero y limonada de pepino y bebí un sinnúmero de botellas de cerveza de jengibre. En ocasiones, cuando salíamos con los amigos o la familia, me tomaba una copa. Él me acompañó cuando probé el chardonnay de Chateau Montelena, sabiendo que me arrepentiría si no probaba el vino que comenzó todo para Napa.

Mi primer trabajo cuando salí de la universidad fue en una bodega local en el estado de Washington, la más grande de la zona. Me dedicaba al trabajo administrativo y servía vino en la sala de degustación cuando venían grandes grupos. Aprendí a agitar el vino rápidamente y de forma elevada en la copa, impresionando a mis clientes y forzando el aire en el vino al mismo tiempo. A veces, nuestra enóloga llegaría hasta la oficina con vino fresco de un barril y nos daba sorbos de algo joven e inmaduro. Me encantaba el vino incluso antes de conseguir ese trabajo. Me encantaba que cada vintage fuera diferente y cómo cambiaba con el tiempo en una botella o en una copa. Me encantaba que había muchos tipos diferentes y cómo complementaba muchas de mis conversaciones favoritas.

Más tarde, como un paso previo a aprender a cocinar en serio, empecé a explorar la coctelería. Comenzó con un Sidecar Habana y rápidamente se volvió de lujo cuando dominé el Corpse Reviver #2 y descubrí cuántos sabores diferentes podían ser etiquetados como "gin". Me deleitaba con el acceso a la colección de los licores de un amigo en una fiesta, con la tarea de hacer algo creativo que fuera ligero.

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Cuando salía con mis amigas y él no estaba, sentía que lo estaba engañando al pedir un Hemingway Daiquiri o cuando me bebía un vaso de riesling seco.

Cuando mi ex y yo empezamos a salir, la cuestión del alcohol era la primera en surgir entre la mayoría de mis amigos. Yo estaba feliz y enamorada, lo cual ya es suficiente intoxicación. Les dije que no tendría problemas en beber menos, que sería considerada y no bebería con la persona que amaba si eso era lo que necesitaba.

Poco a poco, abandoné la idea de salir de picnic al parque con champaña de contrabando, o la degustación de vinos de vacaciones o descubrir cervezas que nos gustaran a ambos. Abandoné la esperanza que me nació cuando hablé con un amigo de mi madre que acaba de enviudar, cuyos ojos se iluminaban cuando hablaba de la forma en la que él y su esposa habían compartido un amor por el vino, que duró toda su vida juntos.

La mayor parte de mi vida amorosa sucedió después de que cumplí 21 años. Por lo general, no bebo en una primera cita, pero después de eso, el alcohol frecuentemente se convierte en parte de nuestra historia. A veces, es la forma con la que me invitan a salir. ("¿Quieres tomar una copa conmigo?"). Puede ser una forma de recordar algo sobre mí –mi gusto por los porters y pinot noir es parte de una trivia que me hace sentir que me han escuchado cuando los mencionan una semana más tarde. Al igual que una comida maravillosa, puede ser algo compartido solo entre nosotros, un recuerdo que mantenemos juntos.

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Cuando mi ex y yo estábamos juntos, me ponía a pensar mucho cuando quería una copa de vino, cuestionando mis motivos y preguntándome si valía la pena el esfuerzo. Mis papilas gustativas estaban contentas con los otros sabores que no estaba evitando. Con tan poco bebida, y como soy de peso ligero, solo aguantaba media copa de vino. Casi no valía la pena pedir una. Cuando salía con mis amigas y él no estaba, sentía que lo estaba engañando al pedir un Hemingway Daiquiri o cuando me bebía un vaso de riesling seco.

Un par de semanas antes de nuestra ruptura, tuvimos una conversación que yo pensaba que era el final, y tal vez debió haber sido. Cuando todo terminó, nos aferramos juntos, frágiles, y él me miró. "¿Necesitas que te traiga una botella de vino?", preguntó. "Lo entendería". Negué con la cabeza sin decir nada.

El fin de semana de la ruptura, yo estaba en un viaje con mi hermano en la región vinícola de Washington. Aunque estábamos allí para un concierto, nos detuvimos a visitar a una amiga suya, una enóloga asistente en una bodega de alta gama. Sacó un vino exclusivo, un cabernet sauvignon 2008, tan suave y aterciopelado que apenas si lo sentí al tomarlo. Era el mismo cab que había probado directamente de la barrica hace unos años, cuando visité la sala de degustación como sugerencia de otro interés amoroso de hace muchos años. Beber ese vino después de tantos años se sintió como el mejor tipo de redención, la forma más pura del placer. Había extrañado el éxtasis de un muy buen vino con compañía agradable.

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En cuanto terminamos nuestra relación, mis amigos surgieron con ofertas de apoyo y libaciones. Bebimos juntos y yo lloré y conté mi historia. Bebimos vino blanco a plena luz del día, y compartimos growlers de cerveza local en el fresco de la noche. Pero no podía quitarme la sensación de que debería sentirme culpable, bebiendo este veneno que podría destruir la vida de mi ex, tan pronto después de nuestra separación.

He visto que el alcohol puede ser un elixir, una experiencia compartida, un regalo. También he visto que puede ser un mal insidioso, un amante, un mentiroso.

Antes de esta relación, no me preocupaba el lado oscuro de la bebida. Convivía con personas que disfrutaban de la experiencia, el sabor, la textura. Estábamos interesados en el vino de la misma forma en que estábamos interesados en los libros o el arte.

Tal vez fue ese cab tan fino o el recuerdo de un amigo de mi madre y de su amor eterno por su mujer que me hizo recordar lo maravilloso que podría ser el alcohol. Tal vez fue el recuerdo de todos esos cocteles elaborados en cocinas amigables, o el beber copas de vino mientras cocinaba para dos. Hice un balance de esto con la realidad durante aquella conversación en la que me dijo que se tomaba el tequila tan rápido que ni siquiera podía probarlo, y de cómo se siente el pedir una copa y no ser capaz de dejar de pedir más.

He visto que el alcohol puede ser un elixir, una experiencia compartida, un regalo. También he visto que puede ser un mal insidioso, un amante, un mentiroso.

Había pasado un poco más de una semana desde la ruptura cuando me serví mi primera copa de vino en solitario. Fue un rosado encantador que había estado guardando para la ocasión adecuada durante alrededor de cinco años y ahora estaba abierto, poco a poco perdiendo lo mejor de sí mismo. Logré beber la mitad de la copa y ya no pude más. No podía soportar la idea de que estábamos simplemente yo y ese encantador vino rosado, solos.