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medio ambiente

Energía solar en México: una plática con Amor Muñoz

Hablamos con la artista sobre su incursión en la vida visual de las tecnologías solares. 

Esta nota es presentada por Iberdrola México.

Muchas comunidades rurales de México se han transformado gracias a la tecnología solar. Al ser una de las energías más baratas y accesibles, es ideal para contrarrestar la escasez de energía en zonas rurales y urbanas como ninguna otra. Proyectos como Luces de Esperanza, iniciativa que lleva energía eléctrica a comunidades de la Huasteca Potosina y Oaxaca, donde las condiciones geográficas no permiten que este servicio básico llegue a todos sus pobladores, suponen un avance en un país donde todavía más de un millón y medio de personas no tienen acceso a la red eléctrica nacional. Este programa beneficiará a unas 12,000 personas, gracias a la instalación de sistemas solares autónomos de 325W, 650W y 975W en hogares y espacios comunitarios, lo que permitirá satisfacer sus necesidades energéticas y mejorar su calidad de vida.

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Sin embargo, la energía renovable no sólo es cosa de grandes empresas y hacer megaproyectos, sino que también es cuestión de cómo interactúan las culturas locales con el cambio tecnológico.

La artista visual Amor Muñoz crea esculturas, dibujos, hace performance y experimenta con sonidos y dispositivos electrónicos. Su trabajo combina tecnologías antiguas y modernas para replantear esas mismas categorías. En su serie de “Laboratorios” ha trabajado con artesanos en comunidades de todo México para elaborar artefactos, textiles y objetos que incorporan tecnologías solares.

Platicamos con Amor para conocer más acerca de su incursión en la vida visual de las tecnologías solares.

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VICE: ¿Cómo integras la tecnología con el trabajo artístico?

Amor Muñoz: En mis obras mezclo materiales que podrían considerarse “low-tech” o tradicional con objetos de alta tecnología, más nuevos, de manera que funcionen con el conocimiento y los materiales locales.

Empecé con textiles y de ahí surgió la idea de incluir tecnologías. Uno podría pensar que son cosas opuestas, porque asociamos los textiles con la tradición, con lo viejo y ancestral; pero, en realidad, si investigamos la historia de la tecnología moderna, los textiles están más que presentes. La industria textil tuvo un papel importante en la Revolución Industrial en términos de innovación con los telares Jacquard, los cuales eran máquinas tejedoras que usaban tarjetas perforadas para programar patrones que luego se tejían en la tela. Hace poco leí “El Artesano”, un libro del sociólogo Richard Sennett, donde compara a los tejedores y artesanos de la Edad Media con los programadores que crearon el sistema de computación Linux.

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Cuando revisamos la historia de la tecnología, lo que encontramos es una versión oficial enfocada en países del “primer mundo”. Se trata de países que crearon tecnologías sofisticadas y que la impusieron a la vida cotidiana de todos los demás. Pero, como mujer latinoamericana que ha trabajado con comunidades más que marginadas y como parte de la “cultura maker”, mi filosofía me dicta trabajar con lo que hay aquí. Hay algo que conocemos como “tecnologías apropiadas” o “rebeldías tecnológicas”, estas son invenciones emergentes que resuelven problemas reales de las comunidades con materiales reciclados o recursos low tech.

El concepto y las prácticas de tejido han existido desde las primeras civilizaciones humanas. Una de las primeras necesidades fue la vestimenta para protegerse de las hostilidades del clima. El telar de cintura, por ejemplo, es una tecnología muy antigua que sigue presente, que se sigue usando; hoy día mucha gente teje con esta técnica ancestral. Por otra parte, tenemos tecnologías sofisticadas como el beeper o las palm, ¿alguien se acuerda de ellos? Hay muchos aparatos que se usaban hace quince años y ahora no sirven de nada. La tecnología cambia exponencialmente y las nuevas tecnologías se vuelven obsoletas demasiado rápido por la obsolescencia tecnológica programada.

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¿Qué fue lo que te interesó de las tecnologías que trabajan con energía solar?

Viví un tiempo en Ciudad del Carmen, Campeche y viajé mucho por toda la península durante años. Si hay algo en abundancia en esa región de México es la energía solar. Siempre hace calor y está soleado. En mi investigación, encontré una especie de hilo fotovoltaico que podía transformar la energía solar en electricidad. Todavía no está en circulación, no tenemos acceso a él; pero me llamó la atención y comencé a buscar más información sobre estos materiales y así se me ocurrió la idea de combinar las artesanías con la tecnología solar.

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Pienso mucho en la movilidad, creo que será pieza clave en el futuro; para mí, la energía solar brinda múltiples posibilidades en ese aspecto. Una tecnología que puedes transportar contigo y que te ofrece independencia es importante y empodera a las personas. Y se está volviendo más eficiente: muchas veces la gente se sorprende de lo pequeños y flexibles que son los paneles solares que utilizo en mis trabajos.

Cuéntanos sobre tu experiencia como artista al dirigir los programas de Laboratorio.

En los talleres buscaba crear más lazos emocionales entre los usuarios y los dispositivos tecnológicos. Para conseguirlo, tuve que confeccionar y combinar la tecnología con su propio lenguaje cultural.

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Durante mi investigación, observé algunas de las diferentes relaciones que las comunidades del sur de México tienen con estas nuevas tecnologías. En Chiapas hay muchas ONG con recursos que han trabajado con comunidades zapatistas para equipar sus casas con paneles solares. Son muy útiles para las personas y las comunidades han aprovechado bien estos recursos. Pero en otros casos, llevan las tecnologías solares a comunidades donde las personas prefieren no usarlas, como, por ejemplo, las cocinas que funcionan con energía solar. Creo que el problema surge cuando la gente no se identifica con la fuente de energía. La tecnología no siempre cubre sus necesidades diarias y por eso hay resistencia a usarla.

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Contacté con mujeres tejedoras de Yucatán, quienes trabajan con henequén, una fibra orgánica muy representativa de la región. El henequén les habla de sus dinámicas culturales e históricas; la gente tiene recuerdos de sus abuelos y bisabuelos que vivieron de él. Esas épocas ya pasaron, pero es interesante trabajar con esta fibra, porque los yucatecos se identifican con ella.

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Luego, el MUCA (Museo Universitario de Ciencias y Arte) me invitó a hacer un laboratorio en la Ciudad de México con comunidades indígenas otomíes. Las mujeres otomíes venden muñecas de trapo hechas a mano, pero con el tiempo la calidad ha disminuido porque se les obliga a hacer más y más para venderlas rápido y más barato; por si fuera poco, también se vulneran al venderlas en las calles. Estas mujeres querían participar en los talleres para elaborar su mercancía con energías solares, así que hicieron muñecas grandes con LEDS en la espalda para usarlas como lámparas. Encontramos una manera de que pudieran venderlas a un precio más alto, a través del museo, y todas las ganancias fueron para ellas directamente. Cuando terminamos el proyecto, las mujeres recibieron un subsidio del gobierno de la Ciudad de México y ahora ellas mismas dirigen el programa.

¿Cómo es que trabajar con energías solares cambió tu forma de pensar, sobre el futuro y tu propio trabajo?

Últimamente todos especulan sobre el futuro. El futuro que se imagina oficialmente (androides que vuelan, la conquista de Marte), el futuro que personas como Elon Musk quieren para el mundo, no es el futuro para nosotros. Es el futuro para personas con mucho dinero, para personas que han convertido este planeta en un basurero y que entonces tienen que huir a Marte.

En realidad, no existe un único futuro y tampoco un único fin del mundo; son múltiples. Algunas personas —por decir, los refugiados— ya se encuentran en medio del apocalipsis. Más bien yo pienso en estrategias de sobrevivencia: cuando pienso en el futuro, pienso en cómo las personas harán cosas, cómo vivirán y cómo crearán. Nosotros hacemos el futuro con nuestras propias manos.

Esta nota es presentada por Iberdrola México, que actualmente opera dos parques solares fotovoltaicos y tiene uno más en construcción. Junto con Iluméxico, puso en marcha Luces de Esperanza, un programa de electrificación de comunidades rurales del país.