Como siempre, la tortura animal cerró los Sanfermines

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Como siempre, la tortura animal cerró los Sanfermines

Una vez terminan su recorrido, los toros son torturados hasta la muerte en la corrida de por la tarde. Entramos en el Patio de Caballos de la plaza de toros de Pamplona para retratar este horror.

Todas las fotografías cortesía del Colectivo Britches

Empecemos por el principio. O casi. Ernest Hemingway, cuyo amor por los Sanfermines contribuyó a elevar la cota de popularidad de estas fiestas hasta niveles estratosféricos, era un auténtico psicópata, además de Premio Nobel (ya sabemos por experiencia que ambas cosas no son necesariamente contradictorias). Un tipo que se jactaba de haber acabado personalmente con la vida de 122 prisioneros alemanes durante la guerra y que llegó a afirmar que cazaba y pescaba porque de no hacerlo tendría que suicidarse. Paradojas de la vida: terminó haciéndolo.

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El espíritu de Hemingway sigue planeando por los Sanfermines. Y no precisamente encarnado en aquellos que año tras año continúan caracterizándose como el barbudo autor de El viejo y el mar, sino en el afán de celebrar por todo lo alto una fiesta que tiene la sangre, además del alcohol y el desenfreno, como principal reclamo turístico.

Hemingway, cuyo amor por los Sanfermines elevó la popularidad de estas fiestas, era un auténtico psicópata

Los encierros, imagen más célebre e icónica de la fiesta de San Fermín, transmiten al mundo entero lo más rancio y cruel de la españolidad. Un grupo de animales confusos, aturdidos por un nivel de ruido al que jamás han sido expuestos, corriendo tras una multitud después de haber sido espoleados a base de gritos y descargas eléctricas. Una vez terminan su recorrido, a todos ellos les espera el mismo destino: ser torturados hasta la muerte en la corrida que se celebra por la tarde, engrosando la lista de 40.000 toros que mueren cada año en las plazas de toros de todo el país.

"En un encierro hay maltrato", explica Leonardo Anselmi, portavoz de la Fundación Franz Weber y de Prou!, dos plataformas desde las que, entre otras cosas, se impulsó de manera decisiva la abolición de la tauromaquia en Cataluña. "Si bien el pensamiento mágico nos hace pensar que los toros persiguen a las personas, el científico nos explica que es exactamente al revés, que están huyendo despavoridos tal y como lo hicieron sus antepasados en la naturaleza".

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Para Anselmi, es importante recordar que este "paseo" de los toros por las calles "es para meterlos en los chiqueros donde esperarán a ser lidiados, a ser traspasados por elementos cortopunzantes y desangrados, hasta que finalmente desfallezcan ahogados en su propio vomito de sangre después de que un estoque les atraviese los pulmones".

Pese a que hoy por hoy no parece cercana una abolición de San Fermín tal y como lo conocemos, maltrato animal incluido, Anselmi lo tiene claro. "Las ganaderías de lidia no durarán mucho más: no dan los números, y cuando se quiten las subvenciones de cuajo tendrán que cerrar. De esta forma, la tauromaquia acabara como los taurinos piden: de forma natural, sin intervenciones ni para bien ni para mal".

Los animales están estresados, sedientos, masacrados. Los exponen para que la gente vea a los que van a morir y se haga fotos con ellos

En opinión de Anselmi, ese final llegará a pesar de la inyección económica que unos festejos como éstos suponen para la capital navarra. "El dinero no tiene nada que ver con la participación de animales: si la gente así lo quiere, seguirá celebrándose el resto de la fiesta", apunta. Y para demostrar el poco interés de los asistentes por la tauromaquia propiamente dicha, recuerda que "la Plaza de Pamplona tiene un aforo de no más de 20.000 personas", una cifra ridícula teniendo en cuenta que la población de la ciudad se quintuplica durante las fiestas, alcanzando casi el millón de personas.

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Entre ese millón de personas, Claudia, activista por los derechos de los animales, ha viajado por primera vez a San Fermín para protestar contra la fiesta. Ha vuelto satisfecha y, al mismo tiempo, horrorizada. "El trato a los animales es brutal: están estresados, sedientos, masacrados. Por la tarde los exponen para que la gente vea a los que van a morir y se haga fotos con ellos", relata.

Cuando empieza la protesta de Claudia y sus compañeros, las reacciones son diversas. "Hay gente que nos apoya con su mirada o incluso con una sonrisa. Otros se ofenden, e incluso nos escupen: se nota que se sienten realmente dolidos por nuestra presencia y que lo entienden como una falta de respeto". Una falta de respeto que se llevó a cabo, pese a todo, sin proclamas ni gritos. "Nos hemos pintado las manos de rojo y nos hemos tapado la boca. Llevábamos una pancarta que pedía paz y respeto a todos los animales. Desde el dolor y el silencio".

Combatir la injusticia

En esa plaza, buscando la mejor imagen, se encuentra un grupo de fotógrafos. Entre ellos, Tras los Muros, seudónimo tras el que se encuentra uno de los fotógrafos más conocidos del movimiento animalista, que ha ido por tercer año a retratar la crudeza de estas fiestas. "Para combatir una injusticia es necesario visibilizarla. Y no solo eso, sino también hacerla presente cada día con imágenes de actualidad", apunta.

"Estoy aquí no porque estos hechos sean más graves que otros, sino por la necesidad de generar puentes desde estos focos de indignación hacia el resto de formas de explotación animal", señala. "La gente se indigna ante la matanza de toros en plazas y no ante la matanza de esos mismos animales en mataderos. Es una forma más en la que el especismo, esto es, la discriminación que sufren los animales por no ser humanos, se materializa. Esto es lo que tenemos que cambiar, y también la razón de mi trabajo".

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