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acoso sexual

Hablemos del médico que frotó sus genitales contra la cara de una mujer que estaba durmiendo en un hospital

El tipo lo hizo varias veces hasta que descubrió que lo estaban grabando.

Bien, esto ya ha pasado. Sí, un médico de un hospital de Perú se ha sacado el rabo y lo ha posado sobre una mujer que estaba descansando en la sala de espera. Aquí la palabra clave es "posar".

¿Qué sentido tiene posar los genitales sobre cosas y/o personas? Pues ahí fuera hay gente que maneja esta idiosincrasia. Ya sabemos que vivimos en un mundo terrible en el que los seres que han nacido con pene tienen un cerebro extraño y oscuro. Sí, extraño y oscuro. A esta alturas la desesperación es tal que no podemos hacer nada para impedirlo, solamente podemos intentar comprender esas mentes, intentar descifrar el convulso e incómodo mapa de sus mentes, repleto de intrincadas texturas y colores, con cientos de carreteras, autopistas, ríos y caminos que serpentean caóticamente generando un ovillo ininteligible.

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En el vídeo asistimos a la última de las sentadillas que ejecuta el tipo, antes de descubrir que lo están grabando y detener en seguida la realización de su curiosa parafilia, un acto que podríamos situar entre el frotismo —cuando a uno le excita frotar sus genitales contra personas desconocidas— y la hipnofilia —sentir excitación al contemplar a alguien dormido—, por lo que estaríamos hablando, muy probablemente, del primer caso conocido de "frhipnotismo".

¿Qué es lo que lleva a un hombre a hacer este tipo de cosas? ¿Qué es lo que saca de esta acción? ¿El placer obtenido supera con creces el peligro que se corre? Es más, ¿vale la pena esa deshumanización y ese dilema moral que, inevitablemente, nace en la mente del acosador? Porque, por mucho que se trate de una especie de juego infantil —al fin y al cabo todos hemos apoyado nuestros genitales en sitios descontextualizados para echarnos unas risas— no deja de ser, lógicamente, un caso de acoso.

El "frhipnotista" no atiende a razones y nunca logrará comprender el dolor que está generando. Estas personas solamente pueden pensar en el intrincado placer que les genera notar como sus genitales se van posando, muy poco a poco, encima de una superficie carnosa o de un tejido que cubre una superficie viva. Digamos que es como el placer de tocar personas dormidas (sentir esa debilidad y esa inocencia en la yema de los dedos), pero en vez de hacerlo con un dedo o un palo, lo hacen con sus genitales, cuyo sistema nervioso ofrece experiencias totalmente distintas a las que aportan las extremidades que normalmente utilizamos para alcanzar y considerar objetos.

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Pero desconocemos el caso particular de ese doctor peruano. Venga, intentemos comprender la mente de este cretino. Intentemos deducir cómo se le ocurrió derramar sus testículos sobre la cara de una persona dormida:

El individuo está trabajando durante su turno de guardia, son las tres de la madrugada y el hospital está demasiado tranquilo. Podría darse una vuelta por Facebook, a ver qué se cuenta la peña, o husmear un poco por Instagram, al fin y al cabo en búsquedas sugeridas siempre salen perfiles interesantes. Pero no, quizás sería mejor intentar terminar ese lamentable libro que le regaló su esposa, al fin y al cabo siente una terrible obligación de leérselo, y no solo eso, sino también de comprenderlo y sacar conclusiones fuertes sobre la tesis del documento, pues tiene muy claro que su mujer querrá charlar sobre el libro pues, según ella, "le cambió la vida por completo". "Menuda pereza", piensa el doctor.

Es en ese momento cuando, de camino hacia la máquina de café de la sala de espera, divisa un cuerpo extraño apoyado en varias de esas sillas de plástico de color azul marino que tantas veces ha utilizado para sentarse y llorar en soledad a altas horas de la madrugada. Ahí, tumbada, hay una señora. Una persona con su drama hospitalario personal, descansando, totalmente derrotada y vencida por la enfermedad o la situación crítica de un familiar. Es, en definitiva, un alma en pena, un ser que se encuentra en el momento más crítico de su existencia, totalmente débil e indefenso. Triste y hundido.

El doctor lo sabe, ha visto miles de casos similares. Aun así, se le pasa por la cabeza que podría ser divertido hacer eso que hacía de pequeño con sus colegas. De pequeños, cuando iban de colonias con el cole, él y sus amigos se dedicaban a recorrer los dormitorios donde descansaban sus compañeros de clase y jugar al "posapollas" —una ingeniosa mutación de la palabra compuesta "posavasos"—. Para ellos era una bromita —"¿nos hacemos un posapollas esta noche?— pero recuperar este concepto desde la mente de un adulto resulta francamente desconcertante. "¿Y si me hago un posapollas?", piensa el doctor. "Podría ser divertido, luego se lo mando a los chicos y nos reímos un rato y recordamos viejos tiempos". De alguna forma, este razonamiento inocente y naíf —dejadme utilizar este término tan odiado, creo que ya debemos perdonarlo y empezar a recuperarlo de vez en cuando, él no tiene la culpa del odio que llegó a generar— lo aleja totalmente de una interpretación consciente y consecuente de sus actos. El tipo no ve todo el mal potencial que está a punto de generar.

Si no, ¿de qué otra forma un tipo podría haber posado sus testículos en la frente de una mujer dormida? Supongo que es demasiado mezquino, demencial y triste pensar que, simplemente, existen personas que no pueden controlar sus pulsiones sexuales —puedes pensarlo, imaginarlo, pero realizarlo es otro nivel— y que su falta de empatía los convierte en seres pseudohumanos. Criaturas que hacen que las mujeres ya ni puedan tumbarse a descansar un rato en la sala de espera de un hospital porque corren el peligro de que alguien les ponga una polla en la cara.