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Nunca me he masturbado y me siento bien

Masturbarse es como formar parte de un club secreto: como todos saben qué pasa, nadie tiene la necesidad de hablar de eso. Pero a mí nunca me dieron la contraseña para entrar.

Foto por el usuario de Flickr Woodley Wonder Works.

Sólo veo mi semen uno que otro día en la mañana. Los sueños húmedos son casuales y la cara de mi amante siempre es muy vaga, como una pintura hecha con los dedos. En los sueños digo algo como "gracias por venir" mientras toco su cuerpo fantasmal. Ella responde: "Me gusta estar aquí, lo disfruto mucho". Después, un pezón rosa flota en mi visión como un cometa y lo toco suavemente. Despierto en la húmeda mañana de Florida con las sábanas mojadas.

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Mi cuerpo lo hace de forma tranquila e inconsciente, como la mini ovación que hago en el elevador vacío cuando acabo de hablarle a una chica linda. Pero para mí, las emisiones nocturnas son el único alivio para mi cuerpo porque en los 21 años que llevo en este mundo, nunca me he masturbado.

A la mayoría le parece sorprendente: "¡La masturbación es natural! ¡Si no te haces una te vas a bloquear!", me han dicho. Algunos lo consideran un acto de perseverancia, como si no masturbarse fuera un logro. Hasta los más tolerantes me hacen burla: "98 por ciento de la gente se masturba, el otro 2 por ciento miente".

Sí, lo he pensado, pero no siento la necesidad. Tal vez soy el único hombre del mundo que nunca se ha tocado, aunque hay muchas otras cosas que no he tocado, como un Subaru 2013, un alce o un bagel auténtico de Nueva York. Por más pretencioso que suene, hay miles de cosas más interesantes que estar sólo con mi pene en la mano.

¿Qué hombre no tiene una anécdota sobre el día en que descubrió que podía frotar su pene para llegar a un orgasmo, como si fuera una lámpara mágica? La masturbación es parte del crecimiento; después se convierte en un hábito que previene el cáncer o mínimo la locura. La muerte y la masturbación son los dos tabúes imposibles de evitar que están presentes en toda la vida y en todo el arte.

El deseo sexual es como el Espíritu Santo. He visto a algunos llenos de éste, que le cantan y le lloran en altares de aprecio, pero para mí siempre ha sido un poco ridículo.

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Masturbarse es como formar parte de un club secreto: como todos saben lo que pasa, nadie tiene la necesidad de hablar de eso. Hay un episodio en Seinfeld donde George Costanza se sienta a la mesa y le cuenta a Jerry Seinfeld que su mamá "lo descubrió".

"¿Haciendo qué?", pregunta Jerry.

George hace una mueca y contesta: "Ya sabes…"

Y el público en el estudio suelta una carcajada, porque todos lo sabemos. Las indirectas nos unen. Aquí y en China, ya sea rodeados de plazas comerciales o de reliquias de arte, siempre hay tipos con los pantalones abajo, cogiéndose a sí mismos. Y el mundo lo necesita. Sin la masturbación, correría sangre por la ciudad mientras esperas una posible reunión de Friends.

El problema fue que a mí nunca me dieron la contraseña para entrar al club privado del que todos eran parte. El momento en la pubertad donde se supone que tenemos que descubrir las maravillas de la anatomía masculina, nunca llegó. Al menos no hasta ahora.

El deseo sexual es como el Espíritu Santo. He visto a algunos llenos de éste, que le cantan y le lloran en altares de aprecio, pero para mí siempre ha sido un poco ridículo. Me inculcaron el catolicismo y antes de mi primera confesión, me dieron una lista de pecados para ver cuáles había cometido. Los más comunes eran:

DESOBEDECÍ A MIS PADRES.

DIJE EL NOMBRE DE DIOS EN VANO.

ME MASTURBÉ.

Siempre ponía un signo de interrogación junto a la parte de la "masturbación" y le entregaba la hojita al padre. En serio no sabía. Pero como el padre creía que me quería hacer el gracioso, siempre me castigaba y mi familia me obligaba a quedarme en el banco de la iglesia y a repetir el Ave María hasta que perdiera todo sentido. "Ave María, madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores…"

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Una vez, cuando iba en prepa, traté de masturbarme después de haber escuchado una plática y varios consejos (las conversaciones entre hombres generalmente duran dos minutos y después cambian de tema para hablar sobre penes). Bañé mi pene con loción y quedó tan brilloso que parecía una marsopa de porcelana, húmeda y reluciente. El acto me pareció algo absurdo. ¿Qué se supone que tenía que hacer? Se me hacía ridículo imaginar que estaba con una belleza desnuda e inventar momentos que nunca ocurrieron. Así que me di por vencido.


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La primera vez que me vine fue dentro de mi ex novia. Perdí mi virginidad con ella a los 20 años de edad. Lo hicimos después de una fiesta, mientras tomábamos café helado de McDonald's. Cuando me vine, ella también se vino. Fue una mezcla de fluidos. Me quedé con los ojos en blanco durante 15 minutos, saboreando las complejidades del acto como un novato en una cata de vino. El orgasmo se sentía natural, normal, casi aburrido. ¿En serio hay hombres que matan por esto?

A la mañana siguiente, compramos más café helado para celebrar y sabía igual que el día anterior. De fondo se escuchaban la canción "I'm Glad You Came" del grupo The Wanted: My universe will never be the same. I'm glad you came. I'm glad you came (Mi universo nunca será el mismo. Me alegra que [te] hayas venido). "Yo también", susurró mi ex novia a mi oído.

El sexo se volvió algo cotidiano. Después de venirme, volvía a ser el chico torpe. Siempre soy muy torpe cuando convivo con otras personas, hasta con mis seres queridos. Pero, según mi novia, era muy diferente en la cama. Dijo que yo era su mejor amante. Me hizo sentir orgulloso. Tal vez eso es la hombría.

Cuando cortamos, quedamos en que valía la pena conservar nuestra amistad. Pero ella empezó a evitarme. Dijo que no podía ser amiga de una persona con la que había tenido intimidad, que los orgasmos complicaban todo. Y me dejó de hablar.

Cuando pienso en ella, recuerdo aquellos días en los que nos abrazábamos sobre sábanas manchadas después de nuestros orgasmos. Tal vez eso hace que la gente se masturbe: que te dejen con los genitales en la mano, lleno de recuerdos.

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