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deportes

La lámina de Falcao

Porque el amarillismo de Colombia comienza con la camiseta de la selección.

En una página de noticias, de cuyo nombre no quiero acordarme, me encontré de pasada con una nota que informaba que la lámina de Radamel Falcao García estaba entre las más difíciles de encontrar para llenar el álbum de Panini. No importaba que el delantero estuviera en duda para jugar el Mundial, en algún cuarto oscuro de Italia, el señor Panini resolvió hacerla difícil, como difíciles también haría las de Messi, Ronaldo, Ribery y algunos otros que juegan bien al fútbol.

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Uno de los párrafos decía una tontería mayúscula, como que era la primera vez que un colombiano era reconocido con semejante honor, una idea difícil de parafrasear sin hacer necesaria una enorme dosis de majadería. Pero algo así decía la nota, impune, no sólo porque tal vez Falcao no llegue a Brasil, sino por la lámina en sí misma, que está desactualizada: es la lámina del Falcao viejo, sin su nueva nariz respingada en un quirófano seguramente de Madrid.

Entre el ánimo del coleccionista legítimo, el márketing comercial del álbum y el patriotismo existe un espacio incalculable para la estupidez. Dieciséis años sin ir a un Mundial nos quitaron a los colombianos la capacidad para distinguir entre lo increíble y lo creíble, lo sobrio y lo delirante. Vemos el sol de frente pero sin protegernos la vista, hasta que unos tras otros nos vamos quedando ciegos como borregos sin ojos que van cayendo al desbarrancadero de la muerte por el que Colombia se despeña a diario (gracias Vallejo). Así, aplaudimos eufóricos porque la luz nos alumbra la cara por algunos segundos y creemos que no ha habido un verano mejor.

Al señor en la esquina del centro de Bogotá le resulta positiva la noticia. Que la de Falcao sea una lámina difícil de encontrar, que las noticias lo digan y que además con cámara y micrófono lo entreviste algún empleado de algún noticiero de televisión, le da una dosis de legitimidad tal que sin ambages decide aumentar los precios de la mona. Existen la burbuja inmobiliaria, la burbuja especulativa y la burbuja de las láminas de Panini.

Y así y así van pasando los días previos al Mundial. Y el precio aumenta cuando se difunden más propagandas disfrazadas de noticias, cuando un niño llora desconsolado en un video porque conoció al Falcao de la nariz respingada y al video no le cabe una gota más de demagogia. Por qué tanto morbo, por qué tanta difusión de emociones íntimas. La humildad de Falcao es casi tan opulenta y sobreactuada como la del Papa Francisco. No encuentro otra explicación: el amarillismo de Colombia comienza con la camiseta de la Selección.

Y en la lámina de Panini, Falcao aparece con la camiseta de la Selección, la que no puede ponerse por fuera de las canchas porque la marca deportiva que lo patrocina se lo recomienda o tal vez se lo exija con cláusulas represivas. Y en esa lámina estará siempre, hasta el fin de los días, perpetuado por los coleccionistas, sin esa marca que rige sus fotos en Twitter, Instagram y lo que sea, sin esa marca con la que también tuvo que abrazar al niño desconsolado en ese video del que brotaba una incomodidad tan grande que tocaba a espectadores sensibles. Al final todos perdemos. Todos, menos el señor que la vende al menudeo en esa esquina del centro de Bogotá.