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El número de "El mundo te odia"

Li'l Thinks: Amigos

La amistad es una frontera de constante auto renovación de las relaciones humanas, un Salvaje Oeste de tiempos de aventura emocional y temporal.

Ilustración de Penelope Gazin

Le empujé a un montículo de nieve de camino a casa desde el bar. Él estaba borracho y tenía que mear y se fue abajo, blando como una manopla de algodón, y después se levantó, y yo le volví a empujar de nuevo. Yo no había –debería decir “no nos”– había visto a este tío en, pongamos, tres años, pero eso –el “pfuuu” de un hombre adulto cayendo lento y aterrizando de cara en la nieve fresca, el eco de nosotros dos riéndonos a grito pelado rebotando en la vacía calle en invierno a las 2 de la mañana– se repite, para mí, como algo parecido a un anuncio, no exactamente de la amistad, sino más concretamente de la juventud cursi y almibarada que es lo que me gustaba tanto de cómo y quiénes éramos cuando estábamos juntos.

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   La amistad es una frontera de constante auto renovación de las relaciones humanas, un Salvaje Oeste de tiempos de aventura emocional y temporal. Sin las habituales y por lo general necesarias restricciones que el lado más comedido de la biología y la cultura colectiva y quien sea que dicte las relaciones sexuales y románticas, y sin la naturaleza casi eterna de las familias en su sentido literal, la amistad es expansiva y verdaderamente salvaje. Es la única clase de relación que puede mantenerse de forma constante durante meses o años o situaciones posteriores sin deslizarse hacia un valle emocional o ser deshinchada por las necesidades de otra persona o la traición de alguien. De todas las formas de que dos personas estén juntas, y tengan entre sí alguna clase de amor, esta es la forma que más se define por una cercanía genuina, deseada, cohesiva; esa que sólo puede crearse haciendo una elección que no venga requerida por la ley o el dinero o la sangre o las erecciones, y menos que nada por la obligación. La materia de la que están hechas las grandes amistades es la misma en dos tímidos párvulos compartiendo una galleta y en Carl Reiner y Mel Brooks viendo películas juntos después de cenar.

   En la mayoría de los otros tipos de relación, más organizados, se espera que el lazo sea de algún modo estático, y los parámetros asumidos y la consistencia de su carácter son tan determinantes como la misma relación. No tener contingencias y fuertes obligaciones mutuas –ser una de muchas, no la única persona– permite más oportunidades de ser inconsistente, de fluctuar, de ser una presencia positiva, y como tal, una enorme, creativa, productiva promesa. Cada amistad, en su forma ideal –e igualmente ideales grupos de amigos que adoptan las cualidades de compañerismo de una manada de lobos– puede existir sin esas reglas que se toman como certezas y que a la vez completan y complican todo lo demás.

   Es extraño que busquemos amar el amor y el sexo para sentirnos completos, plenos. Es compañía, sí, pero lo digo en el sentido de ser vistos, percibidos, y esto acostumbra a consistir en apresurarse en dirección de alguien que no necesita que seas nada en particular. Así, la amistad es más reveladora de nuestras auténticas naturalezas, porque no trata del "mejor yo" que un novio o novia o esposa o esposa se supone que ha de invocar, sino del mejor, el peor, el más raro, el menos guardado, el más despreocupado y más liberado. En el interior de la cultura de una amistad concreta, los roles y restricciones demarcados habitualmente, y quiénes somos dentro de esos roles, pueden convertirse en lo que sea que no encontramos en ninguna otra parte. Por ejemplo, ¿cuándo puede un tipo ofrecer su aspecto más feroz o agresivo? ¿O llorar? ¿En qué otro lugar puede una chica –con otra chica guay, un chico, con cualquiera que lo capte– alejarse de las brillantes miradas fijas que se centran en ella el resto del tiempo? Una amistad buena y que funcione debería dejar abierto cualquier respiradero de la tensión y el deseo que no podría estarlo en cualquier otra relación.

   Sucede también que los requisitos de la amistad y las necesidades de una persona dada –a quien se “permite” ser amiga– tienden a resultar opacas en la misma medida que las de la familia o novio (o lo que resulte que tengas) son siempre muy transparentes. Y, puesto que tengo muchos más amigos cubriendo diferentes funciones que cualquier otro tipo de relaciones, ese aspecto fundamental de quiénes son realmente tus amigos, con quién puedes perderte con despreocupación, puede ser algo complicado y problemático. La amistad es una reacción química tanto como pueda serlo algo sexual, pero preguntarle a alguien si quiere salir por ahí si desear ponerle la lengua encima es algo hermoso, nada elegante y embarazoso, todo al mismo tiempo. Nada te desnuda tanto, incluso más que el sexo, que preguntarle a alguien que no te debe nada y que no puede convertirse en nada más, “¿Serás uno de los míos? ¿Puedo yo ser de los tuyos?”, una y otra vez. Por todo esto, una amistad que cambie definitivamente para mal puede ser incluso más devastadora que cualquier otro tipo de final, porque no hay un espacio socialmente aprobado para esta clase de pérdida. Hasta entonces, todo consiste en vosotros dos cayéndoos sobre la nieve reciente, gritando.

Kate Carraway escribe la columna semanal Obseshes en VICE.com (en inglés). Síguela en Twitter @katecarraway