Tragones Anónimos México

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Salud

Tragones Anónimos México

Un agrupo de autoayuda para apoyar a las personas que no pueden controlar su manera de comer.

La niña obesa

Katy tiene una espléndida memoria. Recuerda perfectamente la fecha y la indumentaria que llevaba cuando, con 107 kilos de peso, se presentó por primera vez en Tragones Anónimos (TA), en la ciudad de Durango en 1992. Pero sobre todo, no se le olvida que a los cuatro años ya era consciente de ser una niña distinta: "Lo recuerdo perfectamente, en especial por un vestido de elefantitos que yo quería y que no hubo de mi talla". Dos años después iniciaría su largo historial de humillaciones, cuando su hermano se negaba a hacerle avioncito como a sus primas; la razón: "estaba muy pesada y se lastimaría si me cargaba". Aquella escena le dolió tanto que esa vez lloró toda la tarde. "Lloré y lloré", recuerda. Su lucha contra la obesidad apenas comenzaba.

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Tragones Anónimos 24 horas (TA) es un agrupo de autoayuda, que se vale de los 12 pasos de Alcohólicos Anónimos (AA), para apoyar a las personas que no pueden controlar su manera de comer. "¡Tragar!", me aclara un miembro de TA, "nosotros tragamos". Lo de ellos no es comer, es atracarse, atragantarse, devorar… atiborrarse de galletas hasta que la caja se vacíe, no dejar ni una migaja del kilo tortillas y el kilo de bistec que se come de una sentada, beberse hasta la última gota de los dos litros de Coca Cola. Y entonces viene la espera y con ello la ansiedad, el remordimiento y el deseo de volver a comer… y se come de nuevo: el círculo perfecto de la obesidad mórbida. Una enfermedad que en México se ha convertido en un problema nacional y que amenaza con colapsar el sistema de salud debido a las enfermedades que desencadena como la diabetes mellitus, y que mata al año aproximadamente a 98 mil enfermos. Por esta razón, el 14 de noviembre pasado la Secretaría de Salud emitió la declaratoria de emergencia epidemiológica. La catástrofe sanitaria está advertida.

El novio imposible

Cuando llegó a TA por primera vez Katy cursaba la prepa, lugar donde tampoco había sido feliz. A la menor provocación era víctima de bullying. Por eso evitaba salir del salón; sólo cruzar el patio para ir a comprar sus alimentos era el pretexto ideal para que sus compañeros simularan entre carcajadas que el piso temblaba a su paso. Pero quizá lo que más le dolió en esa época fue cuando escuchó al chico que le gustaba afirmar que "nunca saldría con una ballena".  Solitaria y con depresión, Katy se negaba a aceptar su problema. Y si su mamá le decía que dejara de comer, ella hacía lo contrario. "La comida era mi aliciente, mi refugio, mi todo".

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Veinticinco años después, mientras platicamos una mañana de finales de diciembre, reflexiona sobre el inicio de su problema: "Creo que pudo ser incluso desde el vientre, que no fui una niña deseada; mi mamá se embarazó sin pensarlo… Yo con la terapia me he dado cuenta que hay muchos factores para que un niño casi desde el nacimiento sea obeso. Influye un embarazo difícil, rechazo, mi papá no creía que fuera su hija…"

En ese sentido, la nutrióloga Melisa Salazar, experta en trastornos de alimentación, me explica: "Las causas de la obesidad mórbida o severa son multifactoriales, y van desde lo genético hasta lo anímico, pasando por lo más importante, que son los malos hábitos de alimentación". En el caso de los "tragones" padecen polifagia o sobreingesta compulsiva, que es consumir grandes cantidades de alimento sin tener verdadero apetito y más bien animados por la frustración o la angustia. Esto desemboca en que un 90 por ciento padezcan la obesidad, que la Organización Mundial de la Salud (OMS) define como la acumulación anormal o excesiva de grasa. Y para adquirirla se debe tener un Índice de Masa Corporal (IMC) mayor a 30. El  IMC se obtiene dividiendo el peso (kg) entre la estatura al cuadrado (m²). Un IMC entre 30 y 34.9 es obesidad tipo 1. Entre 35 y 39,9 es tipo 2. Y un IMC mayor a 40 es tipo 3, obesidad mórbida o severa.

En el caso de Katy, con su aproximadamente 1.68 mts de estatura y 107 kilos de peso, tenía un IMC de 37.9, obesidad tipo 2. Comparado con las personas que se encontró anexadas en TA esa primera vez, que pesaban entre 150 y 200 kilos, su problema era menos grave, pero no menos duro. Ahí le explicaron que el régimen de TA se basa  en tres ejes: lo físico, emocional y espiritual. El primero es un plan de alimentación que no rebase las 1,500 kilocalorías diarias. El emocional es desahogarse de las tristezas y frustraciones en la tribuna, y frente a sus compañeros; y por último, creer en un ente superior, cualquiera que sea su nombre, con la idea de asumir la humildad ante la vida y la necesidad de ayuda y solidaridad del prójimo.

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Katy tiene actualmente 42 años, de tez morena, levemente espigada y con un peso normal; pocos imaginarían que llegó pesar más de 100 kilos. Naturalmente, como todo lo que vale en la vida, el proceso de recuperar su peso ideal, "la sobriedad" como lo llaman en TA, no fue fácil.

Vivir entre tortas y tacos

Tragones Anónimos 24 horas "Un nuevo comienzo" está ubicado en Luis Moya no. 72, colonia Centro. Enfrente se encuentre una de las torterías más famosas de la ciudad, El Cuadrilátero, que oferta una torta gratis de un kilo 300 gramos y 40 centímetros al que logre ingerirla en menos de 15 minutos. Misión imposible, lo sé por experiencia propia. Y una cuadra atrás de TA,  se ubica Big & Tall, una tienda de ropa especializada en tallas grandes. Una relación sintomática en una ciudad donde abundan los puestos callejeros de apetitosos antojitos y restaurantes de grasienta fast food que ofrecen raciones cada vez más grandes y que alimentan a una multitud de mexicanos cada vez más pesados. De ahí que según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012, el 71.2% de los adultos padece sobrepeso u obesidad; es decir, alrededor de 55 millones 372 mil 611 mexicanos.

"Sí, no es fácil", me dice Salvador, otro miembro de TA que hace hincapié en lo complicado que es luchar contra la tentación de recaer en las comilonas en una ciudad donde abundan los  puestos de comida. Salvador llegó a TA con su pequeña estatura de 1.58 mts y sus contundentes 106 kilos de peso: su IMC era de 42.4, el más grave. Y no era para menos, en la época más ardua de sus atracones, hace cinco años, Salvador iniciaba sus mañanas yendo al puesto de tamales por su guajolota y su medio litro de atole. Era lo que consideraba su "pre-desayuno" mientras llegaba a su trabajo, donde, ahora sí, desayunaba en forma: quesadillas, gorditas, un licuado y un jugo de naranja. Todo esto en lo que llegaba su esposa a dejarle la comida, que era por lo regular era un kilo de carne asada, un kilo de tortillas y una Coca de dos litros. Por la tarde noche, volvía a su casa y cenaba junto a sus dos hijos y su esposa. Y finalmente, en el lapso entre que se acostaba y la madrugada, se levantaba constantemente para finiquitar todo el sobrante que pudiera encontrar en la cocina: "pedazos de tortilla, pedazos de pan", lo que hubieran dejado sus hijos o su esposa. Siempre se sentía con hambre, aun cuando sintiera la comida desbordante y a punto de vomitar. Al siguiente día variaba ligeramente el menú, pero era la misma rutina.

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En la época más sombría, sin trabajo, con deudas económicas impagables, prácticamente sin contacto con su familia, a la que estaba a punto de perder por un casi inminente divorcio, se levantaba a las 11 de la mañana y se dormía a las 7 de la noche. "Mi único motivo era comer y volver a dormir", me explica. Y no es que no intentara bajar de peso; de joven, a los 28 años, lo hacía y con cierto éxito, recuerda, pero entonces "se premiaba (comiendo) por bajar tres kilos, y entonces subía siete". Para su tercera década de vida, estaba prácticamente cansado de intentar todo tipo de remedios sin resultados. Su "varita mágica" era internet, donde buscaba recomendaciones. Y si la varita mágica ordenaba tomar todas las madrugadas una copita de tequila acompañada de vinagre y sábila molida, lo hacía no obstante eso le provocara serias irritaciones en el estómago. Si ordenaba ponerse nopales en el abdomen durante ocho días, lo hacía con las consecuentes quemaduras que le provocaba el vegetal descompuesto. Si ordenaba comer sólo col durante quince días, Salvador lo hacía.

"¿Siquiera bajaste de peso con la dieta de la col?", le pregunté intrigado.

"Pues la verdad nunca supe porque terminé en el hospital, con el intestino prácticamente perforado por la fermentación de la col".

Sólo dos hechos eran irrebatibles: su abdomen crecía y su cinturón se reducía. Así, hasta llegar su talla máxima, 42. Pero también navegando por la web se enteró que existía Tragones Anónimos. Con un poco con desconfianza, pensando que pudieran ser unos estafadores, se presentó. Ahí le explicaron que comía por emociones: "si estaba feliz comía, si estaba enojado comía". Este aspecto emocional se trabaja en la tribuna, donde todos los miembros prestan atención ante el compañero en turno que cuenta las frustraciones, las tristezas del día.

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Las instalaciones del grupo están ubicadas en un pequeño departamento del segundo piso de una vecindad. Está dividido en una minúscula cocina y la sala donde se encuentra la tribuna y las sillas. Las paredes están tapizadas de frases de aliento, los rostros dibujados de la fundadora de TA y de los de AA, así como un poster con los 12 pasos por los cuales se rigen. Incluso funcimona 24 horas, pues se pueden contactarse vía telefónica para desahogarse y no caer en la tentación de la comida.

Es una fresca noche de enero cuando platico con Salvador, lo hacemos afuera, porque adentro alguien está en la tribuna y yo, como alguien ajeno, no puedo escucharla. Ahora Salvador, con sus 38 años, está en su peso óptimo, viste una sudadera pegada que incluso lo hace ver atlético, lejano a los 106 kilos con los que llegó. Lejanos de esos días en que se consideraba un "zángano que no servía ni para adorno de la casa" y que lo llevó a buscar préstamos que no pagaba, a dejar trabajos pendientes, a exigir pagos adelantos por chambas que ni siquiera comenzó, sólo para gastar el dinero en comida. Ahora, enfrenta el día a día con sus tres armas, me dice: vasos medidores, su plan de alimentación y una báscula.

La palabra prohibida

El dueño de Big & Tall, Vicente Martínez, me advierte antes de iniciar formalmente la entrevista que en su tienda tengo prohibido utilizar la palabra con G. Un adjetivo con el que comúnmente se denomina a las personas con obesidad. "Hay que tratarlos bien, como tampoco hay que decir negros ni pobres, porque eso es despectivo". Me explica que el negocio de las tallas grandes inició en 1979, cuando se dio cuenta que era un nicho de mercado desatendido en el país. Así que junto a su padre abrió una pequeña fábrica donde comenzó a manufacturar tallas arriba de la 40. El local tiene elevador para subir un solo piso y aire acondicionado que, a pesar de ser invierno, no deja de trabajar. Cuando veo llegar a los clientes entiendo perfectamente por qué. Sudoroso y agitado, un anciano me aclara que él no es "g", sino que sólo es panzón. Efectivamente, sus descarnadas piernas sosteniendo su eminente abdomen lo comprueban. En tanto, alto y corpulento, Javier, reconoce que buscar ropa de su talla siempre es un problema porque casi no hay; una incomodidad menor comparada con viajar en el micro y no caber en los asientos, me dice. Y es que padecer la obesidad severa trastoca todos los aspectos de la vida, desde los más nimios y frívolos hasta los más trascendentes. Desde una sudoración constante hasta la incapacidad de subir un par de escalones. Siempre con el riesgo de no llegar, nunca.

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Vivir anexada

Durante varios fines he visitado a los integrantes de TA, pues son los únicos días que en que se reúne la mayoría, alrededor de 25. Un número que si bien a últimas fechas  es más o menos estable, siempre tiene bajas. La mayoría porque se cansa o se aburre, otros se alejan temporalmente, pero finalmente regresan con más peso. Fue el caso de Brenda, una mujer de 32 años, madre de dos hijos, y que llegó por primera vez a TA con 135 kilos. "Yo me fui del grupo tres o cuatro años", me dice. Cuando regresó recuperó 25 kilos de los que había perdido.

La primera vez que supieron de su caso, los miembros de TA Monterrey le propusieron anexarla, pues sus 135 kilos lo ameritaban. Al igual que sucede en AA, anexarse significa vivir sola en las instalaciones, una forma de concentrarse al máximo en el plan. No cuesta nada, ni un solo peso; todas las necesidades básicas son cubiertas por los mismos compañeros. Después de un año, Brenda bajó 35 kilos, pero ya no aguantó estar lejos de su familia, lo extrañaba demasiado. Así que se salió del grupo y aunque trató de seguir con el plan, no pudo evitar subir de peso nuevamente.  "Siempre quise regresar, porque mi vida fue una cuando yo llegué al grupo y otra cuando no estaba en grupo", me explica. Así que volvió, aunque al grupo de Luis Moya, pues terminó por mudarse a la Ciudad de México.

Lo primero que hacen cuando llegan por la mañana es pesarse, después desayunan juntos y enseguida la tribuna. El plan de alimentación no es tan restrictivo como pudiera pensarse, consiste en porciones moderadas e ingeridas en horarios regulares. Se busca una comida rica y variada, un almuerzo o cena puede incluir 250 gramos de barbacoa sin grasa o una hamburguesa al carbón. La merienda puede ser yogurt natural, medio bisquet y una taza de café. Brenda es consciente que apoyarse con personas que viven con el mismo problema es esencial para combatir su problema. Pero sobre todo, aprendió que su lucha no está ganada, sino que es de todos los días.