Cubrebocas_@lenny_maya
Ilustración de @lenny_maya
Salud

¿Conoces el síndrome de la cara vacía? ¿Lo padeces?

En algunos países la mascarilla o cubrebocas dejó de ser obligatorio, pero muchas personas no se lo quieren quitar.

La vida sigue, y ya es habitual ir paseando por las calles, ver imágenes de conciertos con gente e incluso personas bailando en discotecas sin cubrebocas o mascarillas. Comenzó a ser obligatorio el 20 de mayo del año pasado en España, en Argentina fue el 15 de abril (permitiendo mascarillas caseras ante la falta de recursos), en Chile el 17 de abril y el 25 de abril en Perú, donde el Gobierno indicaba a sus habitantes cómo usarlo. Parece que pasó mucho tiempo de esto, pero solamente fue casi un año y medio.

Publicidad

“Ya no llevo la mascarilla en ningún momento, solo en los sitios donde todavía es obligatoria, como el autobús o un supermercado”, describe Rodrigo. Él tiene 30 años, estudia una formación de informático en México y me indica que lo está pasando mal: “Cuando tengo que llevar el cubrebocas me cuesta respirar y no entiendo por qué todavía tengo que seguir con esta medida, si ya estoy vacunado“. Cuando finalicé mi conversación con él me dijo una palabra: “libertad”. 

Hay mucha gente que piensa como Rodrigo y es debido a la falta de información. Ahora la gente tiene algo más de “libertad”, una palabra que se está repitiendo mucho en diferentes idiomas, por todo el mundo, en las calles, pero con un significado que no corresponde al del diccionario. Estas personas están protestando porque no pueden entrar a locales si no están vacunadas (qué paradoja tener que obligar a unas personas a vacunarse para poder entrar a un restaurante o viajar, mientras miles de personas de América Latina o África no tendrán acceso a la vacuna en bastante tiempo), y por la vuelta de la mascarilla en países donde ya no era obligatoria, como Israel. 

En los países asiáticos es lo más habitual entre su población el uso de la mascarilla incluso sin pandemia. “Yo me pongo mi mascarilla cuando tengo gripe u otra enfermedad“, expone Susana, su nombre natal es Aoi y es de Kyoto. Ella llegó a España hace tres años con una beca para estudiar español. “Desde que soy pequeña nos enseñan que la mascarilla protege, y que es más una acción de solidaridad y así no exponer tu virus o enfermedad a personas que puedan sufrir. No sabes si ese chico joven que te encuentras en el autobús tiene una enfermedad crónica o si a la mujer anciana de tu barrio un simple resfriado puede causarle la muerte“. 

Publicidad

Todo lo contrario a Rodrigo y a las personas que celebraron como si fuera Año Nuevo el fin de las mascarillas, ahora hay parte de la sociedad con el síndrome de la cara vacía. “Hay que quitarse la mascarilla (siempre cuando lo aconsejen los expertos) poco a poco, y así sentir una adaptación similar a la que vivíamos antes de la pandemia“, recalca Luis Álvarez, psicólogo y experto en ansiedad infantil. 

Ante el mal uso de la mascarilla y de su finalidad obligatoria, Susana me cuenta que ella vio durante mucho tiempo cómo la gente tenía mal puesta la mascarilla. “Entiendo que la gente se alegre de no usar más la mascarilla, pero creo que esa alegría es por la falta de educación sanitaria. Nadie en España se detuvo a enseñar a la gente lo que es una mascarilla“. Cuánta razón tiene. 

¿Qué está sucediendo con las personas que tienen enfermedades crónicas o son pacientes oncológicos? Gervasio tiene 27 años, es de Madrid y es paciente oncológico. En relación al uso de la mascarilla me aclaró que la usará en zonas como hospitales o medios de transporte públicos y añadió a su afirmación que si tiene una gripe grave usará la mascarilla “e intentaría hacer cuarentena. Soy más consciente de que es una enfermedad contagiosa y de la importancia de no colapsar los servicios hospitalarios“. 

Al igual que yo, otras personas todavía tienen miedo de quitarse la mascarilla, y tal y como me argumenta Laura Villanueva, psicóloga y fundadora y directora de Psicólogo de Madrid, “el miedo es una emoción básica y como toda emoción cumple una función“. 

Publicidad

“El miedo no va a desaparecer. La mejor forma es ayudar a las personas a convivir con el miedo y a compararlo con el riesgo. Si no viviésemos en una sociedad con tanatofobia [ansiedad caracterizada por un miedo a la propia muerte o al proceso de morir] sería más sencillo“, razona Laura y recalca que la base de todo es la empatía y sobre todo “el respeto hacia una misma y hacia los demás“. 

“Tenemos que tener mucho cuidado con los bebés“, me cuenta Luis y me aclara que “hay muchos bebés recién nacidos que han crecido viendo las caras tapadas con mascarillas. Esto puede provocar miedos ante gente desconocida“. 

La situación en otros países es parecida a la de España o Latinoamérica. “Al principio la gente sí se asustó porque nadie podía controlar o saber lo que estaba pasando. Si los de arriba ponen determinadas normas tienes que acatarlas sin rechistar“, me contó Lorena. Ella vive en Abu Dabi, capital de los Emiratos Árabes Unidos y en relación a cómo reaccionó la gente a la mascarilla indicó que “las medidas fueron tomadas por el bien cívico y la gente respetó y sigue respetando mucho lo que está pasando. Miedo nunca llegué a sentir porque al final es simplemente una mascarilla al salir y saber que lo haces para evitar contagiarse y contagiar“. Abu Dabi fue uno de los primeros países en empezar a vacunar, teniendo muy poca incidencia. 

En el mismo hilo, Patricia Ramírez, psicóloga conocida en redes sociales como Patri Psicóloga, piensa que quitarse la mascarilla “no tendrá ningún efecto en la salud mental, porque es una elección, cada uno escogerá y seguirá su propio camino. En todo caso, las mascarillas pueden provocar miedo o ansiedad cuando se vea a las personas sin mascarillas en sitios permitidos“, puntualiza y recuerda que esta situación moverá a las personas de su ‘zona de confort’. Cada uno necesitará un tiempo determinado para adaptarse a nuevas situaciones que nos han cambiado la vida”. 

Publicidad

Si viajamos a Reino Unido, la situación es muy similar. Cristina vive en Londres y trabaja en un hotel en el centro de la ciudad.  “Aquí la gente nunca se tomó en serio el tema de la mascarilla porque las medidas nunca han sido severas“, describe la situación en un país donde el 19 de agosto se diagnosticaron 36.533 casos nuevos, y me hace hincapié en que cuando era obligatorio en sitios cerrados “la gente pasaba de ponérsela y desde el 19 de julio solo es obligatorio en supermercados y transporte. Los negocios pueden decidir si quieren que en los establecimientos sus clientes la lleven o no. Yo he pensado en ocasiones que nos volvían a confinar“. 

Tanto Lorena y Cristina son cautas y siguen usando la mascarilla, pero ambas situaciones en sus respectivos países son diferentes. En los Emiratos sacaron una ley en la que la mascarilla será obligatoria durante tres años. “Me parece bien hasta cierto punto porque es cierto que nadie sabe qué sucederá ni cuándo encontraremos la inmunidad“, aclaró Lorena respecto a la ley. Por el lado contrario, Cristina no tiene miedo pero dice: “No entiendo que la gente no se piense un poco las cosas al meterse en un sitio lleno de gente para bailar, si hay un montón de casos“. 

Laura, en relación a si la gente usa o no la mascarilla, reflexiona que “todo es un pensamiento reduccionista. Cada persona tiene una personalidad, experiencia, salud mental, manera de afrontar el miedo, y muchos más factores que influyen en la toma de decisiones“. Seguramente estos mismos factores están influyendo en el nuevo significado de libertad, en ponerse o no la vacuna o cómo son las nuevas relaciones amorosas o sexuales en tiempo de pandemia. 

Llevar o no la mascarilla es una decisión individual, pero lo es como todo lo que está relacionado con el coronavirus. Vacunarse por ayudar a la población y a uno mismo, protegerse y no juntarse con muchas personas o seguir poniéndose gel desinfectante cuando entras a un local son acciones que demuestran esa responsabilidad individual que se habló tanto por parte de los políticos, pero no tuvieron en cuenta que el ser humano necesita cerrar etapas. 

Ya lo dijo Aristóteles: “Percibir es sufrir“. En otras palabras, cuando somos conscientes del dolor que sufren otros, también nosotros sufriremos parte de ese dolor.