FYI.

This story is over 5 years old.

viajes

Capítulo 3: Nación espléndida y brillante

El tercer capítulo del viaje de Robert Young Pelton y Tom Freccia por Sudán del Sur en la proeza de buscar al líder opositor Riek Machar.

Machot afuera de su hogar en Lynnwood. 

Empezó como una simple idea: visitar el país más nuevo del mundo con Machot Lat Thiep, un desgarbado sudanés de 32 años de edad y quen fuera un niño perdido que quiere ayudar a su país natal, el cual tiene menos de tres años de existencia y ya está en peligro de convertirse en un estado fallido. Machot piensa que él puede mejorar la situación, aunque no sepa cómo hacerlo. ¿Qué mejor manera de entender el fenómeno de salvar África que acompañando a un africano que quiere salvar África?

Publicidad

Los niños perdidos o Lost Boys, son miles de niños que huyeron de la brutal guerra civil en Sudán y terminaron en campos de refugiados en Etiopía y Kenia. En particular, en la última década, la situación de los niños perdidos ha acaparado una cantidad exorbitante de artículos, llamados, películas y libros; incluso celebridades como Brad Pitt y George Clooney han llegado tan lejos como para hacer notar la existencia de quienes en muchas ocasiones también fueron niños soldado.

En medio de las circunstancias que llevaron a la independencia de Sudán del Sur, aproximadamente 3,800 de estos niños, muchos de los cuales están marcados permanentemente con cicatrices distintivas de guerreros como dinka (la principal etnia) o nuer, fueron reubicados en hogares en Estados Unidos. A muchos les ha ido muy bien, han aprovechado sus oportunidades para recibir una educación, un trabajo y una vida nueva. Algunos, como Machot, han salido adelante en Estados Unidos y ahora quieren usar su éxito para regresar a su país y ayudar a fortalecer Sudán del Sur.

Machot es alto, delgado y de piel bastante oscura. Él es un nuer que carga con cicatrices tribales alrededor de su boca, al igual que seis líneas que atraviesan su frente hasta la parte trasera de sus orejas. Ahora es gerente en una tienda Costco en Seattle, está casado y tiene dos hijos; maneja un vehículo familiar y disfruta de su versión del sueño americano. Él piensa que le puede ir mejor aquí, pero por ahora no está bien.

Publicidad

Yo conocí a Machot poco después de que su familia fuera secuestrada por delincuentes somalíes que trabajaban en la frontera keniana. Un amigo suyo —un hombre que auspició su entrada a Estados Unidos— se me acercó para pedir consejos de cómo ayudar a la familia. Eventualmente fueron liberados sin tener que pagar el rescate.

Hace unos años, la independencia se convirtió en una posibilidad para Sudán del Sur, Machot se involucró en el proceso político de su país natal. Él regresó para ayudar a escribir la nueva constitución. A finales de 2013, Machot y yo empezamos a discutir acerca de la idea de ir juntos a visitar el país nuevo. La idea era encontrarnos con Riek Machar, el líder nuer que llegó a ser el vicepresidente del nuevo país.

A mediados de diciembre, sin embargo, la situación política de Sudán del Sur había tomado un giro violento. El presidente Salva Kiir insistía en afirmar que Machar había intentado un golpe de estado. Las noticias viajaron rápido. Hubo un enfrentamiento entre miembros de las etnias dinka y nuer en la guardia presidencial, llamada Batallón Tigre, y un tumulto estalló en la capital, Yuba. Los militares dinka y las tropas fueron de puerta en puerta buscando a los nuer para asesinarlos. Machar apenas escapó mientras los tanques y la artillería pesada arrasaron con su casa.

Después de esos eventos, Machot deseó salvar lo que quedaba de su país e incluso quedarse para poder defenderlo.

Publicidad

Le compré a Machot un boleto a Nairobi, y él convenció a su jefe de darle un mes de permiso, sin sueldo, para poder ir. Le brindé apoyo económico para que su familia pudiera mantenerse mientras nosotros estuviéramos fuera, y en enero nos retiramos con nuestro fotógrafo y camarógrafo, Tim Freccia.

Nuestro sencillo viaje a Sudán del Sur se tornó complicado. Había conflictos por toda la región y Uganda se había metido al pleito. La ciudades de Bor, Malakal y Bentiu estaban bajo asedio mientras el país se separaba entre el Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán (ELPS), respaldado por el gobierno, y las fuerzas rebeldes nuer, aparentemente bajo el control de Machar, quien estaba escondido. No es el viaje a Sudán del Sur que teníamos en mente.

Consultamos con varios expertos de la región acerca de la ubicación de Machar. Las respuestas variaron: “Machar está en la Embajada de Estados Unidos”, “Machar está en el islote de Giraffe, en medio de los pantanos”, “Machar está en Londres”. De lo único que estábamos seguros era que Machar estaba huyendo, y que el gobierno de Sudán del Sur había enviado aproximadamente a dos mil hombres a cazarlo y matarlo. La teoría más factible era que Machar estaba en Akobo, un pueblo al este de su lugar natal en Jonglei, junto a la frontera occidental con Etiopía. Ésa es la versión corta de los eventos que nos dirigieron a Nairobi, en un coche con Edward, nuestro fixer, en busca de un piloto que nos llevara a las líneas rebeldes.

Publicidad

Edward trabaja con un hombre llamado Ian Cox. Juntos dirigen Lorry Boys, una compañía que facilita aeronaves, vehículos y maquinaria pesada para gente con nuestro tipo de necesidades. Recientemente, la mayoría de su negocio está enfocado en rescatar a extranjeros de Sudán del Sur por medio de vuelos de evacuación de emergencia. Mi petición de tomar el camino al revés parece algo simple a primera vista, pero por el momento la mayoría de extranjeros han sido escoltados, y a nadie se le ha permitido regresar. En otras palabras, el gobierno en Yuba no está permitiendo a ningún piloto aterrizar en territorios dirigidos por rebeldes, en esencia todo el territorio que rodea Yuba.

Los valientes pilotos locales que están acostumbrados a volar a donde sea primero accedieron cuando se los pedimos. Luego consultaron con Yuba y rápidamente se enteraron de que cualquier compañía de aviación o piloto que se atreva a apoyar a los rebeldes serían vetados. Recibimos una serie de declinaciones respetuosas. Luego investigamos más acerca del cuerpo de pilotos en Kenia, conocidos por hacer el tipo de trabajo que necesitamos: pilotos que no se preocupan por consultar a Yuba. La mayoría de ellos se ganan la vida acudiendo a lugares para entregar rescates de secuestros o sacar rehenes de Somalia, entre otros trabajos extraños. En otras palabras, trabajo ilegal que paga muy bien pero pone al avión y al piloto en un gran riesgo.

Publicidad

Nos encontramos en el estacionamiento con un piloto famoso cuyo nombre, cara y tarjeta de presentación no existen en internet. Él dice que lo puede hacer, pero que por el momento está ocupado; hay demasiado trabajo que hacer para el ejército, ONGs y el sector de ayuda humanitaria. Él es ex piloto de la Real Fuerza Aérea Británica, va bien vestido y conoce el área. Analiza el mapa y calcula la distancia. Aunque sigue haciendo unas compras, él parece interesado en nuestra petición.

“Vas a tener que mover un par de barriles de combustible hacia el norte de Kenia, del otro lado del río Turkana”, dice. “Cuando aterricemos no queremos visitas”.

¿El precio? “Depende del riesgo”, una manera de decirnos que nos puede cobrar lo que le pegue la gana.

Tim reconoce al piloto bien vestido y afirma: “Recogiste a Amanda Linhout y Nigel Brennan en la avioneta Cessna 210. Yo estaba en la pista cuando aterrizaste”.

El piloto sonrió. Dice que también sacó a dos pescadores seychelenses que habían sido secuestrados por piratas. “Pagaron mucho dinero por esos hombres”. Las historias que los pilotos cuentan.

Ahí es cuando te das cuenta de las cosas: ¿vale la pena pagar 15 mil dólares y arriesgar nuestras vidas, soportar el calor, peste y hostilidad para entrar a Sudán del Sur y ver las razones por la que el estado está fallando y buscar al vicepresidente derrocado? Nuestra respuesta, en efecto, es absolutamente.

Sin embargo, nuestra aventura es algo normal. O por lo menos tan normal como un ex niño soldado con graves cicatrices faciales trabajando en un Costco en Seattle.